sábado, 12 de marzo de 2016

HUELLAS DE LO REAL

A media mañana del viernes recibo una llamada de un número desconocido. Soy Mariano de Santa Ana, ¿eres Josep? Yo no lo conozco y él tampoco me conoce de nada, pero María Calimano, directora la Filmoteca Canaria, le ha hablado de mí y de una película mía que le interesa para un proyecto suyo. Así que quedamos en La Laguna. A la hora convenida le veo salir de un taxi con una chaqueta que apenas lo protege del frío y le invito a mi casa.

Interior de la iglesia de San Agustín en una secuencia de La ciudad interior

Mariano de Santa Ana ha sido crítico de arte durante años en La Provincia, uno de los periódicos de la isla de Gran Canaria, y reconoce no saber nada del cine que se hace en las islas. El Arte con mayúsculas suele no darle demasiada importancia al arte del siglo XX por antonomasia, pero uno ya está acostumbrado a estas cosas y a los diferentes compartimentos estancos de los así mismos llamados artistas y de la gente que orbita a su alrededor.

Hace unos días coincidían la presentación de dos libros, uno de poesía y el otro de entrevistas a un director famoso. La gente de cine rodeaba a Jorge Gorostiza en el altillo de la librería La Isla y los poetas a Ernesto Suárez en la de Agapea. Ese día me di cuenta de que o bien hay más poetas que cineastas o bien alguno de estos estamentos es más solidario que el otro.

Pero Mariano de Santa Ana está dándole vueltas a la idea de isla frente a la realidad  de la ciudad, y no sabe muy bien dónde empiezan y dónde terminan las ciudades canarias. Son ciudades que empezaron a crecer y a transformarse a partir de la década de los 60 del siglo pasado y han sido fagocitadas en mayor o menor grado por un turismo invasivo.

Para este proyecto precisa de huellas de lo real, esas huellas que han ido dejando tanto fotógrafos como cineastas.

Al mirar al trasluz un rollo de película lo que vemos es la huella de algo que estuvo frente a la cámara en un momento dado, al igual que una radiografía es la huella de nuestro estado de salud (uno y otro deberán descifrarse). Una huella parcial, enmarcada por un rectángulo, de una realidad más extensa, pero una huella al fin y al cabo.

Las cámaras digitales dejan también una huella mediante la combinación de unos y ceros, que los procesos de postproducción van diluyendo en los sucesivos procesos hasta la imagen final. ¿Qué proporción de lo real contiene esta nueva imagen?

Trae ya un listado de películas y las pone a mi consideración. Serán solo fragmentos, me dice. Hablamos de El camino dorado de Ramón Saldías, de su extravagante Kárate contra mafia (orientales peleando con las plataneras de fondo, qué gran imagen, me digo, daría para una tesis), de la imprescindible Fotos, del cine de Wansy Navarro, del documental (¿o era una ficción?) de Fátima Luzardo. La ciudad como protagonista. Sin darnos cuenta, ya ha anochecido. Mariano es un gran conversador, se sabe muchas anécdotas. Qué extraño que en todos estos años no hayamos coincidido, me dice. Es que Las Palmas cae muy lejos, le digo. Para mí, Washington DC, donde vive mi hija, está más cerca.





La ciudad interior se rodó en video. La edición se hacía copiando cada fragmento elegido en una nueva cinta, y la calidad se iba deteriorando en cada generación. Tenías que ir editando desde el principio, asegurando cada secuencia montada, e ir avanzando. Si te habías equivocado, si el ritmo no era el adecuado, volver atrás suponía rehacer de nuevo todo el montaje.

Lo editó Lola Pérez Pueyo, una montadora de televisión que era catalana como yo, frente a una máquina prodigiosa que el oculista David del Rosario mantenía en la misma planta que su consulta, casi enfrente del cine Víctor, para hacer sus montajes de las operaciones de los ojos que efectuaba él mismo y que luego enviaba a los congresos internacionales.

Cada vez que yo solicitaba un fundido encadenado, la máquina lo efectuaba poniendo en marcha dos magnetoscopios, que buscaban las salidas y entradas de cada toma, a partir de los datos que el operador de video había introducido numéricamente, para luego fundir y copiar ambas imágenes sobre un tercer magnetoscopio. La operación solía durar varios minutos.

La ciudad interior dejó una huella de La Laguna tal como estaba en el año 1995. A partir del momento en que ascendió a la categoría de ciudad Patrimonio de la Humanidad el casco histórico se acotó y se transformó en lo que es ahora, a pesar de las muchas voces en contra de la peatonización de las calles. La ciudad no solo no decayó, tal como algunos auguraban, sino que un par de calles son conocidas como el rectángulo de oro y los alquileres han empezado a adquirir un tinte irreal.





Pudimos rodar unas escenas en el interior de la iglesia de San Agustín gracias al permiso que nos concedieron los hermanos betlemitas, antes de que el recinto pasase a propiedad municipal y se haya cerrado definitivamente su acceso a la espera de un proyecto que lo convierta en un espacio cultural.

Un pavoroso incendio que el cineasta amateur Eduardo Charif tuvo la suerte de poder rodar con su cámara de super8 en 1964, se comió literalmente el cuerpo de la iglesia dejando un esqueleto de columnas y arcos de piedra. Cuando fuimos a rodar, los hermanos betlemitas mantenían un pequeño huerto y algunas gallinas correteaban entre los matojos y la tierra que alguna vez había sido santa. María Isabel Navarro, en su trabajo de investigación sobre la ciudad, postula la iglesia de San Agustín como el centro místico de una ciudad diseñada con la rosa de los vientos.

En el film, un mediometraje de 53 minutos de duración, se celebra una exposición con esculturas de Juan Bordes (unos torsos que nos cedió el galerista Gonzalo Díaz)  bajo los arcos de la antigua bóveda, siempre en riesgo de derrumbe.


Gonzalo Díaz (de espaldas) hablando con Alberto Omar


Al poco rato la celebración cultural se transmuta en un velatorio y los invitados componen una fila para darle el pésame a Alberto Omar, protagonista de la cinta. Dos de los betlemitas que presenciaban el rodaje se mueren de ganas para participar y se ponen en la fila. La cámara lo filma y deja constancia, es otra huella que se preservará en el tiempo.








En 2010 recibí otra llamada de un número desconocido. Me llamaban desde la filmoteca de la Junta de Castilla y León. Estaban organizando un ciclo de películas que se hubieran rodado en las 13 ciudades españolas Patrimonio de la Humanidad y de nuevo María Calimano, desde la sede de la filmoteca Canaria con la que habían contactado, les propuso La ciudad interior.

Vieron el mediometraje y consideraron que coincidía con la idea del ciclo. Así, de manera inusitada, gracias a que posiblemente era la única película que había tomado la ciudad de La Laguna como protagonista absoluta, me vi en medio de un ciclo de películas, codeándome con Buñuel, Verhoeven, Saura, Welles y la admirada Octavia de Basilio Martín Patino.