jueves, 7 de diciembre de 2017

PÁGINA 45: CINE DE GÉNERO O CINE DE AUTOR

Este año se cumplen 50 años desde que realicé mi primera incursión en el cine, rodando un cortometraje con una cámara de 8 mm. Luego me estallé con una adaptación de un cuento de Cortázar en 16mm. que no logré terminar. En 1973 aterricé en Tenerife y los canarios me adoptaron como uno más de los cineastas amateurs que en aquella década pululaban por aquí. Ahora estas cintas han obtenido una curiosidad inusitada, y me piden que las vaya proyectando como complemento cuando estreno mis últimas producciones. “Página 45”, rodada en 1979, se proyectará en los Multicines Tenerife el martes 19 de diciembre, junto a “Del amor y otras necesidades”.





Lo malo de estas proyecciones es que se valoran más aquellas cintas ahora digitalizadas que mis últimas películas, como si los años nos hubieran borrado las aristas y dulcificado las formas y contenidos, por culpa de la facilidad de los nuevos fomatos y la tecnología digital. Es cierto que quizás éramos más atrevidos, o más inconscientes, y nos lanzábamos a rodar todo aquello que se nos pasaba por la cabeza, resolviendo los problemas a golpe de ingenio y de imaginación, como meter a fumar a todo el equipo para crear la atmósfera de humo adecuada a un garito nocturno o colocar frente al objetivo una bolsa de plástico con agua o papeles de celofán de colores para crear texturas en la imagen.

Página 45 fue premiada en la IV Muestra de Cine Canario organizada por la Caja General de Ahorros, junto a Creándose así el pueblo guanche de Félix González de la Huerta y Anabel off side, primera producción de Yaiza Borges, en la que también había colaborado. Cambios en la composición del jurado, en el que figura el futuro catedrático de cine Fernando Gabriel Martín, el técnico de sonido Diego García Soto (responsable del sonido de las películas de Fernando H. Guzmán), o el dramaturgo y director de escena Pascual Arroyo, influyeron en una nueva percepción del cine, alejada de la perfección técnica y el amateurismo de las muestras anteriores, donde siempre ganaban los hermanos Ríos o Roberto Rodríguez.

No sé si sería por estas razones o porque en el jurado figuraba Fernando Gabriel, que sería uno de los diez fundadores del colectivo Yaiza Borges en la siguiente década, pero lo cierto es que el premio me sorprendió, porque siempre me había mantenido en un modesto segundo plano dentro del movimiento del cine amateur de estos años (apenas se me cita en el libro de Carlos Platero “El cine en Canarias”).

La sinopsis que acompañaba la bobina de Super-8 decía lo siguiente: Tras una noche de borrachera, un tipo se despierta al día siguiente junto a una mujer que apenas conoce.

El guión se basa en la página 45 de la novela “La llave de cristal” de Dashiell Hammett (Alianza Editorial) que estaba leyendo aquellos días,  mientras le daba al coco para ver qué se me ocurría para un nuevo corto. Después de unos años convulsos me había comprometido con un grupo de cineastas que se constituyeron en Asociación y se autodenominaron Yaiza Borges, con el propósito de cultivar un tipo de cine diferente. Habíamos rodado dos cortometrajes en plan colectivo, sin que se supiera muy bien quien dirigía, por aquello de que había que acabar con la política del Autor, y ya también esta etapa se estaba cerrando, pues éramos especialistas en quemar etapas, y pensaba de nuevo en dirigir algo por mi cuenta.

Me pareció que lo que se narraba en la página 45 era suficiente para un cortometraje, pero como no quería desaprovechar el contenido del libro, se me ocurrió que el protagonista resumiese toda la novela en un monólogo frente a la cámara, dirigiéndose al espectador. La idea era trasladar una historia de gansters al ambiente sórdido de los ligones en una zona turística de la isla de Tenerife. Esa era la relectura que me interesaba.



La estructura del corto rompe con todas las convenciones narrativas y de verosimilitud, alternando los etílicos monólogos de los ligones con las conversaciones de las chicas en el baño, donde se entretienen realizando actividades extravagantes. Además me permití romper una de las reglas más sagradas de la profesión, que es el llamado salto de raccord o de continuidad, sustituyendo un pañuelo de color rojo por otro blanco al pasar de un plano medio a un primer plano. No recuerdo si lo hice ex profeso para provocar a los academicistas del Círculo de Bellas Artes donde proyectábamos los cortos o porque ya estaba más que harto de la enfermiza vigilancia de la ortodoxia que se ejerce durante el rodaje para no incumplir las normas. Se supone que la continuidad es el gran invento del cine para sumerger al espectador en la ficción, pero nosotros lo que queríamos era desapegarlo de la pantalla (la famosa distanciación brechtiana).

Página 45 supuso también la primera colaboración con el director de fotografía Juan Antonio Castaño, que estaba haciendo la mili en Tenerife y apareció por mi casa unos días antes del rodaje porque se había enterado de que había unos chicos que estaban haciendo cine. Estos chicos eran los del Yaiza Borges y enseguida se sumó al colectivo, primero como director de fotografía, que era lo suyo, y después, cuando se puso en marcha la sala de cine, como proyeccionista, entre otras muchas cosas.



Para descargo de Mengue tengo que decir que las secuencias del apartamento, que quedaron muy oscuras, las tuve que rodar yo mismo, pues los militares no le dejaron salir ese día.

La Asociación Cultural de la Telefónica estaba ubicada, creo recordar, en un piso de la Rambla Pulido. Disponía de un rincón con la pared pintada de un fuerte color verde y rojo, que no tenía más de dos metros, suficiente para rodar varios planos que diesen el pego de un night club, así son los trucos del cine minimalista. 





Una caja de cartón recortada con la palabra SEX, junto a la puerta de entrada de una vivienda cercana al campo de aviación de los Rodeos, era suficiente para crear el ambiente nocturno. Cambiamos la caja de cartón por otra y ya teníamos la entrada de otro bareto idéntico al anterior. Dos focos acercándose a ras de suelo y ya teníamos el taxi. Allí es donde fumamos todos para crear la viciosa atmósfera de humo que uno imagina en una adaptación de Hammett.

Como en otros cortos de la época no llamé a actores sino que utilicé amigos que se prestaban a salir en un corto. Los actores que había en Tenerife pertenecían a grupos de teatro amateurs y en el cine sobreactuaban. A Emilio López, que tenía una vis cómica envidiable, le dejé solo frente a la cámara y más tarde le di un papel importante en el largometraje “Bajo la noche verde”. Luis Callejo trabajaba conmigo en el departamento de Ingeniería de la Telefónica y había hecho algo de teatro en Segovia. Loli Puelles era la hermana de Juan Puelles (equipo Neira), Tinot Caixal era el seudónimo que se puso el aparejador que luego dirigiría las obras de nuestra nueva casa, Trini Bartolomé su cuñada,  y Ángel Falcón (productor) y Aurelio Carnero (director de cine) tienen un breve cameo.



Rodamos en los baños de las nuevas instalaciones deportivas de Santa Cruz (la futura “Hamburguesa”), todavía sin inaugurar, gracias a que el aparejador que interpretaba a uno de los borrachos trabajaba en la empresa de construcción Huarte. Las escenas del baño intentaban responder a la pregunta que uno se hace cuando comprueba que las mujeres siempre van juntas al baño.



Tuve la suerte de que Página 45 fuera seleccionada para ser emitida en un programa pionero de cine canario de TVE en Canarias. Este programa, una idea del periodista Javier Jordán, iba a tener dos fases. En la primera se emitían cortos ya rodados y luego estos realizadores podían presentar el proyecto de un nuevo cortometraje que, si era seleccionado por un comité, iba a ser coproducido por la cadena.  Gracias a esto pude rodar “Iballa” unos años después en 16mm., que muchos de mis amigos creen que es mi mejor película. 

El programa se grababa en los estudios de las Palmas de Gran Canaria, ubicados en una zona industrial. Fuimos Laly  y yo. En el muelle nos recibieron dos azafatas y nos acompañaron al hotel. Primero se nos invitaba a un almuerzo en un buen restaurante, me imagino para que fuéramos conociendo a las personas invitadas que a lo largo del coloquio iban a destripar la película. En el restaurante, en un televisor, se proyectó la película. Nadie comentó nada.  Luego nos llevaron a los estudios para grabar el coloquio.

A mí me parecía que hacer este programa iba a costar, como mínimo, diez veces más que lo que nos costó rodar el corto. Pensábamos que con este dinero podríamos haber rodado otros dos o tres cortometrajes.

El escritor Alberto Omar, autor del libreto de “La estatua y el perro”, la obra de teatro que había adaptado al cine unos años antes, era el presentador del programa y dirigía el coloquio. Entre los invitados estaba el crítico de cine Claudio Utrera, el director de cine y crítico cinematográfico Josep Luis Seguí y el crítico de cine del Diario de Las Palmas Antonio Rosado, quien también llegó a realizar algunos cortometrajes en super8.

Antonio Rosado afirmó de sopetón que no había entendido nada de la película (no del argumento, me imagino, que era muy sencillo, sino del por qué de la existencia de un corto como aquel, sin pies ni cabeza, sin estructura y sin casi personajes) y la criticó de arriba abajo.

Seguí, autor de una obra vanguardista, ensalzó el corto y dio varias claves para su entendimiento, como por ejemplo el desenfoque del plano final que iba acorde con la deriva del personaje. Ese día empecé a entender la labor de los analistas, que ayudan a esclarecer significados ocultos bajo la superficie del film, incluso para los autores del mismo. Laly, siempre tan vehemente, salió disgustada y no quiso compartir el taxi con el autor de tan malas críticas. 

 

Fecha de producción: 1979. Producción: Josep Vilageliu, Laly Díaz.

Dirección: Josep Vilageliu.  Guíón: Josep Vilageliu, a partir de La llave de cristal de Dashiell Hammett. Fotografía: Juan Antonio Castaño y Josep Vilageliu (secuencia hotel). Ayte. fotografía: Antonio Jarque. Maquillaje: Laly Díaz.

Lugares de rodaje: La Laguna, Santa Cruz de Tenerife, Puerto de La Cruz.

Duración: 29 min. Paso: S-8, 24 imag/seg. Color: Kodak

Intérpretes: Emilio López, Loli Puelles, Luis Callejo, Trini Bartolomé, Tinot Caixal, Angel Falcón, Manolo Pérez, Aurelio Carnero.
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lunes, 4 de diciembre de 2017

YAIZA BORGES: LA EDAD DE LOS HOMENAJES

Hace unos días me llama Jairo López por teléfono, lo cual ya es una novedad, pues en la era del whatsapp a quién se le ocurre llamar por teléfono, y me dice que han decidido darnos el premio que su asociación concede anualmente. ¿Darnos?, ¿a quién? Al colectivo Yaiza Borges en el cual milité en los años 80 y del que hace poco celebramos los 25 años de su creación, en 1987. Jairo López es ahora presidente de la Asociación de Cineastas de Canarias Microclima, una asociación que comienza su difícil andadura (se creó a principios de 2016), siguiendo los pasos de sus antecesoras, o más bien rehaciendo un camino abandonado tantas veces y empezado de nuevo por la voluntad de cineastas en pro de unas metas comunes a lo largo del siglo pasado.

Hace apenas un año, la Asociación Microclima acordaba conceder su primer galardón, destinado a reconocer el esfuerzo individual o colectivo a favor del cine,  a la Asociación de cine Vértigo, “por su extenso y riguroso trabajo en pos de la promoción y la difusión de la actividad cinematográfica en el  contexto insular de Gran Canaria”.
Algunos miembros de la Asociación Microclima
El premio de este año al colectivo pionero Yaiza Borges “quiere destacar la intensa labor desplegada por los miembros de aquella asociación y luego cooperativa, tanto en el terreno de la producción, como la exhibición, divulgación, distribución, formación y también en el debate de las políticas audiovisuales en los años de formación de la Comunidad Autónoma de Canarias”.
Vértigo es una asociación viva, fecunda en proyectos cinematográficos, como la Muestra de Cine Iberoamericano Ibértigo o la imaginativa muestra de cortos de un minuto y medio de duración, en relación al concepto de ciudad, Muestra Visionaria.
Yaiza Borges, por el contrario, pertenece ya a la historia del cine canario, y se halla embalsamada en publicaciones, tesinas y todo tipo de reseñas, y sus restos de naufragio (boletines, hojillas, propuestas, libro negro, revista Barrido, películas, carteles y sueños), metidas en cajas depositadas en algún rincón oscuro del fondo documental y audiovisual de la Filmoteca Canaria, recientemente traspasado al archivo provincial.


La otra noche, a la entrada de una de las sesiones del Festival Internacional de cortometrajes Tenerife Shorts, alguien me felicitó. ¿Y eso? le dije. Por el premio, el premio a YB, es que el premio es a los miembros del colectivo y no tanto a esa Yaiza Borges, con nombre de mujer misteriosa (un nombre que llevó a mucha gente a la confusión, pues pensaban que esa mujer existía), a los diez fundadores, aquellos cuyos nombres se grabaron en las escuetas páginas del Libro Negro, fundidos con las proclamas y propuestas que constituyeron su manifiesto por un cine posible (e imposible).
Reflexionando más tarde, advertí el paso de los tiempos, cómo en aquellos años pasábamos de los premios (nos contentábamos con que salieran los proyectos, los miembros del colectivo eran muy radicales, ya se sabe), y ahora la sensibilidad es otra (se mide el éxito en el número de festivales en que has sido seleccionado).
Juan Antonio Castaño, Fernando Gabriel Martín, Lales Alonso, Josep Vilageliu, Aurelio Carnero
La tarde del sábado 16 de diciembre, en la sala del TEA, se proyectarán las dos bobinas de super8, único testimonio de la inauguración del Cinematógrafo Yaiza Borges una noche lluviosa del mes de octubre de 1981 (y que siguió lloviendo en cada uno de los siguientes aniversarios), en una sala de cine cerrada de la calle General Mola (ahora avenida de las Islas Canarias) que el ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife utilizaba para mítines político y es en la actualidad un gimnasio.

Dos bobinas que rodó por su cuenta Antonio Jarque, un compañero de Telefónica que nos ayudaba en los rodajes, intentando obtener una perspectiva adecuada para encuadrar a tanta gente que desbordaba el hall de entrada y se perdía por los pasillos y demás espacios de la sala de cine, con su nuevo look en blanco y negro, que hacía juego con “Solo ante el peligro”, el western de título alegórico con el que se inauguraba una inacabable (eso esperábamos) sucesión de estrenos de películas clásicas y modernas que atraería a los amantes de cine de la isla, ahítos de tantos títulos que se les habían escamoteado y que empresarios apegados a lo seguro no se atrevían a programar.

El comienzo y el final. La proyección de las dos bobinas y la de “The end”, la inclasificable película que rodaron los miembros del colectivo tras el cierre de la sala, obligados por la deuda que se iba acumulando, y que constituye un climax emotivo, la constatación de un fracaso, la suma de una serie sketchs individuales que pretendían ser una reflexión sobre los casi seis años de lucha (dos primeros años espléndidos y luego un ir perdiendo espectadores e ilusiones), dominados por una pasión casi enfermiza que los mantenía unidos en la adversidad (las películas que les hubiera gustado hacer, los proyectos que los gobiernos de turno, de izquierda o de derecha, fueron rechazando)


¿Qué fue de Yaiza Borges? Tras el cierre del cine volvieron a juntarse en un proyecto colectivo, que se pretendía por un lado pedagógico y por otro remontar la deuda y cerrar la hipoteca sobre unas tierras. Una oportunidad en forma de cursos para parados de 440 horas, dos de Producción de Vídeo y otras dos de Animación de cine-clubs, pues ingenuamente se pensaba que las salas de los pueblos, una vez cerrados los cines y abiertos de nuevo como salas de cultura de los diversos ayuntamientos, se pondrían en marcha nuevos cine-clubs cuyos animadores se necesitaba formar, para organizar los ciclos, confeccionar las hojillas y conducir los coloquios.
Y luego unos se marcharon (Fernando Gabriel Martín a Brasil, tras su jubilación como catedrático de Cine, Bolaños a Marruecos, Javier Gómez a Valencia,  Pep a Argentina) y otros nos quedamos, cada uno en su historia, mientras los años han ido trayendo a nuevas generaciones de cineastas, que apenas saben ya nada de Yaiza Borges ni falta que les hace.




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lunes, 16 de octubre de 2017

CRÓNICAS DE LA IMAGINACIÓN: LA NUEVA SERIE DE ÓSCAR MARTÍNEZ

El miércoles tocaba ir a un estreno en el TEA, pues esta semana el jueves era festivo, día de la Hispanidad.  El ambiente está revuelto y las redes sociales pugnan entre  resolver el affaire catalán o calibrar la bondad de la nueva versión de Blade Runner. Tengo curiosidad para ver la nueva incursión de Óscar Martínez en el género fantástico quien, tras unos años de inactividad, ha conseguido rodar un cortometraje gracias a un grupo de amigos que le animaron a hacerlo, poniendo el equipo técnico y humano al servicio de su nuevo proyecto: una serie de cortos a la manera de los “Cuentos asombrosos” que Spielberg puso en marcha en los años 80 para la NBC.
Fotografía de Gustavo Torres y Ricardo León 
Óscar Martínez no es tan ambicioso y, consciente de sus limitaciones, se contenta con ir rodando cortos de diez minutos autoconclusivos. Nos cuenta en la presentación que la dificultad de rodar en Canarias, sin apenas ayudas a los cineastas canarios, mientras se ofrecen todas las facilidades a las productoras foráneas para que rueden aquí, hizo que se replanteara volver a rodar. Su presencia en el Festival de Sitges en 2015 con “Melania. Paciente Cero”, su estreno en los Multicines Tenerife en tres salas simultáneas y los espaldarazos de tanta gente animándole, le hizo pensar que podría subir un escalón más y encontrar una garantía más sólida para llevar adelante sus proyectos de series para televisión.
“Melania. Paciente cero” era un episodio más de su serie de terror “Extinción”, que tuvo un inicio prometedor con “El día del incidente alfa”. Invitó a otros realizadores para que dirigieran algunos de los episodios, como Gus Torres y Cándido de Armas, que realizaron el segundo y el tercer episodio con gran entusiasmo.  Iván López y Fátima Luzardo también rodaron algunas escenas de los siguientes episodios pero finalmente no llegaron a terminarlos por diversos motivos.

Su pulsión por las series se inicia con Kroma en 1994, destinada a la Televisión Canaria. “Insólito” (2004), donde un inmenso platillo volante descendía sobre el Teide, iba a ser el episodio piloto de otra serie de corte fantástico y de ciencia ficción. Con “Amania” (2008-2010) consiguió poner en escena otra historia ambientada en la época de Jesucristo y rodada en las zonas desérticas del sur de la isla, con un gran despliegue de medios.
Óscar Martínez no esconde su pasión por el cine de John Carpenter, por su puesta en escena mesurada de línea clara y su filigrana narrativa y que a mí me parece una cuestión generacional, la de todos aquellos que en su adolescencia y juventud se iniciaron como espectadores de cine enfrentándose a la renovación narrativa que capitanearon Lucas, Spielberg, Landis, Zemeckis o Carpenter.
Las filiaciones son siempre importantes. A mi me tocó convivir con la nouvelle vague, con el free cinema, con el cine underground que Jonas Mekas saludaba como el nuevo cine americano, con Antonioni y con Jancsó, y nunca me han abandonado.
No se puede competir con los americanos y tratar de rodar un cine narrativo de corte fantástico con los medios escasos de los que aquí se disponen, y menos si no lo respalda un sólido presupuesto que pueda hacer frente a la multitud de actores y figurantes, a la variedad de escenarios, a los necesarios efectos especiales. En Insólito, en Amania, sorprende el atrevimiento, pero desmerecen algunas actuaciones cuando hay diálogo, faltan recursos que el ingenio no puede tapar, salta a la vista el trampantojo. Yo tuve la suerte que mis padres adoptivos tuvieron que vérselas con un cine sin medios e inventaron una nueva forma de hacer cine.
Acostumbrado a los megalómanos proyectos de Óscar de casi una hora de duración, siento curiosidad por esta pieza de orfebrería que es su “Efectos de sonido”, con sus escuetos once minutos, una única situación y un único personaje, inspirados en el comienzo de “Impacto” (“Blow out”, 1981), uno de los films más interesantes del irregular Brian de Palma, que a su vez se inspira en “Blow up” (1966) de Antonioni, configurando un hilo muy tenue que nos relaciona a Óscar y a mí en cuanto a las filiaciones cinematográficas.
En “Blow up”, un fotógrafo profesional toma unas fotografías en un parque y al ampliarlas descubre el indicio de algo que podría ser un asesinato. En “Impacto” el protagonista registra sonidos para incluirlos en la banda sonora de un film y una noche el sonido que podría ser de un disparo se cuela en su grabadora, al mismo tiempo que un coche se precipita al río.
Tanto Antonioni como Brian de Palma reflexionaban sobre el estatus del cine, en cuanto a su relación con lo real. En el revelado de una foto, durante los pocos segundos en los que la imagen se va aclarando, somos espectadores de cómo esta imagen va a desvelar un fragmento de la realidad que la cámara ha encuadrado previamente. Pero lo real es ambiguo, parece decirnos Antonioni, todo son apariencias.
En Impacto, el sonidista consigue sincronizar el sonido captado con una secuencia de fotos que alguien había capturado del momento del accidente y las fotos se animan conformando una secuencia cinematográfica.  El montaje de estas fotografías es un puro artificio, como es el cine en general, pero puede restituir lo real.
En “Efectos de sonido”, a pesar de que el director solo pretende contarnos una historia, también percibo una interesante reflexión sobre el medio cinematográfico, en la tensión entre lo que vemos en pantalla y lo que queda fuera de los márgenes, en la relación siempre equívoca entre lo que se ve y lo que se escucha.
Norberto Trujillo
Es en el trabajo sobre esta diacronía donde el corto recoge sus frutos, la inquietud no surge del escenario ni de golpes de efecto dados al susto, sino de la aparición de sonidos no acordes con aquello que se ve.  Se le supone a la grabadora, como tal instrumento,  el registro objetivo de lo real: registra pájaros y el operador enuncia “pájaros”, registra niños y el operador dice ”niños” y los vemos jugando en el parque. Pero luego escucha campanas y no hay ningún campanario, cánticos y está en pleno campo, gritos y las calles están vacías.
Mientras escribo estas líneas me acuerdo del estupendo libro “La hipótesis del Cine” sobre la transmisión del cine, que tanto nos iluminó durante nuestra experiencia pedagógica “Educar la Mirada”. Alain Bergala plantea en este pequeño tratado sobre el estudio del cine la manera cómo los creadores hacen su trabajo y para ello establece tres operaciones mentales muy simples: la elección de algunas cosas de lo real entre las muchas posibles, la disposición de las mismas al relacionarlas entre sí y finalmente el ataque, cómo plantar la mirada sobre ellas.
“Efectos de sonido” sería un perfecto corto para ilustrar estas operaciones mentales. No hay apenas narración, sino solo el devenir de un personaje en busca de una explicación, que constituye el eje de la narrativa fantástica: el restablecimiento del orden.
Para ello elige un escenario, un barrio alejado de la ciudad, donde conviven el campo y lo urbano sin estridencias, y decide rodar la mañana siguiente de la verbena de San Juan, cuando se supone que no va a haber gente en la calle. Y elige a un actor en cuyo rostro se pueda ir inscribiendo la deriva desde la incredulidad inicial hasta la incertidumbre y el horror final, un rostro que sirva de guía y en el que pueda proyectarse el espectador.
El desarrollo del corto consiste en la disposición de estos elementos y su relación con la cámara en una sutil gradación desestabilizadora: Movimientos de cámara que van ganando en complejidad, combinación de planos generales y primeros planos cada vez más extenuante, pérdida cada vez mayor de la perspectiva para desorientar al espectador, preparándolo para el efecto final esperado.
Como era de esperar, Óscar Martínez toma prestados determinados encuadres que configuran el universo estético del cine fantástico y de terror: un plano desde lo más alto con la cámara montada en un dron, un contrapicado desde el suelo, un encuadre inclinado, ajustados a la narración, homenaje a un cine del que no oculta su admiración.
Con este corto consigue por una vez un ajuste perfecto entre los medios disponibles y el resultado final, sin que las pretensiones de espectacularidad de sus otros trabajos choquen con el voluntarismo de técnicos y actores intentando emular el cine hollywoodiense. Ahora, incluso la falta de claridad del aire debido a la calima, un efecto no deseado, supo llevarlo a su terreno, confiriéndole al film un tono lechoso, la atmósfera de extrañeza que el corto necesitaba.
Pocas horas más tarde, una voz a mi espalda hizo que me girara en uno de los pasillos de Alcampo. Era Javier Fernández Caldas, un cineasta que en los años 90 sorprendió con unos cortometrajes de un humor muy negro, como “El último latido”(1993) o Frágil (1994), y un largometraje que desmitificaba el cine “de guanches” con un tratamiento de cine de aventuras de las de antes (La isla del infierno, 1998). Me contó que ahora se entretenía rodando cosas con el stop motion, esperando el momento propicio para rodar otro corto con los medios necesarios, una oportunidad que parece estar cada vez más lejana.

--> Óscar Martínez ha recuperado el ánimo para seguir rodando cortos. Uno va cumpliendo años, me confiesa, y las fuerzas van menguando, pero no te puedes negar a ti mismo la posibilidad de seguir haciendo películas, sea como sea, para seguir disfrutando con algo que a uno le gusta. De momento, la idea es rodar estos cortos, uno al año, para este proyecto de serie que ha llamado “Crónicas de la imaginación”



 Óscar Martínez





miércoles, 26 de julio de 2017

25 CONCEPTOS DE ISLA EN VISIONARIA

Me habían invitado en varias ocasiones para que participara en Visionaria. Si rodar un cortometraje de 5 minutos ya me parecía difícil, el reto de hacerlo con un máximo temporal de un minuto y medio me parecía toda una proeza. Pero rodé y edité una pieza y me seleccionaron con otros veinticuatro realizadores para su proyección en el CICCA en Las Palmas de Gran Canaria.


Lo que me impulsaba a sumarme al evento era la curiosidad de ver cómo otros cineastas habían encarado el reto. La Asociación de Cine Vértigo convocaba este año la 7ª Muestra-Concurso y muchos cineastas de las islas llevaban participando desde el principio. Me parecía que podían haber llegado a la mayoría de edad, perfeccionando la necesaria síntesis para que la comunicación con el espectador llegase a ser lo más diáfana posible.

Visionaria se propone como receptáculo de diversos “conceptos de isla”, que originalmente se circunscribían a la ciudad de Las Palmas y luego se fueron ampliando.
A mí la idea se me ocurrió a varios miles de kilómetros de distancia. Laly y yo nos encontrábamos en Washington DC visitando a nuestra hija y justo entonces la población de la ciudad, mayoritariamente demócrata, vivía enervada con la Convención del Partido Demócrata, que había cerrado filas alrededor de Hillary Clinton frente a la amenaza de un personaje más propio de una película de Batman, y que empezaba a asomar su hocico maloliente. Me sorprendió ver que Tommy no se desprendía del móvil, y como en la época del transistor seguía los discursos mientras paseábamos por la ciudad. En el aeropuerto, en las casas, en los bares, los televisores, siempre encendidos mostraban a los políticos y a las masas enfervorecidas con sus pancartas.
Ya en casa, y con el resultado de las elecciones, edité estos planos con otros que había tomado en el parque Malcolm X unos años antes, donde todos los domingos por la tarde, en los bochornosos meses del verano, se reúne un nutrido grupo de personas de diversas culturas, edad, género y raza para hacer retumbar los tambores en un frenesí ininterrumpido. Me pareció que la colisión de aquellos planos y los más recientes que anunciaban un posible cambio en la deriva de la nación podía alumbrar una idea sobre cómo la política influye en aspectos como la tolerancia, la convivencia o la ilusión por la vida.

Un corto de un minuto está más cerca del cartelismo o de la publicidad, por la necesidad de síntesis y la voluntad de llevar al límite los recursos expresivos, que de lo que entendemos como cortometraje, aunque no llega al extremo de los microcortos de 6  segundos de Vine, la plataforma de vídeos de Twitter, que tiende a la banalización del discurso. La inmediatez de Internet ha propiciado la creciente mengua en la duración de los vídeos publicados, al mismo ritmo que los textos escritos en el movimiento creciente del microblogging. Incluso los festivales de cortos más tradicionales han ido reduciendo la duración máxima, que está ahora en la media hora y en los veinte minutos en algunos festivales.
Pienso que la propuesta de Visionaria debería entroncarse con el cartelismo de los movimientos contraculturales, donde los medios expresivos se contraponían a las  ideas preconcebidas y a los estereotipos socialmente aceptados, cuestionándolos con las mismas técnicas que la propaganda y la publicidad, que a su vez se habían apropiado del lenguaje de las vanguardias.
Cada año Visionaria plantea un lema y el de este año debía llevar a los cineastas a reflexionar sobre conceptos como la identidad, el género y la sexualidad. Los lemas a veces se transforman en trampas y es muy difícil desprenderse de los lugares comunes.
Observo cómo los cineastas lo abordan desde distintos géneros, documentando la realidad de otras identidades sexuales que no tuvieron cabida en contextos históricos anteriores, como en las “Micro memorias aisladas” de Dani Curbelo, o en “Caro Antonio” de Cayetana Cuyás, o intentando una mínima narrativa, como el conflicto de una pareja en “Coraje” de Óliver Ortega o el tránsito de mujer a hombre descrito mediante una inmensa elipsis y el cambio de perspectiva de la narración en “Abrazos al alma” de Héctor Martín.


Otros cineastas optan por una descarnada improvisación de los actores (“Int./Habitación de Vanessa/Noche” de Amaury Santana) o por un simbolismo en la puesta en escena: el hombre desnudo que se acerca a un hombre abatido y le hace entrega de una cajita con una máscara con la que se cubre el sexo, en 90” de Javier Estévez. En “Hacia dentro” de Maxi Ojeda aparecen unas cintas de colores que encadenan al hombre y a la mujer impidiendo que sean ellos mismos.
Un cine conceptual quizás sería el más apropiado, por su brevedad. Cris Noda en “Los colores de la nieve” visualiza los más variados matices de lo blanco. Carlos de León graba una lavadora centrifugando en “Eyaculador precoz”. Rafael Navarro Miñón se graba a sí mismo planchando una camisa mientras escucha un partido de fútbol en “Heterosexual”, donde juega con dos estereotipos contradictorios: el del hombre adicto al fútbol y el del hombre que nunca plancha la ropa.


Más filosófica es la reflexión de Cami Mendoza en “Soy: presente”, donde la cámara levanta acta de la presencia de una mujer, sola en su habitación, encuadrando partes de su cuerpo, los zapatos, su vestimenta, el entorno en el que vive, mediante una sucesión de planos fijos. Es la potencia de la imagen la que nos la muestra tal como es, en el presente continuo del cine. Ella es porque la imagen lo afirma. Una voz en over reivindica esta radicalidad del ser y no la mujer que fue o podría haber sido. Somos lo que somos y no podemos lamentarnos de no ser de otra manera, en su individualidad que nos diferencia de los otros.

David Pantaleón parece muy consciente de los tópicos a los que se enfrenta. La primera opción sería mostrar a gays, a lesbianas o a transexuales, de modo que pone en escena la relación de dos chicas en “Topicazo”, pero lo hace a su manera en dos únicos planos. El primero es un exquisito encuadre de un bosque, filmado a la manera de los románticos, con su personaje minúsculo que aparece al rato por el fondo y avanza hasta sentarse en lo alto de una peña y esbozar una suave melodía con la armónica. Un plano que dura 50 segundos sin que apenas pase nada, en el contexto de un microcorto, crea sin duda un desasosiego muy grande en el espectador. En el siguiente plano dos chicas se despiertan en el interior de una tienda de campaña, se miran y se besan. La llamada del fauno despierta a las ninfas de su sueño.

En “Heavy de explicar” también encontramos a dos chicas aparentemente enamoradas la una de la otra, que mantienen una conversación sobre la dificultad de que su familia y su entorno entiendan su pasión mutua. Core Ruiz juega con el equívoco del plano contraplano y nos sorprende desvelando que los contraplanos no se correspondían en el espacio sino que cada una de la chicas mantenía su diálogo en otro contexto, rompiendo no solo las expectativas del espectador sino confrontándolo con el rechazo de la sociedad respecto a comportamientos fuera de la norma, en un tour de force excesivo.
La cineasta Jacinta Agten, recién obtenida la Estrella del Festivalito unos meses antes en la isla de La Palma, intenta en “Dueto” mostrar la experiencia del sexo en su crudeza, en un corto cercano a las vanguardias, mediante un montaje percutante de planos de detalle de los cuerpos excitados.

Frente a estas propuestas excesivas también se presentaron miradas naif sobre las convenciones respecto al sexo, como “Juego de muñecas” de Jacqueline Koumatse, o “Juego de niños” de Emma González Luzardo.
Rito José Vega se aleja de este cine naturalista y pone en pie, en un insólito corto, un ritual guanche de estética expresionista, donde el rostro del personaje, el vestuario, la luna y diversos objetos rituales se combinan en un montaje muy inquietante, más allá del significado de Tiziri como “luz de luna”, que en el mundo amazigh  estaba asociado a la fertilidad.  En “Gen 2:23” Sara Álvarez retrocede hasta la creación de la mujer descrita en el Génesis y exagera hasta el esperpento la diferencia entre hombres y mujeres que se presupone en nuestra sociedad.
Leo en la novela “Máscaras” de Leonardo Padura, que el travestismo tiene mucho de mascarada, de ocultamiento, pero también es una rebeldía de los cuerpos para superar la dualidad hombre mujer sobre la que se sustenta la sociedad patriarcal. Creo intuirlo en la máscara que oculta el sexo en la pieza de Javier Estévez, o en las cintas que nos atan a una determinada manera de vestirnos y de ser de “Hacia dentro”.  Algunos de estos cortos describen el proceso de transformación como un ritual necesario, como en “Maquillaje” de Isabel Ortega y Joaquín Fernández, o en “Sacrificio” de Ángel Pantaleón, desde puntos de vista opuestos.

Ayoze García utiliza el collage con anuncios de sexo de diversos periódicos en “Mi experiencia con la miristicina”, una toxina vegetal de la nuez moscada que en el corto se afirma que produce adicción. A León Arocha solo le basta mostrar los maniquíes masculinos y femeninos en los escaparates de las tiendas de ropa para hacer patentes los estereotipos que la moda nos impone a diario, conformando nuestra apariencia y la manera de relacionarnos. Maniquíes y recortes de prensa son el reflejo de nuestra forma de vida que tomamos como modelo.

Más atrás hablé de la facilidad con la que algunos cineastas abordan el lema propuesto para cada convocatoria. “Hamorfobia” de Miguel Aragonés y Nicolás Cardona reflexiona sobre el prejuicio contra los homosexuales que ellos mismos tienen interiorizado, pero los autores lo expresan de manera directa y sin mediar tratamiento estético alguno.
Por el contrario, Macu Machín bucea en el imaginario occidental sobre la imagen de la mujer indígena y lo encara desde el punto de vista de la mirada: en el siglo pasado el desnudo de las mujeres indígenas estaba permitido por la pacata sociedad ya que se les consideraba poco humanas. En “Ernesta y Elena” la directora toma las postales tomadas por Robert Lehmann en 1902 de dos indias desnudas y no solo las viste en la última de la serie de fotografías sino que también les restituye el nombre.

Algunas de las piezas presentados son fragmentos de otros trabajos más amplios, como ocurre con las “Micro Memorias Silenciadas” de Dani Curbelo o en el corto de Amaury Santana, que pertenece a una de las improvisaciones con actores para su proyecto de largometraje “Suecia”.
Otras piezas seguramente serán remontadas por sus autores, añadiendo planos hasta completar una duración más estandar, para ser presentadas en festivales de otras características, en este furor actual de la festivalitis imperante.
Es de agradecer que poco a poco se vayan sumando mujeres cineastas, aquí había ya un grupo muy nutrido, para que deje de ser un comentario al margen y podamos hablar de la normalización de género en el ámbito de la dirección y no se quede en el contenido de los trabajos. 



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miércoles, 31 de mayo de 2017

LAS ÁNIMAS DE DAVID DELGADO

Una de las funciones más enigmáticas del cine es la de hacer visible lo invisible, de construir una nueva realidad a partir de fragmentos de lo real. En “La forma del mundo”, el último documental de David Delgado San Ginés, que ya había intentado capturar la tenue vibración del cosmos en anteriores trabajos, encara de un modo más directo el registro de lo inmaterial.



En una memorable secuencia de “Cemetery of splendout”, el cineasta tailandés Apichatpong Weerasethakul nos proponía un recorrido por un parque abandonado por el que se pasean dos mujeres. Una de ellas se lamenta del lamentable estado del parque mientras la otra describe la magnificencia de los palacios, las figuras y los jardines que lo decoraban varios siglos atrás, como si estuvieran presentes en el mismo espacio. No hace falta que el director nos lo muestre, de alguna forma misteriosa también nosotros somos capaces de percibir la permanencia de lo inefable que, como en círculos concéntricos,  constituye la base de lo real.

De igual manera, el documental de David Delgado se despliega alrededor de un grupo de cantadores que, en una minúscula población del interior de la isla de Gran Canaria, se reúnen para ayudar a las ánimas a liberarse de la cárcel del Purgatorio y ascender a los cielos, continuando un ancestral rito.  Se hacen llamar o les llaman Los Cantadores. De modo tradicional a estos grupos se les denomina Ranchos de Ánimas.
Pero, si lo contemplamos a trasluz, descubrimos que hay otro relato superpuesto, más maravilloso si cabe, que el director se afana en describir con su habitual detenimiento y meticulosidad.
Pero, ¿de qué ánimas está hablando? ¿De las que el grupo de cantadores de  Arbejales trata de liberar mediante sus cánticos? ¿O de algo más físico, de una presencia que nos envuelve, en la que  mucha gente cree, que unos interpretan como magia y otros como espiritualidad?


Como si de un cuento gótico se tratase, “La forma del mundo” se abre con la imagen de una inmensa luna atravesada por jirones de niebla que la esconden y desvelan. Luego entrevemos el bosque, también oculto por la niebla, mediante planos generales y planos de detalle de los árboles y de la vegetación, hasta aproximarse a unas luminosos gotas de lluvia.
La imagen fantasmagórica del pueblo de Arbejales, envuelto en la niebla matinal, da paso a una secuencia compuesta por diversos acercamientos a iglesias.  Primero vemos la basílica de Teror en domingo y su cuadro de ánimas, y luego la iglesia de un Arbejales silencioso con su cuadro de ánimas.  La parroquia grande engloba a la parroquia chica, el pueblo grande acoge al chico, en donde aún es posible el milagro del rito.

David Delgado reencuadra diversos fragmentos del cuadro y conforma un relato, en el que los rostros ansiosos de las mujeres y las expresiones de angustia de los hombres, alzando los brazos hacia lo alto en un gesto de ruego, reciben finalmente el auxilio de los ángeles y el beneplácito de las instancias celestiales.



Una cita de Cervantes nos desvela las claves fantásticas del relato: “Ánimas bien fortunadas, que en el Purgatorio estáis, de Dios seáis consoladas y en breve tiempo salgáis desas penas derramadas y, como un trueno,  baje a vos el ángel bueno y os lleve a ser coronadas”.
Tras el apunte religioso en el interior de la iglesia, con la imagen de la Virgen en el cielo, la cámara apunta hacia la bóveda celeste, en la que se destacan los puntos luminosos de las estrellas, marcando la dualidad que va a presidir la narración a partir de este momento, lo celestial y lo terráqueo.
Los brazos de las ánimas atrapadas en el purgatorio conforman ahora las ramas secas de un árbol alzándose contra el cielo nocturno. Y sobre esta imagen del mundo natural, con el contrapunto del sonido de las campanas tocando a rebato, y la enigmática silueta de una hoja a punto de desprenderse de una rama, en el filo de la vida y la muerte, se sobreimprimen los títulos de crédito.

Otra imagen enigmática, la del cielo reflejándose en la superficie del agua contenida en una jarra de barro, y que se repite varias veces, es un nuevo indicio de esta dualidad, el mundo de arriba duplicándose en el mundo de abajo.

“Seis días cabales empleó el Señor para formar el mundo y la creación. Forma el primer día el cielo y la tierra…”
Los componentes del Rancho de Ánimas de Arbejales, hombres y mujeres de edad avanzada, se reúnen siempre en un interior.  Allí, una mujer o un hombre, también mayores, ruegan por las ánimas de sus difuntos, por un marido “que Dios se lo llevó al Cielo”, o por el hermano, el padre o la madre, estén donde estén, y los cantadores entonan sus cantares.
La canción sigue el proceso de creación del mundo y se cierra con el ruego: “Por su padre y madre, su suegro y su suegra, por tíos y tías, por todos los abuelos voy a rogar yo, para formar el mundo y la creación”.

Los cantadores, con sus cánticos, coadyuvan a la creación del mundo, de la misma forma que David Delgado, con su cámara, colabora en la creación de nuevas realidades.
Durante los cánticos, a la cámara solo le interesan los rostros, y así, mientras unos cantan y tocan sus instrumentos, se nos muestra a los invitados expectantes, inmóviles la mayor parte del tiempo, o asaltados por pensamientos y emociones que gestos imperceptibles traicionan. Son rostros surcados de arrugas, devastados por el tiempo y el esfuerzo continuado en el campo y los caminos. Los rostros de los cantadores manifiestan una actitud extática en su inmovilidad, una especie de éxtasis que alcanzan a través de sus cánticos y su devoción, pues para ellos estas ánimas a las que ayudan son reales.

Componentes del rancho recorren ahora los caminos, van de casa en casa recogiendo el dinero para la iglesia. Es el dinero para las ánimas, para encargar las misas por las ánimas. Llaman a las puertas de las casas y hablan del tiempo, de los conocidos que ya se fueron, de las creencias de cada uno. Y la cámara les sigue, describiendo sus itinerarios, recomponiendo un mapa de los barrios del pago y del municipio y sus habitantes.
Es una secuencia que ocupa una gran extensión en el documental, pues las ánimas se sustentan en la fe individual de la gente del pueblo, sin esta fe no hay limosna que valga la pena pedir, ni coplas que tengan sentido de ser cantadas. Dar limosna vincula a la gente del pueblo con los cantadores, que mantienen viva esta tradición mendicante.
Otro de los cánticos fundamentales consiste en el ritual del paño. Cuatro mujeres despliegan un paño, cada una desde una punta, mientras a su alrededor los del rancho cantan “levanten el paño con mucho cariño, por este favor un premio ganaban, denle un doblez, como si estuvieran delante de Cristo que aunque no lo vean con nos estaba”. En el origen solo podían levantar el paño cuatro niñas, es decir, inmaculadas, pues al purgatorio van los pecadores a purificarse. La cámara encuadra a una de las niñas, ajena a la copla, extraña al significado del ritual.

Más adelante, Isidro el Labrador recorre estos mismos caminos acompañado de sus amigos. En la visión idealizada que David Delgado nos propone, las calles ya no zigzaguean entre las casas sino que se internan por zonas arboladas de exquisita belleza, bajo una bóveda vegetal que se extiende por todas partes. El documental nos sumerge aquí en el mito, allí donde se encuentra el origen del rito de los cantadores.

De la misma forma que el cielo se reflejaba en el agua de la vasija, los tiempos actuales de descreimiento se miran en un pasado alegórico del que dan fe las imágenes de santos y sucesos milagrosos, en una imaginería pastoril cuyo origen se encuentra en el Códice de San Isidro. Ahora, los cuadros  decoran los muros de pequeñas ermitas que los peregrinos visitan. La cámara filma una a una las imágenes que cuentan algunos de los milagros de San Isidro  y conforma un relato paralelo relacionándolo con los últimos labriegos que hoy en día siguen trabajando en el campo. Es una narración que refuerza el discurso dual del documental, pues San Isidro rezaba y al mismo tiempo seguía arando la tierra, en un mundo sustentado por la unión de lo espiritual y lo terreno, en el que la religión proponía un relato tranquilizador frente al caos.

Isidro y su amigo Juan recorren la floresta y descubren a María, la compañera de Isidro, en un arrobamiento casi místico de unión con la naturaleza. Ellos la espían, ríen, Isidro le lanza unas castañas para que advierta su presencia, son felices, más adelante se preguntan por el sentido de la vida y a dónde se van las almas, mientras comen y beben en un festín que nos recuerda al Pasolini más luminoso.


También los del Rancho de Ánimas se premian con un ágape, en el que no falta el vino, el pan, el queso, las papas o un rancho canario, esta mezcla tan rica de garbanzas, fideos, papas, chorizo y costilla, a la que se dedica un plano de detalle que abarca el plato como un mundo en sí mismo.
También, como San Isidro labrador, los del Rancho combinan los cánticos religiosos, como un ruego a la divinidad, con actividades más apegadas a la tierra, como el ir contando el dinero recogido, recoger los instrumentos musicales, comer y lavar los platos.
David Delgado trenza los distintos estadios mediante un montaje de planos que se van sucediendo relacionándolos entre sí. De los varios planos de los bueyes masticando la hierba se pasa a una imagen religiosa de la Santa Cena que desemboca en la comida comunitaria. Así, el mundo material y el espiritual confluyen en esta celebración que une a los hombres y mujeres del Rancho y a sus invitados, después del trabajo bien hecho, y que antecede a uno de los cánticos.



Documental de observación, en el que la mirada de David Delgado se detiene en los detalles, confiriéndoles un nuevo significado, mediante dos operaciones simultáneas, la duración de los planos y su yuxtaposición en el montaje.
Más allá del labriego arando la tierra, miles de mariposas revolotean por el campo. Queman una cañas y la cámara se acerca para revelar la existencia de insectos vibrando entre el humo. La azada abre un surco y extraños gusanos de distintos colores se abren paso a través de la tierra. La vida se abre paso a través de la putrefacción y la muerte.

Las ánimas no hay que buscarlas en el relato del retablo. Están ahí, delante de nuestros ojos, parece decirnos David Delgado, en esta otra película que se yuxtapone sobre el documental etnográfico como un guante. Y es así como hace visible lo invisible.
“La forma del mundo” se complementa con “Ánimas. Los cantadores de Arbejales”, donde estructura el mismo material de una forma más didáctica, complementándolo con entrevistas a algunos de los componentes de los ranchos, en las que hacen consideraciones sobre la creencia en el purgatorio (solo en la iglesia católica pues Lutero la refutó) o la función del ranchero mayor (organizar los eventos) y las expectativas de futuro (“hace tiempo que no le dábamos ni un par de meses y ya ve, llevamos más de 50 años”). En este sentido, estos ranchos son casi el único vestigio remanente en Europa. Mantienen la tradición activa, en la creencia de la verdad del rito, capaces de explicar su significado.
David Delgado se acerca a este rito con curiosidad y respeto,  en busca de su sentido más profundo. Para acceder a él no era posible un documental al uso, sino que tenía que abordarlo con las herramientas de la poesía.
En “la forma del mundo” la mirada subjetiva se impone sobre el objetivismo intrínseco de la cámara, mientras que “Ánimas. Los cantadores de Arbejales” da una visión más objetiva de las actividades de los ranchos de Arbejales y de Valsequillo, en el barrio rural de Madrelagua.  No obstante, y después de que Roberto Suárez, cantador de alante, afirmase que las almas de los difuntos tienen que ir a alguna parte (y no a los cielos porque allí solo van los santos), David Delgado compone una secuencia digna del universo de Edgar Allan Poe en la que el bosque, los árboles y el paisaje nocturno adquieren una apariencia lechosa y espectral, bajo el dominio de una luna que las nubes van ocultando hasta la oscuridad total y definitiva.