miércoles, 4 de septiembre de 2013

CORTOS EN SUPER-8 EN TENERIFE SHORTS

En este extraño Tenerife Shorts, escorado hacia el cine más experimental, que el cineasta José Cabrera ha sabido llevarlo a buen puerto a pesar de la crisis y el desapego de las instituciones, han tenido su hueco dos producciones mías de la década del super8: “Los barrancos afortunados”, de 1976, dirigida por mí, y “La tarjeta de crédito”, una obra colectiva realizada al año siguiente.



El estado de estas cintas es bastante lamentable, aunque han sobrevivido mucho mejor de lo esperado, pues el color no se ha degradado con los años como nos habían hecho creer, mientras que las producciones realizadas en vídeo analógico en la década siguiente se han ido deteriorando a marchas forzadas (los temibles drops, la falta de nitidez, cuando no la imposibilidad de ser reproducidos).

Las bobinas originales de las películas de super-8 se guardan como un tesoro, y solo está permitida su reproducción mediante el telecinado que las diversas filmotecas de todo el mundo están llevando a cabo para su recuperación y conservación posterior.

El sonido se ha llevado la peor parte, pues se trataba de un sonido magnético que se grababa en una cinta de apenas 0,8 mm. que o bien venía de fábrica superpuesta al celuloide, o bien la pegábamos nosotros mismos una vez la película estaba definitivamente montada y efectuábamos la grabación directamene en el proyector.

El sistema de telecinado que adquirió la filmoteca canaria consistía en digitalizar la película fotograma a fotograma y mediante un programa se reconstruía virtualmente el movimiento. El sonido se tenía que reproducir mediante el sistema tradicional con el proyector. Haciendo un poco de memoria, puedo contar cómo se hicieron ambas películas.


Los barrancos afortunados.







créditos artesanales a base de letraset pegadas a una fotografía y luego filmada.







Laly y yo acabábamos de regresar de Barcelona para instalarnos definitivamente en La Laguna, y escribí un guión de inspiración surrealista, donde los acontecimientos estuvieran relacionados de un modo subterráneo.

Comienza el cortometraje con un hombre que se arroja al vacío desde lo alto de un puente. En el fondo del barranco, bajo el puente, una mujer y una niña contemplan el cadáver no de este hombre sino de una cabra. Más adelante, la niña, que vive en una cueva, muere devorada por las ratas. Una explosión derrumba parte de la ladera del barranco y destruye la vivienda de la mujer. Sobre el solar se erige un alto edificio. Más tarde, durante unas obras de acondicionamiento, se descubren varios cadáveres.



Un título explícito,“Los barrancos afortunados”, en clara alusión al eslogan "las islas afortunadas", sugería de entrada una parábola sobre la situación de Canarias: un escaparate para el turismo tras el que se escondían problemas latentes a punto de estallar.

Laly se incorporó conmigo en la producción del cortometraje. Me puse en contacto con los actores del grupo de teatro de sordos "Los ambulantes", con los que había trabajado en el largometraje "La estatua y el perro", basado en la obra teatral de Alberto Omar que había dirigido Eduardo Camacho.

Fernando Fontenla, el protagonista de aquella película, es el personaje inicial que se arroja desde el puente Serrador, aunque fue un muñeco el que lanzamos por los aires (quizás demasiado), en el contraplano que tomamos desde el fondo del barranco.



El único problema era que la cabra se estuviera quieta para que pareciese muerta. Este plano lo rodamos en La Esperanza y fue el padre de Laly quien la sostuvo mientras rodamos la toma. Sorprendentemente, la cabra se quedó inmóvil al oír el suave ronroneo del motor de la cámara. 

José Marrero, que trabajaba conmigo en Telefónica, nos facilitó los huesos para la escena del descubrimiento del cadáver. Era aficionado a coleccionar cosas raras. Las fotos de los créditos las hizo en el barranco del Infierno, en Adeje, y las reveló él mismo. 

Una mañana, estuvimos buscándole por la oficina para pedirle otra cosa, sus compañeros estaban taciturnos y eludían nuestras preguntas, al final resultó que un camión se había subido a una acera y lo aplastó. Cayó fulminado.

Mientras rodábamos en el fondo del barranco, descubrimos que desde allí se veía la ciudad de otra manera. Había gente que vivía en cuevas, ascendía a la ciudad por escaleras de mano colocadas en los bordes, rompían cañerías para tener agua donde lavarse. Había un tipo que escribía novelas, tenía conectado un tocadiscos y ponía música clásica que se oía por todo el barranco. Contó que vivía de una beca de su país de origen, era sueco o danés, ya no me acuerdo. Aquello sí que era tema para otra película.

El final, con los chicos vendiendo “La tarde” por las calles de Santa Cruz, tiene un aire documental de gran interés, porque se corresponde con una ciudad que ya no existe

La tarjeta de crédito, un film colectivo.

Un año más tarde de la realización de “Los barrancos afortunados” nuestra situación respecto a los cineastas canarios había dado un vuelco importante. La escisión con los amateurs de la asociación tinerfeña, que tenía su sede en el Círculo de Bellas Artes en la calle Castillo de Santa Cruz de Tenerife, era ya irreversible, y en enero constituímos la Asamblea de Cineastas Independientes Canarios (ACIC), con Javier Gómez como ideólogo, en la que nos integramos con colectivos ya consolidados como el equipo Neura y el grupo HP y cineastas de la Cruz Santa, La Orotava y Taco que se mantenían al margen de las disputas capitalinas.

Para simplificar, los amateurs entendían el cine como una actividad artística y los Independientes abogábamos, de una manera muy ingenua, por un cine que además se propusiera cambiar el mundo. Pero para ello, y en esto nos separamos de otros cineastas más militantes, que realizaban un cine de denuncia más directo, era necesario replantearse los modos mediante los cuales el cine se había convertido en un medio alienante que adormecía a la sociedad, impidiéndola que fuese consciente de su realidad.

Tras la reciente muerte del dictador había que consolidar una democracia y para ello era fundamental que participase el pueblo e impedir que lo manipulasen.

Para ello eran necesarias dos estrategias fundamentales: acabar con la autoría de los filmes (no existe un autor sino que las películas son el producto del trabajo de un colectivo de trabajadores de la cultura), y romper el efecto de realidad (la identificación con los personajes, la esquizofrenia del plano contraplano en los diálogos…)

Juan Puelles propuso adaptar el cuento de Koczinky. Se decidió respetar el texto del cuento en su integridad, cuya lectura iba a constituir la banda sonora del cortometraje. La idea era mantener en negro las partes más narrativas del texto y poner en escena tan sólo los momentos más ideológicamente comprometidos, mediante pocos planos muy depurados y en modo alguno realistas.

Una tarjeta de crédito encima de una mesa, una mano temblorosa intentando cogerla y, finalmente, la mano del hombre entregándosela, constituía de por sí toda una declaración de intenciones. En otra secuencia, la cámara describía una sucesión de apetecibles vestidos que podían ser adquiridos de manera inmediata gracias al aura de la tarjeta, mostraba en un lugar preeminente la máquina registradora y terminaba en el cuerpo cosificado de la mujer en el lugar del maniquí.

El rostro voluptuoso de la mujer acercándose a la cámara y saliendo de cuadro certificaba el proceso de seducción y sometimiento que la tarjeta de crédito había efectuado sobre la mujer. Más allá de la estructura voluntariosa dentro de los cánones de un cine deconstuctivo en boga en los años setenta, quedan los pasquines de los partidos que se presentaban a las primeras elecciones democráticas del país, adheridas a las paredes de las calles de Santa Cruz de Tenerife, o las referencias en un diario hablado de la existencia del grupo independista MPAIAC.

Charo Guimerá, amiga de Laly, hizo el papel femenino y Manuel Tauroni, uno de los cineístas amateurs del Círculo de Bellas Artes, cuyo cine más comprometido le había acercado a las posiciones de la ACIC, el masculino. El plano final se rodó en el apartamento que Javier Gómez tenía en el edificio América en aquella época. La secuencia inicial del coche creo que se rodó por Barranco Hondo, pero el interior de la casa se rodó en el casco histórico de La Laguna, en un inmueble perteneciente a un familiar de Alberto Delgado. La tienda de ropa, con la caja registradora antigua, se hallaba asimismo en el actual casco histórico de La Laguna.

Yo mismo grabé la voz en over, en realidad lo que hice fue leer el texto íntegro del cuento de la forma más aséptica posible, sin entonación, ralentizando el ritmo al final.

Durante un encuentro de cineastas en un hotel en Maspalomas, se nos ocurrió proyectarla y desató una gran polémica, pues para algunos amateurs de Gran Canaria aquello no era cine.

Dirigir un corto, no ya a cuatro manos sino a ocho, plantea tanto a nivel teórico como en el orden práctico de la puesta en escena sinnúmero de dificultades, sobre todo cuando no se lleva a cabo, como fue en nuestro caso, una distribución racional del trabajo. Pero, que yo recuerde, no se planteó ninguna discusión ni se cuestionó ninguna de las decisiones que se fueron tomando ni antes, ni durante ni en el montaje final del corto, como si todos los que colaboramos en la puesta en imágenes del cuento de Koczinky estuviéramos íntimamente de acuerdo en ciertas premisas del cine “que había que hacerse” y parcipásemos de una sólida comunión ideológica.

Tampoco recuerdo muy bien si todos estuvieron durante todos los días del rodaje. Alguien proponía la colocación del trípode para un determinado punto de vista y allí se quedaba la cámara y todos tan contentos. Como yo era quien manejaba la cámara seguro que estuve allí y tomé algunas de las decisiones, tanto en relación con la fotografía como también de la puesta en escena, pero la experiencia fue tal que todos y cada uno de los directores de “La tarjeta de crédito” seguro que piensan que la autoría es suya.

martes, 3 de septiembre de 2013

CORTOS CANARIOS DE LOS AÑOS 70 EN EL TEA

El jueves 5 de septiembre comienza Tenerife Shorts, un festival internacional de cortometrajes, a realizar en el TEA.



Lo insólito, por lo novedoso, es la sesión reservada para el visionado de cortometrajes rodados hace algunas décadas. Lo normal es que los cortos se hagan viejísimos a los dos años de su producción y caigan en el olvido, un limbo del que quizás lleguen a rescatarlos los estudiosos del cine del futuro.

No queda muy claro que los límites para esta selección se encuentre entre los años 1974-1986, no recuerdo ningún evento importante que justifique tales jalones, aunque algunas cosas relacionadas con el cine sí ocurrieron.

En 1974 se constituyeron formalmente la Agrupación Tinerfeña de Cine Amateur y el Grupo de Cineastas Amateurs de Las Palmas, la Caja General de Ahorros de Tenerife organizó este año su tercer Certamen Regional de Cine Amateur, que aglutinaría a todos los cineastas amateurs del archipélago.

Coincide con el año de mi llegada a Tenerife por cuestiones laborales (aunque en realidad aterricé en el aeropuerto de Los Rodeos en el mes de diciembre anterior).  Fue para mí el año 74 un año crucial, pues conocí a un montón de gente, entre ellos a Laly, con quien me casaría al año siguiente, y establecí relación con la mayoría de los cineastas en activo, en especial los integrantes del equipo Neura (Juan Puelles, su hermano Fernando, y Alberto Delgado) y a los hermanos Ríos, a Santi y a Teo, con quien rodé mi primer cortometraje en Tenerife.

1986 fue el año en que cerró el Cinematógrafo Yaiza Borges ante el embate de las multisalas y el desplazamiento del público hacia un cine de consumo fácil.



 Sea como sea, los cinco cortometrajes seleccionados, me afectan de una u otra forma. Desde “Sexoquemado”, un cortometraje que vi y me impresionó en su momento, hasta “Los barrancos afortunados”, el corto que dirigí en solitario, pues “Crónica histérica: la conquista de Tenerife”, es un corto que se rodó antes de llegar yo a las islas, pero entré a formar parte del colectivo en su nuevo proyecto y les hice la fotografía de “Vamos a desenmascarar al padre Manolo, bueno, vamos”, una auténtica locura que duraba una hora y se proyectó en el Festival de Benalmádena el año que se murió Franco.

En la “La tarjeta de crédito” comparto la autoría con Juan Puelles, Javier Gómez y Alberto Delgado, y es el germen del colectivo que se formaría años más tarde, los locos por el cine de Yaiza Borges, y que produjeron en la década de los 80 varias películas en 16mm. con la colaboración de Televisión Española en Canarias, la primera de las cuales fue “El fotógrafo”, dirigida por Luis Sánchez-Gijón Cañete, y en la que también colaboré como ayudante de dirección.


Desconozco los criterios de la tal selección. En su momento brillaban los nombres de Teo y Santi Ríos, Roberto Rodríguez (ambos acaparaban todos los premios en festivales locales e internacionales), Antonio Casanova, Enrique de Armas o Manuel Tauroni, por citar solo a algunos de los cineístas de la A.T.C.A. (la asociación tinerfeña de cineístas amateurs), más pendientes de la técnica (tipo de cámara, objetivos, etc.) que de la puesta en imágenes, pues se valoraba la brillantez y el ingenio antes que cuestionar la manera de hacer cine.

Los del equipo Neura no tenían ni idea de hacer funcionar una cámara cuando les dio por rodar su “Crónica histérica”, pero se convirtió en poco tiempo en la película más proyectada y, andando los años, en un film de culto. Como todas las películas realizadas en el formato Super-8, solo existía una única bobina y cada vez que pasaba por un proyector las posibilidades de un accidente se incrementaban (una raya vertical que podía dañar la película en su totalidad, roturas, quemaduras de un fotograma).

Las imágenes de “Sexoquemado” se salían por completo de la fotografía convencional de los amateurs que solían documentar las fiestas tradicionales (romerías, carnaval, corpus) o eran simplemente paisajistas (las bellezas del Teide, por poner un ejemplo). En cambio, el pintor Miró Mainou consiguió impregnar a sus imágenes de la isla de Lanzarote, a través de la obra de Pepe Dámaso, de una fuerza telúrica sobrecogedora en un film modesto pero poseedor de una mirada propia, algo de lo que carecía el resto de los cineastas de aquella década.


La selección de títulos da un paso adelante y presenta “El fotógrafo” como único representante de la siguiente década (o de la primera mitad de la década de los 80). En esta coproducción de Yaiza Borges y TVE en Canarias, perteneciente al programa Cine Canario que se emitiría a altas horas de la noche, con proyección y coloquio posterior con el director, los componentes del colectivo se repartían las diversas funciones en la dirección de fotografía (siempre Juan Antonio Castaño detrás de la cámara), la producción propiamente dicha o el diseño artístico, mientras que el sonido, el revelado del material y el montaje estaban a cargo de personal de la televisión.

Este fue el primer rodaje de las cinco producciones que recayeron en Yaiza Borges, y a mi me me metieron en el equipo de dirección, aunque no sabía muy bien en qué consistía esto. Menos mal que Luis Cañete estaba en todo, desplegando una energía que le fue minando avanzado el rodaje, tal como se evidenciaba en un making of que yo iba grabando con mi voluminosa cámara Betamax (el grabador se llevaba al hombro, conectado con un cable a la cámara).

Como se trataba de simular un suicidio, un especialista se avino a quedarse quieto al fondo del barranco con los miembros retorcidos y unos sesos de vaca derramados sobre la roca junto a su cabeza. Los curiosos mañaneros que se juntaron a tomarse el desayuno en el bar más cercano escuchaban las noticias sin que se mencionase al nuevo suicida del puente Serrador, por lo que rumoreaban por lo bajo que seguramente se trataba de alguien con la suficiente influencia para que los medios no lo publicitaran.

Los de producción consiguieron que por un rato se cortara el tráfico y una ambulancia y varios coches de policía aparecieran zumbando en contradirección. Yo lo rodé en vídeo cámara en mano y a Luis le gustó mucho más que el sofisticado plano que había diseñado con una grúa que montaron sobre el puente, seguramente porque resultaba más “periodístico” y la vibración de la cámara transmitía mejor el nerviosismo del momento.

Luis y Mengue se las ingenieran para realizar con éxito un efecto final de una cámara de fotos cayendo en cámara lenta, sin que la cámara se dañase. Para ello construyeron una estructura metálica en cuyo interior se mantenía la cámara de fotos girando sobre un eje. Dispusieron un travelling horizontal y desplazaron la cámara de filmar, inclinada en un eje de 90º, sobre la cámara de fotos, de modo que parecía que ésta era la que se desplazaba, y no de derecha a izquierda sino de arriba abajo.

Como la cámara de 16mm. de que disponíamos no era silenciosa no pudimos tomar el sonido directo, ni tampoco pensar en un posterior doblaje en la península por evidentes razones presupuestarias. Se tomó una decisión de lo más extraña: grabar primero los diálogos y rodar luego los planos intentando que los actores hicieran coincidir los labios con el texto, algo así como lo que se hace en los videoclips en la actualidad.

Algunas escenas se rodaron en la cocina de mi casa. Era la época en que los directores artísticos querían poner su impronta y lo modificaban casi todo, de modo que pusieron nuestra cocina patas arriba. Como siempre fallaba algo el rodaje se alargaba, y nuestras hijas tendríán por entonces pocos años y no había manera de que se acostasen.

Comparándolo con el Cine Leve de ahora, aquello sí que era Hard Cinema. Ahora llegamos a una casa y decimos, por favor, no toquen nada. Creo que ganamos ne verosimilitud. Y en rapidez. Y nos evitamos muchos quebraderos de cabeza.

En otro post hablaré de “Los barrancos afortunados” y de “La trajeta de crédito