Al escribirlo no puedo reprimir mis ganas de juguetear con las palabras, pesado por pasado y leve por love, y como cuenta David Delgado en su blog , tengo en mi haber recuerdos de noches en vela, jugándome la salud, peleando a brazo partido por un plano que se nos resistía. Escuchándole, me viene a la cabeza mi visita al médico al día siguiente de terminar el rodaje de IBALLA, una copoducción de Yaiza Borges con Televisión Española en Canarias. Tenía arritmia y me daba vueltas la cabeza, y yo, a modo de disculpa, le comenté al doctor si sería porque llevaba dos días sin dormir y luego había dormido casi doce horas seguidas, porque el rodaje se interrumpía cuando por los altos ventanales del Paraninfo de la Universidad de La Laguna, donde habíamos reconstruído con paneles de madera recortada el bosque de laurisilva de La Gomera, se filtraba la luz anaranjada del amanecer y se mezclaba con el pasillo lumínico que Juan Antonio Castaño había establecido con más de una treintena de focos sobre el desplazamiento de Antonio Abdo, como señor de La Gomera, y de Alberto Omar, como enviado real, a través de los senderos de la isla.
A esta hora algunos tenían que incorporarse al trabajo habitual, ese que nos da de comer, mientras el director de fotografía llevaba los rollos de 16mm. a revelar a las dependencias de televisión y revisaba el material para confirmar que todo había ido bien, era entonces cuando se daba la orden de desmantelar el decorado del día anterior y fabricar el entorno de la torre del Conde o la cueva donde Hernán Peraza se trajinaba a la supuesta princesa gomera y donde encontró la muerte ensartado por el tamazaque de Hautacuperche.
Y mientras algunos trabajaban sobre el amplio escenario del Paraninfo universitario, otros intentábamos reposar, aguijoneados por las dudas y los posibles inconvenientes que pudieran presentarse en el rodaje que iniciábamos bien entrada la noche, en una aventura estética de la que algunos dudaban y otros hacíamos como que lo teníamos claro, con una fe ciega en la consecución de una obra por lo menos insólita y atrevida, porque, ¿a quién se le ocurriría rodar una epopeya histórica utilizando decorados planos, un plástico con lentejuelas que un ventilador movía como mar y un Teide que humeaba recortándose en el horizonte?
Eran años también de una fe ciega en el futuro, una primera etapa hacia la consecución de contratos más sustanciosos con la cadena de televisión, la posibilidad real de rodar en condiciones óptimas todas las historias que pudiéramos imaginar.
Yaiza Borges era un colectivo loco y enamorado del cine, donde las personas se turnaban en los diversos oficios del cine para la consecución de los proyectos cinematográficos del colectivo. Fueron tiempos de una gran energía creadora. Esa energía que se precisa para mover le mundo. Pero lamentablemente el mundo no se movió, por lo menos no en la dirección que queríamos. Y sin embargo quedaron las películas, como diamantes en bruto, el resultado de esta energía concentrada en un mismo punto, la consecución del mejor plano posible.
El cine pesado ha dado paso a un cine leve. Quizás sean los años, o quizás sí sean los años, esos que confieren la experiencia (en la vida y en el cine), que nos señalan que lo más importante es disfrutar (de la vida y del cine), y nos protegen de esfuerzos improductivos, pues está la imperfección más cerca de la verdad, y lo que ahora más nos interesa es rodar un plano lleno de vitalidad más que un plano perfecto, construir una historia en la sala de montaje mediante la colisión de planos (el montaje de un film genera más energía que la fusión del núcleo) y la puesta en escena (la llegada del tren de Lumière cuenta efectivamente una historia), y es en esto en lo que nos entretenemos.
Trailer de Iballa
Poco que añadir. sólo que es cierto que hay cosas que es imposible narrar desde las premisas del cine leve. Como creadores podemos arriesgarnos o renunciar. Y como creador, me cuesta renunciar.
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