En estos tiempos de crisis y desesperanza, una buena noticia para los cortometrajistas: el cine Aguere, ubicado en pleno casco histórico de La Laguna, y cuyo cierre hace ya algunos años dejó La Laguna sin cines, reconvertido ahora en Espacio Cultural Aguere, dedica todos los martes a la proyección de cortos y largos rodados en nuestro entorno más cercano.
Se suma así a una serie de iniciativas, de carácter privado, que posibilita la distribución de la gran cantidad de cortos que se han ido acumulando durante la última década y que, más allá de su estreno y, con un poco de suerte, obtuvieron una difusión limitada en el tiempo en los festivales y muestras de cortos, han sido condenados al olvido.
Las proyecciones en digital de Los Multicines Monopol en Las Palmas de Gran Canaria, el ciclo de Cine Canario en el Teatro Circo de Marte en Santa Cruz de La Palma, y en Tenerife el cine Víctor recuperado para la iniciativa privada, las proyecciones en el pub El Hombre Bala organizadas por Jorge Gorostiza, son sólo algunos ejemplos que hacen posible la recuperación de todo este material, frente al mutismo de la Filmoteca Canaria empeñada en ciclos de películas de relativo interés y en la recuperación de materiales fílmicos de la primera mitad del siglo pasado.
Y es que los festivales solo admiten películas producidas durante los dos últimos años. Los jóvenes realizadores ruedan con la ilusión puesta en su difusión y el reconocimiento en los festivales, en especial en aquellos que prosperan en la red, como Notofilmfest, ahora que otras iniciativas como el Festivalito de La Palma han ido sucumbiendo ante el derrumbe de las instituciones públicas. En otro momento habría que considerar por qué estos festivales que proliferaron alrededor de las políticas municipales, en un intento desesperado de desarrollar políticas para los jóvenes, han ido creciendo tan dependientes de las instituciones que las crearon, sin pararse a considerar alternativas económicas que les sirvieran de paracaídas en los momentos de crisis, como instaurar un pago para cada una de las cintas presentadas, como hacen todos los festivales en Estados Unidos.
Una de las consecuencias inesperadas de la casi desaparición de la subvencionitis, ha sido la puesta en valor de los trabajos de los creadores, hasta ahora parte de la sopa boba de la cultura gratis. ¿Cómo era pensable que uno no tuviera reparo en pasar por taquilla para las representaciones teatrales y en cambio, el trabajo de estos mismos actores en el cine se considerara gratis? ¿Es que su trabajo, en horas de ensayo y preparación, y luego frente a la cámara, no tenía que tener la misma consideración? ¿No había igualmente detrás la dedicación y experiencia de un montón de técnicos y artistas? En el teatro se cobra, en el cine no, ¿por qué? Una película, distribuida convenientemente, o subida a la red, va a tener más espectadores que aquella única representación teatral.
Hace pocos días, Iván López se sorprendió que más de cien personas pagaran 3 euros en el cine Timanfaya, en el Puerto de La Cruz, para ver su mediometraje Odio los lunes. Esos mismos 3 euros es la módica entrada que cuesta la sesión de los martes en el cine Aguere para ver cine canario. Lo más acuciante ahora, una vez puesto en valor el trabajo de estos cortometrajes, es que pueda interesar al espectador, que no sea un cine sólo para los amigos y familiares de los que han intervenido, y que solo acudirán para ver este corto en concreto, ese mal social de las conveniencias sociales, donde aplaudiremos lo de nuestros amigos y nos abstendremos de ver, y criticaremos a sus espaldas aún sin conocer, el trabajo de las personas ajenas a nuestro círculo.
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