domingo, 26 de junio de 2016

LOS ABORÍGENES CANARIOS EN EL ÚLTIMO CORTO DE ARMANDO RAVELO

Este viernes tuvimos en La Laguna una última ocasión para ver el último trabajo de Armando Ravelo, inscrito en su proyecto Bentejuí de llevar al cine el mundo de los aborígenes canarios, después del gran esfuerzo que supuso el rodaje de Ansite, hace ya cuatro años. Mah es un corto más contenido, en el que se nota un dominio de los recursos expresivos y una mejor correlación entre los medios de producción disponibles y el resultado.



Se proyectaba en el Espacio Cultural Aguere, después de haberse exhibido en todas las islas con un gran éxito de público. También en esta ocasión, a pesar de que ya se había proyectado unos meses antes en la misma sala, reunió a casi setenta espectadores, conocedores de la obra de Armando Ravelo. Podríamos preguntarnos, por qué después de tanta aceptación, sigue teniendo tantos problemas para poner en marcha su siguiente proyecto.

En "Mah", los planos aéreos sobre grandes extensiones arbóreas, los movimientos de cámara ascendentes o descendentes por los troncos de los pinos conectan el cielo y la tierra y enfatizan el enraizamiento de esa masa vegetal con los nutrientes del subsuelo.



Nos encontramos en un espacio mítico, habitado por niños, mujeres y guerreros, transitado únicamente por ellos, en tres tiempos separados por algunos años, los suficientes para que podamos hablar de tres generaciones.

Las niñas del primer tiempo, en un prólogo en blanco y negro, aleccionadas por su madre (“este es un mundo de hombres y hay que aprender a defendernos”), las niñas ya mujeres en el segundo segmento, que constituye el bloque principal del relato, donde deben poner en práctica las enseñanzas recibidas, y un tercer momento, diez años más tarde, cuando las hijas de estas mujeres ya deberían haberse desarrollado si esto hubiera sido posible, que se cierra con una admonición lanzada al futuro (y que podrían concernir al propio espectador del film) respecto a las siguientes generaciones de canarios, que contiene tanto una advertencia como una enseñanza.



Así, se establece una cadena que conecta  sin interrupción el pasado prehispánico, que conocemos tan solo por algunas crónicas interesadas, con la generación actual de canarios.

Armando Ravelo, que dedicó su primera incursión relatando una de las historias más cruentas del exterminio y dispersión del pueblo aborigen en la isla de Gran Canaria, decide aquí construir una relato antropológico a partir de algunos de los pasajes más difíciles de encajar desde nuestra mentalidad “civilizada”, sobre el infanticidio femenino obligado por las circunstancias adversas que implican la supervivencia de la tribu.

El principal escollo es cómo abordar el imaginario aborigen con la distancia adecuada. En Canarias se ha intentado mediante el disparate pop (“Crónica histérica: la conquista de Canarias” del equipo Neura en 1972) o comiquero (“La isla del infierno” dirigida por Javier Fernández Caldas en 1998).

Los intentos de un cine serio y realista se han estrellado ante la falta de medios, compensada casi siempre por el entusiasmo del equipo, capaz de proezas tales como llevar a una multitud de jóvenes al interior de las islas para el rodaje de secuencias épicas (el exilio de los palmeros en “Aysouraguan, el lugar donde la gente se heló”, del realizador palmero Lozano Van de Walle rodado en 16mm. en 1981)

Pero es en la figuración (el casting, el vestuario, los tatuajes, las armas, los utensilios), en la representación de la vida cotidiana y en el lenguaje, donde se juega la verosimilitud de la ambientación. Para ello, el imaginario fílmico acude en ayuda tanto del equipo artístico como del espectador, que identifica el pueblo aborigen con las películas ya vistas de otros pueblos prehispánicos y avala el realismo de la representación por su semejanza.

El precedente ilustre es la coproducción italiana española con aires de peplum “Tirma” (1954), dirigida por Paolo Moffa, donde los indígenas se representaban como indios mohicanos, y se acudía al mito de los amores entre capitanes intrépidos y hermosas doncellas aborígenes (como en Pocahondas).

La ayuda de las crónicas (Gadifer de la Salle, Lacunense, Abreu Galindo, Gómez Escudero…) y bocetos (pienso en los dibujos de Torriani) son una fuente válida e indispensable para la puesta en escena de un relato que se desarrolle en la época prehispánica, estudios que se acompañan de los últimos descubrimientos en los yacimientos así como el estudio comparativo con otros pueblos, y que ha llevado a diversas teorías e interpretaciones.

Otra opción es acudir a la estilización más extrema, como en “Iballa” el mediometraje que dirigí en 1987, una coproducción de Yaiza Borges y TVE en Canarias, rodada sobre el escenario del Paraninfo de la Universidad de La Laguna a base de largos planos secuencia con la cámara montada en una grúa, decorados planos y diálogos recitados.

Ravelo opta por encomendarse a las dos corrientes, a la realista y a la de la estilización. Intenta que los personajes resulten creíbles, mediante un casting exquisito, la utilización de pinturas corporales, escenas de lucha bien coreografiadas y diálogos en amazigh (lengua reconstruida a partir del bereber).

En el lado de la estilización, Ravelo contrapone planos muy amplios del bosque, que empequeñecen a los personajes, con primerísimos planos de los mismos (cuando los guerreros se pintan y se preparan para la violencia, en especial), así como un uso de la banda sonora continuado que acompaña todo el metraje, siempre en primer plano, modulando la emoción, grave en los planos aéreos del bosque, íntima en las relaciones entre las mujeres, estentórea con los guerreros y la escena de lucha y dramática acompañando los gritos de dolor de la protagonista.



El uso del amazigh, a pesar de que añade verosimilitud al relato, nos distancia del mismo. Los rostros de los personajes, con sus pinturas, pasan a convertirse en máscaras, representando no a individuos sino a determinados tipos sociales: la madre, el guerrero, la hija, el hijo.



Este efecto de distanciamiento ayuda a la comprensión de los factores que intervienen en el drama y que competen a cada uno de los actantes, donde cada uno defiende sus razones. De los consejos maternales del comienzo hasta el deseo de venganza de una de las hijas existe un hilo narrativo, una épica brechtiana (punteada por los fundidos en negro), que el espectador puede seguir sin perderse ni dejarse llevar por falsos sentimentalismos. 

Pero donde más interviene la estilización es en el tratamiento del paisaje, que pasa de ser un simple bosque, con sus pinos, pájaros y un riachuelo, para representar un espacio mítico, no tanto por lo que la cámara fotografía sino por lo que queda fuera del encuadre. No hay un poblado (en todo caso, el interior de una cueva), no vemos las cosechas (pero sí se habla de ellas), nunca vemos el mar (y estamos en una isla).

En el interior del cortometraje solo existen dos espacios, el bosque (transitado por todos), y el espacio de las mujeres (la boca de la cueva en la ladera del monte, vedado al hombre).  Porque esta es la historia que se cuenta, de cómo las mujeres deben crearse un espacio para ellas para defenderse del hombre, cuando las leyes que estos imponen tratan de arrebatarles lo que les es más querido.

Esta estilización está inscrita ya en el propio título, cuando las tres palabras que designan a la madre (MAH) se descomponen para construir un símbolo, una especie de U y cuatro rayas verticales, que remite a la maternidad (la cueva útero, el flujo menstrual, la lluvia que hace germinar la tierra).



Por otro lado, al elegir este pasaje cruel entre tantas historias que preceden y vertebran la larga y agónica historia de la conquista, desoyendo los relatos elegíacos de un pueblo que vivía feliz y acorde con la naturaleza,  Armando Ravelo se aleja de la concepción clásica de la selva como lugar incontaminado, el Edén añorado y mil veces mitificado por poetas y vendedores de paraísos turísticos, para asomarse, casi de puntillas, a una cultura radicalmente distinta a la nuestra y para señalar, de algún modo, que cuando estalla una crisis, la barbarie está a la vuelta de la esquina.
  





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