sábado, 16 de octubre de 2010

LA REFLEXIÓN INACABABLE

LA REFLEXIÓN INACABABLE

Pensar un film. Repensar el film. Alain Bergala, en el imprescindible libro La Hipótesis del Cine, destinado en primer lugar a enseñantes preocupados por la transmisión del film, pero que también ilumina aspectos no demasiado claros de la creación cinematográfica, afirma que habría que abordar primero las operaciones mentales antes que las operaciones técnicas, pues el acto de creación es en primer lugar un acto mental, que luego se transmite de forma fluida al papel en el momento de escribir el film, en la manera en que se disponen los elementos en la puesta en escena y en el cómo acaban juntándose los trocitos de película impresionada. El pensamiento precede, se superpone a la acción y continúa en el tiempo más allá de la película acabada.


Quizás mi doble condición de pedagogo y de director de films (me niego a considerarlo vídeos, a pesar de que ya no utilizo el celuloide), hace que sea más consciente de este pensamiento omnipresente que me imagino nos acompaña a todos a lo largo de la aventura de realizar una película. Y sin embargo, pienso que hacer una película es también arrojarse a una piscina, con la seguridad de que sabremos regresar a la superficie sin ahogarnos.





No se ha estrenado todavía nuestra penúltima película. Está en fase de reposo, a la espera de ella sola vaya acomodándose a su definitiva forma, a la manera en que los espectadores podrán verla en una pantalla grande, compartiendo la proyección con otras personas, o en la agradable intimidad de sus hogares.


Imaginando este momento, me paso la película mentalmente y quiero sentir este cosquilleo, la sensación de que la película podría funcionar, o que podría no funcionar, que los mecanismos que he ido disponiendo a lo largo del film responden o no a lo que había previsto, que la película atrapará a algunos en sus redes y a otros irritará. Nada se puede saber con seguridad.

¿Se puede hacer una película sin pensar en el espectador? No deja de ser una paradoja que el espectador vea la película que has hecho de una manera completamente diferente a como puedas verla tú. No pensó el guión, no ha estado en el rodaje, no sabe qué has quitado o has añadido, no está pendiente de este pequeño fallo de continuidad que a ti tanto te angustia. Verá otras cosas. Cosas en las que tú ni siquiera reparaste. Apreciará momentos del film que a ti no te parecieron importantes, y que hará que a ti empiecen a gustarte. Te mirarás en el espectador y aprenderás muchas cosas. El momento de la reflexión no termina nunca. Pasado el tiempo, verás la película de manera nueva.

Pero de lo que se trata no es de tener éxito (¿el éxito en qué se mide?). Se trata de saber si la película responde a lo que yo esperaba de ella.

¿Qué se ha quedado por el camino? ¿Qué ha ganado por el camino?


Modelo(s) es distinta a todo lo que había hecho antes.
Este verano rodamos dos películas. Las dos son muy diferentes. Yo diría que casi opuestas en su planteamiento y ejecución. También en su resultado.
Modelo(s) partía de un guión muy simple, contaba la historia de unos personajes que se iba desarrollando a la vista del espectador. El guión de Reflejo en Rojo era también muy simple, también contaba una historia, pero de esta historia había eliminado casi todo su desarrollo, sólo había dejado unos indicios. Si Reflejo en Rojo es un cortometraje iceberg, Modelo(s) correspondería a un iceberg invertido. Aunque ahora que lo pienso también Modelo(s) deja muchas cosas bajo el agua.


Reflejo en Rojo sigue al pie de la letra las recomendaciones del Cine Leve. Tenía a los actores, imaginé un espacio y a partir de estos elementos construí el guión. En el rodaje me enfrenté a la puesta en escena y me dejé llevar por las infinitas sugerencias de una luz cambiante y de un espacio repleto de posibilidades, por la existencia de un pequeño travelling que René se había traído a pesar de que le había dicho que no hacía falta. Pero el travelling estaba allí.



El guión quedó reducido a un montón de folios desperdigados por el suelo. Los diez o doce planos previstos de cada secuencia habían quedado reducidos a dos o tres. La película empezaba a desplegarse delante de nuestros ojos, en la pequeña pantalla que monitorizaba lo grabado: la riqueza de los ocres, el relampagueo de los reflejos, los ojos enfebrecidos de los actores, la sucesión de líneas y la transformaciones sucesivas de un espacio cambiante.
Modelo(s) se fue haciendo mientras rodábamos, los actores se hicieron con los personajes y tiraban del film y de la historia. Yo iba detrás, escribiendo más escenas, reescribiendo otras, aprovechando una foto que alguien había sacado y a mi me había gustado para desarrollar un momento del film, incorporando cosas que habían surgido en el casting y durante las improvisaciones grabadas con los actores días previos a la grabación.



Me gusta grabarles con mi pequeña cámara, dejar que desarrollen su personaje, que surjan emociones que más tarde puedan aprovecharlas. Nada de recitar un texto, sólo sentir. Acercarme con mi cámara a los rostros y reconocer una vibración auténtica, sentir yo también el plano, esa relación peculiar de la cámara con el actor y que acaba dando validez al encuadre elegido.