jueves, 1 de noviembre de 2012

LA LUZ DEL CINEASTA INCRÉDULO

A Zacarías de La Rosa le impactó la extensa y solitaria playa de Cofete cuando la pisó hace ya muchos años. Sintió que allí tenía que volver para rodar una película. La luz de Mafasca le persiguió. Necesitó varios años y la escritura de muchos guiones que no eran más que fallidas versiones de una obsesión por atrapar un misterio que estaba en la boca de todos pero que nadie sabía expresar.

Volvió a la isla una y otra vez y al final rodó sin guión, dejándose llevar por la experiencia de la isla y de la fuerza de sus actores desplazándose a pie o en coche por las laderas y los riscos, dejando que los personajes se fueran perfilando en relación al paisaje, suspendidos entre el cielo, el mar y la tierra. Isla sexual. Paisaje violento, telúrico, que exacerba las emociones y espolea la imaginación.





Primero fue la voluntad de un documental. Veo a José Víctor Fuentes en la periodista en busca de testimonios para un programa más de televisión. Es parte de su trabajo. Cuando termina, simplemente se marcha. No deja huella. El lugar no le afecta.








Pero a Jose Víctor sí le afectó. Acabó contaminado por las historias que le fueron contando. ¿Cómo contar entonces, cómo explicar en imágenes su desazón, los sentimientos que lo exaltaban cuando la oscuridad caía sobre el mundo y el mar se confundía con la arena de la playa?

Seguramente vio en uno de aquellos atardeceres alucinados el cuerpo sin vida del soldado todavía atado a su paracaídas, que se hinchaba por el viento y que las olas al retirarse habían dejado al descubierto. José Víctor se sintió como aquel cuerpo entumecido, al irse despojando de los vestidos que lo identificaban como una pieza más del engranaje social para incorporarse al reino de las sombras de la creación.



Qué curioso que los testimonios de los lugareños, el primer material que grabó, apenas nos dicen nada sobre la Luz. José Víctor recurre al socorrido recurso del periodista que indaga, siempre efectivo. Así integra la parte documental en el cuerpo del relato sin demasiadas estridencias. Y aunque podría ser un fake apenas importa. El film comenzaba con el rostro apenas encuadrado del sargento que inicia un videodiario grabándose a sí mismo. Feliz ocurrencia porque precisamente la luz está en el interior de cada uno, ilumina su vida en un plis plas.


José Víctor se apropia así de la leyenda, sintetizando en pocos rasgos las diversas interpretaciones de la misma: el castigo por un pecado cometido, la historia de la mujer sevillana acusada de brujería que acabó habitando un caserón en Gandía. Y los motivos visuales que permanecen en todas las versiones: las almas en pena, los cabreros y las cruces de las tumbas. Y algunos testimonios como la del incrédulo sargento que se sobresaltó al presenciar el misterio de la luz. En el film de José Víctor el pecado anida en la seducción que ejerce la periodista sobre una ingenua chica del lugar, pintándole las moderneces del mundo de afuera. Hay, también, el pecado nefando de la carne, contra natura, condenado por la iglesia al fuego eterno, en el triángulo que conforman Tahísa, Paula y la periodista venida de fuera.



José Victor Fuentes, que firma como Zacarías de la Rosa en recuerdo de un corto anterior donde exploraba la imagen real y la creada en estudio mediante maquetas, explora aquí las relaciones entre el respetuoso lenguaje del documental y los tropos del género fantástico, moviéndose con soltura alucinada entre la fisicidad de la isla y los devaneos de la mente, entre lo real y lo soñado, entre el mundo de la vida y las representaciones de la muerte.

Las tumbas abiertas en la arena, las caminatas de los personajes en la creciente penumbra cuando el cielo y la tierra se confunden en una misma pincelada, el golpe seco de la pala quebrando una vida humana, el sonido quejumbroso del viento como alma en pena que la obsesiva música de Raúl Capote deja al descubierto cuando se detiene de modo abrupto, se configuran como las rimas de un poema incierto que superpone acontecimientos y personajes como si fueran uno solo.



En un mismo espacio coinciden varias historias en el tiempo. El tiempo que entendemos como real, el tiempo contenedor de las leyendas. La leyenda como una forma viable para transmitir un misterio. La leyenda que nos narra el misterio de las emociones que tratamos, inútilmente, de esconder en nuestro interior y que, en un momento dado, estallan.

Afirma la leyenda que todas las verdades al final son reveladas. Víctor Fuentes sin embargo opta por velar el significado del film. Prefiere la opacidad de la poesía a la transparencia de la prosa. Los misterios deben mantenerse ocultos, enterrados en la arena, en contacto con la sangre derramada que fructificará en la leyenda.

Una leyenda que nos cuenta una misma historia repetida una y otra vez, actualizándose en las personas que se pierden en sus meandros. Personajes que se convierten en almas en pena, enfrentados a lo que son, a sus pasiones más inconfesables y a sus crímenes más abominables.


José Víctor Fuentes hablaba hace muy poco tiempo, desde la plataforma del Festivalito de La Palma, de un cine de guerrilla. Coge una cámara y dispara, nos decía. Hay que matar la realidad. La realidad que no nos deja ver lo que hay, lo que somos.

La luz de Mafasca se configura como una luz que ayuda al cineasta incrédulo, atado a unas normas, a ver y a narrar lo que está detrás, lo que llevamos dentro. Jose Víctor descubre en su interior a Zacarías de La Rosa, el dragón dormido.

La experiencia que relata Zacarías de La Rosa en Fuerteventura, con un equipo reducido de personas, inoculando el virus del entusiasmo, dejando que la historia vaya emergiendo con el paso de las horas y el cambio constante de la luz, disfrutando al compartir los diversos oficios del cine, remite a la experiencia del Cine Leve.


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