No hay duda que conseguir la aprobación de una serie, para ser alojada en una plataforma digital, es ahora mismo el objetivo de la mayoría de los cineastas. Más allá del furor de las grandes superproducciones, tanto cósmicas como medievales y de fantasía, de las vertiginosas narrativas del thriller, historias carcelarias o venganzas varias, Facundo Pérez propone un nuevo modelo en “La mansión de los secretos”, más sosegado y ceñido a los personajes, en un piloto que se va a presentar en el TEA.
Dentro de muy pocos años, los mayores de sesenta años seremos mayoría en este país, conformando una nueva generación de seniors que nada tiene que ver con los ancianos de toda la vida, con nuevas preocupaciones y necesidades, más vitales, con ganas de seguir relacionándonos. El concepto de cohousing viene ya de antiguo, muy apegado a las ideas comunitarias de los sesenta, como una forma alternativa de vivir, que justo ahora podría resolver problemas de despilfarro energético y deterioro medioambiental. Aplicado a la gente mayor, podría ser la solución a la crisis de las residencias, aunque plantearía problemas de otro pelaje. Es ahí, en la convivencia de varias personas en una vivienda colaborativa, donde Facundo Pérez y su guionista vieron la posibilidad de conflictos, capaces de empujar una ficción abriéndola en múltiples direcciones.
De aquellas charlas de café surgió un proyecto cinematográfico, la posibilidad de un cortometraje en el que todos podrían participar como actores. La actriz y profesora de teatro Idaira Santana se encargó de facilitarles las destrezas necesarias para el desempeño actoral en un filme. Trabajó con ellos durante meses. En una segunda fase, el propio Facundo continuó aquel trabajo actoral en solitario, con el fin de ir definiendo a los personajes, observándoles durante un tiempo, descubriendo, en su manera de hablar y de moverse, las personalidades de cada uno, en la búsqueda de una armonía, pues de un film coral se trataba.
Una vez creados los personajes, se buscó la colaboración cómplice de un guionista para que desarrollase las situaciones y escribiera los diálogos. Hubo que ir reescribiendo un guión que se iba haciendo con la colaboración de aquellos longevos amigos de Facundo, ahora actores improvisados, cuya vida, absorbida por el proyecto, había dado un vuelco. Ensayaron sus papeles una y otra vez como si se tratara de una obra de teatro, con el fin de que no se perdiera un tiempo precioso en el transcurso de un rodaje que debía completarse en unas fechas determinadas. Llegó un momento en que se dieron cuenta de que iba más allá de un cortometraje, había tema para toda una serie, al principio desarrollada en episodios de quince minutos para más tarde tener de reescribir los guiones para una duración de media hora.
La casa Lercaro, en la Orotava, también conocida como Casa de Ponte-Fonte, cedida por sus propietarios, se convirtió en la casa comunal del grupo de jubilados, cuya vida, no exenta de conflictos y pequeños misterios, se completaría con un cocinero, una mujer encargada del avituallamiento y una médico que les visita periódicamente. El espacio imponente de esta casa señorial, con sus recargados pasillos, y el patio adoquinado con columnas corintias, confiere una determinada personalidad a los personajes, que se van definiendo en este primer episodio de una posible serie, al encuentro de una franja de público que se podría identificar con las pequeñas aventuras de este grupo variopinto de personas, unidas por unas necesidades comunes.
De la misma manera que en esta ficción los jubilados que se han decidido por una vida en común contratan los servicios de personal ajeno, también en la producción de este programa piloto se tuvo que echar mano de actores profesionales para interpretar a estos personajes, Ruth Lecuona como la médico que les atiende, María Hierro en el papel de la mujer que resuelve sus necesidades y Dailo Hernández, con su vis cómica, compone un cocinero excéntrico, que equilibra el intimismo predominante de la serie.
El episodio se abre precisamente con un plano aéreo sobre el casco antiguo de La Orotava, en el que predominan las cubiertas de teja de las grandes casonas, los patios centrales ajardinados y las torres de las antiguas iglesias, acercándonos a la casa solariega donde va a desarrollarse la acción. La casa, a partir de este momento, se va a configurar como un espacio cerrado.
Una primera secuencia, la despedida de uno de los personajes que se marcha a vivir a la India, nos presenta al grupo de personajes, mediante un sencillo plano secuencia con la cámara atenta a los rostros, a los mínimos detalles, tan realista como que Facundo aprovechó que uno de los amigos había decidido irse a la India y filmó aquella despedida. La luz, seguramente filtrada por una ventana, incide en los rostros, dejando los decorativos fondos en una penumbra ocre.
El ambiente enrarecido de la casa, con sus celosías, muros de piedra vista, y pasillos laberínticos, ayudan a crear pequeños misterios que excitan la curiosidad de sus habitantes. Cada personaje intenta penetrar en la intimidad de los demás, una intimidad que cada uno guarda celosamente. El tono, sin embargo, es el de la comedia, con sus equívocos y situaciones que bordean el absurdo. No hay graves acontecimientos, sino que la acción se pliega al día a día de unos personajes que han decidido vivir juntos pero cuya convivencia se ve asaltada a diario por los recuerdos, pequeñas mentiras y percances cotidianos. Aciertan los guionistas en la exposición de estas íntimas historias, han sabido escuchar a los personajes, observados con simpatía y respeto.
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