Siempre se ha asegurado que una buena película precisa de un guión bien engarzado, donde todas las piezas encajen como un guante, con sus puntos álgidos y sus valles en la exactitud de su métrica. Pero una película no es solo un guión que hay que seguir a rajatabla, el guión es un punto de partida, la hoja de ruta, la red que sostiene la puesta en escena y que en un momento dado puede retirarse. En el circo, la red es un seguro para los trapecistas, pero lo excelso es la ejecución pura en lo alto, después de haber eliminado la red.
Hace poco estábamos rodando de nuevo, esta vez en
Candelaria, en la vivienda que unos amigos de Laly Díaz, de nuevo en la
producción, nos cedieron para que transformáramos sus espacios cotidianos en el
espacio imaginario del cine. Lorenzo es un radio aficionado y dispone de una
emisora desde la que se entretiene comunicándose con otros radioaficionados de
todo el mundo. Allí nos asesoró con el lenguaje, eso de Tango Alfa Hotel que
tantas veces hemos escuchado en películas bélicas.
Después de “Página en blanco”, en la que Daniel León Lacave
y yo trabajamos una puesta en escena muy naturalista, casi documental, me
decidí por uno de estos cortos que mi buen amigo y gran cineasta David Delgado
denomina “misteriosos”, y en los que yo simplemente me acerco a los géneros
cinematográficos para rehacerlos desde el cine pobre y jugar con ellos, desnudándolos
de su artificio para dejar tan solo una tenue atmósfera, como hice con la
ciencia ficción en “Nube9” o el
cine de terror en “Al borde del agua”, simples excusas para hablar de la
incomunicación en la era de lo virtual.
Escribí un guión sobre una chica que pedía auxilio a través de un equipo de radioaficionado. Me imaginé un cataclismo, el mundo se había acabado y ella buscaba a través de las ondas a algún superviviente de la catástrofe que yo imaginaba medioambiental.
Pero a mis guiones no sé lo que les pasa. Tras el rodaje y ya en la mesa de montaje, me doy finalmente cuenta que lo que hemos hecho es otra cosa.
Con “Página en blanco” también pasó, pero allí había una explicación y es que partíamos de un guión tan solo esbozado. Al encenderse las luces de la sala del TEA, tras el estreno de hace muy pocos días, la gente se nos acercaba y decía que habían visto el corto como una reflexión sobre la maternidad, algo que ni se nos había ocurrido, tal es la fuerza de la segunda parte del cortometraje, cuando la protagonista se encierra en su casa con su hija de pocos años. Por el camino, se habían ido cayendo algunas de las claves explicitadas en el guión, donde la importancia de los teléfonos móviles en nuestras vidas tenía mayor relevancia.
Estaba tan obsesionado con lo de la catástrofe medioambiental que, aprovechando un reciente viaje a Barcelona, grabé algunos planos con el móvil en el Museo de la Ciencia con peces dando vueltas, ciclones y torbellinos de arena que se desenvolvían ante nuestros ojos tan solo pulsando un botón.
Me imaginaba una película en blanco y negro y en formato panorámico, como una película de serie B.
También había otra razón detrás de la escritura de este
guión. Un guión que primero llamé “En una fría mañana de otoño”, pensando que
quizás durante aquella mañana había ocurrido todo.
La última noche de rodaje de “Página en blanco”, en el Espacio Cultural Aguere, a Dani se le ocurrió rodar otro corto, y allí vi a Facundo Pérez rodar un plano secuencia persiguiendo a Norberto Trujillo a través del pasadizo comercial hasta llegar a la calle, en el que me maravilló la estabilidad de la cámara y la rara sensación atmosférica que se conseguía.
De modo que escribí un guión donde pudiera aprovecharme de esta manera de hacer cine que hasta el momento se me había vedado, pues cómo podría haber hecho que la cámara girase alrededor de un personaje o que pudiera perseguir a los actores por toda la casa en sus encuentros y desencuentros en la cocina o en la cama sin solución de continuidad.
Y aquí entraba otra cuestión que siempre ha estado presente
en mi concepción del cine, la relación siempre presente entre la puesta en
escena del cine y del teatro, en una hibridación inestable pero realmente
fecunda, que me permite reflexionar sobre la representación y el falso
naturalismo que sutura la mirada.
En “Iballa” representé la leyenda gomera poniéndola en escena literalmente sobre el escenario del Paraninfo de la Universidad de La Laguna, mediante largos planos secuencia con la cámara montada sobre una grúa y los personajes recitando monólogos. En “Ballet para mujeres” los números musicales se encadenaban con el plano real mediante oscilaciones de la luz, que oscurecían o daban a ver a los diversos personajes dispuestos en el mismo encuadre. En la más reciente “Del amor y otras necesidades” los personajes decidían ensayar su futura vida y el escenario se transformaba mediante cambios de luz y decoración propios del cine musical.
Y ahora viene lo del Cine Leve, un concepto engañoso, que quizás ahuyente a más de un espectador, dado el escaso éxito de convocatoria cuando se organizan sesiones de Cine Leve y que quizás el año próximo, cuando se cumpla una década desde su alumbramiento, se pueda solventar mediante oportunas consideraciones desde alguna revista (estoy pensando en la Revista del Ateneo) o la organización de algún ciclo recopilatorio de lo que este movimiento ha dado de sí.
Y es que nuestra filosofía de rodaje quizás explique lo que
ocurrió durante el rodaje del corto en aquella casa de Candelaria donde fuimos
tan bien acogidos. También es verdad que veníamos ya rodados desde el rodaje de
“Página en blanco”. De la noche a la mañana constituimos un nuevo equipo
técnico artístico y probamos la comunión creativa que constituye la codirección
bien entendida.
Ahora, este equipo se amplió con la inclusión de otros actores y actrices y pusimos en práctica lo aprendido en el anterior rodaje. Cristina Piñero y Norberto Trujillo repetían, pero hacían falta otros tres actores. Eran malas fechas, la gente iba o volvía de vacaciones, otros estaban de gira con obras teatrales o se hallaban en pleno montaje de otras experiencias. Le pregunté a Dani si podía hablar con alguna de sus actrices y apareció Cathy Pulido con ganas de hacer algo, después de una temporada fuera de juego y de las islas. Cathy siempre sobresale en las películas de Dani, de modo que le dije que sí sin dudarlo. Les envié el guión a Vero Galán, la protagonista de mis dos naturalezas muertas, “Naturaleza muerta” y “Naturaleza viva”, y a Miguel Batista, un actor que siempre destacaba en los largometrajes de Raúl Jiménez. No sé qué le vieron al guión pero todos aceptaron encantados.
de izq derecha: Cathy Pulido, Vero Galán, Cristina Piñero, Norberto Trujillo y Miguel Batista
Prometía ser un rodaje complicado. Había ideado planos secuencia en el que participaban los cinco personajes, con idas y venidas y la cámara moviéndose de un lado para otro. Y lo queríamos grabar todo en un día (el día anterior habíamos rodado un par de planos con Cristina y hecho algunas pruebas con la luz), de modo que mientras Marisa Parsons maquillaba a los actores, empezamos con un plano secuencia con el que me interesaba presentar el escenario donde iba a ocurrir la acción, un plano que empezaba con una ventana cerrada en el piso superior, mostraba la cama en el centro del dormitorio, descendía por las escaleras, recorría el salón, se metía en la cocina y terminaba en un primer plano de la protagonista, espectadora privilegiada frente a los diversos espacios que serían habitados por las demás personajes.
La historia que allí se narraba era tan peculiar que me
preocupó mucho contarla a los actores tantas veces como me pareció necesario.
Aunque en realidad la historia era muy sencilla, no dejaba de ser la misma
historia que contamos en “Página en blanco”, una historia de amor y desamor mil
veces contada, lo que pasa es que la narrábamos de otra manera, quizás más
confusa, pero que igualmente se podía explicar de una manera sencilla.
El rodaje fue un tanto caótico pero fluido, muy fluido.
Facun ponía la cámara en marcha y nos decía, estoy rodando, lo cual no es muy
ortodoxo, entonces todos nos poníamos con el plano, René con la pértiga, Dani
con la claqueta (éramos muy pocos y teníamos que hacer de todo), y todos muy
atentos a lo que pudiera suceder. Tengo que decir que no se ensayaba, quiero
decir que les decíamos a los actores cuál era el espacio dentro del cual podían
moverse y al cámara las instrucciones precisas de por donde y cómo rodar el
plano y entonces va y rodábamos el plano. Lo alucinante es que el plano era
bueno, muy bueno, y no repetíamos. A veces sí se repetía la toma porque se
había metido el micro o aparecía una sombra por el sitio más inesperado, lo
cuál era lo más lógico porque lo que nosotros considerábamos el plano en otras
circunstancias hubiera sido una prueba para ver cómo quedaba y luego ajustarlo.
Por eso digo lo del Cine Leve, me atrevería a asegurar que nuestra filosofía de rodaje lleva a esta excelencia en la puesta en escena, donde todos los que estamos involucrados en el plano sabemos lo que estamos haciendo, con un mínimo de indicaciones, sabemos sin saber, de un modo intuitivo, o si no, no se explica lo que sucedió cuando ya casi habíamos dado por finalizado el rodaje, y se nos ocurrió improvisar un plano en el que todo estuviera en movimiento, un plano secuencia que fuera la síntesis de todo, un plano que ni siquiera estaba en el guión y que Dani en su blog "Algo que se parece a cine" afirma que es “una de las secuencias más paranoides que he visto en el cine canario”.
En la librería Laie, donde siempre recalo cuando voy a
Barcelona, me hice con un libro extraordinario: “Historias de la desaparición.
El cine desde Franz Kafka, Jacques Tourneur y David Lynch” escrito por Santiago
Fillol, un profesor de cine y literatura de la Universidad Pompeu Fabra. A
partir de dos secuencia clave de “La mujer pantera” de Tourneur, hace un
recorrido por la historia del cine a través del fuera de campo. Personajes que
aparecen o desaparecen del encuadre, la historia del cine a través de cómo los
diversos directores se enfrentan a la esencial tensión entre lo que se ve y lo
que queda fuera del encuadre.
Pues bien, esta detallada exposición sobre el fuera de campo me hizo reflexionar sobre cómo lo habíamos hecho en este corto. A años luz de los campos vacíos y penumbrosos del cine de Tourneur, nosotros habíamos optado por la presencia viva de las sombras sin mayor artificio, o en todo caso apoyándonos en el artificio del teatro, donde los personajes entran en escena cuando todavía los de la escena anterior no han salido por el otro extremo.
Por esto, después de que Dani, aprovechando su viaje a Tenerife para el estreno de “Página en blanco” se pasase la noche en vela para dejar terminado el montaje del nuevo corto, decidimos al verlo ponerle como título “Teatro de sombras”, porque este era el título que mejor definía lo que habíamos hecho, más allá de las intenciones del guión.
En este teatro de sombras que se despliega ante la
protagonista, también hablo sobre la relación que se establece entre el
espectador y lo que presencia en la pantalla, sobre los mecanismos de
identificación con los diversos personajes, haciéndolos suyos, sufriendo y
alegrándose con ellos, viendo allí partes de su propia vida.
Todo el equipo de rodaje
de izq-dcha.: Josep Vilageliu, Laly Díaz, Marisa Parsons, Facun Pérez, Daniel León Lacave
debajo: Cathy Pulido, Vero Galán, Cristina Piñero, Norberto Trujillo, Miguel Batista, René Martín
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