Así pues, nos encontramos de nuevo en plena faena. Rodando
un corto. Y digo rodando, y no grabando, porque aunque hayamos sustituido el
celuloide por lo digital, la operación sigue siendo la misma, lo que importa es
aquello que ocurre entre las mágicas palabras “acción” y “corten”, que actúan
como un conjuro.
de izq a dcha: Enzo Scala, J.Vilageliu, Jesús Estrada, Bibiana Rodríguez y Mack en pleno rodaje de Del amor y otras necesidades
(fotos making Françoise Mascaraque)
Y sí, habían pasado unos meses, yo creo que demasiados,
entre Paraisos, rodado en el verano de 2013 y estrenada en el 2014 (por lo
que figura como un corto del año pasado), y el comienzo de otro corto, en abril
de este año, que quedó inconcluso porque no nos pusimos de acuerdo en hallar
otra fecha propicia para quitárnoslo de en medio.
Y así estaba yo, esperando respuestas que no llegaban, y fue
entonces cuando me di cuenta que estaba terminando un ciclo y debía dar un
salto e iniciar otro. Me sentía como que estaba repitiendo una fórmula, y los
cortos no eran más que variaciones de una misma idea.
Es lo que ocurre cuando uno va dejando décadas atrás,
acumulando etapas que ya algunos críticos van delimitando, en esta manera que
tienen los historiadores de contabilizar el tiempo. El alpha y el omega,
describió hace unos años un crítico de cine, ante la aparición conjunta de dos
cineastas en algún evento olvidado. El alpha, como se habrán dado cuenta, era
yo.
Hacía tiempo que quería rodar un corto con Enzo Scala, un
corto de texto, no como en Rondó o las “Naturalezas muertas”, donde exploraba
los tiempos muertos, las sugerencias de sentido que se agazapan en los pliegues
de un corte del montaje.
Pensé enseguida en Bibiana Rodríguez, que había actuado en
un corto de escuela que yo coordinaba, y en el que me sorprendió cómo había
trabajado su personaje y su exquisita interpretación en unas condiciones
extremas por la premura de tiempo, unas condiciones de estrés que me pareció
oportuno que los estudiantes conocieran, porque iba a ser parte de su trabajo
futuro.
Me senté a escribir, y volví a experimentar el placer de la
creación que había sentido varios años antes cuando escribí los diálogos del
largometraje En los arrozales, ver cómo surgían y se desarrollaban las
situaciones casi como bajo el dictado de una misteriosa voz, como si mi
voluntad no tuviera nada que ver con el desenvolvimiento de los personajes. Y
así, regresaba una y otra vez a la pantalla del ordenador, ansioso por saber
qué iba a suceder a continuación, sintiendo ya el placer del futuro espectador.
Como siempre que termino un guión, no puedo reprimir mi impaciencia
y lo envío casi sin corregir a los actores y a las personas que espero formen
parte del equipo de producción, para ver qué piensan ellos del futuro proyecto,
y de los personajes que tendrán que hacer suyos.
Era un texto lleno de sugerencias, donde los personajes se
ocultan detrás de varias máscaras, y en el que la verdad resulta ambigua. Pero los actores necesitan conocer a
fondo a sus personajes, saber qué hay de verdadero en las sucesivas y
cambiantes versiones que dan de sí mismos, encontrar una base sólida para,
desde ahí, construir un personaje verosímil. Y no obstante, el guión estaba
escrito para ellos.
Empieza entonces la tarea de fijar su imagen externa,
decidir para ella el vestido apropiado, color, falda más o menos corta o
pantalón, maquillaje excesivo o simplemente sugerente. Y en cuanto a él, color
de la camisa, ¿negra, lisa, a rayas? Me envían fotos, dudo, Enzo se remite a la
imagen de gente conocida de su Nápoles natal, un medallón en forma de crucifijo
que destaca sobre la camisa abierta, anillos. Hace más de un mes que se prepara
para este personaje, se ha dejado crecer una perilla y parece otra persona.
¿Dónde rodar? Esta es otra decisión importante, que va a
condicionar, combinado con la imagen externa de los actores, la apariencia
última del film. Me acordé de la zona ajardinada de la casa de Chema y
Françoise en Tegueste, donde ya habíamos rodado unas escenas de “Rondó”. Junto
a unos pequeños arbolitos habían colocado una mesa de jardín y dos sillas que
siempre me habían llamado la atención, como un minúsculo decorado que pedía a
gritos la presencia de unos personajes de principios del siglo XX tomando el
té.
A pesar de las reticencias de René, que veía complicado la
toma de sonido directo tan cerca de la carretera general, sentí que aquel era
el decorado perfecto para un guión que se sustentaba en la idea de la
teatralización de la vida, donde los diálogos derivaban enseguida hacia lo
literario y el espacio vacío del comienzo se iba enriqueciendo con nuevos
elementos escenográficos, un biombo, un espejo, luces de colores que
transformaban el espacio.
Miro las imágenes grabadas en la pantallita del programa de
edición, donde destaca el exquisito trabajo fotográfico de Jesús Estrada,
delimitando los distintos espacios lumínicos, y los rostros de Enzo y Bibi casi
en éxtasis, transfigurados también ellos, y de alguna forma me acuerdo de
Ripstein, con sus diálogos imposibles, el barroquismo de su puesta en escena,
los personajes tan en el límite, una inspiración no buscada. Disfruto con las
distintas entonaciones de Bibiana, el rostro torturado de Enzo (el rodaje le
pilló muy cansado y eso redundó positivamente) y su sonrisa sardónica. Espero
que el espectador también lo disfrute. Es esta una película de actores.
Ya en el momento de rodar me fijé en la imagen de Bibi en el
espejo, la presencia del rostro de Enzo penetrando en el espacio imaginario de
ella, y le pedí a Jesús que la fijara con su cámara porque me pareció muy
cargada de sentido.
Ahora la veo en el ordenador y me acuerdo de “Venus vegetal”,
un mediometraje en el filo del documental y la ficción que rodamos en los 90,
donde el fotógrafo Jaime Ramos, que se representaba a sí mismo, se ve reflejado
en el espejo donde se mira una modelo que representa a la “Venus del espejo” de
Velázquez y que él, fotómetro en mano, está a punto de fotografiar para una
exposición.
Es una imagen pregnante, que me lleva a mi infancia. En
Alella, el pueblo donde pasábamos los veranos, teníamos una casita que hacía
esquina con dos calles. Una noche salí a dar una vuelta y cuando regresé me detuve
frente a una ventana abierta a través de la cual veía a mi familia, a mis
padres, abuelos y tíos inmersos en el discurrir de la vida cotidiana, como si
fuera el espectador de una película de la que yo estaba de algún modo excluido.
Poco después me enviaron a
estudiar fuera y pasé varios años lejos de la familia.
Laly Díaz, Mack García, René Martín, Eduardo Chamorro, Jesús Estrada