Dos acontecimientos cinematográficos, separados por unos pocos días, han tenido lugar en Santa Cruz de Tenerife, una ciudad un tanto adormecida culturalmente. El viernes 1 de marzo se proyectó Guarapo en el el cine Víctor, 35 años después de su exitoso estreno en la misma sala, y el martes 5 de marzo de estrenaba también en el cine Víctor la última película del director tinerfeño Juan Carlos Fresnadillo, una película destinada exclusivamente al streaming.
Juan Carlos Fresnadillo, en los años 90 rodó el cortometraje Esposados mediante una pequeña subvención, la unión de pequeñas productoras y el esfuerzo de un grupo de cineastas canarios. Su nominación a los Oscars le permitió dar el salto a la industria mainstream y ahora presentó en el cine Victor su último largometraje, producido por Netflix, en una única proyección en sala pocos días antes de que pudiera verse en la plataforma de pago.
También esta exclusiva proyección tuvo un mucho de nostalgia, al reunir en la sala a casi toda la peña que hacía cine o intentaba hacer cine en los años 90, en unos momentos en que las productoras intentaban consolidar un sistema de ayudas al cine, más allá de las subvenciones arbitrarias que habían conducido a dislates económicos y culturales de todo tipo, así como a la lucha despiadada entre los compañeros de la profesión para llevarse las migajas que restaban.
De modo que allí estaban los hermanos Ríos al completo, casi todos los componentes de la productora La Mirada, aquellos que habían intervenido activamente en la producción de Esposados, así como Papi, de Papi Producciones, Javier Fernández Caldas, director de El último latido y la mítica La isla del infierno, gente de Yaiza Borges, el productor Melo Junior, el crítico de cine Claudio Utrera, anterior director del Festival Internacional de Cine de las Palmas, el periodista y bloguero Eduardo García Rojas, María Calimano, incansable perseguidora de bobinas perdidas, así como cineastas curtidos en el digital a los que encontré un tanto perdidos en medio de la profusión de abrazos y emociones encontradas de los viejunos, evitando las sesiones más o menos protocolarias de fotos frente al cartel de la película, donde una imponente Millie Bobby Brown, nacida en la Costa del Sol accidentalmente, a quien habíamos visto crecer año tras año como Eleven en Netflix, parecía salirse del cartel empuñando una espada en su versión más Brave de su filmografía.
Las proyecciones casi simultáneas de Guarapo y Damsel nos explican dos trayectorias divergentes que ilustran un panorama cultural más general, el posible desenlace de tantas carreras ilusionantes, las unas proyectadas hacia la conquista de un público masivo más allá de la limitación territorial, o quedarse en el terruño intentando hacerse un nombre, un reconocimiento por la labor de toda una vida. En medio estamos la inmensa mayoría, contentándonos con ir completando una obra personal, disfrutando del día a día y esperando que nada de lo hecho se pierda por el camino.
Los Ríos y Fresnadillo se erigen como modelos a seguir, estrellas modeladas en el firmamento de los artículos elogiosos, los programas de cine en la televisión, las tertulias radiofónicas, más conocidos los unos en el ámbito local que el otro, en su pelea diaria por dejar un sello personal en los proyectos estandarizados de la galaxia empresarial, buscándose a sí mismo mientras trata de sobrevivir.
No obstante, la proyección de su particular cuento de hadas en el Víctor dejó un buen sabor de boca. En la invitación personalizada se nos consideraba unos privilegiados por la experiencia de la sala de cine con una película confeccionada bajo los estándares estéticos y narrativos de la plataforma de pago, destinada exclusivamente a las pequeñas pantallas, las tabletas, móviles y televisores varios, depositada en el cielo incorpóreo de la nube.
Resultaba exultante hallarse en una sala de cine llena por completo de público, como había sucedido y era lo habitual muchos años atrás. Guarapo había sido un éxito de público, arrasando la taquilla durante varias semanas, y dio mucho que hablar. Los espectadores se identificaban con los personajes, los sentían próximos, como no había sucedido antes. Damsel, por el contrario, solo apela a la memoria cinematográfica, un cine digital que dialoga con el cine de celuloide que nos entretuvo de chicos, subvirtiendo los esquemas. Más de uno buscaba en la configuración de la gruta señas de identidad, estructuras emblemáticas del terruño isleño, la lava del padre Teide regurgitando por los tubos volcánicos.
Damsel, como Guarapo, ha constituido el éxito esperable, pero a nivel estratosférico, con millones de espectadores en todo el mundo, erigiéndose como una de las películas más vistas de la plataforma.
Durante la proyección de Guarapo en formato digital, la sala se volvió a llenar, sonaron los silbos gomeros y más de uno gritó aquello de “dale una pedrada al cacique”. Pero el proyector no estaba muy afinado ese día, faltaba claridad, estuvieron cacharreando con el proyector pero no consiguieron mejorar la calidad de la imagen. El martes apareció un técnico de Netflix y cambió la lámpara. Los hermanos Ríos, descontentos con la proyección de su película, pudieron comprobar cómo lucía la imagen con Damsel ante tantas autoridades que se desvivieron para compartir el estreno con Fresnadillo y hacerse fotos. Guarapo estuvo en cartel cinco días más y ahora ya sí se pudo contemplar en condiciones.
Si al extinto celuloide se le descorporeiza para que goce de una nueva vida en forma de bits, ¿por qué a las películas destinadas al streaming no se les ofrece la oportunidad de la sala grande? ¿Por qué no proyectar Strange Things en el cine de toda la vida? Seguro que la gente acudiría a ver todos los episodios, proyectados de la mañana a la noche en sesiones maratonianas. Otra manera de disfrutar de lo ya visto, a fin de cuentas sigue siendo lo mismo, el cine de siempre, las mismas narrativas que nos encantaba escuchar alrededor del fuego, bajo las estrellas.