sábado, 24 de noviembre de 2012

EL SEÑOR G EN VECINDARIO

Este mes, en medio de la crisis que nos asola, se han solapado tres muestras de cine que han permitido la visibilidad de cortos canarios en salas. La muestra de cortometrajes de La Orotava, que fija su atención en los cortos de gran empaque en una carrera por llenar la sala Teobaldo Power a toda costa (esa obsesión por las audiencias que han llevado a las televisiones a las simas más profundas de idiotez), la muestra de cortometrajes San Rafael en Corto en Vecindario, mucho más modesta en intenciones pero llena de aciertos, y Cineescena, un feliz híbrido entre cine y gastronomía, que este año ha trasladado su sede al Espacio Cultural Aguere, donde el cine es la excusa y la excitación de las papilas gustativas el centro de atención.

Del festival orotavense ya dio acertada crítica Iván López en su su entrada "Conciencia de generación" del blog Cinematik76, de cómo se soslaya una y otra vez desde diferentes ámbitos la producción canaria, en una manifestación más de un sentimiento de inferioridad de lo canario respecto a lo de fuera, donde se priman unos estándares de producción que no se corresponden con el lugar que debe ocupar la imagen digital respecto al mundo, sino que, lo menos que se puede decir de ellas, es que son obras sin alma.

San Rafael en Corto celebraba su VIII edición. Nació como una iniciativa de la asociación cultural Gran Angular y sus inicios fueron muy modestos. Se instaló un televisor en una de las salas del Ateneo Municipal y allí se proyectaron los escasos vídeos que se habían presentado. Tal fue el entusiasmo de los participantes que al año siguiente pidieron permiso para proyectar en el Teatro Víctor Jara, una inmensa sala inclinada de forma semicircular con más de mil butacas, que se halla incluida en un complejo cultural con varias salas para exposiciones, talleres y conferencias.










En el espacio que se extiende frente a la fachada del edificio, varias banderolas anuncian el evento. En el hall, grandes paneles con la programación y una mesa donde se venden camisetas y en la que al final de cada sesión se deposita la urna para el voto popular. No hay premios en metálico, solo el reconocimiento de las obras que hayan tenido más aquiescencia. El palmarés inicia posteriormente un recorrido por diferentes centros culturales y salas de exhibición.





Los palmarés de las anteriores ediciones (los mejores dos cortos de cada proyección diaria por votación popular) se proyectan de continuo en el interior de un container cedido por el ayuntamiento, un espacio reducido pero muy útil, económico y versátil, con apenas una docena de sillas y un aparato de televisión.

En uno de los amplios espacios del centro, se exhiben las fotografías del making of de “El señor G”, el cortometraje que el colectivo Gran Angular realizó en el campamento de refugiados de Dajla, coincidiendo con el Festival Internacional del Sahara. El señor G es un simpático cuento con una estética cercana a las ilustraciones de “El principito” de Saint Exupery, que contó con la colaboración entusiasta de un grupo de niños saharauris que expresa con simplicidad, a partir de una semilla que el protagonista planta en medio del desierto, el deseo ferviente de una pronta resolución del conflicto.

Una sincera preocupación social anida en el seno de los miembros del colectivo, cuyo trabajo desinteresado y no remunerado se ve compensado por el reconocimiento de los jóvenes realizadores, muchos de ellos primerizos, que ven expuesta su obra en pantalla grande, y les contagian su entusiasmo, animándose unos a los otros a seguir. Unos a realizar una obra más ambiciosa, contaminada por su exposición a la alteridad de la obra de los demás, y a los otros a no desanimarse por la crisis y seguir en el empeño de ofrecer nuevas ediciones de una muestra de cortos imprescindible, alejada del eje capitalino S/C de Tenerife-Las Palmas de Gran Canaria que imanta al grueso de los realizadores, actores y técnicos, una muestra que no hace distingos en la técnica empleada, en el amateurismo o la profesionalidad, porosa al mestizaje de géneros y cánones. 

El compromiso social del colectivo se materializa en la selección de los temas y en las películas y personas invitadas, Mercedes Afonso y su documental “Mujeres bajo la piel” (un espeluznante documento sobre la situación de las mujeres inmigrantes que llegan en pateras), y Álvaro Longoria con “Hijos de las nubes, la última colonia”, con un contenido mucho más político. Las proyecciones se complementan y amalgaman con una selección de Casa África y del Festival de Cine Africano de Córdoba y una muestra de trabajos de jóvenes realizadores de La Habana.

Sorprende la heterogeneidad de las sesiones, un videoclip realizado en un taller de cine junto a un relato detectivesco interpretado con entereza por discapacitados o la puesta en escena de una estampa del pasado isleño, la de las lavanderas, con una estética indigenista, producida por una asociación juvenil, junto a productos más acabados profesionalmente.

Invitado por el festival para presentar el cortometraje Nube9 que rodamos el verano pasado, me dejo llevar por dos entusiastas colaboradoras del colectivo que me conducen por los diversos espacios del centro para contarme las vicisitudes de la muestra mientras vemos una exposición con todas y cada una de los cortos enmarcados que incluye fotos, sinopsis, ficha del corto y semblanza biográfica de cada cortometrajista, alrededor de una gran pantalla donde se proyecta Casablanca, un icono del cine.




El teatro ha tenido que ser acondicionado estos últimos años, me cuentan cuando les señalo una serie de paneles en la parte superior, para resolver los típicos problemas del sonido. Ahora las condiciones acústicas han mejorado y el nuevo cañón que proyecta HD full hará las delicias de los cineastas, acostumbrados muy a su pesar a las proyecciones en dvd.



Si precisas de un espacio para alguna actividad hay cola de espera. Bien, me digo, unas excelentes instalaciones culturales para un municipio con una rica vida cultural. La afluencia de público para un acto de este tipo es buena, más de ciento cincuenta personas el fin de semana y alrededor de cien entre semana, y eso que hay partidos de fútbol, ayer jugaba el Madrid y hay el Barça, me dicen. Sonrío para mis adentros, siempre el fantasma del fútbol, eclipsando las actividades culturales. Pero el fervor por la sala oscura persiste.

El público ha acudido, personas jóvenes y mayores, algunos quizás amigos, colaboradores o familiares de alguno de los cortos a concurso. ¡Ah, el público! Pues sí, empieza a haber gente que se interesa por los cortometrajes rodados en estas islas. Incluso acude cada noche la televisión local para capturar las impresiones de cada invitado. Los organizadores, Agustín Domínguez a la cabeza, extreman los detalles para causar una buena impresión.

 Me encuentro con el periodista y realizador Iván López, y también a Daniel León Lacave, practicante del cine leve, de los cuales también ponen cortometrajes. Me invitan al día siguiente a los Multicines Monopol, donde Armando Ravelo va a rodar algunos planos de un nuevo vídeo en defensa de esta sala emblemática de Gran Canaria, sede durante los últimos años del Festival Internacional de Cine de Gran Canaria, amenazado de cierre por un brutal descenso del número de espectadores.

A las diez de la mañana nos acercamos a los multicines y con un fervor casi religioso nos introducimos de tapadillo en el templo del cine, ahora vacío y silencioso, y encontramos a Armando Ravelo y a Domingo de Luis debajo de una de las pantallas en una de las salas, cacharreando con un foco que dejan finalmente en el suelo y con una cámara de fotos que no es sino una de las mejores cámaras de video digital de la que a todo el mundo oigo hablar.

La idea es muy simple, rodar unos pocos segundos con un director y su actor o actriz preferidos, en una minimalista acción que remita a alguna de sus películas. Así: Iván López con Marta Viera, Daniel León Lacave con Lamberto Guerra…

A mí también me invitan, pero no tengo la suerte de andar acompañado, ya me gustaría a mí contar con alguna de las actrices locales (y lo intenté en Rondó, pero esto es otra historia que contaré más adelante). Ellos insisten, al final se me ocurre que podría estar leyendo un libro y unas manos femeninas entran en cuadro y lo cierran. Naira Gómez se apresta a rodar conmigo. Es ella a quien miro cuando miro fuera de plano y se crea un suspense que dura unos segundos. Gracias, Naira. Ya puedo decir que he rodado un corto contigo, un cortito de diez segundos.

 Al final, la foto de familia. Una luz espectral ilumina los rostros, configurando unas poses de revista de moda, tipo jóvenes emprendedores, líderes del fututo o simplemente nueva generación de cineastas, sea lo que sea lo que signifique esto.

Una foto que quizás perdure. La semilla del señor G quizás fructifique.

De izq. a derch: Marta Viera, Iván López, Lamberto Guerra, Naira Gómez, Mery Díaz, Ado Santana, Daniel L. Lacave, Maykol Hernández, Josep Vilageliu, Domingo de Luis y Armando Ravelo. 

jueves, 1 de noviembre de 2012

LA LUZ DEL CINEASTA INCRÉDULO

A Zacarías de La Rosa le impactó la extensa y solitaria playa de Cofete cuando la pisó hace ya muchos años. Sintió que allí tenía que volver para rodar una película. La luz de Mafasca le persiguió. Necesitó varios años y la escritura de muchos guiones que no eran más que fallidas versiones de una obsesión por atrapar un misterio que estaba en la boca de todos pero que nadie sabía expresar.

Volvió a la isla una y otra vez y al final rodó sin guión, dejándose llevar por la experiencia de la isla y de la fuerza de sus actores desplazándose a pie o en coche por las laderas y los riscos, dejando que los personajes se fueran perfilando en relación al paisaje, suspendidos entre el cielo, el mar y la tierra. Isla sexual. Paisaje violento, telúrico, que exacerba las emociones y espolea la imaginación.





Primero fue la voluntad de un documental. Veo a José Víctor Fuentes en la periodista en busca de testimonios para un programa más de televisión. Es parte de su trabajo. Cuando termina, simplemente se marcha. No deja huella. El lugar no le afecta.








Pero a Jose Víctor sí le afectó. Acabó contaminado por las historias que le fueron contando. ¿Cómo contar entonces, cómo explicar en imágenes su desazón, los sentimientos que lo exaltaban cuando la oscuridad caía sobre el mundo y el mar se confundía con la arena de la playa?

Seguramente vio en uno de aquellos atardeceres alucinados el cuerpo sin vida del soldado todavía atado a su paracaídas, que se hinchaba por el viento y que las olas al retirarse habían dejado al descubierto. José Víctor se sintió como aquel cuerpo entumecido, al irse despojando de los vestidos que lo identificaban como una pieza más del engranaje social para incorporarse al reino de las sombras de la creación.



Qué curioso que los testimonios de los lugareños, el primer material que grabó, apenas nos dicen nada sobre la Luz. José Víctor recurre al socorrido recurso del periodista que indaga, siempre efectivo. Así integra la parte documental en el cuerpo del relato sin demasiadas estridencias. Y aunque podría ser un fake apenas importa. El film comenzaba con el rostro apenas encuadrado del sargento que inicia un videodiario grabándose a sí mismo. Feliz ocurrencia porque precisamente la luz está en el interior de cada uno, ilumina su vida en un plis plas.


José Víctor se apropia así de la leyenda, sintetizando en pocos rasgos las diversas interpretaciones de la misma: el castigo por un pecado cometido, la historia de la mujer sevillana acusada de brujería que acabó habitando un caserón en Gandía. Y los motivos visuales que permanecen en todas las versiones: las almas en pena, los cabreros y las cruces de las tumbas. Y algunos testimonios como la del incrédulo sargento que se sobresaltó al presenciar el misterio de la luz. En el film de José Víctor el pecado anida en la seducción que ejerce la periodista sobre una ingenua chica del lugar, pintándole las moderneces del mundo de afuera. Hay, también, el pecado nefando de la carne, contra natura, condenado por la iglesia al fuego eterno, en el triángulo que conforman Tahísa, Paula y la periodista venida de fuera.



José Victor Fuentes, que firma como Zacarías de la Rosa en recuerdo de un corto anterior donde exploraba la imagen real y la creada en estudio mediante maquetas, explora aquí las relaciones entre el respetuoso lenguaje del documental y los tropos del género fantástico, moviéndose con soltura alucinada entre la fisicidad de la isla y los devaneos de la mente, entre lo real y lo soñado, entre el mundo de la vida y las representaciones de la muerte.

Las tumbas abiertas en la arena, las caminatas de los personajes en la creciente penumbra cuando el cielo y la tierra se confunden en una misma pincelada, el golpe seco de la pala quebrando una vida humana, el sonido quejumbroso del viento como alma en pena que la obsesiva música de Raúl Capote deja al descubierto cuando se detiene de modo abrupto, se configuran como las rimas de un poema incierto que superpone acontecimientos y personajes como si fueran uno solo.



En un mismo espacio coinciden varias historias en el tiempo. El tiempo que entendemos como real, el tiempo contenedor de las leyendas. La leyenda como una forma viable para transmitir un misterio. La leyenda que nos narra el misterio de las emociones que tratamos, inútilmente, de esconder en nuestro interior y que, en un momento dado, estallan.

Afirma la leyenda que todas las verdades al final son reveladas. Víctor Fuentes sin embargo opta por velar el significado del film. Prefiere la opacidad de la poesía a la transparencia de la prosa. Los misterios deben mantenerse ocultos, enterrados en la arena, en contacto con la sangre derramada que fructificará en la leyenda.

Una leyenda que nos cuenta una misma historia repetida una y otra vez, actualizándose en las personas que se pierden en sus meandros. Personajes que se convierten en almas en pena, enfrentados a lo que son, a sus pasiones más inconfesables y a sus crímenes más abominables.


José Víctor Fuentes hablaba hace muy poco tiempo, desde la plataforma del Festivalito de La Palma, de un cine de guerrilla. Coge una cámara y dispara, nos decía. Hay que matar la realidad. La realidad que no nos deja ver lo que hay, lo que somos.

La luz de Mafasca se configura como una luz que ayuda al cineasta incrédulo, atado a unas normas, a ver y a narrar lo que está detrás, lo que llevamos dentro. Jose Víctor descubre en su interior a Zacarías de La Rosa, el dragón dormido.

La experiencia que relata Zacarías de La Rosa en Fuerteventura, con un equipo reducido de personas, inoculando el virus del entusiasmo, dejando que la historia vaya emergiendo con el paso de las horas y el cambio constante de la luz, disfrutando al compartir los diversos oficios del cine, remite a la experiencia del Cine Leve.