Si miráramos atrás y, con la perspectiva de los años y el
conocimiento de los cientos de cortos que se han rodado en Canarias desde que
comenzó el siglo, los siete cortos que componen el catálogo de este año, una selección
de los “mejores cortos” rodados entre 2011 y 2012 realizada por un comité de
expertos para que representen a Canarias en el mundo, podríamos darnos cuenta
del largo camino emprendido con la revolución de lo digital (y que no excluye
la todavía realización de cortos en formato cine), y los profundos cambios
acaecidos tanto a nivel temático como a nivel de las competencias técnicas y
profesionales que se han llevado a cabo en estos últimos años.
El Catálogo, a pesar de lo subjetivo de cualquier selección,
no deja de ser una muestra de las preocupaciones de los cineastas y del estado
de la cuestión del audiovisual en Canarias, y por lo tanto susceptible de ser
analizado en relación de las películas presentadas en anteriores catálogos y
del resto de cortos, los excluidos, que han podido verse en festivales y
muestras de cine o estrenados en salas durante este año.
Es significativa también la expectación que cada año provoca
la proyección del Catálogo en las diversas capitales de las islas, que convoca a
una gran cantidad de público. Este año han sido muy distinta la asistencia en
Las Palmas, mucho menor respecto a
la de Tenerife, quizás debido a que la mayoría de cortos correspondían a
productoras de Tenerife y es sabido que no es lo mismo jugar en casa que fuera,
pues cada equipo se trae a sus fans y así se llenan las salas. Era evidente el
flujo de personas entrando y saliendo de la sala entre cada corto.
Otro motivo podría ser el cambio de salas. En Las Palmas los
cortos se proyectaron en el Guiniguada, sede renovada de la Filmoteca Canaria, cuando
siempre había sido en una de las salas de los multicines Monopol. En Tenerife
se decidió hacer la proyección en la sala más grande del recuperado Cine Aguere
de La Laguna, ahora convertido en Espacio Cultural.
El martes la proyección en Las Palmas reunió a 87 personas. A la misma hora, en la proyección semanal de películas canarias que
se realiza todos los martes en el Espacio Cultural Aguere asistían una decena
de espectadores. La siguiente convocatoria era el jueves siguiente en Tenerife.
Ese día coincidían dos
proyecciones: el estreno de dos cortometrajes auspiciados por Centrífuga
Producciones en el TEA y la
proyección del Catálogo en Aguere.
Contra todo pronóstico, ambas salas se llenaron (230 en el TEA y
450 en el Espacio Cultural Aguere).
A nivel temático, es interesante detectar un desplazamiento
de las preocupaciones de los cineastas desde un cine de género, en general
violento y apadrinado por las maneras posmodernas de un Tarantino, y que dominó
el panorama durante los primeros años de la década, a un cine endogámico sobre
los conflictos sentimentales y el paso a la madurez, expresados de una manera
traumática, que determina a toda una generación de jóvenes realizadores.
Este desplazamiento temático se constituye como metáfora de la
frustración de toda una generación de jóvenes cineastas, desde las iniciales expectativas
profesionales hasta la situación actual de los mismos ante un futuro incierto y
desesperanzado. Es curioso y significativo el leit motiv que se repite en
varios cortos, el tema de la nostalgia de un pasado más o menos cercano frente
a un presente doloroso. El cine como un acto lúdico y gozoso ha ido derivando
hacia una actividad lacerante en la que se busca el reconocimiento.
Lo encontramos en Ivan López (“Cosas que olvidamos”, un
título a lo Coixet), pero sobre todo en Chedey Reyes. En su “Historia de amor”
su alter ego es alguien que mira la realidad a través de una pequeña abertura
en un muro, que coincide con el ojo de un graffiti. En este pasado que rememora
se halla la inocencia perdida del relato clásico donde el placer de mirar no
tiene secuelas. Era una época en la que se podía mirar impunemente porque solo
existía el presente.
Este instante de felicidad puede saltar hecho añicos, parece
decirnos Vasni Ramos en “En un momento”, no solo porque se pueda perder a un
ser querido, sino porque nos ancla la mirada en un plano secuencia doloroso, a
la manera del cine de Haneke, y no podemos dejar de mirar. Vasni Ramos, siempre
preciso tanto si hace una comedia como un thriller, mantiene el plano hasta lo
insoportable, impidiendo con la ausencia del cambio de plano que no podamos
sustraer nuestra mirada de un mínimo suceso narrado hasta las últimas
consecuencias.
Aunque también puede ser doloroso cuando se nos escamotea lo
mirado, como cuando en el corto de Chedey Reyes, el cuerpo del ser amado cubre
el minúsculo “objetivo” practicado en el muro impidiendo la visión traumática
de una violación consentida.
La puerta como lugar de tránsito de un espacio a otro (de un
plano a otro), se constituye paradójicamente en muro que separa a los dos
protagonistas en “La vida en las manos” de Mercedes Afonso, la historia de otra
separación traumática, un corto que se aparta del buen rollo que rezumaba “El
amor se mueve”, su anterior largometraje. Mediante una sencilla pero efectiva
puesta en escena, Mercedes Afonso se desdobla en la actriz Naira Gómez para
hablar de sí misma. Tras una noche de amor, la mujer le pide a su pareja que se
marche del apartamento y de su vida para siempre. Para ello le propone que abandone
el espacio que han compartido hasta ahora sin que pueda visualizar la partida.
Él deberá marcharse mientras ella se toma un largo baño.
Si bien hasta ahora ambos habían compartido el encuadre, a
partir de ahora Mercedes Afonso filma a sus personajes cada uno en su propio espacio, separados por una
puerta. La mujer organiza la separación mediante una elipsis, esperando que la
ausencia de una imagen (la de él cruzando el umbral), no sea tan doloroso ni
traumático. Pero todos conocemos el valor de una elipsis. El dolor será, probablemente,
más intenso y duradero y la ausencia de esta imagen perdurará en la memoria.
En “La caja de Medea” el espacio se duplica en dos
apartamentos idénticos de un hotel junto a la costa. En uno de ellos la
protagonista construye, como el guionista de un film, la narración de una
relación anterior tormentosa que tuvo lugar en el apartamento contiguo. Solo es
necesario cruzar el pequeño muro que separa las terrazas de los habitaciones
del hotel para hallarse del otro lado. Los fantasmas ocupan los espacios del
presente. La mirada ya no es inocente. Es ambigua. Está llena de resonancias
cinéfilas.
José Cabrera y Samuel Alarcón dejan de lado sus elucubraciones
docuficcionales de sus anteriores cortos para construir un artefacto ideado
para crear angustia, rodado en formato cine. Es la angustia de un relato que
avanza a trompicones, que se deshace en vez de armarse, que deja al espectador
en la intemperie. José Cabrera rompe la continuidad del relato mediante interrupciones
abruptas del espacio tiempo cinematográfico, en las antípodas de la continuidad
del relato de Vasni Ramos.
Se trata de un acto de nostalgia cinéfila, muy distinto del
que vertebra Sebastián Álvarez en “Velando
los muertos”, una comedia que se quiere esperpéntica, siguiendo la estela de
“La caja” de Juan Carlos Falcón, probablemente el mejor largometraje canario
junto a “El camino dorado” de Ramón Saldías y “Fotos” de Elio Quiroga. Rodado en blanco y negro y apoyándose del buen hacer de un
grupo de actores en estado de gracia, intenta, como The Artist con el cine
silente, la reconstrucción de un cine anterior, lleno de fantasmas de otros
tiempos, de una Canarias que ya no existe.
Una operación nostálgica que también intenta Iván López al
olvidarse de la ligereza de sus anteriores cortos para poner en pie una
producción de altos vuelos que lastra la verosimilitud del relato y el buen hacer
de sus magníficos actores. El esfuerzo de producción en la recreación de
atmósferas y el cuidado de la fotografía, en detrimento de una planificación
más pausada y menos televisiva, le quita densidad a un relato que podría haber
sido más incisivo.
La rutilante puesta en escena de la secuencia del baile de
antiguos alumnos (que podría recordarnos a la fiesta retro de “Peggy Sue se
casó”), excesivamente alargada, se come literalmente el drama interior del
reencuentro de la pareja protagonista, que debería haber tenido más espacio. ¿Es
una de las “cosas que olvidamos” la puesta en escena del cine clásico?
Nostalgia pues de un cine que ya es historia y que no puede ser, como bien
queda reflejado en este final nostálgico sobre lo que fue y pudo ser.
El cine canario se viste de largo en este catálogo, muestra
de la profesionalidad de técnicos y actores, capaces ya de plantearse otros
riesgos de mayor envergadura. De los siete, apenas dos habían recibido ayuda
del Gobierno de Canarias a través de la fórmula de coproducción con Canarias
Cultura en Red. El resto son apuestas de productoras locales para poner en pie
producciones solventes capaces de competir en igualdad de condiciones con los
cortometrajes nacionales supersubvencionados en el circo nacional e
internacional de los festivales de cortos, donde estos siete cortometrajes se
van a exhibir como un producto más de Canarias, un sello identificador de su
cultura como los vinos de denominación de origen o los quesos de cabra.
Si el cine es este mediador entre la vida y el arte, si es
esta herramienta que los creadores utilizan para darle un sentido coherente al
caos de nuestras vidas, esta muestra del cine canario nos revela mucho de esta
generación de cineastas, más preocupados por sus devaneos sentimentales en una
rueda sin fin de separaciones y traumas que por el lugar que van a ocupar en la
sociedad, seguramente porque se sienten excluidos de la misma.
Esta coincidencia temática por el desamor, ya anticipada en
“Como siempre” de Jairo López, quizás la radiografía más pertinente sobre esta
generación, se agota en sí misma. Es por ello que pienso que estamos en un
momento de transición. De la copia genérica se ha pasado al ensimismamiento del
yo. En este contexto, “El círculo” de Eugenia Arteaga, funciona como una
reflexión sobre este enquistamiento de los sentimientos (y de las formas que
los sustentan) que impide cualquier salida del estado de crisis permanente.
En este corto, que nació como un encargo de la fundación
Funcasor y Eugenia ha tenido la habilidad de llevarlo a su terreno, la rotura
se establece entre la pareja formada por un chico sordo que trabaja como
monitor y una intérprete que ha
convivido con sordos toda sus vida. El muro que les separa es cultural y
físico. El monitor establece con ella las reglas de un juego nada inocente:
ella deberá obturar todos los órganos a través de los cuales nos relacionamos
con la realidad, la vista, el oído y el tacto. La total pérdida de sensibilidad
y de las coordenadas espaciotemporales la lleva, por un lado, a una total
dependencia del otro, pero por otro lado le ofrece la posibilidad de
encontrarse a sí misma indagando en su interior.
El cine canario ha hecho su camino desde la dependencia y la
copia de otros cines, en especial el cine americano, hasta un cine hecho desde
el interior de un círculo, donde cada uno de los directores ha podido indagar
en su especial circunstancia. Cabe esperar que ahora, llegando a la madurez, a
la conciencia quizás demasiado dolorosa del yo, puedan salirse del círculo
protector y mirar de nuevo alrededor, a la vida y al arte, estableciendo de
nuevo un fecundo diálogo con el cine que les ha precedido y con los nuevos
cines de la periferia, huérfanos también de la figura paterna que hubiera hecho
de nuestro mundo un mundo más seguro. No hay más remedio que seguir
narrándonos, cada uno a su manera, para no abrasarnos en nuestro caos
particular. El cine se hace así muy necesario.
No es de extrañar que asistieran menos personas el martes en Las palmas que el Jueves en la Laguna, teniendo en cuenta que de los siete trabajos, seis eran de Tenerife y uno de Las Palmas, algo que viene siendo habitual en los últimos años.
ResponderEliminarJugando en casa.
Y paso de seguir por este razonamiento, ya que el corto de Las Palmas era rodado en Madrid con actores de Madrid, es decir, que sus madres y abuelitas no estaban aquí para ir a verlo. Y así todo, había mas de 40 personas.
ahí lo dejo,o empezaré a recorrer el rio de Conrad a los Willard, y me he olvidado de nadar.
Me acojo al doblepensar de Orwell y mas felíz que una lombríz.
Escribo, saliendo de la oscuridad gozosa de la no participación de la red más social, y de la no implicación en dimes y diretes, para alabar esta sabia, creo, exposición, análisis y reflexión.
ResponderEliminarUn abrazo, no puede ser de otra manera.
Está mal no contrastar datos: Daniel me corrige y dice que en el Guiniguada había más de 40 personas y Armando Ravelo dice en Facebook que él mismo contó 87 personas. De modo que corregido está.
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