domingo, 7 de abril de 2024

EL CINE, EL ARTE Y LA POESÍA

A Sergio Barreto nos lo hemos tropezado, durante varios años, a lo largo de los tres intensos días de los Télex,  en el remanso cultural de Los Silos, y por lo tanto lejos de las metrópolis rectoras, una experiencia insólita, aunque de largo recorrido, que sus padres espirituales, los Amigos del Telégrafo, han dado por enumerar Télex-1, Télex-2, y el hasta ahora el último, el Télex-3, una convocatoria anual que se desarrolla en Los Silos a finales de agosto. Sergio Barreto, poeta volcánico, es una presencia constante en este encuentro fraternal de activistas de la cultura, preocupados por el devenir adocenado de las prácticas artísticas en este mundo actual dominado por la lectura rápida del universo.



Hablo en plural y es que el cineasta David Delgado San Ginés es también convocado todos loa años, y tanto él como yo participamos en una especie de performance cuyo programa es el siguiente: en primer lugar se proyecta un corto de cada uno como carta de presentación y posteriormente se nos deja que hablemos de cine. Para que no nos descarriemos, Melchor López, uno de los amigos del Telégrafo, ha seleccionado algunas escenas de la historia inconclusa y siempre provisional del cine y a partir de las imágenes proyectadas, David y yo podemos comentar lo que nos plazca o sugiera.




En los entreactos, solemos reunirmos en la plaza del pueblo, junto al centro cultural, antiguo monasterio, en cuya antigua capilla se desarrollan como debe ser los actos programados, y frente a una caña o un cortado, depende de la hora, y allí mismo, aguijoneados por el último acto al que hemos asistido, surgen los debates alados y los intercambios vivenciales, donde David, el también cineasta Pedro García, el profesor de instituto y excelente cinéfilo Joaquín Ayala, la productora Laly Díaz y la investigadora de lo visual Laura Mederos, compartimos ámbitos artísticos e inquietudes con los poetas Sergio Barreto y Melchor López.



David Delgado y Laura Mederos
Pedro García, David Delgado, Josep Vilageliu


¿Qué tendrá en común la práctica cinematográfica con la escritura poética? Parece que nada. El rodaje es una lucha inclemente con los aspectos materiales, condicionantes siempre del resultado, y del mismo modo que el escultor tiene que pelearse con la resistencia del mármol, el cineasta debe plegarse a las condiciones climáticas, a la arquitectura de los sets o a la manera de ser de los actores, entes reales, como la luz y la oscuridad, las líneas sinuosas y el relieve de las montañas en el horizonte, y es cuando tratas de doblegarlo mirando por el objetivo, dejando la líneas del horizonte arriba o abajo como diría Ford, es cuando imprimes tu mirada y amaestras el mundo.  


Escribir poemas es otra cosa, y a mí se me escapa. Cuando era adolescente vertebré algunos versos, y con un par de amigos pretendimos sintetizar toda la Edad Media en un largo poemario a base de cuartetas, y la revista de la escuela nos lo publicó. Pero a los veinte años me llegó un artículo de Pasolini sobre el cine poesía. Apenas recuerdo nada de aquel texto, pero se me quedó la idea, quizás un tanto simplista, que había un cine de prosa, el que practicaba el cine americano, un cine donde la narrativa se impone sobre todo lo demás, y un cine de poesía, que yo lo emparentaba con los nuevos cines europeos, aunque fuese el propio Pasolini el más enconado practicante. Como era de esperar, yo me incliné bien pronto por el cine poesía, quizás tras unos intentos de rodar a la manera de los clásicos y que resultaron un fracaso. Tras las malas críticas de Bajo la noche verde, busqué una nueva manera de abordar el cine, y recuperé el prestigio menoscabado y mi propia estima.


Hace un par de días me encontré ante un poema de Sergio Barreto, uno de los muchos que en estos últimos días está publicando en las redes, y tal fue mi impresión que lo llamé para tratar de encontrar un punto medio donde sus relampagueantes imágenes, hallazgos fortuitos que surgen de pronto en la escritura desbocada, pudieran vertebrarse en un poema visual mío. Que nos encontrásemos Sergio y yo era una idea de Melchor Núñez, propiciar encuentros entre gente diversa, objetivo inconfeso de los Amigos del Telégrafo, télexs dirigidos aviesamente como dardos. Del primer Télex ya surgió el encuentro con un poemario de Isidro Hernández que dio lugar al cortometraje Si quisieras buscarme. Sin embargo, no fue un encuentro entre un poeta y un cineasta, sino tan solo el flechazo de un libro que alguien en la oscuridad depositó en mis manos.


Este era el poema que Sergio titula Carretilla:


Soñé que me llevabas en una carretilla. 

No era divertido. Sonaba una sirena

y no había estrellas en el cielo. 

No comprendo los símbolos

del dios elemental, pero la imagen

era extraña. Yo, viéndonos por fuera

y tú, junto al arcén, aullando, loca.


Sergio me confiesa por wasap que es un poema escrito sin pensar, “una aventura exhibicionista”, me dice, que a él le divierte. A mi no me emociona la carretilla, me choca el abrupto final. 


Hace unos días, en un encuentro entre Alejandro Togores y el catedrático Javier Marrero, en la fundación Cristino de Vera, a cuento del homenaje a Chirino que comisiona el propio Togores, estuvieron dándole vueltas a la importancia del Arte en nuestros días. Más allá de aquello de que sin el Arte no podríamos vivir, Javier Marrero reflexionó sobre la importancia del Arte en los museos, ese lugar, pienso yo, donde el arte se ha refugiado, ahora que todo el mundo está empeñado en explicarnos el mundo. El Arte, en realidad, es un simple intermediario entre nosotros y la realidad en la que nos hallamos, el Arte explica el mundo, pero para ello debe permanecer velada toda explicación. Al entrar en el museo, lugar de silencio, el misterio de los cuadros nos interpelará desde las paredes. El Cine Poesía debe narrar sin decir, envolviéndonos en una atmósfera enigmática. 


Marrero hablaba de la resquebrajadura, ese hendidura que de repente se abre para dejar pasar la luz. Así frente a los cuadros como ante un poema. En el silencio. En el estrépito de un estremecimiento. No comprendo los símbolos, dice Sergio Barreto en el poema. No tratéis de comprenderme. Pero ahí está, junto al arcén, aullando, loca. ¿Quién?, ¿por qué? Ahí, vean, se agazapa una historia.