La otra diferencia fue la presentación en la recoleta sala del TEA de un corto que se beneficiaba de la co-producción financiera del Gobierno de Canarias a través de Canarias Cultura en Red, que hasta ahora eran estrenados con todos los honores en los multicines Renoir-Price en Tenerife y en los multicines Monopol en Gran Canaria, sedes provisionales de la Filmoteca Canaria, y que incluían la celebración de un cóctel donde los aficionados podían compartir las mieles del éxito o, como mínimo, la alegría del estreno con todo el equipo técnico y artístico del film, y que atraía al suficiente número de espectadores para llenar dos de las salas de los multicines en una proyección simultánea del corto.
Sin embargo, por los efectos de la crisis, se han reducido costes y ahora son las propias productoras quienes tienen que gestionar el estreno, y tan sólo se mantiene la presencia de uno de los responsables de Canarias Cultura en Red, en la persona de Patricia Cámpora, que pronunció en la presentación del acto unas pocas palabras de agradecimiento, y no la explicación esperada, animando al colectivo Digital 104, que se ha ido beneficiando de manera continuada con la política de co-producción con el Gobierno y con la presencia de sus cortos en el Catálogo que anualmente busca la distribución y la participación en el mayor número de festivales tanto nacionales como internacionales de los mejores cortos del año, en la producción de nuevas propuestas con la seriedad y rigor, añadió, como hasta ahora.
La sala estaba llena, con algunos espectadores sentados en las gradas, evitando la incomodidad de las primeras filas. Había electricidad en el ambiente, la expectación de un corto que prometía una buena historia y el buen hacer de un puñado de buenos actores, muy bien publicitados a través de los medios de comunicación, mediante la campaña correspondiente a través de facebook y algunos blogs que, poco a poco, se van sumando a la fiesta del cortometraje canario, anunciándolo previamente y luego colgando sus impresiones.
Este es el análisis que esta mañana, con la imágenes todavía clavadas en la retina, se me ocurrió escribir. Como todo análisis, tomo el texto cinematográfico del corto de Domingo J. González como un libro que precisa ser descifrado, donde siempre se añade algo que está en la mirada del espectador, siempre subjetiva.
"RIDÍCULA", CRÓNICA DE UNA AUSENCIA
El film se abre con el rostro de una mujer tendida en la cama, con la cabeza ladeada y mirando frente a sí. No nos mira, sino que su mirada es introspectiva: mira sin ver. La imagen siguiente es un plano amplio de la habitación, desde el lado contrario. Comprobamos que la mujer está sola, en medio de la amplitud del dormitorio, una soledad que el encuadre refuerza. Este comienzo nos emplaza junto a la mujer, centrando la narración en ella. Al mismo tiempo, el gozne que sutura ambos planos señala que el film va a tomar distancia. A partir de ahí, la preponderancia será la del plano general, y tan sólo mucho más adelante regresaremos al rostro de la mujer en la cama. Entre aquel plano inaugural y este que cierra la narración, se desarrolla como en un arco una toma de conciencia, la de esta mujer alienada, incapaz de asumir la ausencia del marido, la educación aplazada de sus hijos, el trabajo monótono en las rotativas del periódico, subrayadas por la imagen de la cama vacía, el griterío apagado pero constante y en sordina de los niños peleando, escuchado detrás de las puertas, y el rumor de las máquinas adueñándose de la grisura del espacio mientras ella introduce con gestos mecánicos el suplemento dentro del cuerpo del periódico.
La mujer está ahora en el baño, se desnuda frente al espejo, se desliza hacia la ducha y cierra la cortina elidiendo su imagen. El plano se mantiene unos instantes, marcando la ausencia de la mujer y sobre esta imagen vacía se superpone el título del film. Antes hemos visto sus pechos reflejados en la pulida superficie del cristal, ahora su ausencia sugiere la declinación de sus funciones como madre y como esposa, reforzando la idea de la cama vacía y la del espacio del piso ocupado por los gritos y las correrías de los niños, desasistidos de toda autoridad.
El espejo que ya no refleja ninguna imagen es la propia pantalla del cine, es el reverso del primer plano en el cine, capaz de revelarnos los sentimientos y el alma de los personajes. Por el contrario, el film nos presenta a una mujer sin alma, un zombi que ha sido despojado de su ser más íntimo. Este plano marcado a fuego por la superposición del título y que nos niega la presencia de la mujer en el interior de la historia, encontrará su resolución en el plano general con el que se cierra el film, cuando la mujer despierta a su condición real y recupera su contacto con el mundo, de pie en medio de la habitación y que la centralidad que ocupa en el encuadre subraya, repitiendo como una coda el engarce del rostro de la mujer en la cama, idéntico al del principio, y este plano más amplio, distanciado, de la mujer que llora, en un movimiento que nos acerca y aleja al mismo tiempo de la historia, permitiéndonos por un instante la identificación con la protagonista y la distancia suficiente para entenderla.
Domingo J. González opta por una narración a base de largos planos generales hecha de elipsis, fragmentos de realidad aislados por trozos en negro, como restos de un naufragio. La imagen y el sonido se interrumpen de modo abrupto y dejan paso a unos segundos de nada y que equivalen a estas partes de la vida de uno que son engullidas por el olvido. Así van desfilando momentos superfluos, en la casa, en el trabajo, en sus correrías nocturnas en busca de sexo y alcohol narcotizantes. Los planos generales, con la cámara fija, inmóvil, nos recuerdan nuestra condición de meros espectadores y establecen una significativa relación de la mujer con su entorno. El montaje en el eje, acercándonos o alejándonos del personaje, más propio del cine clásico, expresa el dominio de Domingo sobre la escritura visual, la contención de los ribetes melodramáticos que la historia sobre el papel contenía y una deliberada opción sobre la puesta en escena.
Con este cortometraje, el colectivo Digital 104 confirma el nivel de sus producciones y las distintas opciones estéticas de sus integrantes, a la espera del cortometraje de Jonay García que cerraría esa primera entrega como directores de los cuatro cineastas que componen el colectivo, desde que ya hace unos años tomaron una serie de decisiones, unas de tipo técnico (la exigencia de calidad y la búsqueda de los mejores técnicos y aparatos para la ejecución de sus trabajos), estratégicas (la contratación de actores conocidos de la península para garantizar la salida de los cortos fuera de las islas) y económicas (optar por la co-producción financiera con Canarias Cultura en Red), que supuso un antes y un después en su trabajo. De este modo, el cine de plano fijo y sostenido de Domingo, se entrelaza con el cine visceral de Eugenia Arteaga cortado a hachazos de “Algo que aprender” y con los movimientos voluptuosos de los planos secuencia de Jairo López en “Como siempre”.