domingo, 7 de abril de 2024

EL CINE, EL ARTE Y LA POESÍA

A Sergio Barreto nos lo hemos tropezado, durante varios años, a lo largo de los tres intensos días de los Télex,  en el remanso cultural de Los Silos, y por lo tanto lejos de las metrópolis rectoras, una experiencia insólita, aunque de largo recorrido, que sus padres espirituales, los Amigos del Telégrafo, han dado por enumerar Télex-1, Télex-2, y el hasta ahora el último, el Télex-3, una convocatoria anual que se desarrolla en Los Silos a finales de agosto. Sergio Barreto, poeta volcánico, es una presencia constante en este encuentro fraternal de activistas de la cultura, preocupados por el devenir adocenado de las prácticas artísticas en este mundo actual dominado por la lectura rápida del universo.



Hablo en plural y es que el cineasta David Delgado San Ginés es también convocado todos loa años, y tanto él como yo participamos en una especie de performance cuyo programa es el siguiente: en primer lugar se proyecta un corto de cada uno como carta de presentación y posteriormente se nos deja que hablemos de cine. Para que no nos descarriemos, Melchor López, uno de los amigos del Telégrafo, ha seleccionado algunas escenas de la historia inconclusa y siempre provisional del cine y a partir de las imágenes proyectadas, David y yo podemos comentar lo que nos plazca o sugiera.




En los entreactos, solemos reunirmos en la plaza del pueblo, junto al centro cultural, antiguo monasterio, en cuya antigua capilla se desarrollan como debe ser los actos programados, y frente a una caña o un cortado, depende de la hora, y allí mismo, aguijoneados por el último acto al que hemos asistido, surgen los debates alados y los intercambios vivenciales, donde David, el también cineasta Pedro García, el profesor de instituto y excelente cinéfilo Joaquín Ayala, la productora Laly Díaz y la investigadora de lo visual Laura Mederos, compartimos ámbitos artísticos e inquietudes con los poetas Sergio Barreto y Melchor López.



David Delgado y Laura Mederos
Pedro García, David Delgado, Josep Vilageliu


¿Qué tendrá en común la práctica cinematográfica con la escritura poética? Parece que nada. El rodaje es una lucha inclemente con los aspectos materiales, condicionantes siempre del resultado, y del mismo modo que el escultor tiene que pelearse con la resistencia del mármol, el cineasta debe plegarse a las condiciones climáticas, a la arquitectura de los sets o a la manera de ser de los actores, entes reales, como la luz y la oscuridad, las líneas sinuosas y el relieve de las montañas en el horizonte, y es cuando tratas de doblegarlo mirando por el objetivo, dejando la líneas del horizonte arriba o abajo como diría Ford, es cuando imprimes tu mirada y amaestras el mundo.  


Escribir poemas es otra cosa, y a mí se me escapa. Cuando era adolescente vertebré algunos versos, y con un par de amigos pretendimos sintetizar toda la Edad Media en un largo poemario a base de cuartetas, y la revista de la escuela nos lo publicó. Pero a los veinte años me llegó un artículo de Pasolini sobre el cine poesía. Apenas recuerdo nada de aquel texto, pero se me quedó la idea, quizás un tanto simplista, que había un cine de prosa, el que practicaba el cine americano, un cine donde la narrativa se impone sobre todo lo demás, y un cine de poesía, que yo lo emparentaba con los nuevos cines europeos, aunque fuese el propio Pasolini el más enconado practicante. Como era de esperar, yo me incliné bien pronto por el cine poesía, quizás tras unos intentos de rodar a la manera de los clásicos y que resultaron un fracaso. Tras las malas críticas de Bajo la noche verde, busqué una nueva manera de abordar el cine, y recuperé el prestigio menoscabado y mi propia estima.


Hace un par de días me encontré ante un poema de Sergio Barreto, uno de los muchos que en estos últimos días está publicando en las redes, y tal fue mi impresión que lo llamé para tratar de encontrar un punto medio donde sus relampagueantes imágenes, hallazgos fortuitos que surgen de pronto en la escritura desbocada, pudieran vertebrarse en un poema visual mío. Que nos encontrásemos Sergio y yo era una idea de Melchor Núñez, propiciar encuentros entre gente diversa, objetivo inconfeso de los Amigos del Telégrafo, télexs dirigidos aviesamente como dardos. Del primer Télex ya surgió el encuentro con un poemario de Isidro Hernández que dio lugar al cortometraje Si quisieras buscarme. Sin embargo, no fue un encuentro entre un poeta y un cineasta, sino tan solo el flechazo de un libro que alguien en la oscuridad depositó en mis manos.


Este era el poema que Sergio titula Carretilla:


Soñé que me llevabas en una carretilla. 

No era divertido. Sonaba una sirena

y no había estrellas en el cielo. 

No comprendo los símbolos

del dios elemental, pero la imagen

era extraña. Yo, viéndonos por fuera

y tú, junto al arcén, aullando, loca.


Sergio me confiesa por wasap que es un poema escrito sin pensar, “una aventura exhibicionista”, me dice, que a él le divierte. A mi no me emociona la carretilla, me choca el abrupto final. 


Hace unos días, en un encuentro entre Alejandro Togores y el catedrático Javier Marrero, en la fundación Cristino de Vera, a cuento del homenaje a Chirino que comisiona el propio Togores, estuvieron dándole vueltas a la importancia del Arte en nuestros días. Más allá de aquello de que sin el Arte no podríamos vivir, Javier Marrero reflexionó sobre la importancia del Arte en los museos, ese lugar, pienso yo, donde el arte se ha refugiado, ahora que todo el mundo está empeñado en explicarnos el mundo. El Arte, en realidad, es un simple intermediario entre nosotros y la realidad en la que nos hallamos, el Arte explica el mundo, pero para ello debe permanecer velada toda explicación. Al entrar en el museo, lugar de silencio, el misterio de los cuadros nos interpelará desde las paredes. El Cine Poesía debe narrar sin decir, envolviéndonos en una atmósfera enigmática. 


Marrero hablaba de la resquebrajadura, ese hendidura que de repente se abre para dejar pasar la luz. Así frente a los cuadros como ante un poema. En el silencio. En el estrépito de un estremecimiento. No comprendo los símbolos, dice Sergio Barreto en el poema. No tratéis de comprenderme. Pero ahí está, junto al arcén, aullando, loca. ¿Quién?, ¿por qué? Ahí, vean, se agazapa una historia.


martes, 26 de marzo de 2024

PROYECCIONES MEMORABLES: DE GUARAPO A DAMSEL

Dos acontecimientos cinematográficos, separados por unos pocos días, han tenido lugar en Santa Cruz de Tenerife, una ciudad un tanto adormecida culturalmente. El viernes 1 de marzo se proyectó Guarapo en el el cine Víctor, 35 años después de su exitoso estreno en la misma sala, y el martes 5 de marzo de estrenaba también en el cine Víctor la última película del director tinerfeño Juan Carlos Fresnadillo, una película destinada exclusivamente al streaming.



Guarapo
, rodada en 35mm en 1987 y estrenada en Canarias dos años más tarde en el cine Victor, tuvo un impacto tremendo en la sociedad de entonces. Una copia restaurada y digitalizada a 4K se ha proyectado en un acto que tenía mucho de nostalgia y también de reconocimiento al inmenso esfuerzo de los hermanos Ríos, en su lucha contra unas instituciones miopes que no creían en un cine canario.




Juan Carlos Fresnadillo, en los años 90 rodó el cortometraje Esposados mediante una pequeña subvención, la unión de pequeñas productoras y el esfuerzo de un grupo de cineastas canarios. Su nominación a los Oscars le permitió dar el salto a la industria mainstream y ahora presentó en el cine Victor su último largometraje, producido por Netflix, en una única proyección en sala pocos días antes de que pudiera verse en la plataforma de pago.




También esta exclusiva proyección tuvo un mucho de nostalgia, al reunir en la sala a casi toda la peña que hacía cine o intentaba hacer cine en los años 90, en unos momentos en que las productoras intentaban consolidar un sistema de ayudas al cine, más allá de las subvenciones arbitrarias que habían conducido a dislates económicos y culturales de todo tipo, así como a la lucha despiadada entre los compañeros de la profesión para llevarse las migajas que restaban. 


De modo que allí estaban los hermanos Ríos al completo, casi todos los componentes de la productora La Mirada, aquellos que habían intervenido activamente en la producción de Esposados, así como Papi, de Papi Producciones, Javier Fernández Caldas, director de El último latido y la mítica La isla del infierno, gente de Yaiza Borges, el productor Melo Junior, el crítico de cine Claudio Utrera, anterior director del Festival Internacional de Cine de las Palmas, el periodista y bloguero Eduardo García Rojas,  María Calimano, incansable perseguidora de bobinas perdidas, así como cineastas curtidos en el digital a los que encontré un tanto perdidos en medio de la profusión de abrazos y emociones encontradas de los viejunos, evitando las sesiones más o menos protocolarias de fotos frente al cartel de la película, donde una imponente Millie Bobby Brown, nacida en la Costa del Sol accidentalmente, a quien habíamos visto crecer año tras año como Eleven en Netflix, parecía salirse del cartel empuñando una espada en su versión más Brave de su filmografía.


Manuel González Mauricio, luis Cañete y Javier Fernández Caldas

Teo Ríos, Santi Ríos y Papi


Las proyecciones casi simultáneas de Guarapo y Damsel nos explican dos trayectorias divergentes que ilustran un panorama cultural más general, el posible desenlace de tantas carreras ilusionantes, las unas proyectadas hacia la conquista de un público masivo más allá de la limitación territorial, o quedarse en el terruño intentando hacerse un nombre, un reconocimiento por la labor de toda una vida. En medio estamos la inmensa mayoría, contentándonos con ir completando una obra personal, disfrutando del día a día y esperando que nada de lo hecho se pierda por el camino.


Los Ríos y Fresnadillo se erigen como modelos a seguir, estrellas modeladas en el firmamento de los artículos elogiosos, los programas de cine en la televisión, las tertulias radiofónicas, más conocidos los unos en el ámbito local que el otro, en su pelea diaria por dejar un sello personal en los proyectos estandarizados de la galaxia empresarial, buscándose a sí mismo mientras trata de sobrevivir. 


rodaje de Guarapo



No obstante, la proyección de su particular cuento de hadas en el Víctor dejó un buen sabor de boca. En la invitación personalizada se nos consideraba unos privilegiados por la experiencia de la sala de cine con una película confeccionada bajo los estándares estéticos y narrativos de la plataforma de pago, destinada exclusivamente a las pequeñas pantallas, las tabletas, móviles y televisores varios, depositada en el cielo incorpóreo de la nube.





Resultaba exultante hallarse en una sala de cine llena por completo de público, como había sucedido y era lo habitual muchos años atrás. Guarapo había sido un éxito de público, arrasando la taquilla durante varias semanas, y dio mucho que hablar. Los espectadores se identificaban con los personajes, los sentían próximos, como no había sucedido antes. Damsel, por el contrario, solo apela a la memoria cinematográfica, un cine digital que dialoga con el cine de celuloide que nos entretuvo de chicos, subvirtiendo los esquemas. Más de uno buscaba en la configuración de la gruta señas de identidad, estructuras emblemáticas del terruño isleño, la lava del padre Teide regurgitando por los tubos volcánicos.


Damsel, como Guarapo, ha constituido el éxito esperable, pero a nivel estratosférico, con millones de espectadores en todo el mundo, erigiéndose como una de las películas más vistas de la plataforma.


Durante la proyección de Guarapo en formato digital, la sala se volvió a llenar, sonaron los silbos gomeros y más de uno gritó aquello de “dale una pedrada al cacique”. Pero el proyector no estaba muy afinado ese día, faltaba claridad, estuvieron cacharreando con el proyector pero no consiguieron mejorar la calidad de la imagen. El martes apareció un técnico de Netflix y cambió la lámpara. Los hermanos Ríos, descontentos con la proyección de su película, pudieron comprobar cómo lucía la imagen con Damsel ante tantas autoridades que se desvivieron para compartir el estreno con Fresnadillo y hacerse fotos. Guarapo estuvo en cartel cinco días más y ahora ya sí se pudo contemplar en condiciones. 


Si al extinto celuloide se le descorporeiza para que goce de una nueva vida en forma de bits, ¿por qué a las películas destinadas al streaming no se les ofrece la oportunidad de la sala grande?  ¿Por qué no proyectar Strange Things en el cine de toda la vida? Seguro que la gente acudiría a ver todos los episodios, proyectados de la mañana a la noche en sesiones maratonianas.  Otra manera de disfrutar de lo ya visto, a fin de cuentas sigue siendo lo mismo, el cine de siempre, las mismas narrativas que nos encantaba escuchar alrededor del fuego, bajo las estrellas.   

jueves, 7 de diciembre de 2023

50 AÑOS DE LA DÉCADA DEL SUPER 8

El Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias ha organizado unas jornadas dedicadas al cine de los años 70, con la proyección de algunas de las películas significativas del movimiento amateur.  Hace 50 años que en la cafetería Corinto de la avenida Anaga de Santa Cruz de Tenerife se reunieron varios cineastas, en esta reunión informal decidieron juntar esfuerzos y crear una asociación, que pasó a ser conocida como A.T.C.A. 



Las sesiones van a celebrarse los días 18, 19 y 20 de diciembre, en la sala de actos de la calle Quintana, en pleno centro del Puerto de La Cruz. El lunes se abordará el cine amateur en Tenerife, el martes el de Gran Canaria y el miércoles Vasni Ramos establecerá un puente entre aquel cine en celuloide y el cine digital del ahora, y abordará los límites entre lo amateur y lo profesional en Canarias, la existencia de un cine independiente a mitad de camino entre ambos conceptos, los rodajes exprés y el cine de guerrilla, el entusiasmo de los cineastas del ahora frente a la permanente escasez de medios. 


En los años 70 estalló en todo el mundo un movimiento cinematográfico sobrevolado por la palabra amateur. Los cambios tecnológicos siempre han propiciado cambios telúricos, pero la emergencia de multitud de cineastas entusiasmados por el nuevo juguete, los tomavistas compactos de Super8mm, llenó las calles de rodajes improvisados, se consolidaron agrupaciones de amantes del cine y las cintas se proyectaron por todo el mundo en ciclos, muestras y concursos.  


Cuando arribé a Tenerife un día de diciembre de hace exactamente cincuenta años, diversos astros debieron alinearse en el firmamento, Menos de veinticuatro horas después de que un taxi me depositase delante de un hotel de Santa Cruz, conocí a tres personas que establecieron los puentes y encarrilaron mi vida hacia derroteros impensados hasta aquel momento, transformando mi estancia pasajera en una promesa de futuro. 


Estas personas fueron, y por este orden, Eduardo Camacho, Toni Jodar y Teo Ríos. A Camacho me lo encontré en la sala de actos del Círculo de Bellas Artes, donde estaba ultimando el ensayo de una obra de teatro, cuyo estreno iba a tener lugar a los pocos días. Me presenté a él como un cineasta de Barcelona recién llegado a la isla, y resultó una buena tarjeta de visita, pues enseguida empezó a presentarme a más gente y al poco tiempo me encontré implicado en su proyecto cultural, acompañando a la compañía de sordos por los diversos pueblos de la isla. Vi la obra varias veces y conocí a los actores, fuimos de gira a La Gomera y empecé a rodar una versión cinematográfica de la obra teatral cámara en mano.


Toni Jodar era su ayudante de dirección, estudiante de Filosofía y procedente de Barcelona como yo, y a su vez me presentó a su círculo de amigos. Me apunté con él a un curso de teatro y danza en Garachico, organizado por Camacho, y también lo registré con la cámara. Toni se fue a Lanzarote con la bailarina venezolana Gladys Alemán y actuaron en el recién inaugurado centro cultural El Almacén. A partir de esta experiencia, decidió apuntarse a una escuela de baile en Barcelona, viajó hasta los Estados Unidos y se convirtió en un excelente bailarín. Él y su amiga Carmen Márquez me ayudaron en la realización de La estatua y el perro.


Teo Ríos me animó a participar en la Asociación Tinerfeña de Cineístas Amateurs, dentro de la sección de cine de reciente creación en el Círculo de Bellas Artes. 


Cada una de estas personas me fue abriendo un horizonte de posibilidades y a los pocos meses me hallaba rodando un corto con Teo Ríos como operador de cámara, situación extraña, pues cada cineasta se organizaba la vida por su cuenta.


                                         El vino de Cho Juan (F. Siliuto)

Estaba reciente el II Certamen Regional de Cine Amateur en Tenerife, organizado por la Caja General de Ahorros, y los cineastas, estimulados por los premios, tenían ganas de rodar más cortos, con la mira puesta en el siguiente certamen. Reunidos en el salón de actos de la entidad, con los nervios a flor de piel antes de conocer el veredicto del jurado, los cineastas seguramente hablarían de la necesidad de disponer de un local propio donde proyectar sus cortometraje, tanto los premiados como todos aquellos que se fueran realizando durante el año, a la búsqueda de un público más amplio 


En aquel segundo certamen, Talpa, de los hermanos Ríos, fue considerado el mejor film, pero también se había ampliado el número de premios, diferenciando los films narrativos de los documentales. De este modo, se concedió un premio al mejor documental a Destrucción de Herculano y Pompeya de Roberto Rodríguez, a la mejor fotografía para Ilusión de Enrique de Armas y a la mejor sonorización para Tiempo de corazón helado de Fernando H. Guzmán. 


Enrique de Armas procedía de la UCALA, la Unión de Cineastas Amateurs de La Laguna, un reducido grupo de amigos que habían estado rodando documentales en 8mm. durante la década anterior. Fernando H. Guzmán, hombre de teatro, iniciaba una serie de cortos muy sombríos sobre la situación de los españoles bajo la dictadura y años más tarde rodaría varios largometrajes en 35mm. 


Teo Ríos y Roberto Rodríguez serían el presidente y el vicepresidente de la primera junta de la ATCA, constituida formalmente el 10 de enero de 1974, con Antonio Casanova como secretario y Santi Ríos, Manuel Villalba y José Antonio de La Torre como vocales, a los que se añadirían Alonso Siliuto, Jaime Caballero, Antonio Salgado, Juan Cruz Ormazábal, Juan Puelles, Manuel Tauroni y tantos otros. 


La última folía (Roberto Rodríguez)


En las primeras reuniones se hizo evidente la necesidad de organizar cursos, tanto teóricos como prácticos, para el dominio del super8. Las cintas se presentaban en el salón de actos del Círculo de Bellas Artes ante un público exigente, que no dejaba de criticar las insuficiencias técnicas en artículos de opinión que se publicaban en los periódicos. La perfección tanto técnica como narrativa que exhibían los primeros cortos de ficción de Teo y Santi Ríos abrumaba al resto de los cineastas, y deseaban mejorar su técnica, pero resultaba muy complicado abordar un cine narrativo desde la individualidad del cineasta amateur, que manejaba el tomavistas, editaba la película en la moviola y llevaba a cabo la complicada sonorización en el proyector, todo ello en su propia casa y sin ninguna ayuda. 


Aquellos que tenían un mejor conocimiento en determines aspectos de la realización cinematográfica, se responsabilizaban de ayudar a los demás, de este modo Francisco Nóbrega se encargó de la iluminación, Roberto Rodríguez del montaje y Antonio Casanova, que escribía artículos técnicos para la revista Cinema 2002, de la sonorización. Además de conducir los coloquios posteriores a las sesiones de cine, intenté transmitir lo poco que sabía sobre la narrativa fílmica.


Ignoro qué ha sido de aquellos cineastas, algunos han muerto, otros simplemente se olvidaron de su etapa de superochistas, algunos ha cedido sus bobinas a la filmoteca para su digitalización y salvaguarda, otros las guardan como un recuerdo de juventud. Hay cortos que no se sabe donde se hallan, incluso algunos se deterioraron por tantas proyecciones en barrios y pueblos de las islas y no se han podido recuperar. Iniciaron un movimiento que abarcaría todas las islas, impulsados por la necesidad de capturar con sus cámaras un mundo que estaba a punto de cambiar. 

miércoles, 8 de marzo de 2023

CORTOS QUE DIALOGAN ENTRE SÍ.

En el mes de febrero de 2020 la vida se detuvo repentinamente, de un modo brusco y definitivo, a nivel planetario. En los meses siguientes, se establecieron medidas draconianas que dificultaron la realización de películas e impidieron su proyección en espacios públicos. En estricto cumplimiento del protocolo previsto, pudimos realizar dos cortometrajes durante ese interregno, uno cada año: Después del diluvio, rodado el 29 de septiembre de 2020, y Aguavivas, el 26 de marzo del año siguiente. Por fin, el jueves 9 de marzo se proyectan por primera vez en el TEA junto a nuestra última producción, el cortometraje Si quisieras buscarme.



El primer corto se rodó a lo largo de un día con un equipo de seis personas, incluyendo a la pareja de actores, Cristina Piñero y Norberto Trujillo: Daniel león Lacave y yo en la dirección, René Martín en el sonido directo y Facun Pérez detrás del a cámara. Emma Vilageliu dispuso para nosotros un menú individualizado y tan solo los actores se quitaban la mascarilla para el rodaje de los planos. En Aguavivas el equipo se redujo todavía más: Facun en la cámara, yo dirigiendo a distancia, los dos actores y Laly tras nuestros pasos a través del bosque, mientras la luz declinaba y se hacía de noche. 



Cada uno de estos cortos se relaciona de un modo subterráneo con cortos anteriores. Después del diluvio conforma una trilogía involuntaria junto a Página en blanco y Teatro de sombras, ambas rodadas en 2018), tal como lo desarrolló Daniel León Lacave en su blog Algo que se parece al cine, y que denominó “Trilogía de la soledad”. Las dos primeras, vistas a distancia, parece que vislumbran un confinamiento obligado, pues el personaje que interpreta Cristina Piñero abandona una vida social intensa en la primera parte del corto para recluirse en su casa sin que se sepa la causa. En el siguiente corto, la reencontramos encerrada en la casa, rodeada de los recuerdos corporeizados de anteriores relaciones, el exterior de una blancura resplandeciente, como resultado de una catástrofe innombrada.


De una manera más premeditada, Después del diluvio intenta reflexionar sobre el después del confinamiento, en pleno confinamiento. Mientras vivíamos en aquella permanente suspensión de la incredulidad, entreteníamos las horas y los días especulando sobre cómo podrían cambiar nuestras vidas, las de todos, una vez hubiera acabado todo, si es que alguna vez terminaba.  Así, yo me imaginaba a una mujer regresando a su casa, y si en el anterior corto no podía abandonarla, en esta ocasión no puede entrar en ella, fijando la imposibilidad de regresar a la vida de antes. Hay en el film una dislocación temporal, el hombre que la espera no se encuentra en el mismo plano que ella, o por lo menos lo parece, y si bien al principio establezco un encuentro, es tan solo para evidenciar un olvido, una incapacidad, en un eco cinematográfico resneriano, ese recuerdo que no llega de aquello que ocurrió el año pasado en Marienbad.




Aguavivas es otra cosa, un juego, ver qué pasa si hay una voz en over que no cuadra con la imagen, un texto que se opone a la lógica del relato visual y lo trasciende, llevándonos a consideraciones sobre la especie humana, como parte indisoluble del ecosistema. Es un corto que se emparenta con la serie de las naturalezas muertas: Naturaleza muerta (2009), Naturaleza viva (2011) y Paraísos (2013), otro juego sobre el mito de la manzana, una manzana que une y separa a la pareja, eros y mundo natural, y que en Paraísos es un limón, pues la pareja es expulsada del paraíso (en el corto un desahucio), una pareja que en Aguavivas quizás sigue disfrutando del paraíso, del juego erótico y de la vida contemplativa, sin más preocupaciones que seguir viviendo. La imposibilidad de tocarse me llevó a imaginar el juego erótico con los espejos.




En Si quisieras buscarme lo que une (o separa) a la pareja es un libro de poemas, en cuyos versos ellos quieren encontrar la respuesta a sus problemas y a los del mundo. Recuperé a Miguel Ángel Rábade, con quien hacía tiempo que no rodaba, y a la actriz Cathy Pulido, actriz en Teatro de sombras.





Si Aguavivas fue tomando cuerpo a lo largo de varios paseos con las nietas por una zona boscosa de Las Barreras, en el bosque de La Esperanza, hasta un pino descarnado o hasta una puerta a ninguna parte, que me llevó a documentarlo con un actor y una actriz, Si quisieras buscarme surge a partir del deseo de hacer una película a la manera de Matías Piñero, ese director argentino que rueda a sus actrices recitando a Shakespeare en plena naturaleza, a sabiendas de que es imposible acercarse a su estilo inimitable. Y sin embargo, allí estaba yo, en la búsqueda de unos textos para que fueran recitados por mi pareja de actores, cuando una noche en Los Silos, una persona depositó en mis manos un par de poemarios. Por la mañana temprano, antes de acudir a los lúdicos actos programados en un improvisado Télex-1 por un grupo de poetas alucinados, reunidos bajo un aparentemente estrambótico Amigos del Telégrafo, abrí uno de los libritos y a las pocas páginas ya veía uno de los poemas recitados por Rábade y otro por Cathy Pulido y ya me sentí feliz porque el corto había encontrado su camino. Ese personaje misterioso, traído hasta mí de manera azarosa, era el poeta Isidro Hernández.




Aunque los dos primeros cortometrajes ya se exhibieron en Los Silos y en el Festivalito, proyectarlos junto a Si quisieras buscarme, de riguroso estreno, establecen un azaroso diálogo, quizás incluso una continuidad narrativa. Son cortos de una sola pareja, rodados en una jornada, cuyo escueto argumento gira alrededor de una liviana anécdota. En Después del diluvio, autoconsciente del artificio, la mujer se pregunta si en realidad son personajes de una película minimalista en la que apenas pasa nada.





miércoles, 20 de julio de 2022

FILMAR UNA PERFORMANCE, ¿ESO CÓMO SE HACE?

Hace diez años tuve el privilegio de grabar una performance y lo hice a mi entender, porque nunca me lo había planteado. Y ocurrió de una manera azarosa, porque me dio por descolgar el teléfono y decir que sí, que me interesaba muchísimo grabar una performance, aunque solo fuera para hacer un favor. En los 80 estaba de moda ir a un local y que de repente los “actuantes” se tiraran al suelo o se embadurnaran de pintura, nos sentíamos muy in y ni siquiera sabíamos si se podía aplaudir. Una performance tiene algo de ritual, pensaba yo, entre divertido y desconcertado, en medio del silencio general. En los 80, por lo menos en Tenerife, nadie se planteaba la performance como una forma de arte.



 

Un miércoles del mes de marzo de 2012, a eso de las 10 de la noche, recibí una llamada de auxilio de Jairo López. Se había comprometido para rodarle a Roberto García de Mesa una permormance que iba a ejecutar el viernes por la noche en la sala Conca, pero ese día le había surgido otro compromiso y me pedía si yo podía hacerlo con mi cámara. Faltaban dos días para el evento.

 

No hacía ni un mes que se había exhibido en los el Espacio Cultural Aguere EL JARDÍN BARROCO, un mediometraje que había dirigido Jairo López. Describía con largos planos fijos el proceso creativo de Roberto, que cristalizó en una acción poética en la Sala Conca. Con mucho mimo y profundidad de campo, la cámara se demoraba en los tiempos mientras Roberto recorría la estancia, miraba o pintaba inacabables caligrafías sobre un lienzo de papel que luego colgaría en la sala. Jairo grabó posteriormente más horas y estuvo trabajando en el montaje para hacer una versión definitiva de 80 minutos, que incluían reflexiones de Roberto sobre su obra.

 

Al día siguiente de la llamada me acerqué a la sala Conca para ver los espacios donde se desarrollaría la performance y comprobar las necesidades de luz. Le pedí prestado a Ángel Falcón un foco y le dije a Chema si podía echarme una mano.

 

El viernes por la noche, con las imágenes de Jairo en mente, me acerqué a la Conca a ver qué pasaba. La performance llevaba por título "El sujeto de los otros. Concierto de Música Irregular para piano, contrabajo, cabeza y manos enyesadas ", a partir de un texto escrito unos años antes.  Roberto me había comentado por teléfono que no quería una mera reproducción de la acción artística sino que esperaba de mí que me involucrase directamente en el meollo de la misma. Que tomara parte, vamos.

 

La acción se iba a desarrollar en dos espacios. El primero era en un pequeño patio cubierto de la plantra baja, rodeado de cuadros y obras de diferentes artistas. Una luz cenital bañaba la estancia por igual. 

 

Hice la pertinente prospección del terreno, imaginé unos cuantos puntos de ataque y ensayé varios movimientos envolventes. Se trataba de un patio rectangular, repleto de esculturas y objetos imposibles, que me permitían un bonito juego de perspectivas. A través de los cristales de unas ventanas podía establecer una relación fuera-dentro.

 

En el piso de arriba, en la amplia habitación con suelo de madera y techo alto, escenario de EL JARDÍN BARROCO, quedaban todavía vestigios de la última exposición de Roberto. Un piano, un proyector de diapositivas y unos maniquíes iban a tener su juego en el espacio escénico. Dispuse un par de focos y establecí una clara diferenciación entre el espacio de los artistas y la penumbra circundante. Allí fue donde habíamos rodado una de las secuencias de “La ciudad interior”.

 

¿Y si no vienen espectadores? Le pregunté a Gonzalo el Conco. No importa, me dijo. Vale, esta es la esencia de la performance, me explicó Enzo Escala, al encontrármelo el domingo siguiente frente al quiosco para comprar la prensa escrita. Esto sí que es radical, pensé, sería como hacer una peli y guardarla en una caja fuerte. No importa que nadie la vea. Es el acto de hacerla lo que importa de veras. 

 

Cuando esto comience me avisas, le digo a Roberto, que se estaba maquillando. Sí, sí, muy bien. Pero de repente, sin previo aviso, ya estaba Roberto en plena acción. Encendí la cámara y me dispuse a grabar a Roberto que había empezado a llenar los cristales de garabatos. Durante un rato, solo se escucha el chirrido del rotulador sobre la superficie del vidrio y los disparos de las cámaras de pocos espectadores que se han ido disponiendo a lo largo del corredor y miran a través de los cristales como si fuera una pecera.




Y mientras Roberto va desgranando los versos de su poema escénico, los folios sobre un atril, una chica rubia le va enyesando el rostro y Luismo Valladares les acompaña con los roncos acordes de su contrabajo. Vistos a través de los garabatos inscritos en las ventanas, siento que me encuentro rodando la película que Wong Kar Wai filmó en USA.



Roberto, que debe ser el único ser que mantiene viva la antorcha de las vanguardias en un mundo cada vez más plano, da por terminada la primera parte de la performance y se escabulle escaleras arriba como si temiera que alguien pudiera arrebatarle el piano. Los demás le seguimos como podemos.




Suenan las primeras notas de una larga partitura. Eli Fernández se apodera de una de sus manos y la venda con una tela que impregna en una sopa de yeso. Piano y contrabajo dialogan y se persiguen mientras Roberto va transformándose en el fantasma de la ópera. 




Con las manos ya vendadas y el rostro blanco y cuarteado, nunca ha dejado de tocar el piano. Llevamos ya más de veinte minutos y yo no he dejado de moverme a su alrededor,  buscando encuadres imposibles pero tremendamente significativos. 




Me acerco a su rostro y me alejo hasta encuadrarlos como miniaturas en una pintura negra de Goya. Mi mano tiembla, pero no la de Roberto. La luz está genial. Blancos y negros, manchas de rojo, la piel de la espalda de Eli, el contraluz violento de los focos recortando la figura de Luismo abrazando el contrabajo. 




 En la edición del vídeo, y pensando en algunos trabajos de Greenaway, se me ocurrió incluir las hojas que Roberto leía, superponiéndolas en movimiento sobre la imagen.

 



Diez años después, aquel foco de la cultura canaria que fue la Sala Conca, se ha convertido en un almacén desvencijado, absorbido por el furor de la restauración que invade y prolifera en las calles peatonizadas patrimonio de la humanidad.