miércoles, 31 de mayo de 2017

LAS ÁNIMAS DE DAVID DELGADO

Una de las funciones más enigmáticas del cine es la de hacer visible lo invisible, de construir una nueva realidad a partir de fragmentos de lo real. En “La forma del mundo”, el último documental de David Delgado San Ginés, que ya había intentado capturar la tenue vibración del cosmos en anteriores trabajos, encara de un modo más directo el registro de lo inmaterial.



En una memorable secuencia de “Cemetery of splendout”, el cineasta tailandés Apichatpong Weerasethakul nos proponía un recorrido por un parque abandonado por el que se pasean dos mujeres. Una de ellas se lamenta del lamentable estado del parque mientras la otra describe la magnificencia de los palacios, las figuras y los jardines que lo decoraban varios siglos atrás, como si estuvieran presentes en el mismo espacio. No hace falta que el director nos lo muestre, de alguna forma misteriosa también nosotros somos capaces de percibir la permanencia de lo inefable que, como en círculos concéntricos,  constituye la base de lo real.

De igual manera, el documental de David Delgado se despliega alrededor de un grupo de cantadores que, en una minúscula población del interior de la isla de Gran Canaria, se reúnen para ayudar a las ánimas a liberarse de la cárcel del Purgatorio y ascender a los cielos, continuando un ancestral rito.  Se hacen llamar o les llaman Los Cantadores. De modo tradicional a estos grupos se les denomina Ranchos de Ánimas.
Pero, si lo contemplamos a trasluz, descubrimos que hay otro relato superpuesto, más maravilloso si cabe, que el director se afana en describir con su habitual detenimiento y meticulosidad.
Pero, ¿de qué ánimas está hablando? ¿De las que el grupo de cantadores de  Arbejales trata de liberar mediante sus cánticos? ¿O de algo más físico, de una presencia que nos envuelve, en la que  mucha gente cree, que unos interpretan como magia y otros como espiritualidad?


Como si de un cuento gótico se tratase, “La forma del mundo” se abre con la imagen de una inmensa luna atravesada por jirones de niebla que la esconden y desvelan. Luego entrevemos el bosque, también oculto por la niebla, mediante planos generales y planos de detalle de los árboles y de la vegetación, hasta aproximarse a unas luminosos gotas de lluvia.
La imagen fantasmagórica del pueblo de Arbejales, envuelto en la niebla matinal, da paso a una secuencia compuesta por diversos acercamientos a iglesias.  Primero vemos la basílica de Teror en domingo y su cuadro de ánimas, y luego la iglesia de un Arbejales silencioso con su cuadro de ánimas.  La parroquia grande engloba a la parroquia chica, el pueblo grande acoge al chico, en donde aún es posible el milagro del rito.

David Delgado reencuadra diversos fragmentos del cuadro y conforma un relato, en el que los rostros ansiosos de las mujeres y las expresiones de angustia de los hombres, alzando los brazos hacia lo alto en un gesto de ruego, reciben finalmente el auxilio de los ángeles y el beneplácito de las instancias celestiales.



Una cita de Cervantes nos desvela las claves fantásticas del relato: “Ánimas bien fortunadas, que en el Purgatorio estáis, de Dios seáis consoladas y en breve tiempo salgáis desas penas derramadas y, como un trueno,  baje a vos el ángel bueno y os lleve a ser coronadas”.
Tras el apunte religioso en el interior de la iglesia, con la imagen de la Virgen en el cielo, la cámara apunta hacia la bóveda celeste, en la que se destacan los puntos luminosos de las estrellas, marcando la dualidad que va a presidir la narración a partir de este momento, lo celestial y lo terráqueo.
Los brazos de las ánimas atrapadas en el purgatorio conforman ahora las ramas secas de un árbol alzándose contra el cielo nocturno. Y sobre esta imagen del mundo natural, con el contrapunto del sonido de las campanas tocando a rebato, y la enigmática silueta de una hoja a punto de desprenderse de una rama, en el filo de la vida y la muerte, se sobreimprimen los títulos de crédito.

Otra imagen enigmática, la del cielo reflejándose en la superficie del agua contenida en una jarra de barro, y que se repite varias veces, es un nuevo indicio de esta dualidad, el mundo de arriba duplicándose en el mundo de abajo.

“Seis días cabales empleó el Señor para formar el mundo y la creación. Forma el primer día el cielo y la tierra…”
Los componentes del Rancho de Ánimas de Arbejales, hombres y mujeres de edad avanzada, se reúnen siempre en un interior.  Allí, una mujer o un hombre, también mayores, ruegan por las ánimas de sus difuntos, por un marido “que Dios se lo llevó al Cielo”, o por el hermano, el padre o la madre, estén donde estén, y los cantadores entonan sus cantares.
La canción sigue el proceso de creación del mundo y se cierra con el ruego: “Por su padre y madre, su suegro y su suegra, por tíos y tías, por todos los abuelos voy a rogar yo, para formar el mundo y la creación”.

Los cantadores, con sus cánticos, coadyuvan a la creación del mundo, de la misma forma que David Delgado, con su cámara, colabora en la creación de nuevas realidades.
Durante los cánticos, a la cámara solo le interesan los rostros, y así, mientras unos cantan y tocan sus instrumentos, se nos muestra a los invitados expectantes, inmóviles la mayor parte del tiempo, o asaltados por pensamientos y emociones que gestos imperceptibles traicionan. Son rostros surcados de arrugas, devastados por el tiempo y el esfuerzo continuado en el campo y los caminos. Los rostros de los cantadores manifiestan una actitud extática en su inmovilidad, una especie de éxtasis que alcanzan a través de sus cánticos y su devoción, pues para ellos estas ánimas a las que ayudan son reales.

Componentes del rancho recorren ahora los caminos, van de casa en casa recogiendo el dinero para la iglesia. Es el dinero para las ánimas, para encargar las misas por las ánimas. Llaman a las puertas de las casas y hablan del tiempo, de los conocidos que ya se fueron, de las creencias de cada uno. Y la cámara les sigue, describiendo sus itinerarios, recomponiendo un mapa de los barrios del pago y del municipio y sus habitantes.
Es una secuencia que ocupa una gran extensión en el documental, pues las ánimas se sustentan en la fe individual de la gente del pueblo, sin esta fe no hay limosna que valga la pena pedir, ni coplas que tengan sentido de ser cantadas. Dar limosna vincula a la gente del pueblo con los cantadores, que mantienen viva esta tradición mendicante.
Otro de los cánticos fundamentales consiste en el ritual del paño. Cuatro mujeres despliegan un paño, cada una desde una punta, mientras a su alrededor los del rancho cantan “levanten el paño con mucho cariño, por este favor un premio ganaban, denle un doblez, como si estuvieran delante de Cristo que aunque no lo vean con nos estaba”. En el origen solo podían levantar el paño cuatro niñas, es decir, inmaculadas, pues al purgatorio van los pecadores a purificarse. La cámara encuadra a una de las niñas, ajena a la copla, extraña al significado del ritual.

Más adelante, Isidro el Labrador recorre estos mismos caminos acompañado de sus amigos. En la visión idealizada que David Delgado nos propone, las calles ya no zigzaguean entre las casas sino que se internan por zonas arboladas de exquisita belleza, bajo una bóveda vegetal que se extiende por todas partes. El documental nos sumerge aquí en el mito, allí donde se encuentra el origen del rito de los cantadores.

De la misma forma que el cielo se reflejaba en el agua de la vasija, los tiempos actuales de descreimiento se miran en un pasado alegórico del que dan fe las imágenes de santos y sucesos milagrosos, en una imaginería pastoril cuyo origen se encuentra en el Códice de San Isidro. Ahora, los cuadros  decoran los muros de pequeñas ermitas que los peregrinos visitan. La cámara filma una a una las imágenes que cuentan algunos de los milagros de San Isidro  y conforma un relato paralelo relacionándolo con los últimos labriegos que hoy en día siguen trabajando en el campo. Es una narración que refuerza el discurso dual del documental, pues San Isidro rezaba y al mismo tiempo seguía arando la tierra, en un mundo sustentado por la unión de lo espiritual y lo terreno, en el que la religión proponía un relato tranquilizador frente al caos.

Isidro y su amigo Juan recorren la floresta y descubren a María, la compañera de Isidro, en un arrobamiento casi místico de unión con la naturaleza. Ellos la espían, ríen, Isidro le lanza unas castañas para que advierta su presencia, son felices, más adelante se preguntan por el sentido de la vida y a dónde se van las almas, mientras comen y beben en un festín que nos recuerda al Pasolini más luminoso.


También los del Rancho de Ánimas se premian con un ágape, en el que no falta el vino, el pan, el queso, las papas o un rancho canario, esta mezcla tan rica de garbanzas, fideos, papas, chorizo y costilla, a la que se dedica un plano de detalle que abarca el plato como un mundo en sí mismo.
También, como San Isidro labrador, los del Rancho combinan los cánticos religiosos, como un ruego a la divinidad, con actividades más apegadas a la tierra, como el ir contando el dinero recogido, recoger los instrumentos musicales, comer y lavar los platos.
David Delgado trenza los distintos estadios mediante un montaje de planos que se van sucediendo relacionándolos entre sí. De los varios planos de los bueyes masticando la hierba se pasa a una imagen religiosa de la Santa Cena que desemboca en la comida comunitaria. Así, el mundo material y el espiritual confluyen en esta celebración que une a los hombres y mujeres del Rancho y a sus invitados, después del trabajo bien hecho, y que antecede a uno de los cánticos.



Documental de observación, en el que la mirada de David Delgado se detiene en los detalles, confiriéndoles un nuevo significado, mediante dos operaciones simultáneas, la duración de los planos y su yuxtaposición en el montaje.
Más allá del labriego arando la tierra, miles de mariposas revolotean por el campo. Queman una cañas y la cámara se acerca para revelar la existencia de insectos vibrando entre el humo. La azada abre un surco y extraños gusanos de distintos colores se abren paso a través de la tierra. La vida se abre paso a través de la putrefacción y la muerte.

Las ánimas no hay que buscarlas en el relato del retablo. Están ahí, delante de nuestros ojos, parece decirnos David Delgado, en esta otra película que se yuxtapone sobre el documental etnográfico como un guante. Y es así como hace visible lo invisible.
“La forma del mundo” se complementa con “Ánimas. Los cantadores de Arbejales”, donde estructura el mismo material de una forma más didáctica, complementándolo con entrevistas a algunos de los componentes de los ranchos, en las que hacen consideraciones sobre la creencia en el purgatorio (solo en la iglesia católica pues Lutero la refutó) o la función del ranchero mayor (organizar los eventos) y las expectativas de futuro (“hace tiempo que no le dábamos ni un par de meses y ya ve, llevamos más de 50 años”). En este sentido, estos ranchos son casi el único vestigio remanente en Europa. Mantienen la tradición activa, en la creencia de la verdad del rito, capaces de explicar su significado.
David Delgado se acerca a este rito con curiosidad y respeto,  en busca de su sentido más profundo. Para acceder a él no era posible un documental al uso, sino que tenía que abordarlo con las herramientas de la poesía.
En “la forma del mundo” la mirada subjetiva se impone sobre el objetivismo intrínseco de la cámara, mientras que “Ánimas. Los cantadores de Arbejales” da una visión más objetiva de las actividades de los ranchos de Arbejales y de Valsequillo, en el barrio rural de Madrelagua.  No obstante, y después de que Roberto Suárez, cantador de alante, afirmase que las almas de los difuntos tienen que ir a alguna parte (y no a los cielos porque allí solo van los santos), David Delgado compone una secuencia digna del universo de Edgar Allan Poe en la que el bosque, los árboles y el paisaje nocturno adquieren una apariencia lechosa y espectral, bajo el dominio de una luna que las nubes van ocultando hasta la oscuridad total y definitiva.




No hay comentarios:

Publicar un comentario