lunes, 30 de noviembre de 2015

UNA PELÍCULA DE INTRIGA. RODANDO DE NUEVO

Así pues, nos encontramos de nuevo en plena faena. Rodando un corto. Y digo rodando, y no grabando, porque aunque hayamos sustituido el celuloide por lo digital, la operación sigue siendo la misma, lo que importa es aquello que ocurre entre las mágicas palabras “acción” y “corten”, que actúan como un conjuro.


de izq a dcha: Enzo Scala, J.Vilageliu, Jesús Estrada, Bibiana Rodríguez y Mack en pleno rodaje de Del amor y otras necesidades 
(fotos making Françoise Mascaraque)

Y sí, habían pasado unos meses, yo creo que demasiados, entre Paraisos, rodado en el verano de 2013 y estrenada en el 2014 (por lo que figura como un corto del año pasado), y el comienzo de otro corto, en abril de este año, que quedó inconcluso porque no nos pusimos de acuerdo en hallar otra fecha propicia para quitárnoslo de en medio.

Y así estaba yo, esperando respuestas que no llegaban, y fue entonces cuando me di cuenta que estaba terminando un ciclo y debía dar un salto e iniciar otro. Me sentía como que estaba repitiendo una fórmula, y los cortos no eran más que variaciones de una misma idea.

Es lo que ocurre cuando uno va dejando décadas atrás, acumulando etapas que ya algunos críticos van delimitando, en esta manera que tienen los historiadores de contabilizar el tiempo. El alpha y el omega, describió hace unos años un crítico de cine, ante la aparición conjunta de dos cineastas en algún evento olvidado. El alpha, como se habrán dado cuenta, era yo.

Hacía tiempo que quería rodar un corto con Enzo Scala, un corto de texto, no como en Rondó o las “Naturalezas muertas”, donde exploraba los tiempos muertos, las sugerencias de sentido que se agazapan en los pliegues de un corte del montaje.


Pensé enseguida en Bibiana Rodríguez, que había actuado en un corto de escuela que yo coordinaba, y en el que me sorprendió cómo había trabajado su personaje y su exquisita interpretación en unas condiciones extremas por la premura de tiempo, unas condiciones de estrés que me pareció oportuno que los estudiantes conocieran, porque iba a ser parte de su trabajo futuro.


Me senté a escribir, y volví a experimentar el placer de la creación que había sentido varios años antes cuando escribí los diálogos del largometraje En los arrozales, ver cómo surgían y se desarrollaban las situaciones casi como bajo el dictado de una misteriosa voz, como si mi voluntad no tuviera nada que ver con el desenvolvimiento de los personajes. Y así, regresaba una y otra vez a la pantalla del ordenador, ansioso por saber qué iba a suceder a continuación, sintiendo ya el placer del futuro espectador.

Como siempre que termino un guión, no puedo reprimir mi impaciencia y lo envío casi sin corregir a los actores y a las personas que espero formen parte del equipo de producción, para ver qué piensan ellos del futuro proyecto, y de los personajes que tendrán que hacer suyos.

Era un texto lleno de sugerencias, donde los personajes se ocultan detrás de varias máscaras, y en el que la verdad resulta ambigua.  Pero los actores necesitan conocer a fondo a sus personajes, saber qué hay de verdadero en las sucesivas y cambiantes versiones que dan de sí mismos, encontrar una base sólida para, desde ahí, construir un personaje verosímil. Y no obstante, el guión estaba escrito para ellos.



Empieza entonces la tarea de fijar su imagen externa, decidir para ella el vestido apropiado, color, falda más o menos corta o pantalón, maquillaje excesivo o simplemente sugerente. Y en cuanto a él, color de la camisa, ¿negra, lisa, a rayas? Me envían fotos, dudo, Enzo se remite a la imagen de gente conocida de su Nápoles natal, un medallón en forma de crucifijo que destaca sobre la camisa abierta, anillos. Hace más de un mes que se prepara para este personaje, se ha dejado crecer una perilla y parece otra persona.

¿Dónde rodar? Esta es otra decisión importante, que va a condicionar, combinado con la imagen externa de los actores, la apariencia última del film. Me acordé de la zona ajardinada de la casa de Chema y Françoise en Tegueste, donde ya habíamos rodado unas escenas de “Rondó”. Junto a unos pequeños arbolitos habían colocado una mesa de jardín y dos sillas que siempre me habían llamado la atención, como un minúsculo decorado que pedía a gritos la presencia de unos personajes de principios del siglo XX tomando el té.

A pesar de las reticencias de René, que veía complicado la toma de sonido directo tan cerca de la carretera general, sentí que aquel era el decorado perfecto para un guión que se sustentaba en la idea de la teatralización de la vida, donde los diálogos derivaban enseguida hacia lo literario y el espacio vacío del comienzo se iba enriqueciendo con nuevos elementos escenográficos, un biombo, un espejo, luces de colores que transformaban el espacio.

Miro las imágenes grabadas en la pantallita del programa de edición, donde destaca el exquisito trabajo fotográfico de Jesús Estrada, delimitando los distintos espacios lumínicos, y los rostros de Enzo y Bibi casi en éxtasis, transfigurados también ellos, y de alguna forma me acuerdo de Ripstein, con sus diálogos imposibles, el barroquismo de su puesta en escena, los personajes tan en el límite, una inspiración no buscada. Disfruto con las distintas entonaciones de Bibiana, el rostro torturado de Enzo (el rodaje le pilló muy cansado y eso redundó positivamente) y su sonrisa sardónica. Espero que el espectador también lo disfrute. Es esta una película de actores.

Ya en el momento de rodar me fijé en la imagen de Bibi en el espejo, la presencia del rostro de Enzo penetrando en el espacio imaginario de ella, y le pedí a Jesús que la fijara con su cámara porque me pareció muy cargada de sentido.


Ahora la veo en el ordenador y me acuerdo de “Venus vegetal”, un mediometraje en el filo del documental y la ficción que rodamos en los 90, donde el fotógrafo Jaime Ramos, que se representaba a sí mismo, se ve reflejado en el espejo donde se mira una modelo que representa a la “Venus del espejo” de Velázquez y que él, fotómetro en mano, está a punto de fotografiar para una exposición.



Es una imagen pregnante, que me lleva a mi infancia. En Alella, el pueblo donde pasábamos los veranos, teníamos una casita que hacía esquina con dos calles. Una noche salí a dar una vuelta y cuando regresé me detuve frente a una ventana abierta a través de la cual veía a mi familia, a mis padres, abuelos y tíos inmersos en el discurrir de la vida cotidiana, como si fuera el espectador de una película de la que yo estaba de algún modo excluido. Poco después me enviaron  a estudiar fuera y pasé varios años lejos de la familia.

 Laly Díaz, Mack García, René Martín, Eduardo Chamorro, Jesús Estrada