Es curioso cómo la película que has hecho cambia por completo una vez que la has conseguido proyectar en una sala. Dicen que es el momento en que deja de pertenecerte. Ahora las imágenes están contaminadas por las risas en un determinado momento, o por un extraño silencio o por una tos inoportuna. Tus amigos, las personas que han intervenido, los actores y actrices, los amigos de los actores, la familia, los amigos de los amigos, algún curioso que entró en la sala por casualidad, críticos de cine y algún colega en eso del cine (con los cuchillos afilados, a punto de echarse al cuello), todos se sienten en la obligación de decir algo, lo dicen allí, sobre la marcha (no te puedes fiar de los que te abrazan y felicitan y luego si te he visto no me acuerdo), o luego en el blog o en feisbuc, y entonces ves que lo que a uno le gusta a otro le parece lo peor y al contrario, así que no sabes a qué atenerte. Pero sí sabes que hay cosas que han funcionado, cosas a a las que no le habías dado mucha importancia, personajes que se crecen y se hacen atractivos o repulsivos pero que han funcionado, trabajo de actor, me digo, o la intuición (no la mía) del montador al desbaratar el argumento y establecer nuevos puntos de vista, o el consejo de un amigo que me dio la idea de meter el título a la mitad del metraje, o esa música que el propio autor piensa que le quedó muy friki pero que a mí sigue gustándome, porque es lo que le va a esta película.
Estas son las fotos que sacó mi hija Ada del estreno. Esta la sacó justo antes de empezar la proyección:
Aquí están algunos de los que participaron en la creación de MODELO(S), presentando los respetos al público, esperando ofrecerles algo de su gusto. Se muestran sonrientes, o tensos, o ridículos (a algunos les hubiera gustado salir corriendo).
De izquierda a derecha: Manuel Espinosa, el fotógrafo de verdad, el que nos asesoró y nos animó y estuvo con nosotros como un niño delante de un juguete. Leonor Cifuentes, actriz de teatro, en su personaje de amiga de la protagonista, junto a Sonia da Cruz, su amiga, que aparece en una escena episódica (pasear por el pasadizo y dejar que el prota la mirase, mirar y ser mirado, ¿qué es sin no el cine?), y luego Claudio Trina (luego le vimos en El Sauzal, en una obra que lo tenía como único actante, desnudo frente a su público al que se entregaba en cuerpo y alma durante dos horas extenuantes). Junto a Claudio está Chantal, sencilla y poderosa, capaz de encarnar personajes opuestos (la veremos, junto a Claudio, en REFLEJO EN ROJO), simpática y alborotadora y también tenaz en su trabajo. A mi otro lado está la pareja de actores maduros (qué adjetivo chirriante, un director puede permanecer joven pero un actor va madurando, ¿en técnica, en conocimiento?): primero Fátima Luzardo, protegiéndose con los brazos (¿temía la reacción del público, como en el teatro?), a su lado Miguel Ángel Rábade, atento a las palabras del director (creo que ahí le pedía ayuda, ¿quieres hablar por mi?), sigue Elena de Vera, muy seria, y Verónica Galán (que se ha animado y ahora ha dirigido o va a dirigir su propio corto) y finalmente Laly Díaz, un tanto desenfocada porque se agitaba mucho, en su sempiterno papel de productora en la sombra, capaz de levantar cualquier proyecto. Faltaron dos piezas clave, la de Aitor Padilla (fotografía, montaje), que tuvo que ausentarse para acudir a otro rodaje, y la de René Martín (el sonido), que nos miraba desde la cabina de proyección, atento a cualquier defecto en la audición en la sala. También faltó Juan Tela, el actor protagonista, perdido en algún lugar de Alemania, el actor que, cansado de que nadie le eligiera en los muchos castings a los que acudió, decidió realizar su propio corto. Ya conté en otra ocasión cómo acabó como chico celoso en Modelo(s), al acudir acompañando a Leonor para la prueba (¿o en el fondo esperaba que le ofrecieran un papel?)
Y aquí los vemos de nuevo, terminada la función. Se los ve relajados, ya pasó todo, no fue para tanto, si al final gustó y todo. Es que nadie la había visto antes, ¡qué susto!