Este jueves se presentaba en el Aguere Espacio Cultural el
Catálogo Canarias en Corto 2017, en su undécima edición, que incluye como en años anteriores una
selección de la producción canaria más reciente. A pesar de la relevancia de
este acto cultural, no vimos por ningún lado las cámaras de algún canal de
televisión, nacional, autonómica o local, ni apareció ningún reportero o
reportera presentando el evento, entrevistando a los responsables de las producciones
canarias, actores o actrices, directores o productores, algunos de los cuales
se habían trasladado desde Gran Canaria, generando ese estrés electrizante de
idas y venidas que se deja ver en otros eventos culturales y que lo
engrandecen.
La importancia del acontecimiento se advertía no obstante en
el público congregado, que en los minutos previos a la proyección se distribuía
en los espacios del hall formando heterogéneos grupitos de gente joven que se
saludaba efusivamente y comentaba con entusiasmo rodajes recientes,
intervenciones varias o próximos proyectos. Allí había actores, directores,
profesores de la Escuela de Actores, amigos y familiares, y a buen seguro algún
seguidor del cine hecho en Canarias, un cine que la sociedad canaria desconoce y
que se caracteriza por el esfuerzo apasionado sin apenas recompensa de varias
generaciones de cineastas (y aquí incluyo a todo el mundo y no solo a los
directores).
Jairo López oficia como presentador. Nos explica que en esta
ocasión se presentaron 24 cortos de los cuales un jurado de tres personas de
reconocido prestigio seleccionó siete trabajos. Como el año anterior, Digital
104 va a encargarse de inscribir los cortos en el extenso entramado de
festivales tanto nacionales como internacionales, buscando repetir el éxito de
“Melodrama” de Cayetana H. Cuyás y Cris Noda con 17 nominaciones, “En el banco”
de Iñigo Franco también con 17, “La talega” de Beatriz Fariña con 15, y “Nice Song” de Lamberto Guerra y “Nadie”
de Daniel León Lacave, cortos pertenecientes al último Catálogo que
consiguieron introducirse en más festivales.
A diferencia del Catálogo del año pasado, la duración media
de los cortos es considerablemente mayor. En el 2016 se presentaron cortos
procedentes de varios festivales de cine expres, rodados en La Laguna Acción (“Nice
Song”) o en la isla de Lanzarote (“En
el banco”), por lo que los cortos apenas superaban los 5 minutos. En esta
ocasión la media ronda los quince minutos, desde los 7 minutos de “Náufragos” a
los 20 de “Popoff” y “Corporation Earth”.
La mayor parte de los directores de esta hornada pertenecen
a una misma generación, El primer corto de Vasni Ramos fue en el año 2002,
Domingo de Luis en 2003, David Xarach en 2005, Daniel León Lacave en 2002 con “Autorretrato”,
Iván López en 2004, siendo el más veterano Jose Victor Fuentes, cuyo primer
corto se remonta a 1997, anterior a su aventura americana. El más reciente es
Dani Millán, que en 2015 presentó su largometraje documental Maresía.
Constituye un grupo de cineastas con una producción
constante a lo largo de más de una década, que han ido haciendo su propio
aprendizaje y que en esta ocasión presentan trabajos muy elaborados que deben
leerse en el contexto del recorrido de su obra.
Si en años anteriores parecía que los cineastas habían
dejado de mirarse el ombligo y desarrollaban narrativas centradas en conflictos
personales con el telón de fondo de la crisis, el desarreglo emocional como
metáfora de una desorientación generacional, aquí y ahora nos encontramos por
sorpresa con artefactos visuales que se dejan seducir por el género de la
ciencia ficción (“Redemption” y “Corporation Earth”), se deslizan por los
bordes de la docuficción (“El viaje del libro”, “Popoff” y “Desayuno con
pastillas”) o se mantienen en la militancia del drama social (Iván López con “Náufragos”
y Daniel León Lacave con “Amanecer”, que repiten catálogo). De los siete
cortos, uno se rodó en Italia, otro en Gambia y un tercero en Madrid.
“Redemption” de Vasni Ramos es una revisión del mito actual
de los superhéroes en clave sentimental. Hay una historia de amor y de
desesperanza en primer plano, que Vasni subraya mediante la alternancia
cromática de dos tiempos. Nada hace prever de entrada que nos encontramos
inmersos en el imaginario de los héroes de comic. La cámara documenta la
expresión ceñuda de José Ramallo, colaborador de Vasni en el guión, la
dirección y el montaje, y va narrando su descenso a los infiernos.
David Xarach es un veterano del cine de acción, admirador de
Nolan y de Spielberg. Sin embargo, “Corporation Earth” bebe de Terminator y de
sus batallas entre hombres y máquinas y las paradojas temporales. Es un corto
que aspiraba a largometraje y se muestra sin tapujos como film de efectos.
Sorprende el trabajo de puesta en escena pero no se esfuerza en ningún momento
en hacer creíble la narración, a sabiendas de la imposibilidad de emular el
cine de Hollywood con un mínimo de solvencia. Algunas escenas funcionan mejor
que otras, como el inmenso muro virtual que separa la Corporación de la tierra
de nadie donde un puñado de hombres lucha por la libertad, que es atravesado
por las naves y los drones de combate, pero el escaso número de combatientes y
las triviales luchas impiden que el corto aliente un mínimo de epopeya, ni
tampoco ayuda un guión demasiado inane.
Vasni Ramos en “Redemption” opta por lo contrario. Un sutil
movimiento de un vaso sobre la encimera de la cocina nos da una indicación de
los posibles poderes de su protagonista. El estampido de un disparo rompe el
silencio en un plano general de la playa donde el protagonista cae fulminado
sobre la arena. Efectos sonoros y el giro de la cabeza de la mujer que sigue el
vuelo del héroe son suficientes para explicar lo impensable y generar la
emoción.
“Redemtion” procede de un corto anterior. En 2012 Vasni rodó
“Héroe”, no le gustó el resultado y lo dejó sobre la mesa para emprender otros
proyectos. Quería presentar algo en el Festival de Gáldar, recuperó “Héroe”, le
quitó un par de minutos, le dio un
par de vueltas en la sala de montaje y ahora lo presenta como “Redemption”, un
título quizás más apropiado.
Iván López presenta en esta ocasión “Náufragos”, a partir de
un guión ajeno. Oscar Bacallado,
hombre de teatro, escribe un guión eminentemente visual, como resultado de un
curso de escritura de guiones, y Iván López lo hace suyo, en esa faceta
camaleónica suya de colaborar en propuestas de otras personas, a veces como
operador de cámara, y otras codirigiendo, como “Odio los martes” con Lamberto
Guerra en 2002, “Rubik” con Marine Discazeaux,
o “Las leyes físicas del amor” con guión de la actriz Jennifer Castañeda,
y en cada caso procura plegarse a las intenciones y peculiaridades de la
alteralidad, de ese otro con el que colabora.
En este caso un guión idea que desvela la fragilidad de las
vidas de dos ancianos, el hombre encamado y pendiente de las medicinas que se le
suministran por un goteo, la mujer siempre solícita a llevarle lo que más
necesite, atravesando renqueante el largo pasillo que la separa de la cocina. “Náufragos”
es un artefacto muy bien engrasado, quizás demasiado, que desarrolla una única
acción en un mismo espacio, afinando al máximo las leyes rítmicas del montaje,
punteado visual y sonoramente por el goteo de un grifo, hasta un final
anunciado y que sin embargo no deja de sorprender por las plasticidad de una
magnífica fotografía de Santiago Torres.
El problema es que el artefacto se sobrepone a los
personajes, meras siluetas ejemplares, donde cada elemento se desvela como
sustentador de una metáfora, el agua del grifo como esta vida que se apaga gota
a gota, el agua ya derramada que va formando esos dos riachuelos que acaban
encontrándose como los fluidos vitales que refuerzan por oposición el espacio
insalvable que separa a marido y mujer. A veces, la perfección de un guión
aleja en vez buscar la comunicación a través de la verdad de unos personajes,
que en otros trabajos de Iván López se destacan con luz propia.
José Víctor Fuentes nos propone con “Desayuno con pastillas”
una historia similar, planteada de un modo radicalmente opuesto. En ambos casos
son dos historias cotidianas, las de una pareja de gente mayor que trata de
sobrevivir de la mejor manera posible ayudándose de las medicinas, pero el
tratamiento es distinto, drama y comedia, traumático en un caso y despatarrante en el otro, un film de
montaje y un film de un único plano secuencia en el caso de Fuentes.
En “Desayuno con pastillas”, Jose Victor Fuentes coloca la
cámara delante de sus padres para grabar un ritual que se repite todas las
mañanas en la casa familiar, un rifirrafe con las pastillas que ella debe tomar
con el desayuno y que su padre, pacientemente, se las selecciona.
Podríamos pensar que estamos ante un documental al uso, en
el que se emplaza una cámara para tomar un acontecimiento cotidiano que se
quiere preservar, procurando que el instrumento de investigación no modifique
lo observado en demasía. El plano secuencia, con la cámara fija en el trípode,
dura casi 10 minutos. Primero la vemos a ella, a la izquierda del encuadre y al
momento aparece el marido, que sale por la puerta de la casa, al fondo del
encuadre, llevando una sereta que contiene las cajas con las medicinas. Hacen
recuento de las pastillas, por el color o la forma. La madre a veces dirige la
mirada hacia la cámara, detrás de la cual adivinamos al propio José Víctor. Más
adelante su padre regresará a la casa por más pastillas.
La actuación de la pareja es modélica en cuanto a ritmo y
sentido del humor. En algunas ocasiones en las que proyectó el corto algunos
espectadores creyeron que se trataba de puesta en escena y que lo que habían
presenciado era un corto de ficción. Y en efecto, algo de verdad hay. José
Víctor, cuya relación con el cine es la de un niño que juega con un tren
eléctrico, ha descubierto un sistema de puesta en escena invisible, donde los
“actores” no son conscientes de su actuación, y los acontecimientos se
desarrollan según lo previsto. El truco está en que José Víctor ha presenciado
este ritual mañanero todos los días, hasta hallar su ritmo interno, como un
ensayo sin premeditación. Solo faltaba grabar en el momento adecuado.
“Amanecer” es otro drama social de Daniel León Lacave, en su
continua radiografía del momento presente, de cómo la crisis y el desencanto
social y político de toda una generación afecta a las relaciones entre las
personas. En esta ocasión, la soledad de dos personajes que simulan en la
habitación de un hotel la tranquilizadora cotidianidad de un despertar
compartido, con sus arrumacos y frases de cariño un tanto perezosas, el
encontrar entre las sábanas un cuerpo cálido y amigable al abrir los ojos. Pero
en realidad se trata de una transacción económica, una forma de engaño, de la
que ambos no van a salir indemnes.
Pablo García fotografía un Madrid frío de tonos azules, visto desde la ventana de la habitación
del hotel o a través de la cristalera de la cafetería que la chica utiliza como
oficina. Cristina Piñero, nuevo fichaje de Lacave (la vimos en su largometraje
“Los días vacíos” y en “La otra”, su último corto), con verdadero pesar se
desembaraza de la peluca con la que ha actuado, pues la ficción, como en el
cine, no puede separarse de lo real. Jonay Armas propone una partitura que
distancia y a la vez emociona. Lacave, con gran maestría, mantiene la cámara
sobre los rostros, escrutando sus emociones. Quizás sea este su corto más
depurado.
Dani Millán viaja a Gambia con su madre y allí conoce a Musa
Keita, que le muestra la verdadera faz del continente africano, más allá del
exotismo aparente. Convive unos días con su gente, comiendo su comida y
sintiéndose acogido en este pueblo a las orillas de un mar plácido. Hace
fotografías y le promete a Musa que las convertirá en libro para que él pueda
disfrutarlas como recuerdo de su amistad. Pasa el tiempo y Dani Millán regresa
a Gambia con el libro y lo convierte en un documental que titula “El viaje del
libro”.
En el documental Dani anima las fotos y las convierte en diversos
planos frontales de los aldeanos, de las familias y de los niños, de la
carretera y de las siluetas recortadas de diversos ambientes, huyendo de la tarjeta postal, mientras escuchamos a
Musa explicarle a Dani su sencilla filosofía de la vida y la realidad del
continente africano, esquilmado por la codicia de los países que se han
enriquecido a su costa.
También Domingo de Luis hace su propio viaje, esta vez a un
pueblecito de Italia, entre Nápoles y Roma, donde va a dar un curso de
interpretación durante la celebración de una especie de festival de cine
expres. “Popoff” comienza como un documental. Varios habitantes del pueblo, la
mayoría hombres, aunque también hay una mujer y una niña, explican a cámara su
relación con la actuación. Algunos afirman que han intervenido en algún rodaje
o representación teatral y otros expresan su deseo de participar.
Enseguida sabemos que se va a organizar un casting en el
pueblo. Pienso que Domingo de Luis, profesor de interpretación en la Escuela de
Actores de Canarias, va a aprovechar la situación para hacer un documental
sobre el supuesto casting. Mientras una furgoneta recorre el pueblo anunciando
el casting con sus altavoces, el cura del pueblo arremete desde el púlpito
contra las distracciones de la vida moderna. Uno de los hombres roba una
bicicleta ya que se piden hombres mayores que sepan desplazarse en bicicleta.
El robo se despacha en plano general y enseguida uno piensa en ”Ladri di
biciclette”, el clásico de Vittorio de Sica de 1948.
Terminada la proyección, los directores de los cortos que
estaban en la sala ocuparon las sillas bajo la pantalla y comenzó un coloquio
que desembocó horas después en una nueva “terapia de grupo”, en palabras de Lamberto Guerra, a las que
se abandonan los cineastas canarios ante la falta de oportunidades para
desarrollar una incipiente industria del cine en Canarias, un lujo que ha
estado anidando en muchas personas
emprendedoras desde principios del siglo pasado y que ha ido emergiendo
y sumergiéndose a lo largo de las décadas como una Arcadia perdida.
En palabras del cineasta Jaime Falero, agazapado en un
rincón de la sala, cuyo penúltimo film “El bunker” se ha vendido en no sé
cuantos países después de no sé cuantas batallas legales, aquí los cineastas
locales no ven el asunto desde la perspectiva adecuada. Para Falero, a los que
ponen dinero para una película no les interesa el guión sino cómo pueden
recuperar lo invertido. El cine hay que verlo como un negocio, un festival de
verdad es aquel en el que uno va y sale de allí con un nuevo proyecto en
marcha, los Goyas, según Falero, solo sirven para pagar sobrepeso en los
aviones.
Había que ver las caras de los cineastas, sentados en sus sillas
frente a los pocos espectadores que nos habíamos quedado para lamernos las
heridas los unos a los otros y limpiar las lágrimas de impotencia, al escuchar
lo equivocados que estábamos todos.
Era ya muy tarde y abandonamos la sala para sumergirnos en
la fría noche lagunera, algunos en busca de algo para recuperarse de las
emociones que siempre deparan los estrenos y otros en busca del sueño
reparador.
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