viernes, 14 de junio de 2019

HIERRO: LA SERIE Y SU PAISAJE


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La serie Hierro, una coproducción de MoviStar y Arte France, ha sido recibida con alborozo por los actores canarios, por la apuesta de sus creadores, los hermanos Coira, de hacer descansar la narrativa en un extenso elenco de actores canarios, impregnando la banda sonora con los giros y el habla de los habitantes del archipiélago canario. ¿Qué ha hecho la televisión canaria hasta ahora, se quejaba alguien en las redes sociales, que ha desaprovechado esta riqueza, permitiendo que los actores se hayan tenido que marchar a la península, en busca de un reconocimiento y de una estabilidad en el trabajo? 

El diseño casi abstracto del paisaje herreño

El protagonismo del paisaje de la isla en el desarrollo de la serie nos puede llevar a una reflexión sobre la utilización del paisaje canario, tanto en el cine de los creadores locales como en su uso como decorado de historias que ocurren en cualquier lugar del mundo, de la mano de las grandes productoras nacionales e internacionales que acuden a las islas atraídas por las ventajas fiscales.

¿Podría este relato haberse rodado en otro lugar que no fuera la isla de El Hierro? Desde un principio se trataba de un proyecto a rodar en la isla, aprovechar al máximo sus peculiaridades para que fuese una serie distinta a las demás, que paisaje y paisanaje se fundieran en el relato, como en Félix, la serie de Cesc Gay rodada en Andorra, una producción que aprovechaba al máximo las posibilidades geográficas (la proximidad con Francia) y paisajísticas para el desarrollo de su historia.


Salta a la vista que han explotado la riqueza fotogénica del paisaje herreño, mediante una soberbia fotografía en alta definición que magnifica y espectaculariza las vistas de valles, costas y laderas lávicas, y la utilización de drones para filmar los desplazamientos por carretera y establecer conexiones significativas entre los diversos rincones de la isla a nivel dramático.

Esta descripción de la isla no tiene una función documental, como ocurre en otras películas en las que la cámara se demora en la cotidianidad de los habitantes de un lugar o en la belleza de los paisajes, sino funcional. No pretende ser una serie neorrealista sino que se pliega a los estándares del cine de género. La cámara nos muestra el paisaje tan solo para situarnos, y los planos duran lo preciso. En muchos casos se intercalan imágenes de la isla como transiciones entre secuencias, tal como lo se hace en la mayoría de las series, para situar al espectador en la ciudad o el lugar donde transcurre la acción.

Los planos en picado sobre edificios ya aparecían en las películas policíacas de los años 80, como en la franquicia de Arma letal, y se ha entronizado en el cine de acción sin ninguna funcionalidad, pero aquí los planos sobre los abruptos paisajes herreños aprisionan a los personajes en sus desplazamientos por las carreteras de la isla, estableciendo metáforas visuales que materializan de alguna forma la contradicción intrínseca de la isla, un lugar pequeño en el que puedes esconderte, donde estás siempre expuesto y al mismo tiempo puedes o necesitas ser invisible,  un lugar en el que te sientes atrapado y del que buscas escapar, aspectos que están en la trama,  en las motivaciones de los personajes, como las actividades ilegales del protagonista,  la relación sentimental que la mujer policía mantiene oculta a los demás para evitar murmuraciones, o el desconocimiento general de la personalidad del chico asesinado, amigo de todos y de ninguno en especial, características de lugares pequeños y de comunidades cerradas.

El grupo de amigos, encarnado por actores canarios, en uno de los miradores

La acumulación de estos planos, diseminados a lo largo de la serie, acaban configurando un imaginario de la isla, acoplándose a la emotividad general, tanto de los personajes como de las situaciones que se van sucediendo, algo que ya intentó con éxito Nic Pizzolatto en True Detective.

Hay en este paisaje una verticalidad que la serie enfatiza, desde la altura de sus riscos a la abrupta profundidad de su fondo marino. Los cadáveres son arrojados al mar o a la oscuridad de profundas grietas volcánicas. La novia del chico asesinado tiene varios encuentros con uno de sus amigos en un mirador, y ambos se asoman al vértigo del vacío muy en el límite del risco, poniéndose en peligro, en una escena prefiguratoria.



En la secuencia de los títulos de crédito, donde se resume visualmente el concepto de la serie, la imagen se halla partida en dos, mostrando dos series de imágenes en paralelo exponiendo el violento contraste entre ambas, pero al mismo tiempo unidas por un mismo diseño geométrico, tanto el similar dibujo que forman las rocas lávicas con la retorcidas formas de los troncos de las sabinas, como la unión de las medias caras de los dos protagonistas, señalando cómo la historia que se cuenta necesita de los dos personajes para completarse.

Darío Grandinetti y Candela Peña

Casi al final aparece el bosque. Allí ya no hay caminos, solo senderos sinuosos entre los árboles, ha desaparecido la geometría clara de los desplazamientos por carretera, sabemos ya que habrá un encuentro violento. El bosque equivale aquí al barroco laberinto nocturno de las naves industriales de los finales de las películas policíacas.

En el primer episodio de la serie se engarzan varios acontecimientos que ayudan, tanto a presentar a los personajes como a situar al espectador en el escenario de la historia: los fondos marinos de la isla (y la actividad subacuática), las zonas agrícolas (la finca de plataneras), el núcleo urbano (el juzgado, la iglesia), y la zona rural (subrayando el aislamiento de las casas rurales, donde vide la mayoría de los personajes), así como la red de carreteras que los personajes utilizarán para sus continuos desplazamiento.


Cada una de estas localizaciones, más allá de mostrar la belleza de la isla, tiene una función narrativa. Bajo el mar alguien encuentra el cadáver, en la platanera se esconde el alijo de droga, en las casas más alejadas las puertas se dejan abiertas, frente a la iglesia se reúne todo el pueblo para celebrar una boda (al final de la serie, otra iglesia tendrá su protagonismo). Todos reciben la información al unísono y se desplazan hasta la costa, es un trayecto físico pero también emotivo. La boda revierte en duelo. La belleza de la isla, el día luminoso, el mar amigo, revelan lo ominoso, lo que se halla burbujeante bajo la costra rugosa de las laderas lávicas o la rizada superficie del agua, las emociones que se revuelven bajo las apariencias de la camaradería y la bondad del buen vecino.


Al mismo tiempo que avanza la acción, se van anudando las relaciones entre los diversos personajes sin necesidad de flashbacks que nos expliquen las razones de la presencia de la jueza en un lugar tan apartado o nos cuenten cómo eran las relaciones del chico muerto con su novia y con sus compañeros. La propia narración nos va suministrando los datos necesarios, mediante las miradas, las actitudes y los silencios de los actores, en un buen hacer actoral, casi minimalista, que hace creíble una historia tan vista en otras series y películas similares, pero que aquí crece de modo orgánico.

El ritmo pausado de las secuencias es cortado abruptamente por los desplazamientos de los coches policiales en busca de pruebas o de sospechosos, rompiendo la falsa tranquilidad que exhala el paisaje. En uno de los mejores capítulos, el panadero hace el reparto diario con su furgoneta, llevando junto a sí un cadáver, que pasea con indolencia por toda la isla, en una macabra operación de ocultamiento a la vista de todos. Es un trayecto que visibiliza la red de relaciones que se establecen en esta sociedad cerrada, donde los secretos conviven con el día a día de cada una de las personas, donde todo se sabe pero no se sabe nada.

La serie sigue a rajatabla los códigos del cine policial

A su llegada, la jueza trata de establecer las conexiones con el chico asesinado, pero se le hace saber que no es necesario, pues aquí todo el mundo está conectado de una forma u otra. Son frases cuyo sentido irá tomando cuerpo a medida que la jueza va tomando conciencia de la isla y de sus gentes. Esa paulatina comprensión de la idiosincrasia isleña llega a su punto álgido mediada la serie, cuando hace amistad con una policía local. Su trágica desaparición marca el drástico cambio en el comportamiento distanciado de la jueza, que desde este momento ya no podrá contener sus emociones.

Este desbordamiento emocional va ligado a la presencia de las pardelas, unos pájaros que al atardecer sobrevuelan los riscos de las islas, cuya presencia es precedida por unos gritos guturales, parecidos al llanto de un niño, como le dice la jueza a su amiga al escucharlos por primera vez, asomadas al balcón de su casa. Más tarde, sentada en el suelo junto al coche requemado, intentando reprimir el llanto por la pérdida, el terrateniente se le acerca para preguntarle cómo se encuentra, y la invita a escuchar el extraño canto de las pardelas, y ella le dice que sí, que ya sabe lo que son las pardelas.

Se establece una conexión emotiva de los personajes con el paisaje 

Las respuestas bruscas de la jueza, que no entiende a sus subordinados, el habla siempre cortante de la esposa del protagonista, al borde siempre de la separación, contrastan con el decir suave del acento canario, la musicalidad de las frases de la novia del chico muerto, de su amiga Idaira o de la policía local Reyes, emociones que tienen su correspondencia en el habla.

El clímax de la serie se alcanza en la multitudinaria Bajada de la Virgen, la manifestación cultural más importante de la isla, que es algo más que una romería como creía la jueza nada más llegar a su destino, un escollo que interrumpe su investigación y contra el cual nada puede hacer a pesar de su autoridad.
El desarrollo documental de la Bajada, con sus bailes y sus cánticos y la presencia de muchos de los personajes de la ficción engarzados en ella, encadena el final del capítulo séptimo con el capítulo final, confiriéndole una gran importancia, más allá de su valor propagandístico. En la bajada se explicita la verticalidad que configura ese descenso a los abismos del alma, de lo espiritual a las emociones, de la apariencia a lo más recóndido. La bajada recorre senderos sinuosos, rasga la niebla, se interna en el bosque y resurge victoriosa al borde del mar.

Pero también adquiere una importancia dramática. Los amigos acompañan a la Virgen en su recorrido, admiran su túnica azul, bordada con devoción por manos femeninas. Dónde podrían estar escondidos los diamantes, alguien pregunta, y mira con fijeza a la Virgen. En esta mirada entiende y nosotros entendemos con él. El chico se marcha corriendo y los demás advierten su extraña ausencia. Entonces Pilar se acuerda de las últimas palabras de él y también mira hacia la Virgen y entiende y la serie se encamina hacia su desenlace.

El final tan esperado tiene su desarrollo en el muelle, un espacio que ya habremos visitado tantas veces a lo largo de la serie, con el barco que comunica la isla con la isla mayor de Tenerife, un barco que siempre veremos anclado, con su boca abierta recibiendo los coches que van a embarcarse, y la policía efectuando registros, en busca de no sabe qué, un barco siempre a la espera, unos personajes en un tris de salir, de escaparse de la isla.






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