La idea de hacer este corto surgió durante el “I Festival Internacional de Cine Gastronómico Ciudad de La Laguna”, donde se proyectó a concurso nuestro corto "Naturaleza muerta". Allí hicimos algunos contactos y Santiago Suárez, que trabaja en la Denominación de Origen Tacoronte-Acentejo y colaboraba con el Festival, sugirió la posibilidad de rodar durante la vendimia y utilizar esta vez el vino como telón de fondo de una próxima película. Santi es además amigo de Joaquín Ayala, con quien ha coordinado la publicación de libros sobre el cine y el vino y han organizado conferencias y charlas sobre el mimo tema, y también primo de Chowie (José Sosa), y estaba entusiasmado con verlo actuar de nuevo.
Allí mismo se me ocurrió empezar a rodar de inmediato, pues se estaba terminando la poda de las parras y no podíamos perder tiempo pensándolo. De modo que, sin guión previo sino con una idea un tanto vaga, salí corriendo con Verónica Galán a rodar unos planos en una finca donde faltaban todavía algunas hileras para la poda. Allí el viticultor le explicó a Vero la técnica e improvisé unos planos con ella mirando melancólica hacia el horizonte. Y como había nevado esos días y la nieve estaba muy baja, aprovechamos la mañana para rodar una secuencia invernal. La nieve estaba efectivamente muy próxima y en la explanada de Las Lagunetas rodé a Vero alejándose por una camino, con una estética próxima a las pelis orientales que tanto me gustan.
Con estas dos secuencias grabadas, lo único que tuve que hacer es sentarme a escribir una historia que las contuviera. Tenía el principio y el final del corto, pero había que rellenarlo con algo, inventar dos personajes que pudieran confrontarse, que tuvieran juego, a la manera de cómo la había hecho en el anterior corto, con un personaje que miraba y el otro que se dejaba mirar, a través de una pequeña cámara de vídeo. Así que imaginé a un enólogo y a una viticultora, ambos con una visión del mundo y de la naturaleza distintas, él un tanto frío y meticuloso, de espíritu científico y práctico, ella más terrenal, sabe disfrutar de las cosas allá donde las encuentre, me lo imaginaba a él probando un grano de uva y a ella saboreándolo, él catalogando y describiendo la textura de un vino y ella bebiéndoselo feliz.
Naturaleza viva se constituye como una muestra más de Cine Leve, feliz expresión del actor Miguel Ángel Rábade al tratar de definir la sensación de levedad que acompañó el rodaje de aquel cortometraje. En este caso, ahora ya consciente de ello, quise llevar al extremo esta manera de rodar, llevando al límite la reducción del equipo: tan solo los actores y yo con mi cámara grabándoles, sin ensayos previos (o reduciéndolos al mínimo), componiendo el plano en el momento mismo de grabar, atento a sus miradas, a los mínimos gestos, grabando una sola toma o repitiendo tan solo por algún fallo técnico debido a mi inexperiencia como operador, al manejar una nueva cámara que acababa de adquirir, una handycam con óptica fotográfica que me recordó mi época de superochista, cuando acercábamos el fotómetro al rostro de los actores y decidíamos en cada caso la abertura del diafragma a partir de las diversas mediciones de la luz reflejada.
Vero y Chowie me asombran en cada nuevo film, tienen autonomía propia y parece que no actúan, sino que viven la situación y la cámara les graba sin apenas indicaciones por mi parte. Chowie ni siquiera se había leído el guión, se lo pasé un rato antes de rodar y no me pareció que le prestase mucha atención, acostumbrado a los continuos cambios y a la improvisación del momento.
Unos días antes de empezar a rodar, Santiago me llevó a varias bodegas para decidir las localizaciones. Hice algunas fotos y rodé unas imágenes que luego me sirvieron, visualizando el guión, para fijar el lugar de cada secuencia, la mejor hora para rodar, etc. De todas maneras estábamos a expensas del momento en que cada bodega hiciese la vendimia, para así disponer de las uvas recién cortadas y de los elementos necesarios.
Santiago coordinaba todo el proceso desde su puesto privilegiado en la Denominación de Origen. Laly Díaz, por otro lado, estaba lista para, al primer aviso, poner la maquinaria del rodaje en marcha, una vez decidido el vestuario para cada escena con Elena de Vera.
Laly Díaz junto a Veronica Galán
En las bodegas, el personal fue muy atento con nosotros, poniendo a nuestra disposición todo aquello que fuimos pidiendo, degustamos el vino (en especial los actores, ahí no había truco) y comimos uvas hasta hartarnos, además de rodar.
En el interior de la bodega El Lomo, que elegí por las pasarelas flotantes y su estructura a dos niveles, decidí el encuentro de los dos personajes aprovechando esta estructura, al situar a Chowie en una posición privilegiada, en lo alto de la pasarela, respecto al personaje de Vero, sugiriendo que aquel pudiese ser su jefe. Les hice caminar por el laberíntico espacio, a la manera de los personajes de Reflejo en rojo, sin que en esta ocasión llegaran a encontrarse (solo al final). Ya montada, la secuencia da una extraña sensación de irrealidad, acentuada por la ausencia de otras personas, sin que se sepa muy bien qué labores realizan en la bodega. Pedimos a unos empleados que le mostraran a Vero qué se hacía allí, pero su acción de girar un elemento metálico y el sonido hueco que reverbera en la estancia acrecientan más el efecto irreal. En un momento dado, filmé a Vero avanzando por el pasillo con algo que llevaba en la mano (una tapa que se había encontrado) que reflejaba la luz como un escudo. Solo en el momento de grabarla me di cuenta de que sugería perfectamente a la diosa griega. A este tipo de cosas me refiero cuando hablo de cine leve, una manera de llevar el zen al cine.
La escena de la ensoñación erótica, la de Vero pisando la uva, la rodamos en un espacio ajardinado, en la bodega Domínguez, donde justo al día siguiente unos niños iban a pisar uvas, en una jubilosa (y también didáctica) repetición de los rituales de antaño. Me interesaba la luz suavizada del atardecer norteño, pero los días eran inestables y las nubes arrasaban el cielo en sucesivas oleadas. Pero hubo suerte, la luz torneaba los muslos desnudos de Vero y acentuaba la mirada atónita de Chowie. Me costó editar esta secuencia, pues estaba el peligro de que quedase como una vacua y predecible secuencia erótica, cuando lo que buscaba era otra cosa, establecer una relación directa entre la naturaleza desbocada y el deseo humano, para ello integré la secuencia en medio de unas imágenes de la maquinaria moderna exprimiendo los racimos, la fruta es transportada por una cinta sinfín y va cayendo sobre un eje helicoidal que va girando y el líquido desaparece por una trampilla. El ruido ensordecedor de la maquinaria da paso a unos planos en absoluto silencio, de la pequeña cuba en medio del prado (su boca redonda, en una imagen que se repite como una coda en el interior de la película), del rostro del personaje mirando, imaginando, que se mezclan con imágenes en movimiento sobre las parras.
Faltaba la última secuencia, que rodamos un lunes por la noche en la casa de Joaquín Ayala. Fiel a mi método, aproveché la estructura de la casa alrededor de un patio, como casi todas las casas laguneras, para rodar desde fuera el desplazamiento de Chowie desde la habitación donde ha estado con Vero para ir al comedor en busca de otra botella de vino, a la manera de Hitchcock en La ventana indiscreta. Este plano de ida y vuelta determinó el desarrollo de la secuencia y matizó su final, modificando lo que estaba previsto en el guión.
Santiago, Betty, Laly, Elena, Chowie, Vero y Josep
Le pedimos a René Martín, que andaba esos días muy liado con otras producciones y no nos pudo ayudar con el sonido directo, que compusiera la banda sonora. A los pocos días apareció con una partitura de siete minutos, que respetaba la estructura musical de Naturaleza muerta y recorría los diversos estados de ánimo que convencionalmente se asocian a las diversas estaciones.
Este cortometraje, a diferencia del primero, que tenía una única localización y se rodó en una pocas horas, ha contado con múltiples localizaciones y se rodó a lo largo de todo un año, al ser importante el cambio de las estaciones. Pretendía, como en aquella ocasión, más que contar una historia, poner en pie una fiesta de los sentidos. El surgimiento del deseo y sus continuas fluctuaciones entre un enólogo y una viticultora corren en paralelo a la lenta maduración de la uva y su transformación en vino, y se describe con minuciosidad los rituales sociales que acompañan este proceso. El esquema clásico de “chico conoce chica” es una mera excusa argumental para filmar el rostro transformado de los actores, que no deben actuar sino simplemente expresar sensaciones. La ficción, despojada de la inútil anécdota y de vacuos ropajes psicológicos, se trasmuta en un documental que registra miradas y gestos.