Me habían invitado en varias ocasiones para que participara
en Visionaria. Si rodar un cortometraje de 5 minutos ya me parecía difícil, el
reto de hacerlo con un máximo temporal de un minuto y medio me parecía toda una
proeza. Pero rodé y edité una pieza y me seleccionaron con otros veinticuatro
realizadores para su proyección en el CICCA en Las Palmas de Gran Canaria.
Lo que me impulsaba a sumarme al evento era la curiosidad de
ver cómo otros cineastas habían encarado el reto. La Asociación de Cine Vértigo
convocaba este año la 7ª Muestra-Concurso y muchos cineastas de las islas
llevaban participando desde el principio. Me parecía que podían haber llegado a
la mayoría de edad, perfeccionando la necesaria síntesis para que la
comunicación con el espectador llegase a ser lo más diáfana posible.
Visionaria se propone como receptáculo de diversos
“conceptos de isla”, que originalmente se circunscribían a la ciudad de Las
Palmas y luego se fueron ampliando.
A mí la idea se me ocurrió a varios miles de kilómetros de
distancia. Laly y yo nos encontrábamos en Washington DC visitando a nuestra
hija y justo entonces la población de la ciudad, mayoritariamente demócrata, vivía
enervada con la Convención del Partido Demócrata, que había cerrado filas
alrededor de Hillary Clinton frente a la amenaza de un personaje más propio de
una película de Batman, y que empezaba a asomar su hocico maloliente. Me
sorprendió ver que Tommy no se desprendía del móvil, y como en la época del
transistor seguía los discursos mientras paseábamos por la ciudad. En el
aeropuerto, en las casas, en los bares, los televisores, siempre encendidos
mostraban a los políticos y a las masas enfervorecidas con sus pancartas.
Ya en casa, y con el resultado de las elecciones, edité
estos planos con otros que había tomado en el parque Malcolm X unos años antes,
donde todos los domingos por la tarde, en los bochornosos meses del verano, se
reúne un nutrido grupo de personas de diversas culturas, edad, género y raza
para hacer retumbar los tambores en un frenesí ininterrumpido. Me pareció que
la colisión de aquellos planos y los más recientes que anunciaban un posible
cambio en la deriva de la nación podía alumbrar una idea sobre cómo la política
influye en aspectos como la tolerancia, la convivencia o la ilusión por la
vida.
Un corto de un minuto está más cerca del cartelismo o de la
publicidad, por la necesidad de síntesis y la voluntad de llevar al límite los
recursos expresivos, que de lo que entendemos como cortometraje, aunque no
llega al extremo de los microcortos de 6
segundos de Vine, la plataforma de vídeos de Twitter, que tiende a la
banalización del discurso. La inmediatez de Internet ha propiciado la creciente
mengua en la duración de los vídeos publicados, al mismo ritmo que los textos
escritos en el movimiento creciente del microblogging. Incluso los festivales
de cortos más tradicionales han ido reduciendo la duración máxima, que está
ahora en la media hora y en los veinte minutos en algunos festivales.
Pienso que la propuesta de Visionaria debería entroncarse con
el cartelismo de los movimientos contraculturales, donde los medios expresivos
se contraponían a las ideas
preconcebidas y a los estereotipos socialmente aceptados, cuestionándolos con
las mismas técnicas que la propaganda y la publicidad, que a su vez se habían
apropiado del lenguaje de las vanguardias.
Cada año Visionaria plantea un lema y el de este año debía
llevar a los cineastas a reflexionar sobre conceptos como la identidad, el
género y la sexualidad. Los lemas a veces se transforman en trampas y es muy
difícil desprenderse de los lugares comunes.
Observo cómo los cineastas lo abordan desde distintos
géneros, documentando la realidad de otras identidades sexuales que no tuvieron
cabida en contextos históricos anteriores, como en las “Micro memorias
aisladas” de Dani Curbelo, o en “Caro Antonio” de Cayetana Cuyás, o intentando
una mínima narrativa, como el conflicto de una pareja en “Coraje” de Óliver
Ortega o el tránsito de mujer a hombre descrito mediante una inmensa elipsis y
el cambio de perspectiva de la narración en “Abrazos al alma” de Héctor Martín.
Otros cineastas optan por una descarnada improvisación de
los actores (“Int./Habitación de Vanessa/Noche” de Amaury Santana) o por un simbolismo
en la puesta en escena: el hombre desnudo que se acerca a un hombre abatido y
le hace entrega de una cajita con una máscara con la que se cubre el sexo, en
90” de Javier Estévez. En “Hacia dentro” de Maxi Ojeda aparecen unas cintas de
colores que encadenan al hombre y a la mujer impidiendo que sean ellos mismos.
Un cine conceptual quizás sería el más apropiado, por su
brevedad. Cris Noda en “Los colores de la nieve” visualiza los más variados
matices de lo blanco. Carlos de León graba una lavadora centrifugando en “Eyaculador
precoz”. Rafael Navarro Miñón se graba a sí mismo planchando una camisa
mientras escucha un partido de fútbol en “Heterosexual”, donde juega con dos
estereotipos contradictorios: el del hombre adicto al fútbol y el del hombre
que nunca plancha la ropa.
Más filosófica es la reflexión de Cami Mendoza en “Soy:
presente”, donde la cámara levanta acta de la presencia de una mujer, sola en
su habitación, encuadrando partes de su cuerpo, los zapatos, su vestimenta, el
entorno en el que vive, mediante una sucesión de planos fijos. Es la potencia
de la imagen la que nos la muestra tal como es, en el presente continuo del
cine. Ella es porque la imagen lo afirma. Una voz en over reivindica esta
radicalidad del ser y no la mujer que fue o podría haber sido. Somos lo que
somos y no podemos lamentarnos de no ser de otra manera, en su individualidad
que nos diferencia de los otros.
David Pantaleón parece muy consciente de los tópicos a los
que se enfrenta. La primera opción sería mostrar a gays, a lesbianas o a transexuales, de modo que pone en escena la relación de dos chicas en
“Topicazo”, pero lo hace a su manera en dos únicos planos. El primero es un
exquisito encuadre de un bosque, filmado a la manera de los románticos, con su
personaje minúsculo que aparece al rato por el fondo y avanza hasta sentarse en
lo alto de una peña y esbozar una suave melodía con la armónica. Un plano que
dura 50 segundos sin que apenas pase nada, en el contexto de un microcorto,
crea sin duda un desasosiego muy grande en el espectador. En el siguiente plano
dos chicas se despiertan en el interior de una tienda de campaña, se miran y se
besan. La llamada del fauno despierta a las ninfas de su sueño.
En “Heavy de explicar” también encontramos a dos chicas
aparentemente enamoradas la una de la otra, que mantienen una conversación
sobre la dificultad de que su familia y su entorno entiendan su pasión mutua. Core
Ruiz juega con el equívoco del plano contraplano y nos sorprende desvelando que
los contraplanos no se correspondían en el espacio sino que cada una de la
chicas mantenía su diálogo en otro contexto, rompiendo no solo las expectativas
del espectador sino confrontándolo con el rechazo de la sociedad respecto a
comportamientos fuera de la norma, en un tour de force excesivo.
La cineasta Jacinta Agten, recién obtenida la Estrella del
Festivalito unos meses antes en la isla de La Palma, intenta en “Dueto” mostrar
la experiencia del sexo en su crudeza, en un corto cercano a las vanguardias,
mediante un montaje percutante de planos de detalle de los cuerpos excitados.
Frente a estas propuestas excesivas también se presentaron
miradas naif sobre las convenciones respecto al sexo, como “Juego de muñecas”
de Jacqueline Koumatse, o “Juego de niños” de Emma González Luzardo.
Rito José Vega se aleja de este cine naturalista y pone en
pie, en un insólito corto, un ritual guanche de estética expresionista, donde
el rostro del personaje, el vestuario, la luna y diversos objetos rituales se
combinan en un montaje muy inquietante, más allá del significado de Tiziri como
“luz de luna”, que en el mundo amazigh
estaba asociado a la fertilidad.
En “Gen 2:23” Sara Álvarez retrocede hasta la creación de la mujer
descrita en el Génesis y exagera hasta el esperpento la diferencia entre
hombres y mujeres que se presupone en nuestra sociedad.
Leo en la novela “Máscaras” de Leonardo Padura, que el
travestismo tiene mucho de mascarada, de ocultamiento, pero también es una
rebeldía de los cuerpos para superar la dualidad hombre mujer sobre la que se
sustenta la sociedad patriarcal. Creo intuirlo en la máscara que oculta el sexo
en la pieza de Javier Estévez, o en las cintas que nos atan a una determinada
manera de vestirnos y de ser de “Hacia dentro”. Algunos de estos cortos describen el proceso de
transformación como un ritual necesario, como en “Maquillaje” de Isabel Ortega
y Joaquín Fernández, o en “Sacrificio” de Ángel Pantaleón, desde puntos de
vista opuestos.
Ayoze García utiliza el collage con anuncios de sexo de
diversos periódicos en “Mi experiencia con la miristicina”, una toxina vegetal
de la nuez moscada que en el corto se afirma que produce adicción. A León Arocha
solo le basta mostrar los maniquíes masculinos y femeninos en los escaparates
de las tiendas de ropa para hacer patentes los estereotipos que la moda nos
impone a diario, conformando nuestra apariencia y la manera de relacionarnos.
Maniquíes y recortes de prensa son el reflejo de nuestra forma de vida que
tomamos como modelo.
Más atrás hablé de la facilidad con la que algunos cineastas
abordan el lema propuesto para cada convocatoria. “Hamorfobia” de Miguel
Aragonés y Nicolás Cardona reflexiona sobre el prejuicio contra los
homosexuales que ellos mismos tienen interiorizado, pero los autores lo expresan
de manera directa y sin mediar tratamiento estético alguno.
Por el contrario, Macu Machín bucea en el imaginario
occidental sobre la imagen de la mujer indígena y lo encara desde el punto de
vista de la mirada: en el siglo pasado el desnudo de las mujeres indígenas
estaba permitido por la pacata sociedad ya que se les consideraba poco humanas.
En “Ernesta y Elena” la directora toma las postales tomadas por Robert Lehmann
en 1902 de dos indias desnudas y no solo las viste en la última de la serie de
fotografías sino que también les restituye el nombre.
Algunas de las piezas presentados son fragmentos de otros
trabajos más amplios, como ocurre con las “Micro Memorias Silenciadas” de Dani
Curbelo o en el corto de Amaury Santana, que pertenece a una de las
improvisaciones con actores para su proyecto de largometraje “Suecia”.
Otras piezas seguramente serán remontadas por sus autores,
añadiendo planos hasta completar una duración más estandar, para ser
presentadas en festivales de otras características, en este furor actual de la
festivalitis imperante.
Es de agradecer que poco a poco se vayan sumando mujeres
cineastas, aquí había ya un grupo muy nutrido, para que deje de ser un
comentario al margen y podamos hablar de la normalización de género en el
ámbito de la dirección y no se quede en el contenido de los trabajos.
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