El miércoles tocaba ir a un estreno en el TEA, pues esta
semana el jueves era festivo, día de la Hispanidad. El ambiente está revuelto y las redes sociales pugnan
entre resolver el affaire catalán
o calibrar la bondad de la nueva versión de Blade Runner. Tengo curiosidad para
ver la nueva incursión de Óscar Martínez en el género fantástico quien, tras
unos años de inactividad, ha conseguido rodar un cortometraje gracias a un
grupo de amigos que le animaron a hacerlo, poniendo el equipo técnico y humano
al servicio de su nuevo proyecto: una serie de cortos a la manera de los “Cuentos
asombrosos” que Spielberg puso en marcha en los años 80 para la NBC.
Fotografía de Gustavo Torres y Ricardo León
Óscar Martínez no es tan ambicioso y, consciente de sus
limitaciones, se contenta con ir rodando cortos de diez minutos
autoconclusivos. Nos cuenta en la presentación que la dificultad de rodar en
Canarias, sin apenas ayudas a los cineastas canarios, mientras se ofrecen todas
las facilidades a las productoras foráneas para que rueden aquí, hizo que se
replanteara volver a rodar. Su presencia en el Festival de Sitges en 2015 con
“Melania. Paciente Cero”, su estreno en los Multicines Tenerife en tres salas
simultáneas y los espaldarazos de tanta gente animándole, le hizo pensar que
podría subir un escalón más y encontrar una garantía más sólida para llevar
adelante sus proyectos de series para televisión.
“Melania. Paciente cero” era un episodio más de su serie de
terror “Extinción”, que tuvo un inicio prometedor con “El día del incidente
alfa”. Invitó a otros realizadores para que dirigieran algunos de los episodios,
como Gus Torres y Cándido de Armas, que realizaron el segundo y el tercer
episodio con gran entusiasmo. Iván
López y Fátima Luzardo también rodaron algunas escenas de los siguientes
episodios pero finalmente no llegaron a terminarlos por diversos motivos.
Su pulsión por las series se inicia con Kroma en 1994,
destinada a la Televisión Canaria. “Insólito” (2004), donde un inmenso platillo
volante descendía sobre el Teide, iba a ser el episodio piloto de otra serie de
corte fantástico y de ciencia ficción. Con “Amania” (2008-2010) consiguió poner
en escena otra historia ambientada en la época de Jesucristo y rodada en las
zonas desérticas del sur de la isla, con un gran despliegue de medios.
Óscar Martínez no esconde su pasión por el cine de John
Carpenter, por su puesta en escena mesurada de línea clara y su filigrana
narrativa y que a mí me parece una cuestión generacional, la de todos aquellos
que en su adolescencia y juventud se iniciaron como espectadores de cine
enfrentándose a la renovación narrativa que capitanearon Lucas, Spielberg, Landis,
Zemeckis o Carpenter.
Las filiaciones son siempre importantes. A mi me tocó
convivir con la nouvelle vague, con el free cinema, con el cine underground que
Jonas Mekas saludaba como el nuevo cine americano, con Antonioni y con Jancsó,
y nunca me han abandonado.
No se puede competir con los americanos y tratar de rodar un
cine narrativo de corte fantástico con los medios escasos de los que aquí se
disponen, y menos si no lo respalda un sólido presupuesto que pueda hacer
frente a la multitud de actores y figurantes, a la variedad de escenarios, a
los necesarios efectos especiales. En Insólito, en Amania, sorprende el atrevimiento,
pero desmerecen algunas actuaciones cuando hay diálogo, faltan recursos que el
ingenio no puede tapar, salta a la vista el trampantojo. Yo tuve la suerte que
mis padres adoptivos tuvieron que vérselas con un cine sin medios e inventaron
una nueva forma de hacer cine.
Acostumbrado a los megalómanos proyectos de Óscar de casi
una hora de duración, siento curiosidad por esta pieza de orfebrería que es su
“Efectos de sonido”, con sus escuetos once minutos, una única situación y un único
personaje, inspirados en el comienzo de “Impacto” (“Blow out”, 1981), uno de
los films más interesantes del irregular Brian de Palma, que a su vez se inspira
en “Blow up” (1966) de Antonioni, configurando un hilo muy tenue que nos
relaciona a Óscar y a mí en cuanto a las filiaciones cinematográficas.
En “Blow up”, un fotógrafo profesional toma unas fotografías
en un parque y al ampliarlas descubre el indicio de algo que podría ser un
asesinato. En “Impacto” el protagonista registra sonidos para incluirlos en la
banda sonora de un film y una noche el sonido que podría ser de un disparo se
cuela en su grabadora, al mismo tiempo que un coche se precipita al río.
Tanto Antonioni como Brian de Palma reflexionaban sobre el
estatus del cine, en cuanto a su relación con lo real. En el revelado de una
foto, durante los pocos segundos en los que la imagen se va aclarando, somos
espectadores de cómo esta imagen va a desvelar un fragmento de la realidad que
la cámara ha encuadrado previamente. Pero lo real es ambiguo, parece decirnos Antonioni,
todo son apariencias.
En Impacto, el sonidista consigue sincronizar el sonido
captado con una secuencia de fotos que alguien había capturado del momento del
accidente y las fotos se animan conformando una secuencia cinematográfica. El montaje de estas fotografías es un
puro artificio, como es el cine en general, pero puede restituir lo real.
En “Efectos de sonido”, a pesar de que el director solo
pretende contarnos una historia, también percibo una interesante reflexión
sobre el medio cinematográfico, en la tensión entre lo que vemos en pantalla y
lo que queda fuera de los márgenes, en la relación siempre equívoca entre lo
que se ve y lo que se escucha.
Norberto Trujillo
Es en el trabajo sobre esta diacronía donde el corto recoge
sus frutos, la inquietud no surge del escenario ni de golpes de efecto dados al
susto, sino de la aparición de sonidos no acordes con aquello que se ve. Se le supone a la grabadora, como tal
instrumento, el registro objetivo
de lo real: registra pájaros y el operador enuncia “pájaros”, registra niños y
el operador dice ”niños” y los vemos jugando en el parque. Pero luego escucha
campanas y no hay ningún campanario, cánticos y está en pleno campo, gritos y
las calles están vacías.
Mientras escribo estas líneas me acuerdo del estupendo libro
“La hipótesis del Cine” sobre la transmisión del cine, que tanto nos iluminó
durante nuestra experiencia pedagógica “Educar la Mirada”. Alain Bergala
plantea en este pequeño tratado sobre el estudio del cine la manera cómo los
creadores hacen su trabajo y para ello establece tres operaciones mentales muy
simples: la elección de algunas cosas de lo real entre las muchas posibles, la
disposición de las mismas al relacionarlas entre sí y finalmente el ataque, cómo
plantar la mirada sobre ellas.
“Efectos de sonido” sería un perfecto corto para ilustrar
estas operaciones mentales. No hay apenas narración, sino solo el devenir de un
personaje en busca de una explicación, que constituye el eje de la narrativa
fantástica: el restablecimiento del orden.
Para ello elige un escenario, un barrio alejado de la
ciudad, donde conviven el campo y lo urbano sin estridencias, y decide rodar la
mañana siguiente de la verbena de San Juan, cuando se supone que no va a haber
gente en la calle. Y elige a un actor en cuyo rostro se pueda ir inscribiendo
la deriva desde la incredulidad inicial hasta la incertidumbre y el horror
final, un rostro que sirva de guía y en el que pueda proyectarse el espectador.
El desarrollo del corto consiste en la disposición de estos
elementos y su relación con la cámara en una sutil gradación desestabilizadora:
Movimientos de cámara que van ganando en complejidad, combinación de planos
generales y primeros planos cada vez más extenuante, pérdida cada vez mayor de
la perspectiva para desorientar al espectador, preparándolo para el efecto
final esperado.
Como era de esperar, Óscar Martínez toma prestados
determinados encuadres que configuran el universo estético del cine fantástico
y de terror: un plano desde lo más alto con la cámara montada en un dron, un
contrapicado desde el suelo, un encuadre inclinado, ajustados a la narración,
homenaje a un cine del que no oculta su admiración.
Con este corto consigue por una vez un ajuste perfecto entre
los medios disponibles y el resultado final, sin que las pretensiones de
espectacularidad de sus otros trabajos choquen con el voluntarismo de técnicos
y actores intentando emular el cine hollywoodiense. Ahora, incluso la falta de
claridad del aire debido a la calima, un efecto no deseado, supo llevarlo a su
terreno, confiriéndole al film un tono lechoso, la atmósfera de extrañeza que
el corto necesitaba.
Pocas horas más tarde, una voz a mi espalda hizo que me
girara en uno de los pasillos de Alcampo. Era Javier Fernández Caldas, un
cineasta que en los años 90 sorprendió con unos cortometrajes de un humor muy
negro, como “El último latido”(1993) o Frágil (1994), y un largometraje que
desmitificaba el cine “de guanches” con un tratamiento de cine de aventuras de
las de antes (La isla del infierno, 1998). Me contó que ahora se entretenía
rodando cosas con el stop motion, esperando el momento propicio para rodar otro
corto con los medios necesarios, una oportunidad que parece estar cada vez más
lejana.
--> Óscar Martínez ha recuperado el ánimo para seguir rodando cortos. Uno va cumpliendo años, me confiesa, y las fuerzas van menguando, pero no te puedes negar a ti mismo la posibilidad de seguir haciendo películas, sea como sea, para seguir disfrutando con algo que a uno le gusta. De momento, la idea es rodar estos cortos, uno al año, para este proyecto de serie que ha llamado “Crónicas de la imaginación”
Óscar Martínez