José Sosa y Rebeca Campo
Tras el rodaje un tanto laborioso de Rondó, tocaba algo ligero. Y me acordé de que cada dos años me apetece rodar una Naturaleza Muerta. La primera la rodé en la época de la recogida de la fruta, al final del verano. La segunda (Naturaleza viva), abarcaba casi un año, unos pocos planos al final del invierno (con la poda de la vid), la recogida de la fruta y su conversión en vino, a finales de otoño. Un ciclo de la naturaleza que se acompasaba con el ciclo del deseo humano, con su advenimiento, su eclosión y el entumecimiento final.
Verónica Galán en Naturaleza viva
Siempre he envidiado la habilidad de algunos directores para transmitir esas sutiles sensaciones que van asociadas al disfrute del aire libre, cuando los personajes de sus historias abandonan la ciudad y se dejan llevar por sus emociones más primarias en contacto con el mundo natural y sus estaciones.
Hay algo erótico en esta naturaleza que se comprime y se desborda como un corazón humano. Si lo pensamos, la naturaleza tiene la mala costumbre de mostrar sin pudor alguno sus órganos sexuales. De una manera consciente, reconocemos esta sexualidad cuando regalamos flores a las personas que queremos, aunque no deja de ser un extraño ofrecimiento. Nos seduce, como a los insectos polinizadores, el aspecto aterciopelado de los pétalos y el vibrante sostenido de los estambres, siempre a punto.
Eduardo Gorostiza, Josep y Rebeca Campo (foto de Leonor Cifuentes)
En este nuevo capítulo, imagino la historia de una pareja que se va a pique ante unas circunstancias adversas, como las que ahora mismo atravesamos, y que aprovechan el tiempo del cortometraje para hacer un recorrido por sus vidas.
Un corto a dos tiempos, lo que dura un día para él, encerrado en el piso que habitan, y un tiempo más amplio para ella, de meses o quizás años, reviviendo su historia sentimental con él. Este contraste sostenido, de dentro fuera, a dos velocidades, espero que genere nuevos sentidos a la pequeña anécdota, y consiga aflorar otros significados.
Eduardo Gorostiza, a través de su pequeña productora La Mirada Gorostiza, mostró su entusiasmo por rodar un nuevo cortometraje. Tanto él como Leonor Cifuentes tenían ganas de entrar nuevamente en acción. Edu me sugirió a Rebeca Campo, que ya había rodado con ellos en “Román + Julia”, de Aitor Padilla y “El efecto K”, del propio Gorostiza. Rebeca no es actriz (aunque, ¿quién es actor o actriz profesional en estos lares?), como tampoco lo es Jose Sosa, un amigo cuyas dotes para la cámara ya descubrí en “A la deriva”, sino que son rostros adecuados al cine leve, personas reales que yo filmo como un documentalista y que el posterior montaje de los planos les confiere un peculiar significado.
Laly Díaz en la producción y René Martín en el sonido siguen siendo las presencias más estables en mi filmografía. Elena de Vera nos acompañó un ratito, atenazada por sus obligaciones de su trabajo.
Comentándolo con Edu, nos admirábamos de la presencia del azar en nuestro cine, de cómo lo imprevisto se introduce en las rendijas del plan de producción para mejorar el resultado. De cómo ese día el viento y la calima se hicieron protagonistas e insuflaron vida en los encuadres: Rebe se acerca a un árbol y este reacciona removiendo las ramas. La calima, por su lado, tamiza la luz y todo adquiere un resplandor extraño.
René no pudo traer en su coche una de las bicicletas porque este día no disponía del coche grande. Este “fallo” me hizo reconsiderar la secuencia y comprendí que el plano era superfluo.
Cuando decía acción, el encuadre se llenaba de mariposas que revoloteaban alrededor de la actriz. Los tallos de algunas plantas eran de un rojizo extraño, configurando un diminuto bosque con reminiscencias de cine oriental.
Viendo posteriormente las estupendas fotografías de Leonor y de Laly me vi rodando en una pequeña y doméstica selva una peli de aventuras. Solo falta la boa constrictor, apunté en el Facebook.