Leo en la página oficial de la Real Academia Canaria de Bellas
Artes de San Miguel Arcángel (RACBA), que su función en el siglo XXI “es la de
velar por la conservación del patrimonio para legarlo a las generaciones
venideras”.
Su origen se remonta a mediados del siglo XIX, bajo las “nefastas”
influencias francesas, y, al igual que otras instituciones parecidas, como el
Ateneo de La Laguna, ha tardado más de un siglo desde la aparición del
Cinematógrafo en incluir el cine como una de sus secciones. Se espera que, a
partir de ahora, sea una de sus misiones la de conservar el legado
cinematográfico.
En la reciente modificación de los estatutos, durante la
presidencia de la primera mujer en la Academia (ha tenido que pasar más de un
siglo y medio para que esto ocurriera), a las secciones de arquitectura,
escultura, pintura y música se le ha añadido la de “Cine, Fotografía y Creación
Digital”. Los primeros pasos consistieron en incorporar al fotógrafo Efraín
Pintos como nuevo miembro de la Academia y a proponer a Jorge Gorostiza como
nuevo numerario. Faltan ahora otros seis miembros para completar la sección, ya
que en cada una de ellas hay un máximo de ocho académicos.
El acto se celebró en la actual sede de la Academia, en el
edificio neoclásico de la recóndita plaza Ireneo González, que fue hace años la
Escuela de Artes y Oficios y en el que se realizan ahora inútiles cursillos
para aquellos que se mantienen a la espera de conseguir trabajo.
Los amigos de Jorge Gorostiza esperábamos en la pequeña sala de
actos, rodeados de grandes y diversas pinturas colgadas en las paredes y
donadas por otros académicos. Entonces sonó una música y todos nos levantamos
para recibir a la procesión de académicos en número mayor a los asistentes, que
acompañaban al nuevo académico y fueron a sentarse en sus asientos protocolarios,
la plana mayor con la presidenta frente a nosotros, los numerarios a ambos
lados y Jorge y el académico que lo presentaba cerrando un cuadrado frente a la
presidencia y de espaldas a nosotros.
La extraña sensación de haber retrocedido en el tiempo se
desvaneció de repente cuando con la ayuda de un palo se desenrolló una pantalla
cubriendo el tapiz heráldico que presidía la sala y empezó la disertación del
nuevo académico, ayudándose de técnicas ya del siglo XXI. Lo curioso era que la
conferencia consistía en una historia de las continuas transmutaciones de la
idea de pantalla, desde los orígenes del cine a la actualidad de la realidad
virtual, y aquella pantalla donde se proyectaban las sucesivas pantallas del
relato jorgiano era como una metáfora de las diversas y sorprendentes
apariciones de pantallas en lugares antitéticos.
Las charlas de Jorge son siempre exhaustivas e inabarcables, en
las que se aprecia un laborioso trabajo previo de documentación, el cuidado que
pone en los detalles y en la búsqueda y selección de las imágenes ilustrativas,
tanto si se trata del director artístico de una película española de los años
40 como si habla de Greenaway o de Cronemberg, dos de sus cineastas
predilectos, a los que ha dedicado sendos libros, con la colaboración
entusiasta de Ana Pérez.
Fue Jorge quien me convenció de que me llevara la cámara de
vídeo a la isla de La Palma, cuando ambos coincidimos en uno de las primeras
convocatorias de El Festivalito, allá en 2004, en calidad de jurados de algunas de las secciones del
festival. “Está lleno de actores y actrices y verás lo fácil que es rodar un
cortito”, me dijo. Convenció a José Manuel Cervino y a Maite Blasco para que
interviniesen en mi corto y Laly y yo conocimos a otros actores de Tenerife, a Javier
de Martos y Fátima Hernández, con los que luego colaboraríamos. Este pequeño
acontecimiento en nuestras vidas me animó a seguir haciendo cine, tras varios
años de sequedad creativa.
La sencilla ceremonia de reminiscencias masónicas se desarrolló
felizmente (a pesar de ligeros equívocos por el desconocimiento de la liturgia)
y al final se le hizo entrega del correspondiente diploma, enrollado como un
pergamino, apretones de manos, aplausos y posterior fotografía para la
posteridad.
Nada más entrar en la sala, Aurelio Carnero nos recriminó con su
sutil ironía, a mí y a Santi Ríos, la desconsideración de presentarnos sin la
correspondiente corbata. Le recordé a Aurelio que ya hacía más de veinte años
que, en el mediometraje “La ciudad interior”, lo incluí a él y otros amigos en
una suerte de Academia, donde se refugiaban los amigos del protagonista para
darle vueltas a sus contribuciones a la cultura en tiempos ya pasados y
periciclados, pero en cuyo interior el tiempo no pasaba.
Se me acercó el arquitecto Ernesto Valcárcel para recordarme su
contribución pictórica en dicho film, pues yo necesitaba un taller de
arquitectura para rodar una secuencia y me acordé que había visto una insólita
exposición de sus pinturas en la sala de arte del Ateneo de La Laguna, que
consistían en centenares de pequeños dibujos tamaño folio dispuestos en filas y
columnas cubriendo todo el muro.
Tenía Ernesto su estudio en un pequeño edificio en Santa Cruz de
Tenerife, cerca de la Plaza del Príncipe, y le pedí que cubriera también la
pared con aquellos dibujos para el rodaje, que además se adecuaban a la idea de
laberinto que subyacía en el film. A Ernesto no le disgustó la idea, y, una vez
realizado el trabajo, mantuvo los dibujos en su taller durante un tiempo.
Cuando, hace unos años, y debido a una obra nueva que se llevaba
a cabo junto a la casa, el edificio entero se desmoronó, destrozando por
completo todas las instalaciones del taller, supo que debía abandonar la
arquitectura y dedicarse en exclusiva a lo que había sido su pasión, la
pintura.
Con Efraín Pintos también tocó hablar de otros tiempos, de la
época en que estuvo ligado por amistad al colectivo Yaiza Borges y nos acompañó
día tras día, durante un montón de meses de arduo trabajo, en la aventura
suicida de realizar un largometraje que acabó no gustando a nadie.
Efraín, que realizó un magnífico seguimiento fotográfico del
rodaje de “Bajo la noche verde”, depositado en la Filmoteca Canaria, nos
animaba con su inmenso humor, tan necesario en las horas bajas del cansancio y
la incertidumbre del rodaje.
Efraín Pintos y Juan Antonio Castaño
durante el rodaje de "Bajo la noche verde"
Hablamos de su magnífica casa de Tegueste, ahora alquilada a los
turistas, que también utilizamos en un par de secuencias clave, pues era en la
ficción la casa rural donde residía el colectivo de médicos que, en los años
70, intentaba implantar en un caserío al norte de la Palma la medicina
alternativa, y donde el protagonista de la peli consumaba una aventura
extramatrimonial.
En una ocasión, invitado por Mengue y Ana Sánchez-Gijón, acudí a
un taller de fotografía en el que Efraín nos mostraba cómo hacer la fotografía
de un cuadro. El taller se desarrollaba en el plató que La Mirada tenía en Tegueste.
Efraín se entretuvo más de una hora en situar la cámara justo en la
perpendicularidad del centro del cuado y en calibrar la luz hasta que el lienzo
estuvo bañado en una luz blanca y uniforme. Se trataba, sin duda, de reproducir
lo más exactamente las cualidades de color, textura y proporciones de la obra
de arte. Efraín nos demostró que disparar la cámara es el final de un proceso
laborioso en el que no debe soslayarse ni un detalle.
Y mientras yo me entretenía rememorando con Santi Ríos aquellos
tres años de la década de los setenta (desde finales del 73 a mediados del 75),
en los que se decidió un vuelco crucial en mi vida, conocer a Laly y quedarme a
residir en Tenerife con mis nuevos amigos, ella se mantenía firme en el
presente y mirando hacia el futuro, platicando con Sandra González, la
directora del Festival de Cine hecho con móviles (Movilfest), pionero en Canarias
(y en Europa) a la que acababa de conocer, y discurrían sobre la inveterada
envidia que imposibilita, en los medios artísticos de Canarias y de España en
general, prosperar adecuadamente, lo que me hizo recordar cómo en cada estreno
de una película canaria cambia drásticamente el paisaje humano, formado casi
exclusivamente por amigos y familiares del equipo artístico y técnico que ha
intervenido en cada rodaje, como si nadie tuviera curiosidad en saber qué se
está cociendo en el interior de un supuesto y siempre escurridizo cine canario.
A Jorge Gorostiza, recién terminada la íntima ceremonia, se le
animó encarecidamente a que siguiera trabajando en pro de este cine nuestro, mirando
tanto hacia al pasado como enfocando su análisis en el presente y anticipándose
al futuro desarrollo del cine, como en esta imagen que nos proyectó de las gafas
que Google ha retirado del mercado, y en las que se habrá eliminado definitivamente
la distancia entre el ojo y la pantalla. Pues ya se sabe que los académicos no
deben dormirse en los laureles.