sábado, 18 de febrero de 2017

EL CATÁLOGO DE LA MADUREZ

Este jueves se presentaba en el Aguere Espacio Cultural el Catálogo Canarias en Corto 2017, en su undécima edición, que incluye como en años anteriores una selección de la producción canaria más reciente. A pesar de la relevancia de este acto cultural, no vimos por ningún lado las cámaras de algún canal de televisión, nacional, autonómica o local, ni apareció ningún reportero o reportera presentando el evento, entrevistando a los responsables de las producciones canarias, actores o actrices, directores o productores, algunos de los cuales se habían trasladado desde Gran Canaria, generando ese estrés electrizante de idas y venidas que se deja ver en otros eventos culturales y que lo engrandecen.






La importancia del acontecimiento se advertía no obstante en el público congregado, que en los minutos previos a la proyección se distribuía en los espacios del hall formando heterogéneos grupitos de gente joven que se saludaba efusivamente y comentaba con entusiasmo rodajes recientes, intervenciones varias o próximos proyectos. Allí había actores, directores, profesores de la Escuela de Actores, amigos y familiares, y a buen seguro algún seguidor del cine hecho en Canarias, un cine que la sociedad canaria desconoce y que se caracteriza por el esfuerzo apasionado sin apenas recompensa de varias generaciones de cineastas (y aquí incluyo a todo el mundo y no solo a los directores).

Jairo López oficia como presentador. Nos explica que en esta ocasión se presentaron 24 cortos de los cuales un jurado de tres personas de reconocido prestigio seleccionó siete trabajos. Como el año anterior, Digital 104 va a encargarse de inscribir los cortos en el extenso entramado de festivales tanto nacionales como internacionales, buscando repetir el éxito de “Melodrama” de Cayetana H. Cuyás y Cris Noda con 17 nominaciones, “En el banco” de Iñigo Franco también con 17, “La talega” de Beatriz Fariña con 15,  y “Nice Song” de Lamberto Guerra y “Nadie” de Daniel León Lacave, cortos pertenecientes al último Catálogo que consiguieron introducirse en más festivales.

A diferencia del Catálogo del año pasado, la duración media de los cortos es considerablemente mayor. En el 2016 se presentaron cortos procedentes de varios festivales de cine expres, rodados en La Laguna Acción (“Nice Song”)  o en la isla de Lanzarote (“En el banco”), por lo que los cortos apenas superaban los 5 minutos. En esta ocasión la media ronda los quince minutos, desde los 7 minutos de “Náufragos” a los 20 de “Popoff” y “Corporation Earth”.

La mayor parte de los directores de esta hornada pertenecen a una misma generación, El primer corto de Vasni Ramos fue en el año 2002, Domingo de Luis en 2003, David Xarach en 2005, Daniel León Lacave en 2002 con “Autorretrato”, Iván López en 2004, siendo el más veterano Jose Victor Fuentes, cuyo primer corto se remonta a 1997, anterior a su aventura americana. El más reciente es Dani Millán, que en 2015 presentó su largometraje documental Maresía.

Constituye un grupo de cineastas con una producción constante a lo largo de más de una década, que han ido haciendo su propio aprendizaje y que en esta ocasión presentan trabajos muy elaborados que deben leerse en el contexto del recorrido de su obra.

Si en años anteriores parecía que los cineastas habían dejado de mirarse el ombligo y desarrollaban narrativas centradas en conflictos personales con el telón de fondo de la crisis, el desarreglo emocional como metáfora de una desorientación generacional, aquí y ahora nos encontramos por sorpresa con artefactos visuales que se dejan seducir por el género de la ciencia ficción (“Redemption” y “Corporation Earth”), se deslizan por los bordes de la docuficción (“El viaje del libro”, “Popoff” y “Desayuno con pastillas”) o se mantienen en la militancia del drama social (Iván López con “Náufragos” y Daniel León Lacave con “Amanecer”, que repiten catálogo). De los siete cortos, uno se rodó en Italia, otro en Gambia y un tercero en Madrid.



“Redemption” de Vasni Ramos es una revisión del mito actual de los superhéroes en clave sentimental. Hay una historia de amor y de desesperanza en primer plano, que Vasni subraya mediante la alternancia cromática de dos tiempos. Nada hace prever de entrada que nos encontramos inmersos en el imaginario de los héroes de comic. La cámara documenta la expresión ceñuda de José Ramallo, colaborador de Vasni en el guión, la dirección y el montaje, y va narrando su descenso a los infiernos.



David Xarach es un veterano del cine de acción, admirador de Nolan y de Spielberg. Sin embargo, “Corporation Earth” bebe de Terminator y de sus batallas entre hombres y máquinas y las paradojas temporales. Es un corto que aspiraba a largometraje y se muestra sin tapujos como film de efectos. Sorprende el trabajo de puesta en escena pero no se esfuerza en ningún momento en hacer creíble la narración, a sabiendas de la imposibilidad de emular el cine de Hollywood con un mínimo de solvencia. Algunas escenas funcionan mejor que otras, como el inmenso muro virtual que separa la Corporación de la tierra de nadie donde un puñado de hombres lucha por la libertad, que es atravesado por las naves y los drones de combate, pero el escaso número de combatientes y las triviales luchas impiden que el corto aliente un mínimo de epopeya, ni tampoco ayuda un guión demasiado inane.



Vasni Ramos en “Redemption” opta por lo contrario. Un sutil movimiento de un vaso sobre la encimera de la cocina nos da una indicación de los posibles poderes de su protagonista. El estampido de un disparo rompe el silencio en un plano general de la playa donde el protagonista cae fulminado sobre la arena. Efectos sonoros y el giro de la cabeza de la mujer que sigue el vuelo del héroe son suficientes para explicar lo impensable y generar la emoción.



“Redemtion” procede de un corto anterior. En 2012 Vasni rodó “Héroe”, no le gustó el resultado y lo dejó sobre la mesa para emprender otros proyectos. Quería presentar algo en el Festival de Gáldar, recuperó “Héroe”, le quitó un par de minutos,  le dio un par de vueltas en la sala de montaje y ahora lo presenta como “Redemption”, un título quizás más apropiado.



Iván López presenta en esta ocasión “Náufragos”, a partir de un guión ajeno.  Oscar Bacallado, hombre de teatro, escribe un guión eminentemente visual, como resultado de un curso de escritura de guiones, y Iván López lo hace suyo, en esa faceta camaleónica suya de colaborar en propuestas de otras personas, a veces como operador de cámara, y otras codirigiendo, como “Odio los martes” con Lamberto Guerra en 2002, “Rubik” con Marine Discazeaux,  o “Las leyes físicas del amor” con guión de la actriz Jennifer Castañeda, y en cada caso procura plegarse a las intenciones y peculiaridades de la alteralidad, de ese otro con el que colabora.




En este caso un guión idea que desvela la fragilidad de las vidas de dos ancianos, el hombre encamado y pendiente de las medicinas que se le suministran por un goteo, la mujer siempre solícita a llevarle lo que más necesite, atravesando renqueante el largo pasillo que la separa de la cocina. “Náufragos” es un artefacto muy bien engrasado, quizás demasiado, que desarrolla una única acción en un mismo espacio, afinando al máximo las leyes rítmicas del montaje, punteado visual y sonoramente por el goteo de un grifo, hasta un final anunciado y que sin embargo no deja de sorprender por las plasticidad de una magnífica fotografía de Santiago Torres.

El problema es que el artefacto se sobrepone a los personajes, meras siluetas ejemplares, donde cada elemento se desvela como sustentador de una metáfora, el agua del grifo como esta vida que se apaga gota a gota, el agua ya derramada que va formando esos dos riachuelos que acaban encontrándose como los fluidos vitales que refuerzan por oposición el espacio insalvable que separa a marido y mujer. A veces, la perfección de un guión aleja en vez buscar la comunicación a través de la verdad de unos personajes, que en otros trabajos de Iván López se destacan con luz propia.



José Víctor Fuentes nos propone con “Desayuno con pastillas” una historia similar, planteada de un modo radicalmente opuesto. En ambos casos son dos historias cotidianas, las de una pareja de gente mayor que trata de sobrevivir de la mejor manera posible ayudándose de las medicinas, pero el tratamiento es distinto, drama y comedia, traumático en un caso y  despatarrante en el otro, un film de montaje y un film de un único plano secuencia en el caso de Fuentes.

En “Desayuno con pastillas”, Jose Victor Fuentes coloca la cámara delante de sus padres para grabar un ritual que se repite todas las mañanas en la casa familiar, un rifirrafe con las pastillas que ella debe tomar con el desayuno y que su padre, pacientemente, se las selecciona.



Podríamos pensar que estamos ante un documental al uso, en el que se emplaza una cámara para tomar un acontecimiento cotidiano que se quiere preservar, procurando que el instrumento de investigación no modifique lo observado en demasía. El plano secuencia, con la cámara fija en el trípode, dura casi 10 minutos. Primero la vemos a ella, a la izquierda del encuadre y al momento aparece el marido, que sale por la puerta de la casa, al fondo del encuadre, llevando una sereta que contiene las cajas con las medicinas. Hacen recuento de las pastillas, por el color o la forma. La madre a veces dirige la mirada hacia la cámara, detrás de la cual adivinamos al propio José Víctor. Más adelante su padre regresará a la casa por más pastillas.

La actuación de la pareja es modélica en cuanto a ritmo y sentido del humor. En algunas ocasiones en las que proyectó el corto algunos espectadores creyeron que se trataba de puesta en escena y que lo que habían presenciado era un corto de ficción. Y en efecto, algo de verdad hay. José Víctor, cuya relación con el cine es la de un niño que juega con un tren eléctrico, ha descubierto un sistema de puesta en escena invisible, donde los “actores” no son conscientes de su actuación, y los acontecimientos se desarrollan según lo previsto. El truco está en que José Víctor ha presenciado este ritual mañanero todos los días, hasta hallar su ritmo interno, como un ensayo sin premeditación. Solo faltaba grabar en el momento adecuado.



“Amanecer” es otro drama social de Daniel León Lacave, en su continua radiografía del momento presente, de cómo la crisis y el desencanto social y político de toda una generación afecta a las relaciones entre las personas. En esta ocasión, la soledad de dos personajes que simulan en la habitación de un hotel la tranquilizadora cotidianidad de un despertar compartido, con sus arrumacos y frases de cariño un tanto perezosas, el encontrar entre las sábanas un cuerpo cálido y amigable al abrir los ojos. Pero en realidad se trata de una transacción económica, una forma de engaño, de la que ambos no van a salir indemnes.



Pablo García fotografía un Madrid  frío de tonos azules, visto desde la ventana de la habitación del hotel o a través de la cristalera de la cafetería que la chica utiliza como oficina. Cristina Piñero, nuevo fichaje de Lacave (la vimos en su largometraje “Los días vacíos” y en “La otra”, su último corto), con verdadero pesar se desembaraza de la peluca con la que ha actuado, pues la ficción, como en el cine, no puede separarse de lo real. Jonay Armas propone una partitura que distancia y a la vez emociona. Lacave, con gran maestría, mantiene la cámara sobre los rostros, escrutando sus emociones. Quizás sea este su corto más depurado.



Dani Millán viaja a Gambia con su madre y allí conoce a Musa Keita, que le muestra la verdadera faz del continente africano, más allá del exotismo aparente. Convive unos días con su gente, comiendo su comida y sintiéndose acogido en este pueblo a las orillas de un mar plácido. Hace fotografías y le promete a Musa que las convertirá en libro para que él pueda disfrutarlas como recuerdo de su amistad. Pasa el tiempo y Dani Millán regresa a Gambia con el libro y lo convierte en un documental que titula “El viaje del libro”. 



En el documental Dani anima las fotos y las convierte en diversos planos frontales de los aldeanos, de las familias y de los niños, de la carretera y de las siluetas recortadas de diversos ambientes, huyendo de la  tarjeta postal, mientras escuchamos a Musa explicarle a Dani su sencilla filosofía de la vida y la realidad del continente africano, esquilmado por la codicia de los países que se han enriquecido a su costa.



También Domingo de Luis hace su propio viaje, esta vez a un pueblecito de Italia, entre Nápoles y Roma, donde va a dar un curso de interpretación durante la celebración de una especie de festival de cine expres. “Popoff” comienza como un documental. Varios habitantes del pueblo, la mayoría hombres, aunque también hay una mujer y una niña, explican a cámara su relación con la actuación. Algunos afirman que han intervenido en algún rodaje o representación teatral y otros expresan su deseo de participar.




Enseguida sabemos que se va a organizar un casting en el pueblo. Pienso que Domingo de Luis, profesor de interpretación en la Escuela de Actores de Canarias, va a aprovechar la situación para hacer un documental sobre el supuesto casting. Mientras una furgoneta recorre el pueblo anunciando el casting con sus altavoces, el cura del pueblo arremete desde el púlpito contra las distracciones de la vida moderna. Uno de los hombres roba una bicicleta ya que se piden hombres mayores que sepan desplazarse en bicicleta. El robo se despacha en plano general y enseguida uno piensa en ”Ladri di biciclette”, el clásico de Vittorio de Sica de 1948. 


El metacine se va enseñoreando del relato y el documental se ha convertido en una ficción sin que apenas nos hayamos dado cuenta. El aspirante a actor va cogiendo protagonismo. Mientras come espaguetis ve una película cómica en la que los personajes comen espaguetis y él los imita. El cortometraje, fruto de una continua improvisación, se va multiplicando a base de espejos que se van reflejando unos a los otros. El resultado es un film imperfecto cuya imperfección es su mayor mérito, y que contrasta con cortos más acabados como “Amanecer” o “Náufragos. En “Popoff”, que así se llama el protagonista y suena a nombre de clown (pop off, salir disparado, diñarla), el espectador navega sin brújula dejándose llevar por meandros, rápidos y saltos de agua.



Terminada la proyección, los directores de los cortos que estaban en la sala ocuparon las sillas bajo la pantalla y comenzó un coloquio que desembocó horas después en una nueva “terapia de grupo”, en  palabras de Lamberto Guerra, a las que se abandonan los cineastas canarios ante la falta de oportunidades para desarrollar una incipiente industria del cine en Canarias, un lujo que ha estado anidando en muchas personas  emprendedoras desde principios del siglo pasado y que ha ido emergiendo y sumergiéndose a lo largo de las décadas como una Arcadia perdida.

En palabras del cineasta Jaime Falero, agazapado en un rincón de la sala, cuyo penúltimo film “El bunker” se ha vendido en no sé cuantos países después de no sé cuantas batallas legales, aquí los cineastas locales no ven el asunto desde la perspectiva adecuada. Para Falero, a los que ponen dinero para una película no les interesa el guión sino cómo pueden recuperar lo invertido. El cine hay que verlo como un negocio, un festival de verdad es aquel en el que uno va y sale de allí con un nuevo proyecto en marcha, los Goyas, según Falero, solo sirven para pagar sobrepeso en los aviones.

Había que ver las caras de los cineastas, sentados en sus sillas frente a los pocos espectadores que nos habíamos quedado para lamernos las heridas los unos a los otros y limpiar las lágrimas de impotencia, al escuchar lo equivocados que estábamos todos.

Era ya muy tarde y abandonamos la sala para sumergirnos en la fría noche lagunera, algunos en busca de algo para recuperarse de las emociones que siempre deparan los estrenos y otros en busca del sueño reparador.