miércoles, 4 de septiembre de 2013

CORTOS EN SUPER-8 EN TENERIFE SHORTS

En este extraño Tenerife Shorts, escorado hacia el cine más experimental, que el cineasta José Cabrera ha sabido llevarlo a buen puerto a pesar de la crisis y el desapego de las instituciones, han tenido su hueco dos producciones mías de la década del super8: “Los barrancos afortunados”, de 1976, dirigida por mí, y “La tarjeta de crédito”, una obra colectiva realizada al año siguiente.



El estado de estas cintas es bastante lamentable, aunque han sobrevivido mucho mejor de lo esperado, pues el color no se ha degradado con los años como nos habían hecho creer, mientras que las producciones realizadas en vídeo analógico en la década siguiente se han ido deteriorando a marchas forzadas (los temibles drops, la falta de nitidez, cuando no la imposibilidad de ser reproducidos).

Las bobinas originales de las películas de super-8 se guardan como un tesoro, y solo está permitida su reproducción mediante el telecinado que las diversas filmotecas de todo el mundo están llevando a cabo para su recuperación y conservación posterior.

El sonido se ha llevado la peor parte, pues se trataba de un sonido magnético que se grababa en una cinta de apenas 0,8 mm. que o bien venía de fábrica superpuesta al celuloide, o bien la pegábamos nosotros mismos una vez la película estaba definitivamente montada y efectuábamos la grabación directamene en el proyector.

El sistema de telecinado que adquirió la filmoteca canaria consistía en digitalizar la película fotograma a fotograma y mediante un programa se reconstruía virtualmente el movimiento. El sonido se tenía que reproducir mediante el sistema tradicional con el proyector. Haciendo un poco de memoria, puedo contar cómo se hicieron ambas películas.


Los barrancos afortunados.







créditos artesanales a base de letraset pegadas a una fotografía y luego filmada.







Laly y yo acabábamos de regresar de Barcelona para instalarnos definitivamente en La Laguna, y escribí un guión de inspiración surrealista, donde los acontecimientos estuvieran relacionados de un modo subterráneo.

Comienza el cortometraje con un hombre que se arroja al vacío desde lo alto de un puente. En el fondo del barranco, bajo el puente, una mujer y una niña contemplan el cadáver no de este hombre sino de una cabra. Más adelante, la niña, que vive en una cueva, muere devorada por las ratas. Una explosión derrumba parte de la ladera del barranco y destruye la vivienda de la mujer. Sobre el solar se erige un alto edificio. Más tarde, durante unas obras de acondicionamiento, se descubren varios cadáveres.



Un título explícito,“Los barrancos afortunados”, en clara alusión al eslogan "las islas afortunadas", sugería de entrada una parábola sobre la situación de Canarias: un escaparate para el turismo tras el que se escondían problemas latentes a punto de estallar.

Laly se incorporó conmigo en la producción del cortometraje. Me puse en contacto con los actores del grupo de teatro de sordos "Los ambulantes", con los que había trabajado en el largometraje "La estatua y el perro", basado en la obra teatral de Alberto Omar que había dirigido Eduardo Camacho.

Fernando Fontenla, el protagonista de aquella película, es el personaje inicial que se arroja desde el puente Serrador, aunque fue un muñeco el que lanzamos por los aires (quizás demasiado), en el contraplano que tomamos desde el fondo del barranco.



El único problema era que la cabra se estuviera quieta para que pareciese muerta. Este plano lo rodamos en La Esperanza y fue el padre de Laly quien la sostuvo mientras rodamos la toma. Sorprendentemente, la cabra se quedó inmóvil al oír el suave ronroneo del motor de la cámara. 

José Marrero, que trabajaba conmigo en Telefónica, nos facilitó los huesos para la escena del descubrimiento del cadáver. Era aficionado a coleccionar cosas raras. Las fotos de los créditos las hizo en el barranco del Infierno, en Adeje, y las reveló él mismo. 

Una mañana, estuvimos buscándole por la oficina para pedirle otra cosa, sus compañeros estaban taciturnos y eludían nuestras preguntas, al final resultó que un camión se había subido a una acera y lo aplastó. Cayó fulminado.

Mientras rodábamos en el fondo del barranco, descubrimos que desde allí se veía la ciudad de otra manera. Había gente que vivía en cuevas, ascendía a la ciudad por escaleras de mano colocadas en los bordes, rompían cañerías para tener agua donde lavarse. Había un tipo que escribía novelas, tenía conectado un tocadiscos y ponía música clásica que se oía por todo el barranco. Contó que vivía de una beca de su país de origen, era sueco o danés, ya no me acuerdo. Aquello sí que era tema para otra película.

El final, con los chicos vendiendo “La tarde” por las calles de Santa Cruz, tiene un aire documental de gran interés, porque se corresponde con una ciudad que ya no existe

La tarjeta de crédito, un film colectivo.

Un año más tarde de la realización de “Los barrancos afortunados” nuestra situación respecto a los cineastas canarios había dado un vuelco importante. La escisión con los amateurs de la asociación tinerfeña, que tenía su sede en el Círculo de Bellas Artes en la calle Castillo de Santa Cruz de Tenerife, era ya irreversible, y en enero constituímos la Asamblea de Cineastas Independientes Canarios (ACIC), con Javier Gómez como ideólogo, en la que nos integramos con colectivos ya consolidados como el equipo Neura y el grupo HP y cineastas de la Cruz Santa, La Orotava y Taco que se mantenían al margen de las disputas capitalinas.

Para simplificar, los amateurs entendían el cine como una actividad artística y los Independientes abogábamos, de una manera muy ingenua, por un cine que además se propusiera cambiar el mundo. Pero para ello, y en esto nos separamos de otros cineastas más militantes, que realizaban un cine de denuncia más directo, era necesario replantearse los modos mediante los cuales el cine se había convertido en un medio alienante que adormecía a la sociedad, impidiéndola que fuese consciente de su realidad.

Tras la reciente muerte del dictador había que consolidar una democracia y para ello era fundamental que participase el pueblo e impedir que lo manipulasen.

Para ello eran necesarias dos estrategias fundamentales: acabar con la autoría de los filmes (no existe un autor sino que las películas son el producto del trabajo de un colectivo de trabajadores de la cultura), y romper el efecto de realidad (la identificación con los personajes, la esquizofrenia del plano contraplano en los diálogos…)

Juan Puelles propuso adaptar el cuento de Koczinky. Se decidió respetar el texto del cuento en su integridad, cuya lectura iba a constituir la banda sonora del cortometraje. La idea era mantener en negro las partes más narrativas del texto y poner en escena tan sólo los momentos más ideológicamente comprometidos, mediante pocos planos muy depurados y en modo alguno realistas.

Una tarjeta de crédito encima de una mesa, una mano temblorosa intentando cogerla y, finalmente, la mano del hombre entregándosela, constituía de por sí toda una declaración de intenciones. En otra secuencia, la cámara describía una sucesión de apetecibles vestidos que podían ser adquiridos de manera inmediata gracias al aura de la tarjeta, mostraba en un lugar preeminente la máquina registradora y terminaba en el cuerpo cosificado de la mujer en el lugar del maniquí.

El rostro voluptuoso de la mujer acercándose a la cámara y saliendo de cuadro certificaba el proceso de seducción y sometimiento que la tarjeta de crédito había efectuado sobre la mujer. Más allá de la estructura voluntariosa dentro de los cánones de un cine deconstuctivo en boga en los años setenta, quedan los pasquines de los partidos que se presentaban a las primeras elecciones democráticas del país, adheridas a las paredes de las calles de Santa Cruz de Tenerife, o las referencias en un diario hablado de la existencia del grupo independista MPAIAC.

Charo Guimerá, amiga de Laly, hizo el papel femenino y Manuel Tauroni, uno de los cineístas amateurs del Círculo de Bellas Artes, cuyo cine más comprometido le había acercado a las posiciones de la ACIC, el masculino. El plano final se rodó en el apartamento que Javier Gómez tenía en el edificio América en aquella época. La secuencia inicial del coche creo que se rodó por Barranco Hondo, pero el interior de la casa se rodó en el casco histórico de La Laguna, en un inmueble perteneciente a un familiar de Alberto Delgado. La tienda de ropa, con la caja registradora antigua, se hallaba asimismo en el actual casco histórico de La Laguna.

Yo mismo grabé la voz en over, en realidad lo que hice fue leer el texto íntegro del cuento de la forma más aséptica posible, sin entonación, ralentizando el ritmo al final.

Durante un encuentro de cineastas en un hotel en Maspalomas, se nos ocurrió proyectarla y desató una gran polémica, pues para algunos amateurs de Gran Canaria aquello no era cine.

Dirigir un corto, no ya a cuatro manos sino a ocho, plantea tanto a nivel teórico como en el orden práctico de la puesta en escena sinnúmero de dificultades, sobre todo cuando no se lleva a cabo, como fue en nuestro caso, una distribución racional del trabajo. Pero, que yo recuerde, no se planteó ninguna discusión ni se cuestionó ninguna de las decisiones que se fueron tomando ni antes, ni durante ni en el montaje final del corto, como si todos los que colaboramos en la puesta en imágenes del cuento de Koczinky estuviéramos íntimamente de acuerdo en ciertas premisas del cine “que había que hacerse” y parcipásemos de una sólida comunión ideológica.

Tampoco recuerdo muy bien si todos estuvieron durante todos los días del rodaje. Alguien proponía la colocación del trípode para un determinado punto de vista y allí se quedaba la cámara y todos tan contentos. Como yo era quien manejaba la cámara seguro que estuve allí y tomé algunas de las decisiones, tanto en relación con la fotografía como también de la puesta en escena, pero la experiencia fue tal que todos y cada uno de los directores de “La tarjeta de crédito” seguro que piensan que la autoría es suya.

martes, 3 de septiembre de 2013

CORTOS CANARIOS DE LOS AÑOS 70 EN EL TEA

El jueves 5 de septiembre comienza Tenerife Shorts, un festival internacional de cortometrajes, a realizar en el TEA.



Lo insólito, por lo novedoso, es la sesión reservada para el visionado de cortometrajes rodados hace algunas décadas. Lo normal es que los cortos se hagan viejísimos a los dos años de su producción y caigan en el olvido, un limbo del que quizás lleguen a rescatarlos los estudiosos del cine del futuro.

No queda muy claro que los límites para esta selección se encuentre entre los años 1974-1986, no recuerdo ningún evento importante que justifique tales jalones, aunque algunas cosas relacionadas con el cine sí ocurrieron.

En 1974 se constituyeron formalmente la Agrupación Tinerfeña de Cine Amateur y el Grupo de Cineastas Amateurs de Las Palmas, la Caja General de Ahorros de Tenerife organizó este año su tercer Certamen Regional de Cine Amateur, que aglutinaría a todos los cineastas amateurs del archipélago.

Coincide con el año de mi llegada a Tenerife por cuestiones laborales (aunque en realidad aterricé en el aeropuerto de Los Rodeos en el mes de diciembre anterior).  Fue para mí el año 74 un año crucial, pues conocí a un montón de gente, entre ellos a Laly, con quien me casaría al año siguiente, y establecí relación con la mayoría de los cineastas en activo, en especial los integrantes del equipo Neura (Juan Puelles, su hermano Fernando, y Alberto Delgado) y a los hermanos Ríos, a Santi y a Teo, con quien rodé mi primer cortometraje en Tenerife.

1986 fue el año en que cerró el Cinematógrafo Yaiza Borges ante el embate de las multisalas y el desplazamiento del público hacia un cine de consumo fácil.



 Sea como sea, los cinco cortometrajes seleccionados, me afectan de una u otra forma. Desde “Sexoquemado”, un cortometraje que vi y me impresionó en su momento, hasta “Los barrancos afortunados”, el corto que dirigí en solitario, pues “Crónica histérica: la conquista de Tenerife”, es un corto que se rodó antes de llegar yo a las islas, pero entré a formar parte del colectivo en su nuevo proyecto y les hice la fotografía de “Vamos a desenmascarar al padre Manolo, bueno, vamos”, una auténtica locura que duraba una hora y se proyectó en el Festival de Benalmádena el año que se murió Franco.

En la “La tarjeta de crédito” comparto la autoría con Juan Puelles, Javier Gómez y Alberto Delgado, y es el germen del colectivo que se formaría años más tarde, los locos por el cine de Yaiza Borges, y que produjeron en la década de los 80 varias películas en 16mm. con la colaboración de Televisión Española en Canarias, la primera de las cuales fue “El fotógrafo”, dirigida por Luis Sánchez-Gijón Cañete, y en la que también colaboré como ayudante de dirección.


Desconozco los criterios de la tal selección. En su momento brillaban los nombres de Teo y Santi Ríos, Roberto Rodríguez (ambos acaparaban todos los premios en festivales locales e internacionales), Antonio Casanova, Enrique de Armas o Manuel Tauroni, por citar solo a algunos de los cineístas de la A.T.C.A. (la asociación tinerfeña de cineístas amateurs), más pendientes de la técnica (tipo de cámara, objetivos, etc.) que de la puesta en imágenes, pues se valoraba la brillantez y el ingenio antes que cuestionar la manera de hacer cine.

Los del equipo Neura no tenían ni idea de hacer funcionar una cámara cuando les dio por rodar su “Crónica histérica”, pero se convirtió en poco tiempo en la película más proyectada y, andando los años, en un film de culto. Como todas las películas realizadas en el formato Super-8, solo existía una única bobina y cada vez que pasaba por un proyector las posibilidades de un accidente se incrementaban (una raya vertical que podía dañar la película en su totalidad, roturas, quemaduras de un fotograma).

Las imágenes de “Sexoquemado” se salían por completo de la fotografía convencional de los amateurs que solían documentar las fiestas tradicionales (romerías, carnaval, corpus) o eran simplemente paisajistas (las bellezas del Teide, por poner un ejemplo). En cambio, el pintor Miró Mainou consiguió impregnar a sus imágenes de la isla de Lanzarote, a través de la obra de Pepe Dámaso, de una fuerza telúrica sobrecogedora en un film modesto pero poseedor de una mirada propia, algo de lo que carecía el resto de los cineastas de aquella década.


La selección de títulos da un paso adelante y presenta “El fotógrafo” como único representante de la siguiente década (o de la primera mitad de la década de los 80). En esta coproducción de Yaiza Borges y TVE en Canarias, perteneciente al programa Cine Canario que se emitiría a altas horas de la noche, con proyección y coloquio posterior con el director, los componentes del colectivo se repartían las diversas funciones en la dirección de fotografía (siempre Juan Antonio Castaño detrás de la cámara), la producción propiamente dicha o el diseño artístico, mientras que el sonido, el revelado del material y el montaje estaban a cargo de personal de la televisión.

Este fue el primer rodaje de las cinco producciones que recayeron en Yaiza Borges, y a mi me me metieron en el equipo de dirección, aunque no sabía muy bien en qué consistía esto. Menos mal que Luis Cañete estaba en todo, desplegando una energía que le fue minando avanzado el rodaje, tal como se evidenciaba en un making of que yo iba grabando con mi voluminosa cámara Betamax (el grabador se llevaba al hombro, conectado con un cable a la cámara).

Como se trataba de simular un suicidio, un especialista se avino a quedarse quieto al fondo del barranco con los miembros retorcidos y unos sesos de vaca derramados sobre la roca junto a su cabeza. Los curiosos mañaneros que se juntaron a tomarse el desayuno en el bar más cercano escuchaban las noticias sin que se mencionase al nuevo suicida del puente Serrador, por lo que rumoreaban por lo bajo que seguramente se trataba de alguien con la suficiente influencia para que los medios no lo publicitaran.

Los de producción consiguieron que por un rato se cortara el tráfico y una ambulancia y varios coches de policía aparecieran zumbando en contradirección. Yo lo rodé en vídeo cámara en mano y a Luis le gustó mucho más que el sofisticado plano que había diseñado con una grúa que montaron sobre el puente, seguramente porque resultaba más “periodístico” y la vibración de la cámara transmitía mejor el nerviosismo del momento.

Luis y Mengue se las ingenieran para realizar con éxito un efecto final de una cámara de fotos cayendo en cámara lenta, sin que la cámara se dañase. Para ello construyeron una estructura metálica en cuyo interior se mantenía la cámara de fotos girando sobre un eje. Dispusieron un travelling horizontal y desplazaron la cámara de filmar, inclinada en un eje de 90º, sobre la cámara de fotos, de modo que parecía que ésta era la que se desplazaba, y no de derecha a izquierda sino de arriba abajo.

Como la cámara de 16mm. de que disponíamos no era silenciosa no pudimos tomar el sonido directo, ni tampoco pensar en un posterior doblaje en la península por evidentes razones presupuestarias. Se tomó una decisión de lo más extraña: grabar primero los diálogos y rodar luego los planos intentando que los actores hicieran coincidir los labios con el texto, algo así como lo que se hace en los videoclips en la actualidad.

Algunas escenas se rodaron en la cocina de mi casa. Era la época en que los directores artísticos querían poner su impronta y lo modificaban casi todo, de modo que pusieron nuestra cocina patas arriba. Como siempre fallaba algo el rodaje se alargaba, y nuestras hijas tendríán por entonces pocos años y no había manera de que se acostasen.

Comparándolo con el Cine Leve de ahora, aquello sí que era Hard Cinema. Ahora llegamos a una casa y decimos, por favor, no toquen nada. Creo que ganamos ne verosimilitud. Y en rapidez. Y nos evitamos muchos quebraderos de cabeza.

En otro post hablaré de “Los barrancos afortunados” y de “La trajeta de crédito

domingo, 7 de julio de 2013

DE LA PELÍCULA AL GUIÓN

Dentro de pocos días podrán verse Nube9 y Rondó en el teatro Guiniguada, en Las Palmas de Gran Canaria, dentro del festival LPA Film.

Una vez terminada la película, ya con la copia definitiva encapsulada en un dvd (una especie de jibarización de nuestro ser más querido), evitamos comparar el producto final con la semilla generatriz: el guión.

El cortometraje Nube9 apenas guarda relación con el guión Nube9. Incluso en un principio tuvo otro nombre: Alphaville. Era una manera de establecer su filiación con la antiutopía que ideara Godard en su incursión en la ciencia ficción, o con su manera de utilizar el género de ciencia ficción como un vehículo para desarrollar sus ideas sobre el mundo y sobre el cine (y sobre el cine de ciencia ficción).

De “Lemmy contra Alphaville” tomaba prestada su escena inicial, la llegada al hotel del falso periodista y su encuentro con el personaje de Anna Karina, tan absurdo y al mismo tiempo tan divertido y que era también un alarde de puesta en escena.

En el guión, el personaje del viajero se desplazaba por una carretera y entreveía un primer flash de la ciudad con la visión de los fuegos de la refinería de Santa Cruz de Tenerife, tal como se descubren de súbito por la noche al rebasar una curva viniendo del sur.


En el guión, el pasajero se perdía por los pasillos del hotel en que se albergaba, hasta llegar a un cabaret de nombre Alphaville donde una mujer misteriosa le dedicaba una danza enigmática.

Secuencias ambas que no llegaron ni siquiera a rodarse, así como un bloque que quería rodar en Gran Canaria, recuerdos del otro lado, de la vida anterior de las personas prisioneras en Nube9, en un presente perpetuo sin memoria.


Las dificultades que fueron surgiendo durante el rodaje en un hotel del Puerto de La Cruz, como si todos hubiéramos sido llevados a ese limbo de la ficción, me hicieron replantear el resto del rodaje, buscar una nueva localización de aquel submundo que más tarde encontraría en la arquitectura futurista de la Escuela de Actores de Canarias en Santa Cruz de Tenerife, donde había dado unos cursos de cine y rodado las prácticas en su recinto.


Cuando hube montado el material rodado, me di cuenta enseguida que las secuencias que faltaban no eran tan esenciales como había creído al escribirlas. La mayor parte del cortometraje ocurría entre las cuatro paredes de la habitación del hotel y la sensación de claustrofobia lograda podía disolverse con el añadido de secuencias grabadas en otras localizaciones, que podían romper la unidad estética del cortometraje.


Rescaté la secuencia del cabaret, inspirada en Mulholland Drive, para mi nuevo cortometraje: Rondó. Me apetecía rodar una secuencia así, quería saber si podía conseguir una extrañeza así, los personajes del a ficción enfrentados a otra ficción que les desborda, capaz de provocar un cambio. A fin de cuentas, Rondó va de cómo la vida no deja de ser una ficción, donde procuramos salirnos de nuestras existencias anodinas para representar un papel frente a los demás y ante nosotros mismos, deseamos ser otro y por esto nos identificamos con los personajes de cualquier ficción (novela, teatro, cine) de la que tan solo somos espectadores.

A diferencia de Nube9, Rondó se ciñó al guión con muy pocas variaciones, por lo menos respecto a la versión final del guión, pues algunos elementos se quedaron en el camino, sobre todo a la hora de readaptar el primitivo guión escrito para ser rodado en algunas localizaciones de Gran Canaria que tenía en mente, tras hallar en la isla de Tenerife espacios parecidos (la playa, el jardín, la ciudad).



Como la idea inicial era repensar las diversas de formas de la representación del amor, tenía que aparecer por algún lado la pintura, el teatro, la fotografía y el propio cine. Quería rodar a las parejas paseando por el parque y luego por la noche hacerlas deambular por las cercanías del mar. En un caso debía aparecer un pintor con su caballete y en el otro un equipo de rodaje en plena acción, pero siempre como un telón de fondo.

Pero estas figuras secundarias pasaron a un primer plano, pues el corto de inicia con el pintor trazando una primera pincelada de color rojo sobre el lienzo y se cierra con la mirada del artista sobre su obra terminada, mezclado con el resto del equipo de rodaje, en una imagen velazquiana, como advirtió un espectador. (Aunque la observación me cogió por sorpresa, quizás no andara tan desencaminado, hacía muy poco que había estado en El Prado frente a Las Meninas discutiendo con Chema alguno de sus misterios).



En otro momento, uno de los personajes tenía que estar viendo la televisión. Faltaba poco para rodar este plano cuando empezó a preocuparme la pertinencia de las imágenes qué deberían verse en la tele. Lo había dejado para el último momento, esperando que el azar me ofreciera una de sus sorpresas. Una película en dvd era más controlable, pero ¿cuál?

Estábamos en Tegueste, en la casa de Chema que nos había cedido para el rodaje, y allí no había ningún reproductor de dvd (con el iPlus tenían suficiente). Me acordé que junto al televisor de mi casa había dejado el dvd de "El eclipse", recientemente adquirido, de modo que el equipo de producción, con Laly a la cabeza, tuvo que ponerse en marcha y traer todo lo necesario desde La Laguna. El film de Antonioni, sobre el vacío de los sentimientos, podía ser otro espejo en el que los personajes pudieran contemplarse.

Con el guión empezamos a imaginar la posible película. Las imágenes finales apenas tienen que ver con aquellos flashes entrevistos, paisajes mentales que se van desvaneciendo a medida que la puesta en escena va desplazando el producto de la duermevela, poniendo rostro a los nombres y sustituyendo frases por acciones reales en espacios tridimensionales. Rondó, a pesar de su fidelidad al guión, me ofreció una película distinta por completo a lo imaginado.

En la gestación de los guiones y durante la puesta en escena, tomamos prestados ideas y formas de otros guiones y de otras películas anteriores, propias o ajenas, que a su vez se compusieron con retales de obras que las precedieron. Una obra de creación no surge de la nada. De una manera consciente o no, nos apropiamos de imágenes ajenas, en un proceso de filiación constante.

Pero también se añaden ideas y sugerencias de los demás componentes del equipo: el plano del látigo con la cámara en el suelo sugerido por Eduardo Gorostiza, la idea que se le ocurrió a Enzo Scala de que en la obra de teatro Arlequín hablara en francés, el espejo que Ramón Santos dispuso en la bañera, el añadido final de la banda sonora de René que duplicaba el sentido global del film.





Y no obstante todo es nuevo. La presencia de los actores, su manera de moverse y de mirar, la manera en que la luz se refleja en la superficie de las cosas, lo que de real hay frente al objetivo y que la cámara captura. Sea fruto de decisiones conscientes del equipo, o de la acumulación de azares que de alguna manera se organizan en el interior del encuadre, la película terminada es una obra única y distinta a todas las demás.

viernes, 31 de mayo de 2013

LA CIUDAD HABITADA DE FÁTIMA LUZARDO

Lanadacotidiana, primer largometraje de Fátima Luzardo, se abre con un primer plano de una cámara fotográfica dirigida hacia el espectador. Escondido tras ella distinguimos los rasgos del actor Winslow Iwaki. Así, de entrada, el film se ofrece cono una mirada en primera persona que, a su vez, pretende cartografiar el mundo.



Una voz cálida en over, la de la propia Fátima Luzardo, describe la ciudad mientras vemos edificios, ropa tendida en las azoteas y porteros eléctricos en los zaguanes de los bloques de edificios. Esta descripción poetizada, recitada de una manera lánguida y pausada, duplica la afirmación subjetiva del film que ahora empieza a desplegarse para dejar paso a las imágenes y a los sonidos de la ciudad, dejando que sean ellos la materia sensible, los colores y las texturas, los que hablen a partir de ahora sin más mediaciones.

Primero la ciudad, después las personas que la habitan. El film se construye a base de planos fijos, a veces vacíos, que son ocupados a los pocos segundos por los personajes del film, o bien estos personajes abandonan el plano y este se queda vacío durante un tiempo considerable, quedando ante nuestros ojos unas sillas, objetos cotidianos, carteles, fachadas, farolas, árboles mecidos por el viento, el cielo, el mar, la ciudad vaciada, convertida en pura forma, en una imagen.

En la primera secuencia, vemos al personaje de Winslow caminando por una acera. La cámara es ahora una cámara en mano que sigue al personaje y se ciñe a sus movimientos. Winslow es a partir de ahora, como si plano de apertura del film no lo hubiera dejado meridianamente claro, el elemento conductor, fijando con su cámara fotográfica aspectos y personajes que de otro modo hubieran quedado en el anonimato de la ciudad.

Durante este plano en movimiento se cruzarán varios personajes. Una persona mayor se siente desvanecer y varias personas acuden a auxiliarla. Algunas de estas personas las reencontraremos más adelante. El propio Winslow se involucra en la acción, dejando de ser el personaje pasivo y mirón, dejando ver la postura moral de la directora del film respecto a sus personajes.

Todo hace entrever que el film va a tener un carácter coral, donde varios personajes se cruzan durante el relato. El canon nos dice que al final todos los hilos van a confluir en un momento dado. Pero Fátima Luzardo construye su historia justo al contrario: los personajes se cruzan al principio para luego disgregarse.

Hay un tema subyacente, que es el de la enfermedad y la muerte. Los hombres y mujeres que habitan la ciudad van y vienen y al final desaparecen. Queda la ciudad, a la espera de otros hombres que la habiten. El personaje de Winslow contempla la ciudad desde un mirador y otro hombre, tan solitario como él, se sienta a su lado y trata de establecer una comunicación en un inglés elemental. Uno y otro comparten una pérdida. Alguien estuvo allí antes que ellos y vio la ciudad, quizás con otros ojos. La mirada no puede ser más que una mirada nostálgica.

El rostro del actor elegido para sustituir la mirada subjetiva de la directora del film es un rostro exótico, que amalgama rasgos orientales y africanos. Marca la distancia precisa a la que expone la mirada del espectador frente a su film. “La ciudad parece más pequeña desde lo alto”, comenta aquel personaje desde el mirador de la cumbre. El film como una miniatura.

El personaje, además, habla inglés, es ajeno a la ciudad que retrata. Busca en los rostros una complicidad, como en la escena del café, donde la mujer fotografiada a través del cristal es consciente de que es observada y le sonríe. En un momento dado, se sorprende reflejado en un cristal al hacer una foto y su gesto de desconcierto le traiciona.

La ciudad como receptáculo de emociones, que los primeros planos sostenidos sobre los actores van anclando y acumulando en la disparidad de historias cruzadas. No importan tanto las frases como ese batiburrillo constante, una amalgama de voces y sonidos que constituyen el fondo sonoro del film.



La única música que oiremos es una música diegética, aquella que constituye el fondo ambiental de la ciudad. Pero al igual que las emociones, también la música es capaz de trascender las propias imágenes que la sustentan. Así, la música retumbante y plañidera de la Semana Santa abandona a los capuchinos para sobrevolar sobre la noche en la ciudad, acompañando el trayecto del tren urbano, ocupado por sombras anónimas, que la cámara sigue mediante un movimiento panorámico y que termina encuadrando la sombra de los bloques de viviendas punteados por las luces equidistantes de las farolas.

En otro momento, otro de los personajes solitarios que pueblan el film, y que luego veremos que ensaya con un grupo de música, se sienta en una silla para rasgar la guitarra. Tras este encuadre de habitaciones simétricas, tomado prestado de “La soledad” de Jaime Rosales, la cámara sale al exterior para filmar a otros personajes, mientras seguimos escuchando la música de la guitarra.

Esta obsesión por la imagen, por las resonancias de sentido que ofrece, se duplica en la secuencia de la exposición de pintura. La escena se inicia con Winslow en medio de la habitación de una casa abandonada, de paredes de bloque y puertas desvencijadas. El personaje camina y la cámara le sigue, abandonando aquel fondo deprimente para descubrirlo en una sala repleta de personas que hablan entre sí y observan unos cuadros colgados en los muros de la sala de exposiciones.

La imagen de la habitación desvencijada era solo esto, una imagen. Una imagen que nos sobresalta al ponerse en contacto con otras que la contradicen, que son su reverso. La secuencia termina con un plano semejante. Pero ahora es una personaje femenino el que se halla superpuesto a la imagen de la casa abandonada. La cámara realiza un sutil pero insistente movimiento de acercamiento al rostro de la mujer, sellando fondo y forma.

El film se cierra con un plano de una piscina que uno del los personajes cruza hasta salir del encuadre, dejando así definitivamente vacía la imagen de la ciudad, una imagen que es ahora líquida, como la superficie de un espejo que la cámara de Fátima Luzardo, actriz y fotógrafa también ella, se ha atrevido, pudorosamente, con un cuidado exquisito, traspasar.

martes, 23 de abril de 2013

ERÓTICA NATURALEZA

Este sábado empezamos a rodar las primeras imágenes de nuestro último cortometraje. Un guión que surgió de improviso cuando Laly y yo nos enfrentamos a las consecuencias de un invierno muy lluvioso en el pequeño terreno familiar que se extiende en la zona de Las Barreras, por debajo de Las Raíces. La naturaleza emprende muy pronto su labor de reconquista y tuvimos que abrirnos paso por la maleza para poder acceder a unos limoneros.

José Sosa y Rebeca Campo

Estos ratos en medio del campo, bajo el embrujo de unos árboles cuyas ramas ya repletas de hojas se mecían con el viento, caminando entre las flores y las plantas y la tierra todavía húmeda, hacen emerger historias que me gustaría filmar, desarrollándose ante mí como un holograma sin que yo pueda evitarlo. Cuerpos que se desplazan junto a mí, en cuyos rostros enfebrecidos se inscriben secretos que piden a gritos que le de al on de una cámara y les grabe.

Tras el rodaje un tanto laborioso de Rondó, tocaba algo ligero. Y me acordé de que cada dos años me apetece rodar una Naturaleza Muerta. La primera la rodé en la época de la recogida de la fruta, al final del verano. La segunda (Naturaleza viva), abarcaba casi un año, unos pocos planos al final del invierno (con la poda de la vid), la recogida de la fruta y su conversión en vino, a finales de otoño. Un ciclo de la naturaleza que se acompasaba con el ciclo del deseo humano, con su advenimiento, su eclosión y el entumecimiento final.

Verónica Galán en Naturaleza viva

Cine de imágenes que hablaran solas, con un mínimo argumento que no me distrajera de lo esencial. ¿Qué buscaba?

Siempre he envidiado la habilidad de algunos directores para transmitir esas sutiles sensaciones que van asociadas al disfrute del aire libre, cuando los personajes de sus historias abandonan la ciudad y se dejan llevar por sus emociones más primarias en contacto con el mundo natural y sus estaciones.

Hay algo erótico en esta naturaleza que se comprime y se desborda como un corazón humano. Si lo pensamos, la naturaleza tiene la mala costumbre de mostrar sin pudor alguno sus órganos sexuales. De una manera consciente, reconocemos esta sexualidad cuando regalamos flores a las personas que queremos, aunque no deja de ser un extraño ofrecimiento. Nos seduce, como a los insectos polinizadores, el aspecto aterciopelado de los pétalos y el vibrante sostenido de los estambres, siempre a punto.

Eduardo Gorostiza, Josep y Rebeca Campo (foto de Leonor Cifuentes)

En este nuevo capítulo, imagino la historia de una pareja que se va a pique ante unas circunstancias adversas, como las que ahora mismo atravesamos, y que aprovechan el tiempo del cortometraje para hacer un recorrido por sus vidas.


Un corto a dos tiempos, lo que dura un día para él, encerrado en el piso que habitan, y un tiempo más amplio para ella, de meses o quizás años, reviviendo su historia sentimental con él. Este contraste sostenido, de dentro fuera, a dos velocidades, espero que genere nuevos sentidos a la pequeña anécdota, y consiga aflorar otros significados.

Eduardo Gorostiza, a través de su pequeña productora La Mirada Gorostiza, mostró su entusiasmo por rodar un nuevo cortometraje. Tanto él como Leonor Cifuentes tenían ganas de entrar nuevamente en acción. Edu me sugirió a Rebeca Campo, que ya había rodado con ellos en “Román + Julia”, de Aitor Padilla y “El efecto K”, del propio Gorostiza. Rebeca no es actriz (aunque, ¿quién es actor o actriz profesional en estos lares?), como tampoco lo es Jose Sosa, un amigo cuyas dotes para la cámara ya descubrí en “A la deriva”, sino que son rostros adecuados al cine leve, personas reales que yo filmo como un documentalista y que el posterior montaje de los planos les confiere un peculiar significado.


Laly Díaz en la producción y René Martín en el sonido siguen siendo las presencias más estables en mi filmografía. Elena de Vera nos acompañó un ratito, atenazada por sus obligaciones de su trabajo. 

Comentándolo con Edu, nos admirábamos de la presencia del azar en nuestro cine, de cómo lo imprevisto se introduce en las rendijas del plan de producción para mejorar el resultado. De cómo ese día el viento y la calima se hicieron protagonistas e insuflaron vida en los encuadres: Rebe se acerca a un árbol y este reacciona removiendo las ramas. La calima, por su lado, tamiza la luz y todo adquiere un resplandor extraño.

René no pudo traer en su coche una de las bicicletas porque este día no disponía del coche grande. Este “fallo” me hizo reconsiderar la secuencia y comprendí que el plano era superfluo.









Cuando decía acción, el encuadre se llenaba de mariposas que revoloteaban alrededor de la actriz. Los tallos de algunas plantas eran de un rojizo extraño, configurando un diminuto bosque con reminiscencias de cine oriental.





Viendo posteriormente las estupendas fotografías de Leonor y de Laly me vi rodando en una pequeña y doméstica selva una peli de aventuras. Solo falta la boa constrictor, apunté en el Facebook.


viernes, 12 de abril de 2013

QUÉ DIABLOS ES ESO DEL CINE DE AUTOR

La Cátedra Cultural Pedro García Cabrera, a través de Jairo López, organiza el jueves 11 de abril en el Espacio Cultural Aguere una mesa redonda con el enunciado Cine de género versus cine de autor, para ello comanda a Eduardo García Rojas, bloguero de pro, que dirija el debate y haga las correspondientes invitaciones para participar en la mesa.


Me imagino que por proximidad (Jairo y yo hemos hecho muchas cosas juntos y desde hace poco somos vecinos), mi nombre sale a colación. Pensarán que yo defenderé el cine de autor a capa y espada. Eduardo me cita como referente entre los “autores” del cine hecho en Canarias.

Al fin vamos a reunirnos Emilio Ramal, Manuel Díaz Noda y Pedro J. Mérida. Como vivimos en un territorio muy pequeñito nos conocemos todos.

Me pregunto qué diablos es eso del cine de autor, más allá de los topicazos de siempre. Mi época de formación coincidió con los nuevos cines europeos. Mi generación creció con la idea extendida de la política de autores puesta en marcha por los cahieristas. Era un axioma irrebatible.

Aunque esos años también fueron los de mi encuentro con el primer James Bond. Vi Desde Rusia con amor desde el gallinero de un cine en Tarragona mientras estudiaba interno en la Universidad Laboral. Así empezó esta relación ambivalente de amor odio con el cine de género y el cine de autor. En aquella época, confesar a que te gustaba Antonioni te producía el rechazo de la mayoría de tus amigos. Eras un apestado. Los compañeros de clase me pedían mi opinión sobre los estrenos para luego ir a ver las películas que no recomendaba. ¡Ay, los autores! ¡Qué cruz!

Vuelta a ver El eclipse, esa película donde no pasaba nada, me sorprende la agilidad de su montaje, la cantidad de cosas que ocurren. Pasa que no se desarrollan como uno esperaba. El cine de “autor” actual ha desarrollado nuevas estrategias en la duración de los planos, lo que ahora se denomina fragmentos de espacio tiempo. En Gerry de Gus van Sant, o en el Cant del ocells de Albert Serra, dos ejemplos extremos (y que citaría Emilio Ramal), las caminatas de los personajes hacia ninguna parte son dolorosas. Y ni siquiera está Mónica Vitti para ponérnoslo más fácil.


Mientras me dirijo hacia el Espacio Aguere para participar en la mesa, pienso en algo que leí hace poco sobre “Las señoritas de Avignon”, el cuadro que pintó Picasso en 1907 y que se ha convertido en un símbolo del Arte Moderno, una obra inaugural que Picasso mostró a alguno de sus colegas y que estos le aconsejaron que no lo exhibiera porque podía suponerle el descrédito, en un momento en que su pintura tenía mucha aceptación. De modo que Picasso les hizo caso y lo puso contra la pared de su estudio parisino. Y allí se quedó muchos años.

Picasso había hecho algunos bocetos previos, en los que se mostraba a dos hombres junto a aquellas mujeres que se exhibían ante ellos. La intención parecía ser un tanto moralizante, alertar sobre el peligro de las enfermedades venéreas, sobre todo entre el mundillo artístico. De modo que inicialmente el cuadro narraba algo. Pero Picasso tenía la obsesión de hacer algo diferente, trascender la mera representatividad. Así que eliminó a los dos hombres, sometió le cuerpo de las mujeres a una deformación y estilización extremas y añadió un par de máscaras africanas sobre el rostro de dos de ellas.

Las señoritas de Avignon se transformaron, de repente, en otra cosa. ¿qué era aquello tan nuevo que había surgido tras la supresión de los elementos que anclaban el significado de la pintura inicial en un modelo reconocible de la pintura figurativa? Nadie lo sabía. Ni nadie lo supo apreciar entonces.
Godard, a través de Jean Paul Belmondo, le pregunta a Samuel Fuller qué es el cine, en Pierrot el loco. Este le contesta: Emotion.

Las señoritas de Avignon, más allá de sus posibles lecturas, lo que produce es una profunda conmoción a quien se enfrenta a este cuadro. Imagínense en su época.

En la época de Godard, el cine clásico, el cine de los grandes estudios que habían producido tantas obras maestras, había muerto. Los críticos de cine de Cahiers de Cinema, cuando se ponen a dirigir sus películas, experimentan un profundo duelo por el cine desaparecido y la necesidad de poner en pie otro cine.

El cine de la modernidad establece desde el principio un diálogo con la tradición, con la narrativa clásica que añoran, y un compromiso con el futuro del cine.

Picasso, en Las señoritas de Avignon, se nutre de una pintura de El Greco para copiar la postura de alguna de sus putas y reproduce el mismo fondo. Picasso, parece decirnos, se siente un eslabón dentro de la evolución de la pintura, y nos invita en su viaje hacia nuevas percepciones.

Desde ahora, la pintura (y el cine), ya no van a ser ventanas a través de las cuales poder ver el mundo. La pintura (y el cine) constituyen un mundo.

Los cahieristas descubrieron que en el cine clásico había miradas personales. Así que invitaron a algunos directores para que hablaran de su manera de hacer cine. Vieron en el interior de los artesanos del cine, gente que hacía muy bien su trabajo y que nunca se habían preocupado de su estatuto como cineastas, a verdaderos autores. John Ford cuenta el estupor que le causó sentirse así aupado a una nueva categoría.

¿En qué consistía eso de ser un autor? En una impronta, nos dirá luego Manuel Díaz Noda en el debate, en algo que los distingue de otros.

Los nuevos autores (ahora los autores son ellos, los cahieristas), han perdido la inocencia. Hacen cine sintiendo que deben extender sobre el tapiz de su cine un algo que los diferencie de los demás. Y mientras narran una historia, reflexionan sobre lo que hacen. Cada película es al mismo tiempo dos películas radicalmente distintas: en una se cuenta una historia y en la otra se cuenta cómo se cuenta una historia. Como en el código genético, donde cada célula, mientras se va multiplicando para constituir un nuevo ser, posee las instrucciones para llevar a cabo su tarea.

De ese modo me voy acercando al Espacio Aguere, antes un multicine con cuatro salas, y antes de eso uno de los muchos cines que poseía la ciudad de La Laguna. Si antes disfrutábamos de las películas con total inocencia, ahora el mismo local alberga mesas redondas sobre qué le ha ocurrido al cine, si el cine se ha muerto ya definitivamente, como en cada década se ha ido anunciando prematuramente, o si ahora el cine se ha expandido (en una más de sus transmutaciones históricas) en múltiples modos de acceso y de disfrutarlo, mientras tanta gente en tantos lugares empuñan cámaras digitales y se pregunta qué puedo hacer con una cámara para cambiar le mundo (de la imagen).


Mediado el debate, una mujer que forma parte del escaso pero ferviente público que nos ha escuchado con paciencia desde la oscuridad de las primeras filas de la sala, confiesa que, a medida que nos escucha, se va sintiendo más confusa sobre qué películas son “de autor” y sobre quién es el autor (el antiguo productor de Hollywood, ya desaparecido, algunos directores, el guionista de las series actuales de televisión). Los críticos se empeñan en descubrir nuevos autores, uno suben y otros bajan.

Otra persona del público se preguntaba, con gran perspicacia, si el espectador no sería uno de los autores del film.

Manuel Díaz Noda comentó que el tema de los géneros se remontaba a los griegos. Acogerse a las reglas de juego ayuda al espectador a situarse. Todas las narraciones posibles se condensan en un puñado de mitos. Entonces, ¿qué hacer?

Cuando nos bajamos del estrado, saludamos a la gente y nos fuimos a tomar unas cervezas.

viernes, 8 de marzo de 2013

Ruido, Silvia y Rondó en el CICCA y en el TEA

"Rondó se estrena simultáneamente en Gran Canaria (día 5 de marzo, en el CICCA) y en Tenerife (7 de marzo en el TEA), junto a otros tres cortometrajes, “Ruido” y “Mirando hacia atrás” de Daniel León Lacave, y “Silvia” de Adrián González, que es por un lado una muestra de Cine Leve y por otra una muy útil combinación de cortos de una isla y la de enfrente.



La etiqueta Cine Leve ayuda a darle una imposible coherencia a la reunión de cortos a todas luces disímiles y estrenar juntos en Tenerife o en Gran Canaria asegura para los que juegan fuera un mínimo de público imantado por el equipo local.

Por un motivo u otro el número de espectadores se mantuvo constante respecto al de otras ocasiones, que no llena la sala (y menos mal porque desde las primeras filas ver películas es una tortura), pero que da la impresión de que está llena, superando el síndrome del vaso medio lleno o medio vacío.

En Gran Canaria los directores locales, Daniel y Adrián, se vieron respaldados por algunos de sus actores cuando las presentaciones y aupados por sus fans en la sala, mientras que "Rondó" tuvo la suerte de la presencia de Enzo Scala, profesor de la Escuela de Actores en las sedes de ambas islas, y que ese día le tocaba dar clase en Las Palmas, y aprovechó para invitar a sus alumnos. La sesión acabó con los aplausos pertinentes, ni muy enfervorizados ni tampoco protocolarios, más bien lo justo.

La actriz Acerina Cruz y Adrián González

Enzo Scala inclinándose ante un micrófono demasiado bajo

Imposible calibrar el efecto de los cortos, los jóvenes alumnos de la escuela rodearon a su profesor y lo llenaron de elogios y con el grupito de incondicionales nos fuimos a tomar algo, de modo que tampoco por ahí se sacó nada en claro, más allá de que "Rondó" les parecía lo mejor de mi última cosecha o por lo menos lo más redondo (que es una cualidad de un rondó).



Esa noche David Delgado me mostró su último trabajo, un poema zen rodado sin moverse de la azotea de sus casa, y otro ensayo sobre la misteriosa e inaprensible esencia de lo cinematográfico, que rescata al personaje trípode al hombro que recorría las calles y plazas de Las Palmas de su "Filmología Imaginaria", para situarlo en esa tierra de nadie que rodea las grandes ciudades, donde el paraje bucólico convive con destartaladas estructuras que ha perdido su razón de ser. Es increible la de rincones que uno puede atrapar con el encuadre de la cámara si sabe uno mirar.

David Delgado ama el silencio y desconfía de las músicas que adormencen los sentidos en los films. En su poema zen recoge y edita los sonidos que le llegan a su casa, desde los más cercanos y reconocibles al rugido lejano de la gran ciudad. Que desde esta perspectiva valore una película con un 90% de música como es "Rondó" es ya un halago en toda regla, aunque lo que más aprecia es la larga secuencia de la casa con sus sonidos diegéticos (el secador, el videojuego, la película en la tele, y los más leves de la respiración o el crujido de la ropa).

En Tenerife se repite el ritual. Van llegando los amigos habituales y aparecen otros desde el túnel del tiempo que han reconocido mi nombre en la entrevista de El Día y corren a saludarme. Entre los que por un motivo u otro esta vez fallan y los de la primera vez el número de espectadores se mantiene constante. Daniel no puede venir porque nadie le paga el viaje y al día siguiente empieza un nuevo trabajo en la hostelería, no sea que llegue tarde el primer día. Adrián aparece con su disco duro conteniendo su corto en HD (en Las Palmas lo proyectaron así y menuda la diferencia con los de los demás) pero en el TEA la proyección es impecable con los cortos comprimidos en un dvd y se decide por proyectarlo así.

Otro asunto es el del sonido. René se disgusta al escuchar los primeros compases de prueba y dice que el local, que todos sabemos que se diseñó para conferencias y no para la proyección de películas, no tiene dinámica. Podríamos traer cartones de huevos y forrar las paredes, bromeamos. Me acuerdo del enorme teatro de Vecindario, sede de la muestra San Rafael en Corto, que tuvo que reformarse porque no reunía las adecuadas condiciones acústicas, con la instalación de grandes paneles en el techo y en las paredes que absorbieran el sonido.

René ha ido añadiendo instrumentos en su composición, desde la primera maqueta que me entregó nada más terminar el primer montaje y que ya entonces me entusiasmó, hasta la definitiva banda sonora que dos días antes del estreno me trajo a casa. Hay ahí toda una orquesta de cámara y algunos instrumentos no se escuchan en la sala del TEA, me dice compungido.

No obstante el público valora la música, no sé si por encima de la película o integrada en ella como era la intención, pero una música a fin y al cabo que está ahí para ser escuchada. Tampoco un rondó como yo le había pedido y que en un momento dado abandonó porque le limitaba en su trabajo de adecuación con la imagen. Juan Puelles, antes musicólogo que cineasta, ya tomándonos unas cervezas y celebrando el estreno en la plaza de la Madera como otras veces, le da el visto bueno (y eso que unos meses antes y en el facebook había puesto el grito en el cielo, ¡cómo no sea un rondó…!)

La foto familiar a la salida del TEA, con los integrantes del equipo de Rondó (no todos)

Daniel León Lacave colma las expectativas con su manera de contar historias con la cámara en sus dos piezas breves (es ya la tercera muestra de cine leve en el TEA). A mí me gusta mucho "Ruido", con la presencia telúrica de Cathy Pulido en este primer plano con el que se abre el film. Me parece muy conseguida en su brevedad la concordancia de la problemática personal y social con la que a veces accedemos a una manifestación de protesta, una polémica que levantó ampollas en el lejano mayo del 68, cuando se discutía con ardor cual era prioritaria, si la revolución personal o la social. La expresividad de los actores, ayudados por el ágil montaje de unos planos tomados sin preparación en medio de la multitud, configura una pequeña historia personal que se desarrolla sin palabras, con el ruido amplificado de los gritos de los manifestantes.


"Mirando hacia atrás" es un ejercicio masoquista y Dani lo sabe, porque pone en boca del personaje interpretado por Penélope Acín unas frases dirigidas a sí mismo, afirmando que disfruta con el requemor que le producen los recuerdos. El hijo de la pareja separada es interpretado por el propio hijo de Dani y éste termina el corto con imágenes en super8 del niño cuando era pequeño y jugaba en el parque.

Todos nos nutrimos de algunas partes de nuestro yo cuando desarrollamos una historia, pero sabemos enmascararla para que ni siquiera nosotros mismo nos demos cuenta, pero hay otros creadores para quienes el cine o la literatura es un psicoanálisis que se pretende liberador.



Dani tiene una gran habilidad en dirigir a los actores, de un modo intuitivo pone en práctica esa levedad preconizada por esta filosofía de rodaje, que consiste en soltar el sedal y dejar una gran libertad al equipo, pero manteniendo siempre el control sobre todos los aspectos creativos, en relación a su idea del film. Borja está impecable como marido y padre, componiendo un personaje en las antípodas del comediante de “Una puta crítica” pero igual de convincente junto a Penélope Acín, así como Cathy Pulido y Ragüel Santana en “Ruido”.

En la presentación, Dani afirmaba que "Ruido" es un film experimental, hecho sin guión. Creo que Dani no se ha dado cuenta que esa sensación de vértigo ante su obra es la del actor de teatro antes de salir a escena, o la del trapecista al que le han quitado la red. Dani, que se inició con unos storyboards de hierro, por su pasado como historietista, dio un vuelco en su manera de hacer cine cuando abrazó el Cine Leve.  Le ha llegado el momento en que uno ha interiorizado el guión y le parece que no existe.

Adrián González, en cambio, aterriza y no se lo cree con lo del Cine leve y presenta "Silvia", un ejercicio de estilo que le ayuda a desentumecer los músculos creativos en su trabajo como publicista gráfico (así lo cuenta en la presentación). Para ello mezcla texturas, planos desenfocados, planos en blanco y negro y planos en blanco y negro que de repente adquieren color, poniendo en escena un triángulo trágico cuyo desenlace despeja las incógnitas de los diversos planos narrativos que se suceden. Se nota, quizás demasiado, su procedencia como director de fotografía, por encima de una dirección de actores que adolece de credibilidad, quizás por no haberles dedicado la misma atención que a la composición de los planos. Los planos de la playa son hermosos y retrata a sus actores con mimo y preciosismo.



En una entrevista publicada en El Día previa al estreno de "Rondó" en el TEA, en Santa Cruz de Tenerife, José Andrés Dulce me preguntaba si Ophuls o Renoir habían sido fuente de inspiración para el corto. Renoir, sin duda, ya estaba en la primera escaleta del guión, cuando señalaba para la primera secuencia un paseo por el jardín a la manera de "La comida sobre la hierba". Me interesaba reflejar esa joie de vivre de los personajes en contacto con la naturaleza, solo que en Rondó es una naturaleza artificial. La secuencia resultó muy colorista, con los rojos y los verdes predominantes y la deslumbrante belleza de los primeros planos de Leonor y Winslow, con el allegro de la música y los minimalistas pases de baile de la pareja joven, una secuencia que cautivó al público.


Pero la influencia renoirana del primer movimiento deja paso al misterio lyncheano de la desaparición de una de las parejas, que no por casualidad se inicia con la escena del teatro. Ya en Nube9 intenté poner en escena una escena similar, con el viajero penetrando en un pequeño teatro donde también como único espectador presencia la sensual danza de una misteriosa bailarina. Como en "Mulholland Drive", el espectáculo que presencian propiciará un viaje sin retorno hacia el otro lado, donde reina el imaginario que cada uno se fabrica, y así una de las parejas acaba transmutada en la otra, la que posee los atributos que ellos han perdido hace tiempo y ahora desean.





viernes, 1 de marzo de 2013

CÓMO SURGE RONDÓ

La feliz ocurrencia de Miguel Ángel Rábade con lo del Cine Leve tuvo sus repercusiones en la red y se organizaron varios ciclos de cine leve en el TEA, que incluían algunos cortos rodados por un grupo de cineastas de Las Palmas que solían hacer sus cortos ayudándose entre sí.

Aunque el excelente director de fotografía David Delgado, más individualista y renuente a que le encasillen de una forma u otra, se desprendió de la etiqueta a la primera de cambio, Daniel León Lacave terminó identificando sus cortos posteriores como cine Leve ya desde los títulos de crédito, tras dar un giro radical en su forma de entender y practicar el cine.

El hecho fue que procurábamos estrenar juntos en el TEA y Eduardo García Rojas, en su blog El Escobillón, empezó a preguntarse qué era eso del cine leve hasta terminar siendo uno de los más encendidos defensores de aquel cine independiente y sin medios que, de una manera periódica, proyectábamos aquí y allá sin dar tregua al espectador, conformando una nueva mirada.

Como además compartíamos cinefilia, en cada ocasión que nos veíamos, a cuenta de alguna proyección, conversábamos hasta altas horas de la noche. Yo me moría de ganas de rodar algo con ellos en la isla de enfrente y ellos, a su vez, se planteaban venir a Tenerife y rodar algo conmigo. Lo intenté con Nube9, ir a Las Palmas y rodar un par de secuencias del corto, lo hablé con ellos y con Lamberto Guerra, incluso estuvimos a punto de ir un fin de semana, pero pasaban los días y lo vi muy complicado.

Fue con Pedro García con quien me comprometí a enviarle un guión para rodar allí, ellos harían la producción, contaba con David Delgado en la fotografía, Pedro o Dani me ayudarían en la dirección. Me pusieron en contacto a través de facebook con algunos actores que solían trabajar con ellos. Yo había visto “El hijo Pasolini” de Pedro y me gustaron los dos protagonistas. Pensé en ellos, al ir visualizando el corto, para una de las parejas. Para la otra pensaba en Lamberto Guerra y en Penélope Acín, que me había deslumbrado en los últimos cortos de Dani, tanto en comedia como en papeles dramáticos.


Tanto el título, Rondó, como la historia, me vinieron solos. Suelo imaginar primero la historia, la voy visualizando en mi cabeza como si estuviera viendo ya el corto terminado, antes de sentarme a escribir la primera palabra. Cuando tengo claro el comienzo, el desarrollo de las secuencias y el final, es entonces cuando lo voy transcribiendo y le doy forma literaria. La primera escritura es una simple descripción de los hechos, buscando cada palabra para que quien lo lea pueda visualizarlo de alguna manera, sin terminología técnica. Incluso el diálogo está abocetado.

Escribí Rondó para unos determinados actores y en unas localizaciones precisas de Gran Canaria, la playa de Las Canteras y el Jardín Botánico de Tafira, que se extiende en el fondo de un barranco, cerca de la ciudad de Las Palmas que Laly y yo visitamos en una ocación.

Decidimos rodar durante el mes de julio, el tiempo es bueno y la gente suele tener más tiempo libre.  Pero los actores empezaron a desdecirse uno a uno, por diversas circunstancias. Simplemente no podían comprometerse para estas fechas. Creamos un grupo de trabajo en facebook, como ya venía siendo habitual, donde colgábamos las sucesivas versiones del guión y Dani fue añadiendo posibles actores para que lo leyeran y comentaran, pero tan solo Penélope Acín respondió, residía en Madrid pero en julio regresaba a Las Palmas para estar con la familia y ver a los amigos, de modo que las fechas coincidían. En vista de cómo iban cayendo las fichas, y la dificultad de encontrar las localizaciones de interiores en Las Palmas, tomé la decisión de traer el proyecto a casa, con Dani, Pedro y Penélope, y completar el equipo con actores y técnicos locales. A última hora Penélope también se descolgó, Pedro tenía otros compromisos y Dani se desanimó.

De modo que Laly y yo nos quedamos solos con el proyecto, sin saber si valía la pena llevarlo a cabo y meter le guión en el cajón con todos los demás guiones que se habían quedado en propuestas por un motivo u otro.

Hacía tiempo que quería rodar con Enzo Scala, al que conocíamos desde hacía muchos años y siempre lo hablábamos. Enzo era además uno de los habituales espectadores de mis cortos y le gustaba mi manera de hacer cine. Le había visto en algunas comedias y sus personajes siempre me habían parecido un poco excesivos, quizás por su propia manera de ser o por una errónea dirección de actores, pero yo quería llevarlo a mi terreno, hacia un minimalismo expresivo. Enzo se extrañó que para esta ocasión no hubiera contado con Miguel Ángel Rábade, pero en este caso confluían necesidades especiales, necesitaba a un experto en la Comedia del Arte.

 Cristina López maquillando a Enzo Scala y a Idaira Santana

Enzo me sugirió a Idaira Santana. La llamó por el móvil y al poco rato allí estaba ella. Le conté el proyecto y se mostró dispuesta. En aquellos momentos se encontraba rodando algo muy experimental con Óscar Martínez. Me pareció raro, porque a Óscar lo conocía por sus incursiones en el cine de género. Poco después aquella experiencia de rodar sin guión en el bosque, buscando en su interior determinadas emocciones, dio lugar al episodio piloto de la web serie Extinción, que sigue una marcha expansiva imparable, fruto de entusiastas colaboraciones.



Es curioso, nuestro cine se ha vuelto tan familiar que nos cuesta introducir gente nueva en el equipo. Contábamos ya con Leonor Cifuentes y con Winslow Iwaki, ambos habían tenido últimamente diversas experiencias como modelos para publicidad y esa experiencia (saber posar frente a la cámara fotográfica) les iba muy bien para construir sus personajes en el film. Para Leonor iba a ser el tercer corto con nosotros, con Win el segundo. Ambos sabían cómo dirijo y lo que espero de ellos.

Rondó iba a ser de nuevo un corto sin diálogos (a excepción de la obra de teatro y una discusión en un momento dado), como lo había sido "A la deriva" o las Naturalezas muertas. Los actores tenían que trabajar sus personajes apoyándose en las miradas, los mínimos gestos que dejarían traslucir sentimientos y emociones.

En cuanto al equipo técnico, repetían Laly Díaz como eficaz productora, Ramón Santos en la fotografía y René Martín en el sonido y en la creación de una música que esta vez iba a tener una importancia mayor que en otras producciones. También contábamos, como en otrras ocasiones, con Elena de Vera en la elección del vestuario, pues el color, el diseño, debían estar acorde a los personajes, conseguir una diferenciación clara de las dos parejas protagonistas tanto en su manera de vestir como en el aspecto visual.

Se incorporaban Eduardo Gorostiza en la fotografía (Ramón rodó los interiores y Edu los exteriores), Chantal Rodríguez, esta vez detrás de la cámara, y Mac (Macario García), que en un principio debía ayudar a René en el sonido y al final acabó involucrándose en todo tipo de labores. Cristina López, eficaz colaboradora de Eduardo Gorostiza, fue otro de los fichajes de la película, así como la fotofija de Françoise Mascaraque y el cameo de Chema Menéndez, guionista de “Otros tiempos otras vidas”, esta vez como el pintor que con su primera pincelada abre el film y lo cierra con su mirada.




(izq-dcha) Winslow Iwaki, Macario García, Laly Díaz y Josep Vilageliu