viernes, 27 de febrero de 2015

DE LOS ACADÉMICOS Y EL FUTURO DEL CINE

Leo en la página oficial de la Real Academia Canaria de Bellas Artes de San Miguel Arcángel (RACBA), que su función en el siglo XXI “es la de velar por la conservación del patrimonio para legarlo a las generaciones venideras”.



Su origen se remonta a mediados del siglo XIX, bajo las “nefastas” influencias francesas, y, al igual que otras instituciones parecidas, como el Ateneo de La Laguna, ha tardado más de un siglo desde la aparición del Cinematógrafo en incluir el cine como una de sus secciones. Se espera que, a partir de ahora, sea una de sus misiones la de conservar el legado cinematográfico.

En la reciente modificación de los estatutos, durante la presidencia de la primera mujer en la Academia (ha tenido que pasar más de un siglo y medio para que esto ocurriera), a las secciones de arquitectura, escultura, pintura y música se le ha añadido la de “Cine, Fotografía y Creación Digital”. Los primeros pasos consistieron en incorporar al fotógrafo Efraín Pintos como nuevo miembro de la Academia y a proponer a Jorge Gorostiza como nuevo numerario. Faltan ahora otros seis miembros para completar la sección, ya que en cada una de ellas hay un máximo de ocho académicos.

 

El acto se celebró en la actual sede de la Academia, en el edificio neoclásico de la recóndita plaza Ireneo González, que fue hace años la Escuela de Artes y Oficios y en el que se realizan ahora inútiles cursillos para aquellos que se mantienen a la espera de conseguir trabajo.

Los amigos de Jorge Gorostiza esperábamos en la pequeña sala de actos, rodeados de grandes y diversas pinturas colgadas en las paredes y donadas por otros académicos. Entonces sonó una música y todos nos levantamos para recibir a la procesión de académicos en número mayor a los asistentes, que acompañaban al nuevo académico y fueron a sentarse en sus asientos protocolarios, la plana mayor con la presidenta frente a nosotros, los numerarios a ambos lados y Jorge y el académico que lo presentaba cerrando un cuadrado frente a la presidencia y de espaldas a nosotros.

La extraña sensación de haber retrocedido en el tiempo se desvaneció de repente cuando con la ayuda de un palo se desenrolló una pantalla cubriendo el tapiz heráldico que presidía la sala y empezó la disertación del nuevo académico, ayudándose de técnicas ya del siglo XXI. Lo curioso era que la conferencia consistía en una historia de las continuas transmutaciones de la idea de pantalla, desde los orígenes del cine a la actualidad de la realidad virtual, y aquella pantalla donde se proyectaban las sucesivas pantallas del relato jorgiano era como una metáfora de las diversas y sorprendentes apariciones de pantallas en lugares antitéticos.

Las charlas de Jorge son siempre exhaustivas e inabarcables, en las que se aprecia un laborioso trabajo previo de documentación, el cuidado que pone en los detalles y en la búsqueda y selección de las imágenes ilustrativas, tanto si se trata del director artístico de una película española de los años 40 como si habla de Greenaway o de Cronemberg, dos de sus cineastas predilectos, a los que ha dedicado sendos libros, con la colaboración entusiasta de Ana Pérez.

 Jorge Gorostiza junto a Ana Pérez

Fue Jorge quien me convenció de que me llevara la cámara de vídeo a la isla de La Palma, cuando ambos coincidimos en uno de las primeras convocatorias de El Festivalito, allá en 2004, en calidad de  jurados de algunas de las secciones del festival. “Está lleno de actores y actrices y verás lo fácil que es rodar un cortito”, me dijo. Convenció a José Manuel Cervino y a Maite Blasco para que interviniesen en mi corto y Laly y yo conocimos a otros actores de Tenerife, a Javier de Martos y Fátima Hernández, con los que luego colaboraríamos. Este pequeño acontecimiento en nuestras vidas me animó a seguir haciendo cine, tras varios años de sequedad creativa.

La sencilla ceremonia de reminiscencias masónicas se desarrolló felizmente (a pesar de ligeros equívocos por el desconocimiento de la liturgia) y al final se le hizo entrega del correspondiente diploma, enrollado como un pergamino, apretones de manos, aplausos y posterior fotografía para la posteridad.

Nada más entrar en la sala, Aurelio Carnero nos recriminó con su sutil ironía, a mí y a Santi Ríos, la desconsideración de presentarnos sin la correspondiente corbata. Le recordé a Aurelio que ya hacía más de veinte años que, en el mediometraje “La ciudad interior”, lo incluí a él y otros amigos en una suerte de Academia, donde se refugiaban los amigos del protagonista para darle vueltas a sus contribuciones a la cultura en tiempos ya pasados y periciclados, pero en cuyo interior el tiempo no pasaba.


Imágenes de La Academia en "La ciudad interior"

Se me acercó el arquitecto Ernesto Valcárcel para recordarme su contribución pictórica en dicho film, pues yo necesitaba un taller de arquitectura para rodar una secuencia y me acordé que había visto una insólita exposición de sus pinturas en la sala de arte del Ateneo de La Laguna, que consistían en centenares de pequeños dibujos tamaño folio dispuestos en filas y columnas cubriendo todo el muro.





Tenía Ernesto su estudio en un pequeño edificio en Santa Cruz de Tenerife, cerca de la Plaza del Príncipe, y le pedí que cubriera también la pared con aquellos dibujos para el rodaje, que además se adecuaban a la idea de laberinto que subyacía en el film. A Ernesto no le disgustó la idea, y, una vez realizado el trabajo, mantuvo los dibujos en su taller durante un tiempo.


Cuando, hace unos años, y debido a una obra nueva que se llevaba a cabo junto a la casa, el edificio entero se desmoronó, destrozando por completo todas las instalaciones del taller, supo que debía abandonar la arquitectura y dedicarse en exclusiva a lo que había sido su pasión, la pintura.

Con Efraín Pintos también tocó hablar de otros tiempos, de la época en que estuvo ligado por amistad al colectivo Yaiza Borges y nos acompañó día tras día, durante un montón de meses de arduo trabajo, en la aventura suicida de realizar un largometraje que acabó no gustando a nadie.

Efraín, que realizó un magnífico seguimiento fotográfico del rodaje de “Bajo la noche verde”, depositado en la Filmoteca Canaria, nos animaba con su inmenso humor, tan necesario en las horas bajas del cansancio y la incertidumbre del rodaje.

Efraín Pintos y Juan Antonio Castaño 
durante el rodaje de "Bajo la noche verde"

Hablamos de su magnífica casa de Tegueste, ahora alquilada a los turistas, que también utilizamos en un par de secuencias clave, pues era en la ficción la casa rural donde residía el colectivo de médicos que, en los años 70, intentaba implantar en un caserío al norte de la Palma la medicina alternativa, y donde el protagonista de la peli consumaba una aventura extramatrimonial.

 Rodaje de "Bajo la noche verde" en la casa de Efraín Pinto en Tegueste

En una ocasión, invitado por Mengue y Ana Sánchez-Gijón, acudí a un taller de fotografía en el que Efraín nos mostraba cómo hacer la fotografía de un cuadro. El taller se desarrollaba en el plató que La Mirada tenía en Tegueste. Efraín se entretuvo más de una hora en situar la cámara justo en la perpendicularidad del centro del cuado y en calibrar la luz hasta que el lienzo estuvo bañado en una luz blanca y uniforme. Se trataba, sin duda, de reproducir lo más exactamente las cualidades de color, textura y proporciones de la obra de arte. Efraín nos demostró que disparar la cámara es el final de un proceso laborioso en el que no debe soslayarse ni un detalle.  

Y mientras yo me entretenía rememorando con Santi Ríos aquellos tres años de la década de los setenta (desde finales del 73 a mediados del 75), en los que se decidió un vuelco crucial en mi vida, conocer a Laly y quedarme a residir en Tenerife con mis nuevos amigos, ella se mantenía firme en el presente y mirando hacia el futuro, platicando con Sandra González, la directora del Festival de Cine hecho con móviles (Movilfest), pionero en Canarias (y en Europa) a la que acababa de conocer, y discurrían sobre la inveterada envidia que imposibilita, en los medios artísticos de Canarias y de España en general, prosperar adecuadamente, lo que me hizo recordar cómo en cada estreno de una película canaria cambia drásticamente el paisaje humano, formado casi exclusivamente por amigos y familiares del equipo artístico y técnico que ha intervenido en cada rodaje, como si nadie tuviera curiosidad en saber qué se está cociendo en el interior de un supuesto y siempre escurridizo cine canario.

A Jorge Gorostiza, recién terminada la íntima ceremonia, se le animó encarecidamente a que siguiera trabajando en pro de este cine nuestro, mirando tanto hacia al pasado como enfocando su análisis en el presente y anticipándose al futuro desarrollo del cine, como en esta imagen que nos proyectó de las gafas que Google ha retirado del mercado, y en las que se habrá eliminado definitivamente la distancia entre el ojo y la pantalla. Pues ya se sabe que los académicos no deben dormirse en los laureles.  



domingo, 8 de febrero de 2015

UNA NUEVA SESIÓN DE CINE LEVE

El jueves 12 de febrero de 2015 se proyectan en el TEA tres cortometrajes bajo la denominación Cine Leve. Y aunque todavía nos preguntemos de qué hablamos cuando hablamos del cine leve, pienso que para algunos espectadores, que ya acudieron al TEA en otras sesiones con el mismo enunciado, el cine leve se les presenta como algo seductor o, por el contrario,  como el tipo de cine del que hay que salir huyendo.





Y es que, aunque nos pese, y por lo ambiguo del término y de los distintas que puedan parecer las películas con esta etiqueta, ya se ha configurado un imaginario del cine leve.

Recuerdo una discusión con Enzo Escala, tras el estreno del primer largometraje “leve” de Daniel León Lacave. Se había hecho una idea del cine leve a partir de mis películas y no veía ninguna relación con el largometraje de Dani. Traducía la levedad como una búsqueda, la sensación de encontrarte en tierra de nadie sin un camino trazado de antemano.

A Dani le gusta un cine narrativo, que cuente cosas, con personajes, un cine de emociones. El mío es un cine distanciado, que busca una poética, un cine de ideas. ¿Qué pueden tener en común dramaturgias tan disímiles?

En el origen, el cine leve, tal como lo había definido Miguel Ángel Rábade, estaba en la forma de abordarlo y no tanto en el resultado. La levedad como una sensación que embarga al equipo durante el rodaje, como si las cosas fueran saliendo solas, sin esfuerzo.

El cine leve parte de una limitación, una limitación que aceptamos porque nos exige una búsqueda constante de nuevas soluciones técnicas y estéticas. Frente a un problema, sabemos que la alternativa siempre será mejor que aquello que las circunstancias nos han obligado a cambiar.

Un equipo reducido de personas permite una postura flexible, reposada, más cercana a la del pintor o del escultor, en la siempre necesaria distancia creativa. Poder sentir el momento, captar lo que nos dice el espacio en el que nos encontramos, interpretar las expresiones y las posturas de los actores justo antes del primer movimiento de manivela, en el paso, siempre excitante, que va de las palabras garabateadas en un papel a la creación de un personaje vivo que va a convivir en la mente y el corazón de los espectadores futuros.

Podría decirse que en esto consiste el cine. Que este temblor es el que experimentan todos los creadores. Pero frente a la frustración de la carencia de medios, mejor levantar el estandarte de lo leve. Mejor una pequeña chispa inspirada que el incendio monótono de lo académico que todo lo devora, sin dejar ni un poso, ni un pensamiento, tras él. Mejor lo inacabado, lo imperfecto, pero vivo, que lo bien construido sin alma alguna. O por lo menos intentarlo.

El cine leve está más en el hacer que en la obra terminada. Nadie se extrañe que al ver las obras, juntas en una sesión de tarde, nada las asemeje. Está en la voluntad de cada director sentir que su cine o que una determinada obra y no todas entran en tal categoría. Así, tan solo Dani, el gran converso, acredita con orgullo en los títulos de crédito su pertenencia al Cine Leve, mientras que otros, como yo mismo, dudan y desconfían de las etiquetas.

Y sin embargo, “Paraísos”, una nueva “naturaleza muerta”, y rodada ya hace bastante tiempo, en el verano de 2013, pertenece sin ambages al cine leve, pues fue cuando al finalizar el rodaje del primer corto de esta serie, precisamente llamada “Naturaleza muerta”, el actor Miguel Ángel Rábade, que en aquella ocasión me ayudaba en la dirección, comentó lo leve de aquel rodaje.

De “Paraísos” ya hablé en este mismo blog hace un par de años, en una entrada que yo titulaba Erótica naturaleza. Estuve tentado de llamarla naturaleza agria o amarga o algo parecido, en relación al limón que aquí sustituye a la manzana de “Naturaleza muerta”, de nuevo en referencia al pasaje bíblico de Adán y Eva, en aquella ocasión como una metonimia (la fruta por el árbol) y que aquí se representa de forma inversa (es el hombre quien, bajo el árbol, le ofrece la fruta a la mujer), marcando la oposición del mundo rural  y de la ciudad en la que viven los personajes, sometidos a las reglas de juego de la economía y la política. Un corto en apariencia sencillo, en la que se mezclan diferentes tiempos y capas de realidad, con una banda sonora que potencia los sonidos y excluye las palabras, con las escuetas notas de René Martín al principio y al final del corto y la suave fotografía de Eduardo Gorostiza. Detrás, como siempre, Laly en la producción y Leonor en el maquillaje y vestuario. Un equipo de apenas siete personas, incluyendo a los dos actores.

“Nadie”, el último cortometraje de Daniel León Lacave, perfecciona y ajusta su peculiar relación con los actores, que le permite extrae lo mejor de ellos, ofreciéndonos nuevos personajes desubicados, expulsados del paraíso, los hombres y mujeres de pasado incierto de su cine. Una única localización, y un equipo entregado, un grupo de amigos que siempre están cuando a Dani se le ocurre una idea, que le piden ya otra historia en la inmediatez del feisbuc, que fluye al compás de la propia vida. Acompañado de nuevo por el ojo y la sensibilidad de David Delgado en la fotografía.

Y en “Lost in Black Friday“, Eduardo Gorostiza, también ligado como director de fotografía a mis últimos films, nos ofrece, de la mano de Gabriel García y del actor Adrián Rosales, una reflexión un tanto esperpéntica de la condición del cineasta leve, que descubre la levedad tras la frustración, un corto que documenta en clave de comedia la imposibilidad de rodar un corto para uno de estos concurso que tanto se estilan de cineexpres, esta vez en Santa Cruz de Tenerife, al suspenderse por el anuncio de fuertes vientos, con la recomendación de quedarse en casa por aquello del Delta.

El cineasta leve no se arredra ante las circunstancias adversas. Se adapta. Era una buena ocasión para salir a  rodar en medio de la borrasca. ¿Cine temerario? Quizás. Y sin embargo…