martes, 23 de abril de 2013

ERÓTICA NATURALEZA

Este sábado empezamos a rodar las primeras imágenes de nuestro último cortometraje. Un guión que surgió de improviso cuando Laly y yo nos enfrentamos a las consecuencias de un invierno muy lluvioso en el pequeño terreno familiar que se extiende en la zona de Las Barreras, por debajo de Las Raíces. La naturaleza emprende muy pronto su labor de reconquista y tuvimos que abrirnos paso por la maleza para poder acceder a unos limoneros.

José Sosa y Rebeca Campo

Estos ratos en medio del campo, bajo el embrujo de unos árboles cuyas ramas ya repletas de hojas se mecían con el viento, caminando entre las flores y las plantas y la tierra todavía húmeda, hacen emerger historias que me gustaría filmar, desarrollándose ante mí como un holograma sin que yo pueda evitarlo. Cuerpos que se desplazan junto a mí, en cuyos rostros enfebrecidos se inscriben secretos que piden a gritos que le de al on de una cámara y les grabe.

Tras el rodaje un tanto laborioso de Rondó, tocaba algo ligero. Y me acordé de que cada dos años me apetece rodar una Naturaleza Muerta. La primera la rodé en la época de la recogida de la fruta, al final del verano. La segunda (Naturaleza viva), abarcaba casi un año, unos pocos planos al final del invierno (con la poda de la vid), la recogida de la fruta y su conversión en vino, a finales de otoño. Un ciclo de la naturaleza que se acompasaba con el ciclo del deseo humano, con su advenimiento, su eclosión y el entumecimiento final.

Verónica Galán en Naturaleza viva

Cine de imágenes que hablaran solas, con un mínimo argumento que no me distrajera de lo esencial. ¿Qué buscaba?

Siempre he envidiado la habilidad de algunos directores para transmitir esas sutiles sensaciones que van asociadas al disfrute del aire libre, cuando los personajes de sus historias abandonan la ciudad y se dejan llevar por sus emociones más primarias en contacto con el mundo natural y sus estaciones.

Hay algo erótico en esta naturaleza que se comprime y se desborda como un corazón humano. Si lo pensamos, la naturaleza tiene la mala costumbre de mostrar sin pudor alguno sus órganos sexuales. De una manera consciente, reconocemos esta sexualidad cuando regalamos flores a las personas que queremos, aunque no deja de ser un extraño ofrecimiento. Nos seduce, como a los insectos polinizadores, el aspecto aterciopelado de los pétalos y el vibrante sostenido de los estambres, siempre a punto.

Eduardo Gorostiza, Josep y Rebeca Campo (foto de Leonor Cifuentes)

En este nuevo capítulo, imagino la historia de una pareja que se va a pique ante unas circunstancias adversas, como las que ahora mismo atravesamos, y que aprovechan el tiempo del cortometraje para hacer un recorrido por sus vidas.


Un corto a dos tiempos, lo que dura un día para él, encerrado en el piso que habitan, y un tiempo más amplio para ella, de meses o quizás años, reviviendo su historia sentimental con él. Este contraste sostenido, de dentro fuera, a dos velocidades, espero que genere nuevos sentidos a la pequeña anécdota, y consiga aflorar otros significados.

Eduardo Gorostiza, a través de su pequeña productora La Mirada Gorostiza, mostró su entusiasmo por rodar un nuevo cortometraje. Tanto él como Leonor Cifuentes tenían ganas de entrar nuevamente en acción. Edu me sugirió a Rebeca Campo, que ya había rodado con ellos en “Román + Julia”, de Aitor Padilla y “El efecto K”, del propio Gorostiza. Rebeca no es actriz (aunque, ¿quién es actor o actriz profesional en estos lares?), como tampoco lo es Jose Sosa, un amigo cuyas dotes para la cámara ya descubrí en “A la deriva”, sino que son rostros adecuados al cine leve, personas reales que yo filmo como un documentalista y que el posterior montaje de los planos les confiere un peculiar significado.


Laly Díaz en la producción y René Martín en el sonido siguen siendo las presencias más estables en mi filmografía. Elena de Vera nos acompañó un ratito, atenazada por sus obligaciones de su trabajo. 

Comentándolo con Edu, nos admirábamos de la presencia del azar en nuestro cine, de cómo lo imprevisto se introduce en las rendijas del plan de producción para mejorar el resultado. De cómo ese día el viento y la calima se hicieron protagonistas e insuflaron vida en los encuadres: Rebe se acerca a un árbol y este reacciona removiendo las ramas. La calima, por su lado, tamiza la luz y todo adquiere un resplandor extraño.

René no pudo traer en su coche una de las bicicletas porque este día no disponía del coche grande. Este “fallo” me hizo reconsiderar la secuencia y comprendí que el plano era superfluo.









Cuando decía acción, el encuadre se llenaba de mariposas que revoloteaban alrededor de la actriz. Los tallos de algunas plantas eran de un rojizo extraño, configurando un diminuto bosque con reminiscencias de cine oriental.





Viendo posteriormente las estupendas fotografías de Leonor y de Laly me vi rodando en una pequeña y doméstica selva una peli de aventuras. Solo falta la boa constrictor, apunté en el Facebook.


viernes, 12 de abril de 2013

QUÉ DIABLOS ES ESO DEL CINE DE AUTOR

La Cátedra Cultural Pedro García Cabrera, a través de Jairo López, organiza el jueves 11 de abril en el Espacio Cultural Aguere una mesa redonda con el enunciado Cine de género versus cine de autor, para ello comanda a Eduardo García Rojas, bloguero de pro, que dirija el debate y haga las correspondientes invitaciones para participar en la mesa.


Me imagino que por proximidad (Jairo y yo hemos hecho muchas cosas juntos y desde hace poco somos vecinos), mi nombre sale a colación. Pensarán que yo defenderé el cine de autor a capa y espada. Eduardo me cita como referente entre los “autores” del cine hecho en Canarias.

Al fin vamos a reunirnos Emilio Ramal, Manuel Díaz Noda y Pedro J. Mérida. Como vivimos en un territorio muy pequeñito nos conocemos todos.

Me pregunto qué diablos es eso del cine de autor, más allá de los topicazos de siempre. Mi época de formación coincidió con los nuevos cines europeos. Mi generación creció con la idea extendida de la política de autores puesta en marcha por los cahieristas. Era un axioma irrebatible.

Aunque esos años también fueron los de mi encuentro con el primer James Bond. Vi Desde Rusia con amor desde el gallinero de un cine en Tarragona mientras estudiaba interno en la Universidad Laboral. Así empezó esta relación ambivalente de amor odio con el cine de género y el cine de autor. En aquella época, confesar a que te gustaba Antonioni te producía el rechazo de la mayoría de tus amigos. Eras un apestado. Los compañeros de clase me pedían mi opinión sobre los estrenos para luego ir a ver las películas que no recomendaba. ¡Ay, los autores! ¡Qué cruz!

Vuelta a ver El eclipse, esa película donde no pasaba nada, me sorprende la agilidad de su montaje, la cantidad de cosas que ocurren. Pasa que no se desarrollan como uno esperaba. El cine de “autor” actual ha desarrollado nuevas estrategias en la duración de los planos, lo que ahora se denomina fragmentos de espacio tiempo. En Gerry de Gus van Sant, o en el Cant del ocells de Albert Serra, dos ejemplos extremos (y que citaría Emilio Ramal), las caminatas de los personajes hacia ninguna parte son dolorosas. Y ni siquiera está Mónica Vitti para ponérnoslo más fácil.


Mientras me dirijo hacia el Espacio Aguere para participar en la mesa, pienso en algo que leí hace poco sobre “Las señoritas de Avignon”, el cuadro que pintó Picasso en 1907 y que se ha convertido en un símbolo del Arte Moderno, una obra inaugural que Picasso mostró a alguno de sus colegas y que estos le aconsejaron que no lo exhibiera porque podía suponerle el descrédito, en un momento en que su pintura tenía mucha aceptación. De modo que Picasso les hizo caso y lo puso contra la pared de su estudio parisino. Y allí se quedó muchos años.

Picasso había hecho algunos bocetos previos, en los que se mostraba a dos hombres junto a aquellas mujeres que se exhibían ante ellos. La intención parecía ser un tanto moralizante, alertar sobre el peligro de las enfermedades venéreas, sobre todo entre el mundillo artístico. De modo que inicialmente el cuadro narraba algo. Pero Picasso tenía la obsesión de hacer algo diferente, trascender la mera representatividad. Así que eliminó a los dos hombres, sometió le cuerpo de las mujeres a una deformación y estilización extremas y añadió un par de máscaras africanas sobre el rostro de dos de ellas.

Las señoritas de Avignon se transformaron, de repente, en otra cosa. ¿qué era aquello tan nuevo que había surgido tras la supresión de los elementos que anclaban el significado de la pintura inicial en un modelo reconocible de la pintura figurativa? Nadie lo sabía. Ni nadie lo supo apreciar entonces.
Godard, a través de Jean Paul Belmondo, le pregunta a Samuel Fuller qué es el cine, en Pierrot el loco. Este le contesta: Emotion.

Las señoritas de Avignon, más allá de sus posibles lecturas, lo que produce es una profunda conmoción a quien se enfrenta a este cuadro. Imagínense en su época.

En la época de Godard, el cine clásico, el cine de los grandes estudios que habían producido tantas obras maestras, había muerto. Los críticos de cine de Cahiers de Cinema, cuando se ponen a dirigir sus películas, experimentan un profundo duelo por el cine desaparecido y la necesidad de poner en pie otro cine.

El cine de la modernidad establece desde el principio un diálogo con la tradición, con la narrativa clásica que añoran, y un compromiso con el futuro del cine.

Picasso, en Las señoritas de Avignon, se nutre de una pintura de El Greco para copiar la postura de alguna de sus putas y reproduce el mismo fondo. Picasso, parece decirnos, se siente un eslabón dentro de la evolución de la pintura, y nos invita en su viaje hacia nuevas percepciones.

Desde ahora, la pintura (y el cine), ya no van a ser ventanas a través de las cuales poder ver el mundo. La pintura (y el cine) constituyen un mundo.

Los cahieristas descubrieron que en el cine clásico había miradas personales. Así que invitaron a algunos directores para que hablaran de su manera de hacer cine. Vieron en el interior de los artesanos del cine, gente que hacía muy bien su trabajo y que nunca se habían preocupado de su estatuto como cineastas, a verdaderos autores. John Ford cuenta el estupor que le causó sentirse así aupado a una nueva categoría.

¿En qué consistía eso de ser un autor? En una impronta, nos dirá luego Manuel Díaz Noda en el debate, en algo que los distingue de otros.

Los nuevos autores (ahora los autores son ellos, los cahieristas), han perdido la inocencia. Hacen cine sintiendo que deben extender sobre el tapiz de su cine un algo que los diferencie de los demás. Y mientras narran una historia, reflexionan sobre lo que hacen. Cada película es al mismo tiempo dos películas radicalmente distintas: en una se cuenta una historia y en la otra se cuenta cómo se cuenta una historia. Como en el código genético, donde cada célula, mientras se va multiplicando para constituir un nuevo ser, posee las instrucciones para llevar a cabo su tarea.

De ese modo me voy acercando al Espacio Aguere, antes un multicine con cuatro salas, y antes de eso uno de los muchos cines que poseía la ciudad de La Laguna. Si antes disfrutábamos de las películas con total inocencia, ahora el mismo local alberga mesas redondas sobre qué le ha ocurrido al cine, si el cine se ha muerto ya definitivamente, como en cada década se ha ido anunciando prematuramente, o si ahora el cine se ha expandido (en una más de sus transmutaciones históricas) en múltiples modos de acceso y de disfrutarlo, mientras tanta gente en tantos lugares empuñan cámaras digitales y se pregunta qué puedo hacer con una cámara para cambiar le mundo (de la imagen).


Mediado el debate, una mujer que forma parte del escaso pero ferviente público que nos ha escuchado con paciencia desde la oscuridad de las primeras filas de la sala, confiesa que, a medida que nos escucha, se va sintiendo más confusa sobre qué películas son “de autor” y sobre quién es el autor (el antiguo productor de Hollywood, ya desaparecido, algunos directores, el guionista de las series actuales de televisión). Los críticos se empeñan en descubrir nuevos autores, uno suben y otros bajan.

Otra persona del público se preguntaba, con gran perspicacia, si el espectador no sería uno de los autores del film.

Manuel Díaz Noda comentó que el tema de los géneros se remontaba a los griegos. Acogerse a las reglas de juego ayuda al espectador a situarse. Todas las narraciones posibles se condensan en un puñado de mitos. Entonces, ¿qué hacer?

Cuando nos bajamos del estrado, saludamos a la gente y nos fuimos a tomar unas cervezas.