lunes, 31 de marzo de 2014

ENSEÑAR CINE. ¡UFF!

Creo que la primera vez que se me ocurrió “enseñar” cine fue en el año 74. Nos habíamos agrupado alrededor de la Sección de Cine del Círculo de Bellas Artes en Santa Cruz de Tenerife. Dos años antes, la Caja General de Ahorros de Canarias había convocado su primer certamen regional de cine amateur.

Algunos cineastas desenpolvaron cortos rodados en años anteriores y los demás se pusieron a rodar compulsivamente.

Al mismo tiempo, se empezaron a organizar proyecciones semanales de cine amateur en la sala de actos  en la calle Castillo, con la presencia de los cineastas y un coloquio final.



Tras el primer grito de asombro, enseguida se vio la necesidad de organizar también cursillos para aprender a mejorar la calidad técnica de las cintas. Los espectadores, que llenaron las sesiones, y algunas personas con inquietudes periodísticas que se atrevieron a hacer comentarios en la prensa, se fueron mostrando más y más exigentes. Esto está muy bien, pero…

mayo 1976, sobre la I Muestra de Cine Corto

Acababa de comprarme mi primera cámara de super8 y rodaba el paisaje y la gente que me rodeaba como quien absorbe una imagen fulgurante antes de que se disuelva en lo cotidiano. Había llegado a las islas muy pocos meses antes y todavía me duraba la impresión de lo diferente. Mi estancia iba a ser, de todos modos, limitada. Una vez terminado el trabajo por el que me pagaban (proyectos de ampliación de la red telefónica), tenía que regresar a Barcelona.

A mí me interesaba también dominar la técnica. Me había leído ya todos los manuales sobre la diferencia entre luz reflejada y luz incidente y procuraba interpretar la lectura del fotómetro para no quemar la imagen.

Quería rodar mis propios cortos, pero nadie se ofrecía para hacerme la fotografía. Convencí a Teo Ríos para que me rodara “Diagrama”, pero luego se disculpó cuando le llamé para mi siguiente proyecto, una adaptación de la obra para sordos que Eduardo Camacho había montado en el Círuclo de Bellas Artes y que luego llevaría de gira por las islas y la península.

Entonces me di cuenta de que tenía que aprender. Los cineístas amateurs, así se denominaban ellos mismos, se lo hacían todo, desde escribir el guión hasta la edición final. De modo que tuve que reconvertirme en cineísta amateur, después de mis pinitos en Barcelona produciendo películas en equipo.

Otra de las características del cineísta amateur de la época era que no iba apenas al cine. No disponían de un modelo. Les preocupaba, y era entendible, dominar la técnica del super8, dada la fragilidad del medio. Que sus películas se parecieran lo más posible al cine que conocían.

Para ello se necesitaba también aprender a narrar. Ahí es donde yo, que me había bregado presentando películas de Rosellini y lidiado en coloquios sobre el significado oculto de las películas de Bergman, me presenté voluntario para hablarles del Lenguaje del Cine, así, con mayúsculas. A cambio ellos me enseñaban los truquitos para dominar el enfoque y ponerle música a las cintas en el proyector, tarea árdua como pocas.



Durante los años siguientes me vi metido en diversas comisiones de didáctica de la imagen a medida que se iban organizando los cineastas canarios en distintas asociaciones y colectivos, que se hacían y deshacían al poco tiempo, mientras que lo que se entendía como el cine que había que hacerse variaba a tenor de los tiempos.

 De este modo, el cine amateur fue barrido por el cine militante y este por el cine independiente y este por los cines nacionales.

Y en medio de todo esto, el Lenguaje del Cine parecía que se mantenía incólume ante los diversos embates de la crítica, hasta que alguien se preguntó si tal cosa existía y que en puridad no se podía afirmar tal cosa.

A mí, de todas maneras, siguieron situándome en este resbaladizo campo de la didáctica, del mismo modo que cuando se montaban equipos de fútbol a mí me relegaban a la portería, esperando que la defensa hiciera todo el trabajo.



Y no obstante, la vida me enseñó que podía estar equivocado. Muchos años después, siendo responsable de la recién constituída sección de audiovisuales en el Ateneo de La Laguna, casi cien años después del nacimiento del cine, me encontré colaborando con gente muy bien preparada en lo cinematográfico, y resultó que su primer formador había sido yo, durante un curso de cine en el Instituto Cabrera Pinto de La Laguna, en horas intempestivas, una experiencia un tanto frustrante por el escaso número de alumnos que se apuntaron.

Ahora, casi cuarenta años después, sigo enredado dándole vueltas a qué significa enseñar cine y para qué. Para que lleguen a ser futuros cineastas, se afirma de unos talleres de cine en los instituto de enseñanza media, con la finalidad de prepararles para un concurso de cortos. Para que aprendan a ser buenos espectadores, propugnan los enseñantes cinéfilos. Para que practiquen las competencias básicas, exhortan los pedagogos.

Se regresa al dominio de la técnica, como antaño, relegando el saber narrar, o peor, se ignora el saber (sabor) de la mirada.

Curiosa coincidencia: con las nuevas cámaras digitales y el uso de objetivos de cámaras fotográficas, se ha vuelto a prestigiar el dominio del desenfoque selectivo, como en el cine de super8.

Últimamente me pregunto qué es el cine, qué hace que una película resulte mejor o más interesante que otra, más allá de la subjetividad de cada uno.

Nunca me ha resultado fácil recomendar una determinada película. En mi época de estudiante, mis compañeros, sabedores de mis gustos, me pedían mi opinión, para luego hacer lo contrario.

Ahora simplemente me sabe mal y me quedo callado, aunque también es verdad que no estoy al día, no tengo mucha prisa en ver una película recién estrenada, o prefiero ver otras que están al otro lado, aquellas que no se han visto ni se verán en nuestro país, o descubrir películas que nunca han estado en las oficiales historias del cine y a mí me parece que hacen tambalear todo aquello que nos han enseñado, que hay otras historias del cine, o que la historia es algo versátil y resbaladizo, al igual que las teorías del cine que nos han ido acompañando todos estos años.

¿Qué hay en una película que nos atrapa? A veces, más de las que creemos, es simplemente un rostro, una mirada. Otras, es la textura de la imagen, un color. Destellos.

Ver una película es mirarse al espejo, es quedarse solo frente al simple transcurrir del tiempo del film, en el que quedamos prendidos. Como toda experiencia, inenarrable. Tras la fulguración, jirones de un sueño.

¿Cómo es puede enseñar tal cosa?



3 comentarios:

  1. "Ver una película es mirarse al espejo"
    Mirar es darse cuenta de lo que hay al otro lado.

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  2. Creo que lo que hace que una película nos enganche, independientemente del aspecto subjetivo, ya sea por su efecto de resonancia con nuestra propia historia personal o con alguno de nuestros sueños o sea vidas anheladas, consiste en que describa o refleje algún arquetipo anidado en el inconsciente colectivo que nos hace emocionarnos, rebelarnos, molestarnos, en fin reaccionar emocionalmente.

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