El jueves 12 de febrero de 2015 se proyectan en el TEA tres
cortometrajes bajo la denominación Cine Leve. Y aunque todavía nos preguntemos
de qué hablamos cuando hablamos del cine leve, pienso que para algunos
espectadores, que ya acudieron al TEA en otras sesiones con el mismo enunciado,
el cine leve se les presenta como algo seductor o, por el contrario, como el tipo de cine del
que hay que salir huyendo.
Y es que, aunque nos pese, y por lo ambiguo del término y de
los distintas que puedan parecer las películas con esta etiqueta, ya se ha
configurado un imaginario del cine leve.
Recuerdo una discusión con Enzo Escala, tras el estreno del
primer largometraje “leve” de Daniel León Lacave. Se había hecho una idea del
cine leve a partir de mis películas y no veía ninguna relación con el
largometraje de Dani. Traducía la levedad como una búsqueda, la sensación de
encontrarte en tierra de nadie sin un camino trazado de antemano.
A Dani le gusta un cine narrativo, que cuente cosas, con
personajes, un cine de emociones. El mío es un cine distanciado, que busca una
poética, un cine de ideas. ¿Qué pueden tener en común dramaturgias tan
disímiles?
En el origen, el cine leve, tal como lo había definido
Miguel Ángel Rábade, estaba en la forma de abordarlo y no tanto en el
resultado. La levedad como una sensación que embarga al equipo durante el
rodaje, como si las cosas fueran saliendo solas, sin esfuerzo.
El cine leve parte de una limitación, una limitación que
aceptamos porque nos exige una búsqueda constante de nuevas soluciones técnicas
y estéticas. Frente a un problema, sabemos que la alternativa siempre será
mejor que aquello que las circunstancias nos han obligado a cambiar.
Un equipo reducido de personas permite una postura flexible,
reposada, más cercana a la del pintor o del escultor, en la siempre necesaria
distancia creativa. Poder sentir el momento, captar lo que nos dice el espacio
en el que nos encontramos, interpretar las expresiones y las posturas de los
actores justo antes del primer movimiento de manivela, en el paso, siempre
excitante, que va de las palabras garabateadas en un papel a la creación de un
personaje vivo que va a convivir en la mente y el corazón de los espectadores
futuros.
Podría decirse que en esto consiste el cine. Que este
temblor es el que experimentan todos los creadores. Pero frente a la
frustración de la carencia de medios, mejor levantar el estandarte de lo leve.
Mejor una pequeña chispa inspirada que el incendio monótono de lo académico que
todo lo devora, sin dejar ni un poso, ni un pensamiento, tras él. Mejor lo
inacabado, lo imperfecto, pero vivo, que lo bien construido sin alma alguna. O
por lo menos intentarlo.
El cine leve está más en el hacer que en la obra terminada. Nadie
se extrañe que al ver las obras, juntas en una sesión de tarde, nada las
asemeje. Está en la voluntad de cada director sentir que su cine o que una
determinada obra y no todas entran en tal categoría. Así, tan solo Dani, el
gran converso, acredita con orgullo en los títulos de crédito su pertenencia al
Cine Leve, mientras que otros, como yo mismo, dudan y desconfían de las
etiquetas.
Y sin embargo, “Paraísos”, una nueva “naturaleza muerta”, y rodada
ya hace bastante tiempo, en el verano de 2013, pertenece sin ambages al cine
leve, pues fue cuando al finalizar el rodaje del primer corto de esta serie,
precisamente llamada “Naturaleza muerta”, el actor Miguel Ángel Rábade, que en
aquella ocasión me ayudaba en la dirección, comentó lo leve de aquel rodaje.
De “Paraísos” ya hablé en este mismo blog hace un par de años, en una entrada que yo titulaba Erótica naturaleza. Estuve tentado de llamarla naturaleza agria o amarga o algo parecido, en
relación al limón que aquí sustituye a la manzana de “Naturaleza muerta”, de
nuevo en referencia al pasaje bíblico de Adán y Eva, en aquella ocasión como
una metonimia (la fruta por el árbol) y que aquí se representa de forma inversa
(es el hombre quien, bajo el árbol, le ofrece la fruta a la mujer), marcando la
oposición del mundo rural y de la
ciudad en la que viven los personajes, sometidos a las reglas de juego de la
economía y la política. Un corto en apariencia sencillo, en la que se mezclan
diferentes tiempos y capas de realidad, con una banda sonora que potencia los
sonidos y excluye las palabras, con las escuetas notas de René Martín al
principio y al final del corto y la suave fotografía de Eduardo Gorostiza.
Detrás, como siempre, Laly en la producción y Leonor en el maquillaje y
vestuario. Un equipo de apenas siete personas, incluyendo a los dos actores.
“Nadie”, el último cortometraje de Daniel León Lacave,
perfecciona y ajusta su peculiar relación con los actores, que le permite
extrae lo mejor de ellos, ofreciéndonos nuevos personajes desubicados,
expulsados del paraíso, los hombres y mujeres de pasado incierto de su cine.
Una única localización, y un equipo entregado, un grupo de amigos que siempre
están cuando a Dani se le ocurre una idea, que le piden ya otra historia en la
inmediatez del feisbuc, que fluye al compás de la propia vida. Acompañado de
nuevo por el ojo y la sensibilidad de David Delgado en la fotografía.
Y en “Lost in Black Friday“, Eduardo Gorostiza, también
ligado como director de fotografía a mis últimos films, nos ofrece, de la mano
de Gabriel García y del actor Adrián Rosales, una reflexión un tanto
esperpéntica de la condición del cineasta leve, que descubre la levedad tras la
frustración, un corto que documenta en clave de comedia la imposibilidad de
rodar un corto para uno de estos concurso que tanto se estilan de cineexpres,
esta vez en Santa Cruz de Tenerife, al suspenderse por el anuncio de fuertes
vientos, con la recomendación de quedarse en casa por aquello del Delta.
El cineasta leve no se arredra ante las circunstancias
adversas. Se adapta. Era una buena ocasión para salir a rodar en medio de la borrasca. ¿Cine
temerario? Quizás. Y sin embargo…
Buena definición. El hacer solo por amor al Arte. Gracias Josep.
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