Este año, a pesar de la pandemia, he tenido la posibilidad de grabar un pequeño cortometraje documental. Es una pieza que documenta la visita al estudio del pintor Joan Parramon con motivo de la confección de las portadas de un libro de cuentos para la Verónica Cartonera.
Durante el año 2019 había estado contándoles cuentos a mis nietas, unos cuentos en los que las hormigas eran las protagonistas de las historias. Se los contaba de camino a casa desde el colegio e iba improvisanso sobre la marcha. En una ocasión era una hormiga que quería ir a ver aviones, o se le ocurría salir de noche para encontrar la luna redonda y se hacía amiga de una rana, o le dolía un diente y preguntaba donde había un dentista, incluso en una ocasión quisieron enviarla a la luna en un cohete.
Laly se lo comentó al poeta Carlos Bruno, que hab
portadas de diversas publicaciones cartoneras
Carlos Bruno convino con Laly la edición de mis cuentos, pero en aquellos momentos todavía no tenía ninguno escrito. Esta posibilidad me animó a ir recuperando los cuentos tirando de mi maltrecha memoria y de la de Nicole, que se acordaba no solo de cada uno de los cuentos que le había ido contando durante los últimos meses sino de todos y cada uno de los detalles de cada peripecia.
Le envié a Carlos Bruno unos cuantos cuentos, aquellos que había elaborado a toda prisa, y parece que le gustaron. Al poco tiempo se lo contó a Anna González Batlle, que lleva en Barcelona la Verónica Cartonera y con la que llevan años colaborando juntos. A Anna le convino la idea de una coedición, pues tenía en mente la posibilidad de editar cuentos para niños. En Tenerife la editaría la Cartonera Island y en Barcelona la Verónica Cartonera editaría los mismos cuentos en catalán con un diseño de las portadas distinto.
Para que los cuentos tuvieran una mayor coherencia necesitaba una hormiga que protagonizara la mayoría de los cuentos. A tal fin me inventé una protagonista como hilo conductor y escribí un cuento fundacional que contaba el nacimiento de la hormiga 28. Por otro lado traduje como pude los cuentos al catalán y se los envié a Anna para que los corrigiera.
Al poco tiempo Anna se puso en contacto conmigo y nos propuso viajar a Barcelona para que viéramos las portadas que estaba elaborando Joan Parramon, un pintor amigo suyo. La edición iba a constar de cien ejemplares y por lo tanto Parramon tenía que pintar cien portadas diferentes.
Íbamos a aprovechar el viaje para visitar a mi hermano y vernos con algunos amigos, entre los que se encontraba Pep Melendres, mi amigo de la Escola del Mar con el que había rodado los primeros cortos. Fue Melendres quien me incorporó al mundillo del cine en Barcelona, pues yo estudiaba en la universidad laboral de Tarragona en regimen de internado. Mi primer aprendidaje teórico fue con un cursillo sobre Cine Infantil que se impartía en la prestigiosa Escola Aixelà y en el que conseguí colarme sin matricularme en el año 1967. Allí conocimos a la fotógrafo Montse Faixat que nos produjo un corto infantil que finalmente resultó una película social con niños (y no para niños)
Nada más aterrizar en el Prat el 19 de febrero empezaron a llegar noticias de la progresión incontrolada del coronavirus en Italia. En Tenerife ya habían confinado un hotel por la llegada de varios turistas italianos. No obstante, parecía que en España la epidemia podría estar controlada. En el ascensor del hotel coincidíamos a veces con parejas que hablaban chino y otras veces italiano, y la intranquilidad iba en aumento cada día que pasaba. Yo me imaginaba el avance del virus cruzando los Pirineos como si tal cosa y acercándose a Barcelona. No obstante seguimos con el plan de visitas.
El jueves 27 de febrero nos reunimos con Anna en una cafetería frente a la Catedral y cogimos un taxi hasta el estudio de Joan Parramon, ubicado en los bajos de un edificio cerca del barrio de Horta. El estudio era pequeño y en las paredes no quedaba un espacio libre, cubiertas con las pinturas de Joan. También había cuadros apilados en el suelo, sobre alguna silla y apoyados en las paredes. El suelo estaba completamente cubierto de pintura.
Anna me había sugerido documentar con la cámara nuestra visita, seguramente para utilizar alguna imagen en las redes sociales y para su archivo. Como no sabía con qué me encontraría, me llevé la cámara Sony Alfa previendo poca iluminación. En efecto, en el estudio, una especie de garaje alargado, solo había un par de bombillas colgadas en el techo. La puerta daba a una calle con tráfico pero el sonido apenas llegaba al interior.
de izq a dcha: Anna G. Batlle, Joan Parramon y yo
Acostumbrados como estamos a que siempre hay alguien grabando con el móvil, enseguida se olvidaron de mí, y me encontré recogiendo, tanto con mi móvil como con la cámara, el proceso creativo de Joan con total libertad. Laly con sus preguntas y Anna con su agradable conversación interactuaban con el pintor mientres este hacía su trabajo. La conversación fluía por sí sola. Lo que más me interesaba era la naturalidad de la situación, poder captar el paso del tiempo. Mi larga experiencia grabando a mis nietas, intentando recoger su manera de ser más íntima, guiaba los puntos de vista desde los que captar el momento, mediante planos medios del pintor frontales y laterales, que me permitían visualizar la interacción de Anna, preparando los cartones, y de Joan, y de planos más distanciados, de conjunto, para relacionar al pintor con su lugar de trabajo.
El dilema que se me presentaba era que de alguna manera yo también estaba en el set, yo era sujeto y objeto al mismo tiempo, pues los dibujos de Joan surgían de la lectura de mis cuentos, y de vez en cuando, en medio de la conversación, se hacía alusión a la hormiga 28. Ya antes de ponerme a grabar, había estado conversando con el pintor sobre sus cuadros, comentándole mis impresiones.
Del asunto de la técnica se pasó sin darnos cuenta al tema de las hormigas, su presencia en la casa de campo de Joan o en la cocina de Anna, para ir derivando hacia consideraciones más generales, pasando por el divertido relato que hizo Anna sobre algunos de los turistas que había albergado en su casa. Casi hacia el final de la mañana, se me quedó la cámara grabando sin advertirlo, y fue cuando yo pude hablar con más libertad, haciéndoles partícipes de dos nuevos cuentos que había escrito y que ellos no conocían.
Estaba previsto que nos marcháramos el domingo, pero coincidió con un episodio de calima en Canarias y suspendieron todos los vuelos. Yo ya me temía que no pudiéramos escapar, con el coronavirus pisándonos los talones. Nos acogieron unos amigos, que la principio pensaron que el cierre de los aeropuertos era por el virus.
Ya en casa, y al revisar el material, me pareció más interesante que en el momento de grabarlo, pues al editarlo adquiría cierta coherencia. Aproveché el sonido de la toma que se había grabado “sola”, con mi valoración de los dibujos de las hormigas, utilizando detalles de las fotografías que hice de alguna de las portadas, y con tomas realizadas con el móvil, cubriendo la imagen defectuosa. El azar, de nuevo, me había proporcionado una banda de sonido muy valiosa, que de otro modo habría desechado.
Se me ocurrió darle un giro al documental, grabando unos planos “subjetivos” de las hormigas que ilustraran la sinopsis que yo había hecho de dos de los cuentos. Lo hice en el jardín de casa, donde suelen jugar mis nietas. Laia y Mireia me echaron una mano, desperdigando juguetes entre la hierba y que la cámara descubría en su avance a ras de tierra. En un momento dado, se asomó uno de los gatos, se quedó mirando la cámara y se dio la vuelta. Otra vez el azar.
Le pasé el material editado a varios amigos, por si lo valoraban como material autónomo, más allá de las intenciones iniciales. La discusión con el realizador y excelente fotógrafo David Delgado me fue muy valiosa, porque yo dudaba sobre si se entendía suficiente la actividad de la cartonera en cuanto a la edición artesanal, y que quizás faltaba una introducción que orientase al espectador. David, más cerca de Lynch que de Agnés Vardà, decía que era mejor que el espectador se fuera introduciendo poco a poco, dejarle vivir una experiencia junto a unos personajes reunidos alrededor de unos dibujos de hormigas sobre cartón.
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