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Semana intensa para el Cine Leve. Proyecciones en el TEA, en
Aguere Cultural, en el IEHC, debates, caminatas por La Laguna bajo la lluvia,
reencuentros con amigos, tablas de queso y viña Norte, y siempre, y en
cualquier lado, esas charlas interminables alrededor del cine, de lo que nos
gusta y de lo que odiamos, series, premios, experiencias, aprendizajes.
El aire de un día, un corto leve de David Delgado
10 años desde que el actor y filólogo Miguel Ángel Rábade
calificó como leve el rodaje de Naturaleza
muerta y todos adoptamos el término, de tal manera que al año siguiente,
Daniel León Lacave, David Delgado, Pedro García y yo compartíamos pantalla en
la pequeña sala del Tenerife Espacio de las Artes y Rábade leyó el No
Manifiesto.
¿Qué eso del Cine Leve? ¿Leve de ligereza? Pocos espectadores
en este aniversario improvisado, pero entregados. Curiosos al principio,
preguntándose, preguntándonos, ¿cine Light? Pues a lo mejor, luminoso como una
luciérnaga (permítanme estas metáforas), fogoso como una llama. ¿Es ir allí con
una cámara e improvisar? Desde luego que no, no se me confundan, el cineasta
leve acude a su cita con todo pensado, todo organizado, sabiendo muy bien qué
quiere hacer y cómo hacerlo. Entonces, ¿qué es? Es una experiencia, un
sentimiento, una filosofía, un algo… ¿cómo decirlo? Mejor poner las películas y
luego hablamos.
Y es entonces, al encenderse las luces, cuando las miradas
se dirigen a los leves y les observan con ojos ya más sabios, más entregados a
lo leve, Alberto Omar afirmando que lo que han visto es cine poético, porque la
poesía es misterio, es revelación, la aparente levedad de los leves esconde la
profundidad del ser. Lo leve como un espacio de creación, de libertad creativa.
A Alberto Omar lo conozco desde que llegué a Tenerife, le
escribió unos textos a Eduardo Camacho y montaron la obra La estatua y el perro que yo llevé al cine en el ya lejano 74. Más
tarde volvimos a coincidir, yo dirigiendo Iballa
y él interpretando a un emisario real en un pedazo de la isla de La Gomera que
construimos en el Paraninfo de la Universidad. Ahora sigue escribiendo con
total libertad, me dice.
Josep Vilageliu, Juan Antonio Castaño y Alberto Omar tras una de las proyecciones
También se nos acerca el cineasta David Cánovas, y al final
de mucho palique expresa su admiración por lo leve, él, que entiende el cine
como una obra de ingeniería, y me pide que cuente con él cuando ruede un corto
leve. Esto fue en los Aguere,
había una gran curiosidad ese día, querían saber cómo habíamos rodado tal o
cual plano, arrancarnos los secretos de la puesta en escena levista, descubrir
cuánto había de premeditación y de azar en las distintas soluciones que nos
llevaban a ir cambiando el guión mientras construíamos otra cosa, qué
instrucciones recibían los actores y cuánta libertad tenían para moldear sus
personajes. Al final nos dieron las gracias, les habíamos proporcionado sin
saberlo una clase de cine y todos aprendimos un poco.
Teatro de Sombras,
que siempre proyectábamos al final, encendía pasiones, de entrada fascinados
por la técnica (la cámara flotante de Facun), por lo improbable del relato, por
los actores en estado de gracia. Recuerdo que durante el rodaje, cuando paramos
un momento para comer, hacíamos chistes sobre qué iba a entender el espectador
cuando viese el corto, y René hacía como que era el director y trataba de
explicarlo. Pero en el montaje Daniel lo hiló todo y de repente todo encajaba. René
dudaba de si habíamos rodado una obra maestra o la peor película de la década. La
proyectamos a unos cuantos y parecía que sí, que aquello funcionaba.
En estas proyecciones la combinación de otros relatos
benefició a Teatro de Sombras. El
primer día le precedía Cerca del mar,
el primer corto leve de Daniel, donde una mujer misteriosa visitaba a la
protagonista, una mujer que solo ella veía, que regresaba cada cierto tiempo a
la casa que un día habitó. Esa pequeña pieza de fantasmas, tan diáfana, iluminó
el recorrido sinuoso y fantasmal de Teatro
de Sombras, carente de explicaciones narrativas.
En la sesión en el Puerto de La Cruz se incluyó El aire de un día, un corto que David
Delgado rodó también en 2009 en Las Palmas, casi al mismo tiempo que nosotros
rodábamos la Naturaleza muerta en La
Laguna, y en el transcurso de su rodaje todos los que estaban allí
experimentaron la levedad, observando cómo el protagonista era absorbido por la
niebla, como si un efluvio cósmico se hubiera derramado sobre las islas. El aire de un día se llenaba también de
presencias, el tiempo se había cebado en la casa, parcialmente derruida,
cubierta de maleza, donde objetos cotidianos, una sartén, una silla a la que le
faltaba una pata, exigían una reparación. Las sombras de sus antiguos
habitantes se dejaban observar en la distancia, al pie de un frondoso árbol.
Tras la proyección de El
aire de un día, este corto tan hermoso, le tocó el turno a Ángeles, el corto que Daniel rodó en
Madrid poseído por la urgencia de rodar, donde las emociones de sus criaturas,
aflorando en sus rostros enfebrecidos, predominaba sobre el relato,
devorándolo. En Ángeles, los
personajes se pasaban al otro lado de la vida, aunque nunca los viéramos
quitándosela, y se paseaban por el Retiro en búsqueda de nuevas víctimas, una
historia de vampiros, o de lesbianismo, o de grandes pasiones, o de quién sabe.
Cuando le llegó el turno a Teatro de sombras, la suerte estaba echada. De nuevo Omar nos
desconcertó a todos, cuando afirmó que sus conocimientos de física cuántica le
había ayudado a entenderlo, los personajes conviven en planos distintos, nos
explicaba. Días antes, otros espectadores se sentían reconfortados al haberlo
entendido a la primera, fuese lo que fuese lo que habían entendido, y entonces
se emplazaban a comparar distintas interpretaciones.
Pero tu te inspiraste en Lynch, seguro, me preguntaba Cánovas desde la última
fila de los Aguere, seguro que has visto Twin Peaks, me decía Rebenaque, pues
claro que sí, y cuánto me divertí en su última temporada, de modo que eso del
imaginario fílmico funciona a dos bandas, tenemos la cabeza llena de imágenes y
necesitamos exorcizarlas de vez en cuando.
El último día, después de ver los cortos, los más profanos
se atrevían ya a definir lo leve como sensible, profundo, o flexible, un cine de
distintas lecturas, más allá de la anécdota pueril, un cine de poesía frente al
cine de prosa que preconizaba Pasolini hace ya varias décadas. Un cine que
exige una mirada atenta, pleno de sentido, que se muestra sin embargo con
modestia, intentando no hacer ruido.
O pidiendo unos mínimos para que quien quiera pueda afirmarse
leve. O tirando del pasado para hallar un precedente, una primera intuición que
llevara a lo leve y lo explicase.
Juan Rebenaque se marchó a su casa con ganas de escribir
algo. Daniel había estrenado su emotivo corto sobre la posguerra, centrado esta
vez en las familias de los presos políticos de larga duración, en un
cortometraje no tan leve, con presupuesto y un equipo técnico adecuado a sus
propósitos, que dejó a los espectadores petrificados en sus asientos, algunos,
los más mayores, perdidos en el recuerdo de aquellos días.
En el blog de difusión cultural canaria radiojaleo.com, Juan
Rebenaque afirma que Teatro de sombras
es una de mis obras más accesibles, en la que todo encaja. Es curioso, porque
yo pensaba hace pocos días que iba a ser uno de mis cortos más extraños e
incomprensibles. De El zoo de papel
destaca la sencillez expositiva de la trama, algo con lo que yo estoy de
acuerdo. El zoo de papel y Ángeles están en las antípodas, me
gustan los silencios, las emociones contenidas del primero, pero yo prefiero
sus ángeles y sus demonios en su deambular nocturno, como vampiros desubicados,
sus planos inestables en el metro
y en los puentes, el rostro desbordado de Penélope Acín, retrato del presente.
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