En el Foro Canario
Acabo de escuchar el fallo del jurado para los cortometrajes seleccionados en el Foro Canario de este año. Me he quedado inmóvil, a medio camino entre la cocina y el comedor, mientras preparaba la mesa para la comida del mediodía, asimilando el veredicto de las personas que este año integraban el jurado. No estaba entre mis favoritas, aunque tengo que decir que los cortos que más me gustaban no entraba ninguno de ellos dentro de los posibles ganadores, a tenor de los distintos fallos que se prodigan en los innumerables festivales dentro de la accidentada geografía española. He estado en algunos jurados, aunque nunca me ha gustado (es mucha la responsabilidad), y sé lo que me digo. Al final siempre se van lo votos (y los gustos), hacia las películas más correctas o bien hacia aquellas que tocan de alguna manera temas candentes, actuales, donde los contenidos (las buenas intenciones) priman sobre las formas (la narración).
Cualquier selección es siempre controvertida, y en el Foro Canario, por el prestigio que se ha ido ganando con los años, la polémica ha perseguido a los responsables de las distintas selecciones anuales: ¿está ahí verdaderamente lo mejor del año?
Este año decidí dejar de pelearme con mis compañeros del comité, para asumir mi nueva condición de abuelo en funciones, cometido que no iba a permitirme ver y ponderar el material como yo hubiera querido, y aproveché para presentar algunos de los cortos y mediometrajes que he ido haciendo estos últimos años, más por los colaboradores de mis filmes que por mí mismo, acostumbrado ya a deslizarme por la historia del cine canario en solitario, al margen de los festivales (soy un poco perezoso para ir rellenando fichas y hacer cola en correos con un sobre acolchado en la mano, sólo para que me responda el silencio administrativo, y yo me pregunte ¿llegan a su destino?) y de las cuitas entre cineastas, que me han ido persiguiendo desde los años setenta.
La selección
Quería hablar de la selección de este año, quizás la más radical de su historia, y como siempre, la más discutida y vilipendiada, donde han hecho su presencia trabajos en esta línea tenue donde se diluyen los límites de lo que hasta ahora se consideraba un cortometraje, tan en boga hoy en día, que (con)funde el documental con la ficción y el vídeo arte. Otra de las características ha sido la presencia de cineastas que ya había presentado trabajos en años anteriores, con piezas (así las denominaban algunos de ellos) en línea con la filosofía del festival, abierto a nuevas tendencias y a conferir visibilidad a obras arriesgadas que no tendrían ningún hueco (ni posibilidad), en otros foros. Otra cuestión es la elección de los miembros del jurado, poco proclives, me temo, a valorar un film que se cuestiona a sí mismo, por ejemplo, por encima de una narración cerrada, con su planteamiento, nudo y desenlace.
En mi quiniela tenía al cortometraje de Guillermo Ríos como al posible ganador, lo tenía todo, era percutante, efectivo, un protagonista con carisma, el Chola, interpretado por un actor experto en artes marciales que coreografió las escenas de lucha callejera, y un tema de rabiosa actualidad, la violencia en la red. Willy, tras su exitosa Nasija, se dejaba de merodear por culturas y países lejanos para acercarse a su propia generación, en un aquí y ahora, y más cuando en la prensa se aireaba que había sido seleccionado en Cannes (dichosa palabra, el ábrete sésamo de las delicias cinematográficas, el cielo para todo cinéfilo).
Aunque, debo decirlo, mis preferencias andaban por otro lado.
Mientras anochece, uno de los cuatro cortos que rodó el año pasado Iván López, indagaba en las relaciones de pareja, un corto intimista ganador del concurso Canarias Crea, rodado en un plis plas durante el Festivalito de La Palma. Había un buen filling entre los cuatro actores, y una historia mínima que se desarrollaba durante unas pocas horas, y que Iván López, ahora detrás de la cámara (y no ejerciendo de periodista y entrevistando cineastas en su programa Objetivo en Corto de Antena3 Canarias), ponía en pie atento a las expresiones de los actores, y que un buen montaje desvelaba el flujo de los sentimientos.
También Nayra Sanz se apoyaba en sus actores para su corto Cosas en común, rodado nuevamente en Nueva York, ahora sin la ayuda de su hermano Javier, como en Anniversary y en Encounter, pero su obsesión por redondear las historias, muy común entre los cineastas del corto, malbarata un guión con un buen comienzo, al describir ese momento de pánico que sucede a una noche de sexo con un desconocido.
La esforzada producción de Javier Fernández Caldas, que tanto sorprendió a comienzos de los noventa con El último latido y Frágil, y que dejó una imborrable huella con su largometraje La isla del infierno, me suena a cine antiguo, desbordado por una nueva concepción de la sintaxis fílmica de la que el festival de Las Palmas es un buen referente, con su programación siempre atenta a lo que se hace en el mundo. Con una fotografía de infarto, una banda sonora que subraya (en exceso) los momentos que se piensan cruciales, la producción del corto va siempre por encima de un argumento que no llegó a engancharme en ningún momento, tal como me ocurre con la mayoría de los cortometrajes que se producen en España y que la muestra de cortos MIDEC, en su cita anual en la sala de actos de Magisterio en La Laguna, con su selección de lo mejor del año, facilita su visionado en pantalla grande. Otros dirán que el cine de Javi Caldas sigue siendo transgresor y postmoderno, con sus giros argumentales a partir de los códigos genéricos, pero la imagen final de Rafael caminando por encima de las aguas, producto de una alucinación de la protagonista, me resultó trasnochada, a pesar de su justificación argumental.
Lo mismo, o peor, me pasó con Vecinos, el corto que rodó Gabi Martín con el sustento económico de la Comunidad de Madrid, cuyo inicio, el planeta tierra transformado en un balón de fútbol, expresa de entrada las intenciones metafóricas del film: un edificio que amenaza ruina es el trasunto de nuestor maltrecho planeta, donde conviven esforzadamente rusos y americanos, palestinos y judíos, árabes terroristas, japoneses vociferantes y mujeres ninfónamas, y se constituye por derecho propio en la mayor concentración de clichés reduccionistas que hacía tiempo no había visto en el interior de un film.
Los otros cortos
Frente a esta selección de cortos más o menos tradicionales, que hasta la fecha conformaban el cuerpo de los anteriores foros, con alguna excepción que, visto los acontecimientos, constituyen los antecedentes o el germen de la situación actual, se han presentado otro tipo de trabajos que, de alguna manera, podrían constituir la materia de otra sección del festival, pues la mezcla de documentales, ficciones, animación e híbridos de toda clase y condición, acaban por marear el espíritu discriminador y ponderador de los miembros de cualquier jurado.
Y no obstante, quiero verlos como lo que son, propuestas visuales, ensayos e indagaciones, que se presentan en formato corto, y que algunos cineastas canarios desarrollan año tras año en la búsqueda de otros canales expresivos.
Me decepcionó la última propuesta de Jose Cabrera, que tanto nos sorprendió con Vértigo50, una mezcla explosiva, fresca y efectiva de diario de viajes, metacine (homenaje al film de Hitch que celebraba su 50 cumpleaños) y documental, integrando mediante fogonazos cinéticos diversas concepciones de un cine que se pretendía lúdico y reflexivo al tiempo. En Rear window el homenaje hitchcockiano me parece esforzado y un pelín presuntuoso, cogido por los pelos, vamos. Cabrera viaja a Los Ángeles, Madrid, Bucarest y Roma y rueda desde la ventana en cada uno de los hoteles donde pernocta. Claro, todo depende de lo que pase (o no) ese día frente a tu atalaya. De las cuatro piezas, así las define, me interesan la de Madrid y la de Roma. En Madrid sorprende una algarada nocturna, con la quema de un coche y posterior aparición de la policía y de los bomberos, las imágenes recuerdan los vídeos aficionados que se envían a las televisiones cuando algo importante sucede y no están allí los reporteros, asimismo acompañadas por los comentarios jocosos y un tanto ajenos a lo que sucede unos metros más abajo, de las personas que se han asomado al balcón. En Roma el procedimiento es distanciado, pues en postproducción superpone la imagen de un templo con la imagen del mismo templo con personas entrando y saliendo o paseando alrededor del templo, de tal manera que las personas parecen fantasmas evanescentes, sugiriendo la permanencia del templo en el tiempo frente a la finitud de las personas.
Hace dos años vimos en el festival un rompedor mediometraje de Lluis Escartín que homenajeaba La ventana indiscreta, al filmar lo que se veía desde la ventana de un hostpital en Dakar, donde el director convalecía de una caída. Si era en el film de Hitch el impedido James Steward quien confería orden en lo mirado, en NESCAFE DAKAR Escartín no podía mirar a través de la ventana sino que solo podía dar unas indicaciones imprecisas al cámara para que filmase el carrito de Nescafé desde lo alto. A un montaje desordenado a modo de material en bruto de las imágenes capturadas, se le superpone la voz del personaje que yace en la cama hablando por teléfono sobre sus males. Planos de personas que saben que son filmadas (dentro) y planos de la gente en la calle, ajena al ojo de la cámara. Jose Cabrera, con sus planos robados, no consigue vertebrar una mínima reflexión como creo que lo hacía Escartín, a pesar de que este fuese asimismo vilipendiado por su atrevimiento.
Amaury sigue constante en su búsqueda de un sentido de las imágenes, aunque parezca que no tengan ninguno. Así, la sucesión de estampas de la ciudad de Las Palmas que organiza antes de llegar a una extraña y surreal imagen, pillada por casualidad, con la que cierra un film de dos minutos y que titula con sencillez Mirada sobre una ciudad. Es un empeño loable, un eslabón dentro de una sucesión de pequeños cortos que va rodando con la paciencia de un naturalista en busca del eslabón perdido de la selección de las especies.
Otra reflexión, esta vez cinematográfica, es la del corto de David Pantaleón, que se inicia con la presentación de una maqueta de una ciudad con sus rascacielos y sobre la que hace volar la cámara como uno más de los planos del cine americano sobrevolando la ciudad protagonista de un trepidante film de género. Gritos y sirenas de alarma rompen la placidez de la ensoñación cinéfila para mostrar cómo un monstruoso palmípedo (un insignificante pollito) aplasta los altos edificios de cartón piedra.
El año pasado, Pantaleón con su Belanglos y Victor Moreno con El extraño, fueron los protagonistas de una bronca mayúscula sobre los límites de lo decible (¿eran ficciones o tomaduras de pelo?). Victor Moreno se presenta este año con su invento de los Diarios Móviles y es posible que siga levantando ampollas, esta vez junto a Jose Cabrera, pues, ¿no se trata quizás de piezas más cercanas al vídeo arte? En cambio, mucho más radical, Amaury, con Luces, que presentó hace dos años, parece quedar un poco al margen. Tiempo habrá para seguirles la pista a los tres.
Moreno, además, fue doblemente seleccionado por Feriantes, un minimalista documental que trata de describir el mundo de las personas que año tras año montan las atracciones en las ferias para el solaz de los más pequeños, mediante el recurso de la metonimia. Así, monta varios primeros planos de estos hombres anónimos, dejando que el sonido ambiente y las luces y colores que se vislumbran en el escaso espacio que el constreñido encuadre deja libre alrededor de la figura, definan de algún modo el mundo de los feriantes, fragmentos de lo cotidiano, de un tiempo siempre igual y sin atractivo, que contrasta con los planos finales y sin sonido de la alegría desbordante de los niños.
Dejo para el final el corto más desconcertante, esta otra reflexión sobre el imaginario cinematográfico que este gran director de fotografía David Delgado, como un cazador de elefantes, salió a buscar pateando por la ciudad de Las Palmas y aledaños, filmando a un hombre que filma y a un trípode con una cámara de super8 que parece tener vida propia, hincándose sobre el duro suelo con sus endebles patas de aluminio para otear el horizonte, alineándose con el Arrebato de Zulueta en su desvarío de que es el propio cine el que acaba sustituyendo al hombre de la cámara, devorándolo con sus ensoñaciones malsanas, infectándolo con el virus de la imaginario (Lars von Triers describía esta enfermedad viral del cine en Epidemic).
Cómo se vieron en el Monopol y el síndrome de la escalera
Un martes por la tarde, en una sala medianita de los Monopol, y en dos sesiones a las 6 y cuarto y a las 8 y media, divididos en Bloques (¿reminiscencias de la guerra fría?), se fueron proyectando los cortos canarios a concurso, con la sala llena de ¿amigos, enemigos, curiosos, familiares, despistados?, dentro de la vorágine de los diversos ciclos y proyecciones del cine más radical e inverosímil, la cosecha de 2011.
Se vieron bien y se escucharon mal, Reflejo en rojo empezó casi inaudible y, tras la oportuna llamada de auxilio, prontamente solventada mediante walky talkis con cabina, nadie se preocupó de adecuar el sonido a cada corto (no se hizo una bobina con los cortos igualando el sonido), así se escucharon distorsionados, de modo casi insoportable en Filmografía imaginaria, o con un pitido constante en Rear Window.
Terminada la sesión, como comenta David Delgado en su
blog, los amigos nos palmeamos la espalda y los demás salieron desaforados, engullidos por las puertas del fondo de la sala (como si los espectadores fueran devueltos a la pantalla de donde habrían salido, meros fantasmas que se alimentan de lo fantasmal), cada uno preocupado por el futuro recorrido de su corto o reconcomido por la envidia, los celos y otras humanas emociones.
Al día sigueinte nos convocaron para la foto de la escalera, algo así como un podium arquitectónico donde se sitúan los elegidos para la (efímera) gloria.