sábado, 24 de noviembre de 2012

EL SEÑOR G EN VECINDARIO

Este mes, en medio de la crisis que nos asola, se han solapado tres muestras de cine que han permitido la visibilidad de cortos canarios en salas. La muestra de cortometrajes de La Orotava, que fija su atención en los cortos de gran empaque en una carrera por llenar la sala Teobaldo Power a toda costa (esa obsesión por las audiencias que han llevado a las televisiones a las simas más profundas de idiotez), la muestra de cortometrajes San Rafael en Corto en Vecindario, mucho más modesta en intenciones pero llena de aciertos, y Cineescena, un feliz híbrido entre cine y gastronomía, que este año ha trasladado su sede al Espacio Cultural Aguere, donde el cine es la excusa y la excitación de las papilas gustativas el centro de atención.

Del festival orotavense ya dio acertada crítica Iván López en su su entrada "Conciencia de generación" del blog Cinematik76, de cómo se soslaya una y otra vez desde diferentes ámbitos la producción canaria, en una manifestación más de un sentimiento de inferioridad de lo canario respecto a lo de fuera, donde se priman unos estándares de producción que no se corresponden con el lugar que debe ocupar la imagen digital respecto al mundo, sino que, lo menos que se puede decir de ellas, es que son obras sin alma.

San Rafael en Corto celebraba su VIII edición. Nació como una iniciativa de la asociación cultural Gran Angular y sus inicios fueron muy modestos. Se instaló un televisor en una de las salas del Ateneo Municipal y allí se proyectaron los escasos vídeos que se habían presentado. Tal fue el entusiasmo de los participantes que al año siguiente pidieron permiso para proyectar en el Teatro Víctor Jara, una inmensa sala inclinada de forma semicircular con más de mil butacas, que se halla incluida en un complejo cultural con varias salas para exposiciones, talleres y conferencias.










En el espacio que se extiende frente a la fachada del edificio, varias banderolas anuncian el evento. En el hall, grandes paneles con la programación y una mesa donde se venden camisetas y en la que al final de cada sesión se deposita la urna para el voto popular. No hay premios en metálico, solo el reconocimiento de las obras que hayan tenido más aquiescencia. El palmarés inicia posteriormente un recorrido por diferentes centros culturales y salas de exhibición.





Los palmarés de las anteriores ediciones (los mejores dos cortos de cada proyección diaria por votación popular) se proyectan de continuo en el interior de un container cedido por el ayuntamiento, un espacio reducido pero muy útil, económico y versátil, con apenas una docena de sillas y un aparato de televisión.

En uno de los amplios espacios del centro, se exhiben las fotografías del making of de “El señor G”, el cortometraje que el colectivo Gran Angular realizó en el campamento de refugiados de Dajla, coincidiendo con el Festival Internacional del Sahara. El señor G es un simpático cuento con una estética cercana a las ilustraciones de “El principito” de Saint Exupery, que contó con la colaboración entusiasta de un grupo de niños saharauris que expresa con simplicidad, a partir de una semilla que el protagonista planta en medio del desierto, el deseo ferviente de una pronta resolución del conflicto.

Una sincera preocupación social anida en el seno de los miembros del colectivo, cuyo trabajo desinteresado y no remunerado se ve compensado por el reconocimiento de los jóvenes realizadores, muchos de ellos primerizos, que ven expuesta su obra en pantalla grande, y les contagian su entusiasmo, animándose unos a los otros a seguir. Unos a realizar una obra más ambiciosa, contaminada por su exposición a la alteridad de la obra de los demás, y a los otros a no desanimarse por la crisis y seguir en el empeño de ofrecer nuevas ediciones de una muestra de cortos imprescindible, alejada del eje capitalino S/C de Tenerife-Las Palmas de Gran Canaria que imanta al grueso de los realizadores, actores y técnicos, una muestra que no hace distingos en la técnica empleada, en el amateurismo o la profesionalidad, porosa al mestizaje de géneros y cánones. 

El compromiso social del colectivo se materializa en la selección de los temas y en las películas y personas invitadas, Mercedes Afonso y su documental “Mujeres bajo la piel” (un espeluznante documento sobre la situación de las mujeres inmigrantes que llegan en pateras), y Álvaro Longoria con “Hijos de las nubes, la última colonia”, con un contenido mucho más político. Las proyecciones se complementan y amalgaman con una selección de Casa África y del Festival de Cine Africano de Córdoba y una muestra de trabajos de jóvenes realizadores de La Habana.

Sorprende la heterogeneidad de las sesiones, un videoclip realizado en un taller de cine junto a un relato detectivesco interpretado con entereza por discapacitados o la puesta en escena de una estampa del pasado isleño, la de las lavanderas, con una estética indigenista, producida por una asociación juvenil, junto a productos más acabados profesionalmente.

Invitado por el festival para presentar el cortometraje Nube9 que rodamos el verano pasado, me dejo llevar por dos entusiastas colaboradoras del colectivo que me conducen por los diversos espacios del centro para contarme las vicisitudes de la muestra mientras vemos una exposición con todas y cada una de los cortos enmarcados que incluye fotos, sinopsis, ficha del corto y semblanza biográfica de cada cortometrajista, alrededor de una gran pantalla donde se proyecta Casablanca, un icono del cine.




El teatro ha tenido que ser acondicionado estos últimos años, me cuentan cuando les señalo una serie de paneles en la parte superior, para resolver los típicos problemas del sonido. Ahora las condiciones acústicas han mejorado y el nuevo cañón que proyecta HD full hará las delicias de los cineastas, acostumbrados muy a su pesar a las proyecciones en dvd.



Si precisas de un espacio para alguna actividad hay cola de espera. Bien, me digo, unas excelentes instalaciones culturales para un municipio con una rica vida cultural. La afluencia de público para un acto de este tipo es buena, más de ciento cincuenta personas el fin de semana y alrededor de cien entre semana, y eso que hay partidos de fútbol, ayer jugaba el Madrid y hay el Barça, me dicen. Sonrío para mis adentros, siempre el fantasma del fútbol, eclipsando las actividades culturales. Pero el fervor por la sala oscura persiste.

El público ha acudido, personas jóvenes y mayores, algunos quizás amigos, colaboradores o familiares de alguno de los cortos a concurso. ¡Ah, el público! Pues sí, empieza a haber gente que se interesa por los cortometrajes rodados en estas islas. Incluso acude cada noche la televisión local para capturar las impresiones de cada invitado. Los organizadores, Agustín Domínguez a la cabeza, extreman los detalles para causar una buena impresión.

 Me encuentro con el periodista y realizador Iván López, y también a Daniel León Lacave, practicante del cine leve, de los cuales también ponen cortometrajes. Me invitan al día siguiente a los Multicines Monopol, donde Armando Ravelo va a rodar algunos planos de un nuevo vídeo en defensa de esta sala emblemática de Gran Canaria, sede durante los últimos años del Festival Internacional de Cine de Gran Canaria, amenazado de cierre por un brutal descenso del número de espectadores.

A las diez de la mañana nos acercamos a los multicines y con un fervor casi religioso nos introducimos de tapadillo en el templo del cine, ahora vacío y silencioso, y encontramos a Armando Ravelo y a Domingo de Luis debajo de una de las pantallas en una de las salas, cacharreando con un foco que dejan finalmente en el suelo y con una cámara de fotos que no es sino una de las mejores cámaras de video digital de la que a todo el mundo oigo hablar.

La idea es muy simple, rodar unos pocos segundos con un director y su actor o actriz preferidos, en una minimalista acción que remita a alguna de sus películas. Así: Iván López con Marta Viera, Daniel León Lacave con Lamberto Guerra…

A mí también me invitan, pero no tengo la suerte de andar acompañado, ya me gustaría a mí contar con alguna de las actrices locales (y lo intenté en Rondó, pero esto es otra historia que contaré más adelante). Ellos insisten, al final se me ocurre que podría estar leyendo un libro y unas manos femeninas entran en cuadro y lo cierran. Naira Gómez se apresta a rodar conmigo. Es ella a quien miro cuando miro fuera de plano y se crea un suspense que dura unos segundos. Gracias, Naira. Ya puedo decir que he rodado un corto contigo, un cortito de diez segundos.

 Al final, la foto de familia. Una luz espectral ilumina los rostros, configurando unas poses de revista de moda, tipo jóvenes emprendedores, líderes del fututo o simplemente nueva generación de cineastas, sea lo que sea lo que signifique esto.

Una foto que quizás perdure. La semilla del señor G quizás fructifique.

De izq. a derch: Marta Viera, Iván López, Lamberto Guerra, Naira Gómez, Mery Díaz, Ado Santana, Daniel L. Lacave, Maykol Hernández, Josep Vilageliu, Domingo de Luis y Armando Ravelo. 

jueves, 1 de noviembre de 2012

LA LUZ DEL CINEASTA INCRÉDULO

A Zacarías de La Rosa le impactó la extensa y solitaria playa de Cofete cuando la pisó hace ya muchos años. Sintió que allí tenía que volver para rodar una película. La luz de Mafasca le persiguió. Necesitó varios años y la escritura de muchos guiones que no eran más que fallidas versiones de una obsesión por atrapar un misterio que estaba en la boca de todos pero que nadie sabía expresar.

Volvió a la isla una y otra vez y al final rodó sin guión, dejándose llevar por la experiencia de la isla y de la fuerza de sus actores desplazándose a pie o en coche por las laderas y los riscos, dejando que los personajes se fueran perfilando en relación al paisaje, suspendidos entre el cielo, el mar y la tierra. Isla sexual. Paisaje violento, telúrico, que exacerba las emociones y espolea la imaginación.





Primero fue la voluntad de un documental. Veo a José Víctor Fuentes en la periodista en busca de testimonios para un programa más de televisión. Es parte de su trabajo. Cuando termina, simplemente se marcha. No deja huella. El lugar no le afecta.








Pero a Jose Víctor sí le afectó. Acabó contaminado por las historias que le fueron contando. ¿Cómo contar entonces, cómo explicar en imágenes su desazón, los sentimientos que lo exaltaban cuando la oscuridad caía sobre el mundo y el mar se confundía con la arena de la playa?

Seguramente vio en uno de aquellos atardeceres alucinados el cuerpo sin vida del soldado todavía atado a su paracaídas, que se hinchaba por el viento y que las olas al retirarse habían dejado al descubierto. José Víctor se sintió como aquel cuerpo entumecido, al irse despojando de los vestidos que lo identificaban como una pieza más del engranaje social para incorporarse al reino de las sombras de la creación.



Qué curioso que los testimonios de los lugareños, el primer material que grabó, apenas nos dicen nada sobre la Luz. José Víctor recurre al socorrido recurso del periodista que indaga, siempre efectivo. Así integra la parte documental en el cuerpo del relato sin demasiadas estridencias. Y aunque podría ser un fake apenas importa. El film comenzaba con el rostro apenas encuadrado del sargento que inicia un videodiario grabándose a sí mismo. Feliz ocurrencia porque precisamente la luz está en el interior de cada uno, ilumina su vida en un plis plas.


José Víctor se apropia así de la leyenda, sintetizando en pocos rasgos las diversas interpretaciones de la misma: el castigo por un pecado cometido, la historia de la mujer sevillana acusada de brujería que acabó habitando un caserón en Gandía. Y los motivos visuales que permanecen en todas las versiones: las almas en pena, los cabreros y las cruces de las tumbas. Y algunos testimonios como la del incrédulo sargento que se sobresaltó al presenciar el misterio de la luz. En el film de José Víctor el pecado anida en la seducción que ejerce la periodista sobre una ingenua chica del lugar, pintándole las moderneces del mundo de afuera. Hay, también, el pecado nefando de la carne, contra natura, condenado por la iglesia al fuego eterno, en el triángulo que conforman Tahísa, Paula y la periodista venida de fuera.



José Victor Fuentes, que firma como Zacarías de la Rosa en recuerdo de un corto anterior donde exploraba la imagen real y la creada en estudio mediante maquetas, explora aquí las relaciones entre el respetuoso lenguaje del documental y los tropos del género fantástico, moviéndose con soltura alucinada entre la fisicidad de la isla y los devaneos de la mente, entre lo real y lo soñado, entre el mundo de la vida y las representaciones de la muerte.

Las tumbas abiertas en la arena, las caminatas de los personajes en la creciente penumbra cuando el cielo y la tierra se confunden en una misma pincelada, el golpe seco de la pala quebrando una vida humana, el sonido quejumbroso del viento como alma en pena que la obsesiva música de Raúl Capote deja al descubierto cuando se detiene de modo abrupto, se configuran como las rimas de un poema incierto que superpone acontecimientos y personajes como si fueran uno solo.



En un mismo espacio coinciden varias historias en el tiempo. El tiempo que entendemos como real, el tiempo contenedor de las leyendas. La leyenda como una forma viable para transmitir un misterio. La leyenda que nos narra el misterio de las emociones que tratamos, inútilmente, de esconder en nuestro interior y que, en un momento dado, estallan.

Afirma la leyenda que todas las verdades al final son reveladas. Víctor Fuentes sin embargo opta por velar el significado del film. Prefiere la opacidad de la poesía a la transparencia de la prosa. Los misterios deben mantenerse ocultos, enterrados en la arena, en contacto con la sangre derramada que fructificará en la leyenda.

Una leyenda que nos cuenta una misma historia repetida una y otra vez, actualizándose en las personas que se pierden en sus meandros. Personajes que se convierten en almas en pena, enfrentados a lo que son, a sus pasiones más inconfesables y a sus crímenes más abominables.


José Víctor Fuentes hablaba hace muy poco tiempo, desde la plataforma del Festivalito de La Palma, de un cine de guerrilla. Coge una cámara y dispara, nos decía. Hay que matar la realidad. La realidad que no nos deja ver lo que hay, lo que somos.

La luz de Mafasca se configura como una luz que ayuda al cineasta incrédulo, atado a unas normas, a ver y a narrar lo que está detrás, lo que llevamos dentro. Jose Víctor descubre en su interior a Zacarías de La Rosa, el dragón dormido.

La experiencia que relata Zacarías de La Rosa en Fuerteventura, con un equipo reducido de personas, inoculando el virus del entusiasmo, dejando que la historia vaya emergiendo con el paso de las horas y el cambio constante de la luz, disfrutando al compartir los diversos oficios del cine, remite a la experiencia del Cine Leve.


miércoles, 19 de septiembre de 2012

ESCRITO SOBRE LO ESCRITO: ESTRENO DE CORTOS CANARIOS

El pasado jueves día 13 y el lunes 17 de septiembre se proyectaron en Tenerife y en Las Palmas respectivamente varios cortos canarios rodados de manera independiente, que motivaron varios comentarios en distintos blogs y en las redes sociales.

Daniel León Lacave habló en las presentaciones de que eran muestras de “cine leve”, por lo menos la suya, claro exponente de un cine hecho con muy pocos medios pero que permite por otro lado la improvisación y la experimentación. Eduardo Rojas, en su entrada “¿Los últimos mohicanos?” afirma que hacer cine independiente “revela audacia y un conmovedor entusiasmo por hacer lo que les salga en gana”, lo que indica que “sus propuestas no estén encadenadas a lo que un espectador meridianamente iniciado en cortos espera recibir”.


El propio Eduardo se sintió al principio desconcertado cuando empezó a ver los cortos del “cine leve”, pero se rehizo enseguida y proclamó que eran exponentes de un cine poético.

Daniel, en la presentación de las Palmas, casi pidió perdón por lo críptico de su propuesta. En realidad, con Ángeles dejó atrás la estructura de sus anteriores cortos, siempre preocupado por la claridad y transparencia narrativa de sus historias, para dejarse llevar por la inspiración y por encontrar la mejor manera de rodar su historia, olvidándose del guión, para fijarse más en los elementos de la puesta en escena con los que podía contar en cada momento: los actores y los escenarios naturales de un Madrid invernal y despiadado, los túneles y andenes del metro, las cuatro paredes de un minúsculo apartamento donde rodó, casi al mismo tiempo, la ácida comedia “Una puta crítica” con los mismos actores. 

Ángeles le salió de dentro y eso se nota en cada encuadre, en la mirada enfebrecida de una extraordinaria Penélope Acín, y en cada uno de los movimientos de cámara alrededor de los cuerpos de las actores. Daniel desconfiaba del efecto de sus imágenes en unos espectadores que conocían su anterior tipo de cine, más convencional, y de la posible reacción furibunda al sentirse defraudados. 

Hubo expectación y mucha. Más en el evento del estreno en Las Palmas, en feisbuc, que en el de Tenerife. Y sin embargo se llenaron las dos salas, la del TEA, más pequeña, y la de los multicines Monopol, la grande (después de un tira y afloja con los responsables del cine).

En Tenerife hubo un insólito despliegue mediático, casi una página entera con foto en El Día, en El diario de Avisos y en La Opinión, cuando en otras ocasiones apenas había salido una escueta nota de prensa enviada desde el TEA. En El Día apareció al día siguiente una entrevista a toda página y más fotos, gracias a José Andrés Dulce, que ya desde los años noventa me había seguido la pista con extraordinarios reportajes sobre los sucesivos estrenos de mi trilogía (Venus vegetal, La ciudad interior y Ballet para mujeres).

En Las Palmas no se mencionó la proyección de los cortos en ningún periódico.

El público fue arrastrado gracias a las redes sociales y a los blogs que se habían hecho eco de los estrenos. En Las Palmas ya estaba Dani acostumbrado a la afluencia de amigos y colegas en los estrenos de sus anteriores cortos, pero la sesión del TEA en Tenerife estuvo por encima de nuestras expectativas más optimistas, acostumbrados ya ser directores de culto, con un público fiel pero cada vez más adelgazado. ¿Sería porque era una de los primeros encuentros culturales del nuevo curso, después de la travesía del desierto del verano? ¿O es que frente a la crisis nos sentimos más proclives a salir de nuestros cuarteles de invierno para otear el horizonte y comprobar que no estamos solos?



El duelo también se benefició del espíritu de la levedad. Cuando el equipo salió a rodar hacia la localización escogida, en lo alto de una montaña, el estado del tiempo, una espesa niebla que desleía el escenario, se lo impidió. En este momento, en vez de dejarse llevar por el desánimo, a alguien se le ocurrió ir a rodar a “la ballena”, la estructura de una nave inconclusa que cual osamenta de un animal extraordinario se levantaba cerca de allí. Es esta nueva localización la que impregna visualmente el corto, la que lo engrandece, con unos sabios planos iniciales de esta arquitectura desquiciada que define la debacle de nuestro tiempo, con su tono sepia, sobre el que se siluetean los dos personajes que van a enfrentarse.

Eduardo, en El escobillón, descubre un sentido en la selección de los cortos, pues los directores “tantean géneros tan reconocibles como el fantástico, el espagueti western y la ciencia ficción pero reinterpretados a su gusto”. Iván López, en cambio, solo ve en la entrada "estreno de cortos en el TEA" en su blog Cinematik76, la sombra alargada de Tarantino, un estigma que también yo aborrezco cuando me enfrento a tantos cortos donde aparecen armas de fuego. Dani replica que lo más reconocible de Tarantino son sus largas peroratas sin sentido y no tanto los disparos, que también los hay.

Eduardo escribe desde su dilatada experiencia como periodista y como empecinado bloguista, inmune al desaliento. Iván lo hace desde su praxis cinematográfica y su conocimiento del cine canario actual a través de su extinto programa de cine. Eduardo insiste en que “los géneros son finas capas de barniz para indagar en sus reflexiones acerca de las relaciones de pareja, la incomunicación, la soledad y el sexo”. Y en esto le doy la razón.

A Iván López, al ver Ángeles” le vienen a la cabeza las imágenes de los ángeles caídos de las películas de Wenders. Observa que “detrás de cada uno de los planos hay una intención de contar con sutileza un simbolismo propio”.

Tanto Eduardo como Iván trascienden la crítica del gusto y hacen un esfuerzo por encontrar sentido a unos cortos que van más allá de contar llanamente una historia, que buscan, a través de sus imágenes, una estética que encarne cinematográficamente unas intenciones, una visión del mundo.

Daniel encontró muy frío el público del TEA (en Las Palmas hubo más risas en El duelo y más aplausos en general). Se encendieron las luces y la gente permanecía todavía sentada, quizás, pienso yo, rememorando las imágenes recién vistas, de un cine que potencia las imágenes sobre el argumento, que busca dejar un poso).

En Las Palmas, en cambio, la gente se levantó de golpe y salieron todos por la puerta bajo la pantalla. Quizás porque cada lugar impone sus reglas, el TEA es un espacio de la cultura y exige silencio, los multicines absorben y expulsan cantidad de espectadores en cada sesión.

Es importante que el cineasta pueda dialogar con su público. Cuesta enfrentarse al amigo cuando a uno no le ha gustado lo que ha visto. Hay timidez si uno cree que no ha entendido muy bien los cortos y no se aventura a adelantar una hipótesis (a mí me pasa, siempre espero un tiempo antes de decidirme por saber qué he visto).

Los blogs son ahora naturales cauces de diálogo entrecruzado. Cuantos más puntos de vista más se enriquecerá el cineasta. O un espectador que se asome podrá contrastar su propio parecer, sentirse reconfortado porque no andaba tan descaminado como creía. Y expresar su propio punto de vista a pie de página.

Agradezco desde aquí a los blogueros que nos acompañen en nuestra andadura a ciegas, podremos estar o no de acuerdo, pero sabremos cómo nos ven, se acortarán distancias. La verdad nos hará amigos (y no al revés). Agradezco también la no-crítica de David Delgado Sanjinés en su extinto blog "Breviario de un escéptico", Comparto con él el prurito de hablar del trabajo de colegas cuando uno está también en la brecha. Pero, si no hay una plataforma donde podamos compartir nuestras preocupaciones, dónde si no en la nube?


lunes, 3 de septiembre de 2012

SOBRE NUBE 9

El estreno tardío de Nube9 se superpone a la fase de postproducción de nuestro último cortometraje. Mi pensamiento está más volcado en afinar el montaje de RONDÓ que en la reflexión sobre mi intento de aproximarme a un cine de género muy codificado como es la ciencia ficción y que abordé el año pasado.

Pero los días se van desvaneciendo y se acerca el momento en que debo mostrar mi obra a personas ajenas a mi círculo de amigos. Más todavía si la obra, tal como está reposando en el disco duro de mi ordenador, sigue todavía incompleta. Debo, pues, poner punto final. Dejar definitivamente cerrado el proyecto.



El mismo título apareció por un error al crear un grupo de trabajo en Facebook. El encargado de hacerlo, por las prisas no pulsó la tecla de mayúsculas y se grabó un 9 en vez del cierre de paréntesis detrás de la palabra Nube. Sonaba bien, nueve – nube – nueve. Y así se quedó, como un feliz hallazgo. Más tarde me entero que el equivalente en inglés Cloud 9 tiene un significado parecido a “la sexta felicidad” o “el séptimo cielo”. La “nube” estaba apoderándose insidiosamente de mi proyecto.

Debo adelantar que cuando inicié mi proyecto apenas se oía hablar de “la nube”. En este año transcurrido es muy normal subir fotos o películas a la nube y dejarlas allí. En la nube puedes compartir tus proyectos. La nube, esté donde esté, es un punto de encuentro.

Había un imagen que rondaba en mi cabeza desde hacía tiempo. La llegada del personaje que interpretaba Eddy Constantine a un hotel de París (en la ficción Alphaville), donde las camareras se ofrecían a los clientes como un servicio del hotel. Eddy Constantine, fiel a su personaje de duro, se la quitaba de encima y protagonizaba de paso un tiroteo de lo más absurdo en una escena propia de los hermanos Marx. Godard engañó a los productores alemanes y transformó lo que debía ser un episodio más de la franquicia de Lemmy en un film filosófico, hipnótico y poético que acabó con la carrera de Eddy Constantine.

Puestos a jugar con la ciencia ficción, por qué no seguir el ejemplo de Godard que situó su particular utopía en las calles de París prescindiendo de toda la parafernalia propia del género.

Aunque mi particular homenaje al maestro termina aquí. Nube9 no tiene nada que ver con Lemmy contra Alphaville. Se aprovecha, al igual que en aquel film, de la estructura de viaje a un no lugar: u (no) topía (lugar), esa palabra que inventó Tomás Moro para la isla de su invención y que luego sería tomada para definir todo un género.

Así que tenemos un personaje que ha llegado a Nube9 desde el exterior (Miguel Ángel Rábade). Desconoce todo de esta nueva realidad. Un personaje femenino (Chantal Rodríguez), como una Ariadna, le ayudará a desandar el laberinto. El otro personaje femenino (Leonor Cifuentes), se presentará como una sombra de otra vida que ella ha olvidado y él probablemente también.


Chantal Rodríguez y Miguel Ángel Rábade

A diferencia de otras narraciones que describen otras tantas utopías, aquí no hay una estructura social que se plantee como alternativa. El mundo de Nube9 se circunscribe a una única habitación de hotel que se repite clónicamente. Como en Alphaville, se plantea una utopía pesimista. ¿Se puede escapar del mundo virtual de Nube9? ¿Nos encontramos todos ya, definitivamente, colgados del nuevo paraíso?

Para rodar Nube9 volví a los escenarios de Fantasmas (un mediometraje que rodamos en 2005), este no lugar que está tan cerquita de nosotros y que se llama Puerto de La Cruz.

En esta ocasión, las cosas no rodaron tan fáciles. Empezamos con buen pie en los espacios comunales del hotel. Pero era temporada de verano y había gente. Sentimos a nuestro alrededor una animadversión creciente. Rodamos hasta bien entrada la noche en la habitación. Al día siguiente, sin apenas haber dormido, empezamos tarde, pero debíamos dejar la habitación antes de lo previsto.



Ramón Santos, ayudado por Aitor Padilla y Eduardo Gorostiza, necesitaban tiempo para fijar con la luz los contornos de una realidad engañosa donde los cuerpos pudieran relacionarse alrededor de una cama. Los personajes escuchan y ven otras realidades, pero al espectador se le niega esta posibilidad, al igual que al viajero.

Dispusimos un simple espejo en la habitación, como una puerta de entrada o como un ojo o como uno de estos espejos que se prodigan en el cine y que nunca reflejan la misma cosa aunque lo parezca. No queríamos pantallas de televisores ni de ordenador (en realidad, el espejo nos ayudó a enmascarar el televisor que estaba fijado en la pared).



El guión, que sobre el papel prometía una buena historia, empezaba a desbaratarse. Añadí escenas, eliminé otras. De repente, como ocurre con algunos escritores en medio de la escritura de una novela, los personajes adquirían otros rasgos y empujaban la historia en una dirección no prevista. Apareció una historia de amor con ecos resnerianos.

Miguel Ángel Rábade y Leonor Cifuentes

Tras muchas vacilaciones, encontré finalmente el espacio para representar el inframundo. Ramón Santos resolvió los planos más fantasmagóricos con un simple y eficaz juego de luces, más propio de Méliès que de los actuales procesos de postproducción. Elena diseñó el vestuario y Verónica Galán propuso un simple garabato en el maquillaje para representar la uniformidad de los habitantes de Nube9.

René Martín va por la tercera versión de la música del corto. Tampoco él parece estar muy seguro del terreno que pisa. Como tampoco lo estaban los actores. Cuando rodábamos la última escena, de repente empecé a darles instrucciones que nadie comprendía y que nunca habían estado en el guión. ¿Por qué debían caminar con los ojos cerrados?


Ramón Santos (fotografía), René Martín (Sonido) y Eduardo Gorostiza (ayte. fotografía)

Creo que también nosotros habíamos entrado en la Nube9 (quizás aquella noche en el hotel, esperando que amaneciera, en un despiste) y me temo que todavía no hemos podido encontrar la salida. Espero que el próximo estreno nos libere y podamos afrontar el siguiente proyecto.

viernes, 8 de junio de 2012

EL NUEVO CATÁLOGO. ¿EL FINAL DE UN CICLO?


Si miráramos atrás y, con la perspectiva de los años y el conocimiento de los cientos de cortos que se han rodado en Canarias desde que comenzó el siglo, los siete cortos que componen el catálogo de este año, una selección de los “mejores cortos” rodados entre 2011 y 2012 realizada por un comité de expertos para que representen a Canarias en el mundo, podríamos darnos cuenta del largo camino emprendido con la revolución de lo digital (y que no excluye la todavía realización de cortos en formato cine), y los profundos cambios acaecidos tanto a nivel temático como a nivel de las competencias técnicas y profesionales que se han llevado a cabo en estos últimos años.

El Catálogo, a pesar de lo subjetivo de cualquier selección, no deja de ser una muestra de las preocupaciones de los cineastas y del estado de la cuestión del audiovisual en Canarias, y por lo tanto susceptible de ser analizado en relación de las películas presentadas en anteriores catálogos y del resto de cortos, los excluidos, que han podido verse en festivales y muestras de cine o estrenados en salas durante este año.

Es significativa también la expectación que cada año provoca la proyección del Catálogo en las diversas capitales de las islas, que convoca a una gran cantidad de público. Este año han sido muy distinta la asistencia en Las Palmas, mucho menor  respecto a la de Tenerife, quizás debido a que la mayoría de cortos correspondían a productoras de Tenerife y es sabido que no es lo mismo jugar en casa que fuera, pues cada equipo se trae a sus fans y así se llenan las salas. Era evidente el flujo de personas entrando y saliendo de la sala entre cada corto.

Otro motivo podría ser el cambio de salas. En Las Palmas los cortos se proyectaron en el Guiniguada, sede renovada de la Filmoteca Canaria, cuando siempre había sido en una de las salas de los multicines Monopol. En Tenerife se decidió hacer la proyección en la sala más grande del recuperado Cine Aguere de La Laguna, ahora convertido en Espacio Cultural.

El martes la proyección en Las Palmas reunió a 87 personas. A la misma hora, en la proyección semanal de películas canarias que se realiza todos los martes en el Espacio Cultural Aguere asistían una decena de espectadores. La siguiente convocatoria era el jueves siguiente en Tenerife.  Ese día coincidían dos proyecciones: el estreno de dos cortometrajes auspiciados por Centrífuga Producciones en  el TEA y la proyección del Catálogo en Aguere.  Contra todo pronóstico, ambas salas se llenaron (230 en el TEA y 450 en el Espacio Cultural Aguere).

A nivel temático, es interesante detectar un desplazamiento de las preocupaciones de los cineastas desde un cine de género, en general violento y apadrinado por las maneras posmodernas de un Tarantino, y que dominó el panorama durante los primeros años de la década, a un cine endogámico sobre los conflictos sentimentales y el paso a la madurez, expresados de una manera traumática, que determina a toda una generación de jóvenes realizadores.

Este desplazamiento temático se constituye como metáfora de la frustración de toda una generación de jóvenes cineastas, desde las iniciales expectativas profesionales hasta la situación actual de los mismos ante un futuro incierto y desesperanzado. Es curioso y significativo el leit motiv que se repite en varios cortos, el tema de la nostalgia de un pasado más o menos cercano frente a un presente doloroso. El cine como un acto lúdico y gozoso ha ido derivando hacia una actividad lacerante en la que se busca el reconocimiento.

Lo encontramos en Ivan López (“Cosas que olvidamos”, un título a lo Coixet), pero sobre todo en Chedey Reyes. En su “Historia de amor” su alter ego es alguien que mira la realidad a través de una pequeña abertura en un muro, que coincide con el ojo de un graffiti. En este pasado que rememora se halla la inocencia perdida del relato clásico donde el placer de mirar no tiene secuelas. Era una época en la que se podía mirar impunemente porque solo existía el presente. 

Este instante de felicidad puede saltar hecho añicos, parece decirnos Vasni Ramos en “En un momento”, no solo porque se pueda perder a un ser querido, sino porque nos ancla la mirada en un plano secuencia doloroso, a la manera del cine de Haneke, y no podemos dejar de mirar. Vasni Ramos, siempre preciso tanto si hace una comedia como un thriller, mantiene el plano hasta lo insoportable, impidiendo con la ausencia del cambio de plano que no podamos sustraer nuestra mirada de un mínimo suceso narrado hasta las últimas consecuencias.

Aunque también puede ser doloroso cuando se nos escamotea lo mirado, como cuando en el corto de Chedey Reyes, el cuerpo del ser amado cubre el minúsculo “objetivo” practicado en el muro impidiendo la visión traumática de una violación consentida.

La puerta como lugar de tránsito de un espacio a otro (de un plano a otro), se constituye paradójicamente en muro que separa a los dos protagonistas en “La vida en las manos” de Mercedes Afonso, la historia de otra separación traumática, un corto que se aparta del buen rollo que rezumaba “El amor se mueve”, su anterior largometraje. Mediante una sencilla pero efectiva puesta en escena, Mercedes Afonso se desdobla en la actriz Naira Gómez para hablar de sí misma. Tras una noche de amor, la mujer le pide a su pareja que se marche del apartamento y de su vida para siempre. Para ello le propone que abandone el espacio que han compartido hasta ahora sin que pueda visualizar la partida. Él deberá marcharse mientras ella se toma un largo baño.

Si bien hasta ahora ambos habían compartido el encuadre, a partir de ahora Mercedes Afonso filma a sus  personajes cada uno en su propio espacio, separados por una puerta. La mujer organiza la separación mediante una elipsis, esperando que la ausencia de una imagen (la de él cruzando el umbral), no sea tan doloroso ni traumático. Pero todos conocemos el valor de una elipsis. El dolor será, probablemente, más intenso y duradero y la ausencia de esta imagen perdurará en la memoria.


En “La caja de Medea” el espacio se duplica en dos apartamentos idénticos de un hotel junto a la costa. En uno de ellos la protagonista construye, como el guionista de un film, la narración de una relación anterior tormentosa que tuvo lugar en el apartamento contiguo. Solo es necesario cruzar el pequeño muro que separa las terrazas de los habitaciones del hotel para hallarse del otro lado. Los fantasmas ocupan los espacios del presente. La mirada ya no es inocente. Es ambigua. Está llena de resonancias cinéfilas. 

José Cabrera y Samuel Alarcón dejan de lado sus elucubraciones docuficcionales de sus anteriores cortos para construir un artefacto ideado para crear angustia, rodado en formato cine. Es la angustia de un relato que avanza a trompicones, que se deshace en vez de armarse, que deja al espectador en la intemperie. José Cabrera rompe la continuidad del relato mediante interrupciones abruptas del espacio tiempo cinematográfico, en las antípodas de la continuidad del relato de Vasni Ramos.


Se trata de un acto de nostalgia cinéfila, muy distinto del que vertebra Sebastián Álvarez  en “Velando los muertos”, una comedia que se quiere esperpéntica, siguiendo la estela de “La caja” de Juan Carlos Falcón, probablemente el mejor largometraje canario junto a “El camino dorado” de Ramón Saldías  y “Fotos” de Elio Quiroga.  Rodado en blanco y negro y apoyándose del buen hacer de un grupo de actores en estado de gracia, intenta, como The Artist con el cine silente, la reconstrucción de un cine anterior, lleno de fantasmas de otros tiempos, de una Canarias que ya no existe.

Una operación nostálgica que también intenta Iván López al olvidarse de la ligereza de sus anteriores cortos para poner en pie una producción de altos vuelos que lastra la verosimilitud del relato y el buen hacer de sus magníficos actores. El esfuerzo de producción en la recreación de atmósferas y el cuidado de la fotografía, en detrimento de una planificación más pausada y menos televisiva, le quita densidad a un relato que podría haber sido más incisivo. 


La rutilante puesta en escena de la secuencia del baile de antiguos alumnos (que podría recordarnos a la fiesta retro de “Peggy Sue se casó”), excesivamente alargada, se come literalmente el drama interior del reencuentro de la pareja protagonista, que debería haber tenido más espacio. ¿Es una de las “cosas que olvidamos” la puesta en escena del cine clásico? Nostalgia pues de un cine que ya es historia y que no puede ser, como bien queda reflejado en este final nostálgico sobre lo que fue y pudo ser.

El cine canario se viste de largo en este catálogo, muestra de la profesionalidad de técnicos y actores, capaces ya de plantearse otros riesgos de mayor envergadura. De los siete, apenas dos habían recibido ayuda del Gobierno de Canarias a través de la fórmula de coproducción con Canarias Cultura en Red. El resto son apuestas de productoras locales para poner en pie producciones solventes capaces de competir en igualdad de condiciones con los cortometrajes nacionales supersubvencionados en el circo nacional e internacional de los festivales de cortos, donde estos siete cortometrajes se van a exhibir como un producto más de Canarias, un sello identificador de su cultura como los vinos de denominación de origen o los quesos de cabra.

Si el cine es este mediador entre la vida y el arte, si es esta herramienta que los creadores utilizan para darle un sentido coherente al caos de nuestras vidas, esta muestra del cine canario nos revela mucho de esta generación de cineastas, más preocupados por sus devaneos sentimentales en una rueda sin fin de separaciones y traumas que por el lugar que van a ocupar en la sociedad, seguramente porque se sienten excluidos de la misma.


Esta coincidencia temática por el desamor, ya anticipada en “Como siempre” de Jairo López, quizás la radiografía más pertinente sobre esta generación, se agota en sí misma. Es por ello que pienso que estamos en un momento de transición. De la copia genérica se ha pasado al ensimismamiento del yo. En este contexto, “El círculo” de Eugenia Arteaga, funciona como una reflexión sobre este enquistamiento de los sentimientos (y de las formas que los sustentan) que impide cualquier salida del estado de crisis permanente.

En este corto, que nació como un encargo de la fundación Funcasor y Eugenia ha tenido la habilidad de llevarlo a su terreno, la rotura se establece entre la pareja formada por un chico sordo que trabaja como monitor y una intérprete  que ha convivido con sordos toda sus vida. El muro que les separa es cultural y físico. El monitor establece con ella las reglas de un juego nada inocente: ella deberá obturar todos los órganos a través de los cuales nos relacionamos con la realidad, la vista, el oído y el tacto. La total pérdida de sensibilidad y de las coordenadas espaciotemporales la lleva, por un lado, a una total dependencia del otro, pero por otro lado le ofrece la posibilidad de encontrarse a sí misma indagando en su interior.

El cine canario ha hecho su camino desde la dependencia y la copia de otros cines, en especial el cine americano, hasta un cine hecho desde el interior de un círculo, donde cada uno de los directores ha podido indagar en su especial circunstancia. Cabe esperar que ahora, llegando a la madurez, a la conciencia quizás demasiado dolorosa del yo, puedan salirse del círculo protector y mirar de nuevo alrededor, a la vida y al arte, estableciendo de nuevo un fecundo diálogo con el cine que les ha precedido y con los nuevos cines de la periferia, huérfanos también de la figura paterna que hubiera hecho de nuestro mundo un mundo más seguro. No hay más remedio que seguir narrándonos, cada uno a su manera, para no abrasarnos en nuestro caos particular. El cine se hace así muy necesario.

lunes, 30 de abril de 2012

EL ESTADO DEL CORTOMETRAJE EN ESPAÑA. La MIDEC 2012

La muestra de cortos que cada año promueve el Vicerrectorado de Relaciones Universidad y Sociedad de la Universidad de la Universidad de La Laguna, y que produce, gestiona y organiza la productora Digital104, es siempre un buen motivo para radiografiar el estado del cortometraje en nuestro país. Un estado que, dicho de buenas a primeras, es más bien exangüe y empobrecedor y que nos obliga a la reflexión.


La visión de El barco pirata, el espantoso cortometraje que se llevó el Goya este año, es ya un dato para el escalofrío. Más cuando es distinguido como el mejor cortometraje exhibido en la MIDEC 2012. En la elección desconozco si influyó el brillo conferido por los miembros de la Academia de Cine o por convencimiento propio de las personas del jurado.


En el caso de la Academia, es por todos sabido que en la concesión de los premios se da una extraña mezcla de amiguismo y oportunismo, y que gana quien consigue más votos de amigos y conocidos. Un perverso método que pasa por democrático y que inunda los concursos de toda índole en la red, donde quien más quien menos ha recibido la petición de darle a un “me gusta” a una determinada obra y que beneficia a fin de cuentas a la web en concreto (más anunciantes) y permite mayores ganancias en la bolsa a los lobbies del ciberespacio.

 El barco pirata es una zafia comedia de roma puesta en escena y sonrojante historia que transcurre durante la noche de los Reyes Magos y recuerda el peor cine español.

 No pude ver todos y cada uno de los cortos pero sí la mayoría. Eran todos subvencionados por las diversas comunidades y exhibían un poderío en la puesta en escena digno de mejores causas. Ambientada una durante la segunda guerra mundial en Rusia y hablada en ruso, imitando otra las texturas del cine mudo para describir una carrera de caballos en un hipódromo muy concurrido o reproduciendo un rescate en alta montaña por miembros de la guardia civil.

 Otros eran cortos intimistas que nos sumergen en dramas familiares, diversas soledades y encuentros concertados en el anonimato de la gran ciudad.

 ¿Qué cuentan todas estas historias? ¿Qué nos dicen de sus autores, del mundo en el que viven? Dentro de diez, veinte años, ¿nos dirán algo retrospectivamente del tiempo en el que estuvieron hechos?

 En general, se corresponden al corto de manual: contar una historia con final sorprendente. La conversación que sostiene un hombre mayor con su expareja por el móvil que seduce a los pasajeros durante el trayecto de un autobús, prendidos por una historia que se desarrolla veraz frente a ellos, no es más que una falaz puesta en escena para pedirles dinero. La supuesta historia bélica de un soldado atrapado no es más que una paranoia inducida por un videojuego. Una entrevista de trabajo se transforma en un juego perverso donde se invierten los roles de dominación dominado.


Pocas cosas se salvan del naufragio. El sutil juego actoral en Morir cada día, que transcurre durante una cena familiar, y donde se sugieren las causas de la quiebra de las relaciones mediante las miradas y una planificación cuidadosa. La difícil convivencia de dos adolescentes inadaptados en un instituto americano, rodado a la manera del cine independiente y acogiéndose a los tics, signo de la modernidad, de un Gus van Sant. La delirante mezcla de un dibujo animado, inspirado en Woody Allen, que convive en el mundo real y es sometido a un psicoanálisis donde asume su peculiaridad.


La muestra se exhibió por primera vez en una sala de cine, en condiciones óptimas de proyección, con una presencia moderada de jóvenes espectadores que acudieron al Espacio Cultural Aguere movidos por la curiosidad de conocer los trabajos de otros jóvenes y que salían satisfechos.


Supongo que en España se hacen otro tipo de cortometrajes, realizados por otros jóvenes que seguro que ven otro tipo de cine, más allá del cine americano, y que saben que otro cine es posible. Los cortometrajes que hemos visto estos días se parecen demasiado al adocenado cine español, como si sus guionistas y directores estuvieran haciendo méritos para conseguir la preciada meta del largometraje. 

No se trata tan solo de tener una buena idea y disponer de un buen guión. Es más bien una cuestión de dominio de la puesta en escena, del virtuoso conocimiento del poder de la composición del encuadre cinematográfico. Hacer cine no consiste en una plana transcripción de un guión, en narrar pura y sencillamente una historia sino en la búsqueda de imágenes potentes que queden prendidas en la imaginación del espectador.

Estas muestras de cine se retroalimentan de manera perversa. Se sale con la impresión de que este es el mejor cine que se hace, y que este es el cine que hay que seguir haciendo. Como es el cine que más premios recoge, los jóvenes aspirantes a cineastas imitan estos modos y aspiran a sus vez a amasar premios y galardones con cortos impactantes y sin alma.

martes, 10 de abril de 2012

UNA PELÍCULA AGRIDULCE. Otros tiempos, otras vidas

Hace unos días estrenamos el documental OTROS TIEMPOS, OTRAS VIDAS con el salón de actos de Cajasiete casi lleno. Allí estaban todas las personas que habían intervenido, dejando que la cámara explorara sus vidas. Habían venido acompañados de familiares y amigos, de hijos e incluso de nietos. Eran ellos los que daban la cara, los que se exponían a la crítica o al aplauso, como los actores que han confiado en el director y ahora, cuando el telón se alza, deben afrontar el calor o la frialdad del público.


El documental había alcanzado los 104 minutos, y esto no dejaba de preocuparme. Ya en un anterior pase de prueba, alguien en Madrid había comentado que resultaba demasiado largo. Yo, sin embargo, me aferraba a la idea de que una película con tantos personajes, necesitaba de tiempo para que cada uno de ellos calara en el espectador, para que este los fuera conociendo uno a uno y los reconociera más adelante.

Conocerlos era estar en sus casas, escuchar el tono de su voz, alegre o despreocupada, mientras hablaban de sí mismos o de lo que hacían. Seguirlos cuando se dirigen al lugar donde realizan sus actividades, ver con quien se relacionan, sentir su entusiasmo por las cosas que hacen para poder transmitirlo.


Luego, mucho más adelantado el film, los personajes reflexionan. La reflexión conforma un hilo que se entrecruza. La reflexión individual se convierte en una reflexión coral, la de un colectivo que ha trabajado junta en el mismo medio durante muchos años. Y que ha sido expulsada de este medio. Que ha debido construirse una nueva vida.

Manuel Díaz Noda, en un reportaje que subió a la red con motivo del estreno, comentaba que el film intenta atrapar el instante, como si los acontecimientos se sucedieran al margen de la cámara. En realidad, sí existe un guión previo, que fuimos modificando, adaptándonos a cada realidad que surgía frente a nosotros, pero siempre ciñéndonos a la estructura del guión.

Así, intentaba que la primera parte resultase mucho más libre, siguiendo a unos u otros personajes un poco al azar. La segunda parte tiene una construcción más sólida, los bloques son más extensos y la acción se hace más reflexiva. En medio, un falso cortometraje titulado El volcán tranquilo, que describe la visita de un grupo de jubilados a la isla de El Hierro para visitar a un compañero y de paso contemplar el burbujeo del volcán de La Restinga.


Nunca había vivido un estreno tan emotivo. La gente se rió, aplaudió y se sintió totalmente identificada con los personajes y con las situaciones, incluso los espectadores más jóvenes. Habrá que reflexionar sobre lo que hemos hecho. Sobre cómo se recibe. En próximas proyecciones veremos la reacción de otro tipo de público, de las personas ajenas al entorno de los jubilados. ¿Puede interesar este documental a un público más amplio? Se dice que si partes de lo local, de lo que conoces, puedes llegar a lo universal. Si lo que cuentas es verdadero, puede haber empatía.

Chema, que es el promotor del proyecto y coguionista, está más preocupado por los contenidos, por el mensaje que se transmite. A mí me interesaba el aspecto formal, el cómo estos mensajes se encarnan en las situaciones de una manera natural, sin forzarlas. Me planteaba el documental como una obra de ficción. Primero son los personajes, me decía. Y desarrollar situaciones.



Un amigo me comentó que si en el Cine Leve el trabajo sobre los actores consistía en procurar que no actuaran, como si fuera un documental, qué decir entonces cuando el trabajo se realiza sobre no actores, cómo acercarnos a ellos. Colocar una cámara frente a lo real es ya transformarlo en otra cosa. El observador modifica lo observado. Decirles olvídense que les estamos filmando es una falacia. Le damos al espectador una falsa impresión de que todo sucede sin más. Es un falso realismo. Siempre hay puesta en escena.

Manuel Díaz Noda habla de una película agridulce. Quizás sea esta la impresión final, sin haberla buscado. Sí existe una intencionalidad mayormente optimista, que se subraya en el momento en que Esteban introduce un personaje femenino en la obra de teatro que está escribiendo (el texto es de Esteban), y se pregunta cuál debe ser su función en la obra, ¿pesimista u optimista? Optimista, le responde Chema a través del teléfono. Chema es el co-guionista del documental. Lo que hicimos fue reconstruir algo que había ocurrido, cuando leímos el texto y nos dimos cuenta de que faltaba un personaje femenino y le sugerimos que rehiciera el texto de la obra, añadiendo un nuevo personaje.



La película documenta también el propio proceso del colectivo de jubilados para llevar a cabo un cortometraje que, en la ficción, deciden no realizar y sustituirlo por una obra teatral. Así, ficción y realidad se cruzan en un juego metacinematográfico, en el cual, las personas se representan a sí mismas.

A fin de cuentas, el documental es el resultado de una creación colectiva.
En el envite de llevar a cabo un proyecto que los reúna a todos, el objetivo se ha cumplido antes incluso del estreno del film. El documental no hace otra cosa que refrendar el esfuerzo colectivo, es la prueba de que lo han logrado






martes, 27 de marzo de 2012

LAS ELECCIONES AFECTIVAS. El foro canario


¿Por qué están unas películas y otras no? La selección de las películas de la sección oficial es la que confiere carta de naturaleza a un festival, lo que lo define y lo diferencia de otros festivales de cine. Responde a una línea programática, como la línea editorial de un periódico, pero también a una determinada sensibilidad hacia el hecho artístico y cinematográfico.

En el Festival Internacional de cine de las Palmas de Gran Canaria, las personas que deciden los ciclos y las películas de las diferentes secciones, son las mismas que seleccionan aquellas películas que se alguna manera representan lo más interesante del cine hecho en Canarias o por canarios en el mundo durante el último año.

El Festival de Las Palmas se ha ido definiendo por la radicalidad de sus propuestas. Era lógico, que además de un cine narrativo más convencional, entrasen en la selección del Foro Canario cortometrajes y largometrajes que rompiesen moldes, en los bordes del cine poesía o del cine ensayo, en la indefinición de los géneros (cerca del vídeoarte o del vídeoclip, mezclando el artificio y lo autobiográfico), o en el estiramiento del metraje capaz de poner en cuestión la propia normativa que rige el festival.

¿Por qué el año anterior no entraron en la selección cortometrajes tan interesantes como El viaje del árbol de Pedro García o Ridícula de Domingo J. González? ¿Por qué resultan a veces tan distintas las selecciones en los festivales de Las Palmas y en Lanzarote, cuando son casi las mismas obras las que se presentan?

Si en una anterior edición del Foro Canario dos fueron los cortos que causaron más estupor entre los asistentes, y llevaron la polémica a los foros digitales de la red con más aspavientos que análisis, en la cosecha de este año también se colaron varias extravagancias, aunque quedaron eclipsadas por el resto de los cortometrajes, de narrativa más convencional.

Como en la anterior ocasión, al tratar de mirar con más atención El extraño de Víctor Moreno,  o la hipnótica Belanglos de David Pantaleón, también ahora me estimula darle la vuelta a los cortos más desconcertante del Foro Canario de este año. Siempre me ha parecido un reto estimulante enfrentarme a rarezas como las que aquí voy a comentar.

Rafael Navarro y David Pantaleón

Alpha/X/Z, de Rafael Navarro Miñón, arquitecto responsable de la existencia de Belanglos, consiste en una sucesión deslavazada de fotografías con la voz en off de un presunto narrador, cuya función parece ser un intento de cohesionar las imágenes. El corto remite directamente a La Jetée de Chris Marker. En la presentación, el director comentó con su sorna característica que no entendía cómo esta su primera incursión en el cine, tan defectuosa, hubiera pasado la criba de la selección. Tras la ironía de sus palabras y su alegato contra “los poderes que dominan el mundo”, escondía un artefacto inteligente y punzante en su radicalidad. 

Alpha/X/Z simula ser un corto de género, y, como Amaury Santana con su corto Luces, reduce la narratividad al mínimo. Si Chris Marker optaba por una historia de ciencia ficción para comentar el mundo, Rafael Navarro no precisa ya de ninguna historia para conseguir su propósito. Lo único que queda es su referencialidad cinéfila.

También dejó boquiabierta a la concurrencia el corto de Gino Macanti “Playa de las Canteras”, porque parecía una acuarela perdida en medio de una exposición sobre las vanguardias. Pertenece a este tipo de elecciones que nos permiten dudar del estado mental del comité seleccionador.  O sospechar de razones espurias, más allá de la bondad de la cinta, un espectáculo grandilocuente que ofrece una mirada operística sobre la playa, mediante filtros, aceleración y ralentización de las imágenes, movimientos y encuadres imposibles del mar, las nubes y el skyline de la ciudad de Las Palmas.

Proyectadas juntas, Alpha/X/Y y Playa de Las Canteras, ofrecen dos miradas opuestas, dos maneras radicalmente distintas de encarar el hecho cinematográfico, aunque coincidentes en su barroquismo visual, la una para resaltar lo opaco del mundo y la otra para hacer más transparente su apariencia.

Iván López y José Cabrera

Más barroco si cabe en su estructura, el último trabajo de José Cabrera Betancor, When in Bucharest, que no pudo proyectarse en el formato original por problemas técnicos, desconcertó con su mezcla de materiales robados, documentos de archivo y diario personal, que se pretendía una reflexión en clave política sobre el estado de Europa, desde la caída de Nicolae Ceausescu en Bucarest en 1989 hasta los movimientos antisistema en Italia de los últimos años, todo ello servido mediante unas imágenes confusas, encuadres vacilantes y la utilización radical del teleobjetivo para la captura de imágenes lejanas, que llegan a resultar desagradables a la vista en su movimiento descontrolado.
El desconcierto surge en el choque de las imágenes de José Cabrera con la idea convencional de que el documental debe ser diáfano y comprensible en su discurso.  El mundo es opaco, parece decirnos Cabrera, y las imágenes de que disponemos engañosas. La cámara puede ser una herramienta para entender el mundo, pero para que pueda surgir la verdad hay que retorcer las imágenes capturadas en la sala de montaje.

Mientras escribía esta crónica, estuve viendo A idade da terra, la última película rodada por Glauber Rocha en 1980. Un film extraño que fue muy criticado en el Festival de Venecia por el uso desaforado de la cámara, con movimientos incesantes, fundidos en medio del plano, la puesta en escena carnavalesca, el collage y el distanciamiento brechtiano, tan de moda en el cine político de los setenta, y de los que José Cabrera toma nota en su reflexión calidoscópica y personal del mundo.


Otra valiosa reflexión sobre el cine y una verdadera sorpresa en el Foro Canario ha sido la proyección de El hijo Pasolini, de Pedro García, una luminosa miniatura en la que desde el fervor cinéfilo se ha querido homenajear la polifacética y esencial contribución de Pier Paolo Pasolini a la historia de la Humanidad. 

Así, en vez de la esperada voz en off y la utilización de fragmentos de su cine, Pedro García ha optado por traducir en imágenes, captadas por el ojo de David Delgado, la manera de hacer y de entender el cine de Pasolini.


En unos pocos planos, en el trabajo sobre la luz y el encuadre, en el movimiento coreografiado de los actores, el corto capta la esencia pasoliniana, el gozoso deambular de Ninetto Davoli en Pajaritos y pajarracos, que se funde en la relación incestuosa con la madre y la muerte sugerida del propio Pasolini, resueltos en un mismo plano secuencia. La lectura de un par de poemas en italiano, sobre un travelling que discurre a lo largo de un muro de piedra, relaciona el trabajo de Pasolini como escritor y como cineasta, con una sintética y sugeridora imagen de su imaginario fílmico.