miércoles, 9 de diciembre de 2015

DOCUMENTAR LA LAGUNA: IMÁGENES RECUPERADAS

En Aguere Espacio Cultural proyectan imágenes de La Laguna que la Filmoteca Canaria ha ido recopilando durante años. Son fragmentos de películas de cineastas amateurs que rodaron sus películas en 8mm. en los años 50 y 60, o de películas más antiguas, como la ya célebre “El ladrón de guantes blancos” del año 1926.


Hay una arqueología de las cosas y una arqueología de la imagen de las cosas. Cuanto más atrás en el tiempo las imágenes son más desvaídas. El paso del tiempo actúa también en ellas, desgastándolas. Al mismo tiempo, el recuerdo que guardamos de ellas se hace más brillante. Todos podemos imaginarnos el esplendor de las antiguas pirámides, a pesar de no haberlas visitado nunca, cerrando por un momento los ojos.

Pues de esto se trata. Las imágenes van destilando en nuestra mente, fotograma a fotograma, la imagen de un mundo, un imaginario, que se contrapone a lo real.

El ojo mecánico de las cámaras de cine se ha paseado por las calles y fachadas de los edificios emblemáticos de la ciudad de La Laguna, dejando una huella indeleble. La Laguna celebra este año su decimosexto aniversario por haber sido destacada como Patrimonio de La Humanidad, gracias al trabajo de María Isabel Navarro, al descifrar el original diseño del trazado de sus calles (“La Laguna 1500: la ciudad –república. Una utopía insular según las leyes de Platón”)

Y sin embargo, mirando ahora estos retazos de películas antiguas, comprobamos que los hombres de cine han fijado una y otra vez los mismos edificios (la Catedral, la torre de La Concepción, el Obispado), fachadas que no han cambiado su aspecto durante décadas, definiendo una ciudad anclada en el tiempo, un tiempo inmemorial.

imágenes cedidas por la Filmoteca Canaria

Parte de la responsabilidad de esta mirada ideologizada se encuentra en el proyecto cultural franquista, a través del Departamento de Cinematografía de la Vicesecretaría de Educación Popular, que en 1943 instituyó el NO-DO con el lema “el mundo al alcance de los españoles” con la prohibición, a partir de entonces, de rodar películas de no ficción sin el permiso pertinente.

Con esa idea de colocar un velo ante la mirada de los españoles (como lo hace ahora mismo Tele5, por poner un ejemplo), los reporteros del NO-DO se acercaron al municipio de La Laguna para rodar un claro ejemplo de “lo más característico y peculiar” de cada pueblo, la ejecución de una paella gargantuesca en Bajamar, el barrio costero de La Laguna, donde el cocinero, especialista en romper guinnes, dirigía la operación subido a una grúa.

Un año antes, el cineasta Rafael Gil, autor de renombrados largometrajes del cine español de la época, se vino a Canarias para rodar varios cortometrajes (“Islas de Gran Canaria”, “Islas de Tenerife”, “Fiesta Canaria” y “Tierra Canaria”), dentro de una vasto proyecto inconcluso, con motivo de la Exposición de las Islas Canarias de 1941.

Cuando Rafael Gil se acerca a La Laguna, se encuentra con una ciudad que le recuerda las viejas ciudades castellanas, y planta la cámara tan solo ante aquellos edificios que más se lo recuerdan. Edificios que, sin duda alguna, representan los valores morales de su proyecto de dominio ideológico (en el mismo cortometraje escuchamos que Candelaria es “el hogar de la fe católica de todo el archipiélago”, Santa Cruz de Tenerife le parece ”el gran faro de España en la ruta de las Américas”).

Curioso que en los documentales de los cineastas locales de las siguientes décadas volvamos a encontrar las mismas imágenes. Al documentar la celebración de la romería de San Benito o las procesiones de la Semana Santa, dos de los eventos más representativos de La Laguna, los camarógrafos enfilan la misma embocadura de calles con la torre de la Concepción al fondo.





Puestos a documentar más eventos de la ciudad, se fijan los actos de la inauguración de la escultura del padre Anchieta o el entierro multitudinario del obispo Pérez Cáceres, donde vemos la profusión de curas y militares que tanto marcó el devenir de los plúmbeos años del franquismo.



Otra imagen que define muy bien aquellos años es la celebración de una Primera Comunión en la iglesia de Tejina, donde un numeroso grupo de niñas, con sus primorosos vestidos de novia, posa en la escalera de la iglesia para la foto rememorativa. En la plaza, largas mesas se aprovisionan para el banquete.

Me interesan los grupos humanos, los rostros entrevistos en medio de las aglomeraciones en la inauguración de la flamante plaza del Cristo,  o la familia que admira con curiosidad un ejemplar cuatrimotor de líneas aerodinámicas aparcado en el aeropuerto de Los Rodeos.



O los camareros que demuestran sus habilidades cuasicircenses al atravesar toda clase de obstáculos en la calle de La Carrera, sin que se les derrame ni una gota sobre la bandeja que llevan en equilibrio, en un insólito concurso de camareros, ante el regocijo general.




Hay otro tipo de eventos que llevan a los cineastas aficionados a salir con lo puesto para recogerlos con sus cámaras. Son los sucesos luctuosos, las catástrofes naturales, los incendios fortuitos, todo aquello que atrae de manera irremediable la atención de la gente. Constituyeron, casi desde el principio del cinematógrafo, y siguen siéndolo en las noticias de los telediarios, objetivos prioritarios de los camarógrafos, que convierten en espectáculo para satisfacer la necesidad morbosa del espectador.

Ya sabemos que las primeras y más ricas imágenes del archipiélago corresponden a un operador anónimo de la empresa Gaumont (hay otras más anteriores, las de Lumière, de las que solo conocemos por las noticias), que atraído por la efímera erupción del volcán Chinyero, en la falda norte del Teide, aprovechó para capturar imágenes de un Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria ya desaparecidas.

El incendio de la llamada Casa del Miedo, donde fueron asesinadas varias personas y posteriormente asaltada por escuadrones de falange, ofrece imágenes bellas e impactantes, con la casa y su entorno envueltos en una espesa nube de humo.




Otro incendio memorable fue el de la iglesia de San Agustín, de la que todavía se conserva su esqueleto, con las columnas y los arcos devorados por el fuego, justo en el punto cero de la ciudad (en el centro de la circunferencia del trazado de la primitiva ciudad).

Yo conocía de oídas la existencia de estas imágenes, tomadas por Eduardo Charif, uno de los destacados cineastas de los años 60, que junto a Enrique de Armas y otros aficionados, constituyeron la UCALA (Unión de Cineastas amateurs de La Laguna), pero recelaba de cedérselas a la Filmoteca Canaria, y no había manera de poder verlas.

Después de muchos años he podido ver el cortometraje y conocer a su autor. No se trata de imágenes apresuradas como yo había pensado, sino de un documental memorable, muy bien filmado desde puntos de vista distintos y con un montaje que sabe transmitir el drama humano y el esfuerzo en sofocar inútilmente las llamas, en un intento de salvar cualquier objeto u obra de arte. Me contó que vivía en la calle Heraclio Sánchez, que en aquel entonces era una zona rodeada todavía de campo, y estando en la azotea vio una espesa columna de humo. Tenía, como siempre, su arma cargada (el 8mm. era muy delicado y a la mínima se podía velar el contenido), rodó un plano general  desde allí y salió hacia la calle de San Agustín para ver qué pasaba.



En 1973, dos años antes de la muerte del dictador, el iconoclasta equipo Neura rodó una fulgurante recreación en clave de farsa de la conquista de Canarias. El paso de un grupo de estudiantes, ataviados en plan carnavalesco como las huestes conquistadoras, con un Fernández de Lugo a la cabeza, a todo lo largo de la calle de La Carrera, ante la mirada de los curiosos, hizo trizas la sucesión de imágenes de La Laguna (tan serias siempre, tan magnificadas), en este montaje un tanto apresurado que la Filmoteca Canaria ha confeccionado para la ocasión, donde una música de fondo unificaba imágenes extraídas de distintas fuentes con el fin de hacer más digerible su carácter silente.

En este fragmento de la “Crónica histérica, la conquista de Tenerife”, los personajes pasan por delante de aquellas imágenes emblemáticas, las de la Catedral y la torre de la Concepción, desacralizándolas.

Las imágenes idílicas de la “I Fiesta de la Cometa”, con los niños jugando y construyendo casas y cosas con material reciclado, en la verdeante ladera de la Mesa Mota, rodada en 1983, construyen otro imaginario, opuesto a La Laguna rural idealizada, cuyo añorado recuerdo anida en la romería que todos los años se celebra, con su recorrido de vacas, bueyes y cabras por las calles de la ciudad. 

Ahora, la gente de la ciudad vuelve al campo para ser de nuevo felices, aunque sea por un rato volando cometas. Es el vivo retrato de una España que daba la espalda al franquismo y vivía ilusionada en la naciente democracia. 





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