En Aguere Espacio Cultural proyectan imágenes de La Laguna
que la Filmoteca Canaria ha ido recopilando durante años. Son fragmentos de
películas de cineastas amateurs que rodaron sus películas en 8mm. en los años
50 y 60, o de películas más antiguas, como la ya célebre “El ladrón de guantes
blancos” del año 1926.
Hay una arqueología de las cosas y una arqueología de la
imagen de las cosas. Cuanto más atrás en el tiempo las imágenes son más
desvaídas. El paso del tiempo actúa también en ellas, desgastándolas. Al mismo
tiempo, el recuerdo que guardamos de ellas se hace más brillante. Todos podemos
imaginarnos el esplendor de las antiguas pirámides, a pesar de no haberlas
visitado nunca, cerrando por un momento los ojos.
Pues de esto se trata. Las imágenes van destilando en
nuestra mente, fotograma a fotograma, la imagen de un mundo, un imaginario, que
se contrapone a lo real.
El ojo mecánico de las cámaras de cine se ha paseado por las
calles y fachadas de los edificios emblemáticos de la ciudad de La Laguna, dejando
una huella indeleble. La Laguna celebra este año su decimosexto aniversario por
haber sido destacada como Patrimonio de La Humanidad, gracias al trabajo de María
Isabel Navarro, al descifrar el original diseño del trazado de sus calles (“La Laguna
1500: la ciudad –república. Una utopía insular según las leyes de Platón”)
Y sin embargo, mirando ahora estos retazos de películas
antiguas, comprobamos que los hombres de cine han fijado una y otra vez los
mismos edificios (la Catedral, la torre de La Concepción, el Obispado),
fachadas que no han cambiado su aspecto durante décadas, definiendo una ciudad
anclada en el tiempo, un tiempo inmemorial.
imágenes cedidas por la Filmoteca Canaria
Parte de la responsabilidad de esta mirada ideologizada se
encuentra en el proyecto cultural franquista, a través del Departamento de
Cinematografía de la Vicesecretaría de Educación Popular, que en 1943 instituyó
el NO-DO con el lema “el mundo al alcance de los españoles” con la prohibición,
a partir de entonces, de rodar películas de no ficción sin el permiso
pertinente.
Con esa idea de colocar un velo ante la mirada de los
españoles (como lo hace ahora mismo Tele5, por poner un ejemplo), los
reporteros del NO-DO se acercaron al municipio de La Laguna para rodar un claro
ejemplo de “lo más característico y peculiar” de cada pueblo, la ejecución de
una paella gargantuesca en Bajamar, el barrio costero de La Laguna, donde el
cocinero, especialista en romper guinnes, dirigía la operación subido a una
grúa.
Un año antes, el cineasta Rafael Gil, autor de renombrados
largometrajes del cine español de la época, se vino a Canarias para rodar
varios cortometrajes (“Islas de Gran Canaria”, “Islas de Tenerife”, “Fiesta
Canaria” y “Tierra Canaria”), dentro de una vasto proyecto inconcluso, con
motivo de la Exposición de las Islas Canarias de 1941.
Cuando Rafael Gil se acerca a La Laguna, se encuentra con
una ciudad que le recuerda las viejas ciudades castellanas, y planta la cámara
tan solo ante aquellos edificios que más se lo recuerdan. Edificios que, sin
duda alguna, representan los valores morales de su proyecto de dominio
ideológico (en el mismo cortometraje escuchamos que Candelaria es “el hogar de
la fe católica de todo el archipiélago”, Santa Cruz de Tenerife le parece ”el
gran faro de España en la ruta de las Américas”).
Curioso que en los documentales de los cineastas locales de
las siguientes décadas volvamos a encontrar las mismas imágenes. Al documentar
la celebración de la romería de San Benito o las procesiones de la Semana
Santa, dos de los eventos más representativos de La Laguna, los camarógrafos
enfilan la misma embocadura de calles con la torre de la Concepción al fondo.
Puestos a documentar más eventos de la ciudad, se fijan los
actos de la inauguración de la escultura del padre Anchieta o el entierro
multitudinario del obispo Pérez Cáceres, donde vemos la profusión de curas y
militares que tanto marcó el devenir de los plúmbeos años del franquismo.
Otra imagen que define muy bien aquellos años es la
celebración de una Primera Comunión en la iglesia de Tejina, donde un numeroso
grupo de niñas, con sus primorosos vestidos de novia, posa en la escalera de la
iglesia para la foto rememorativa. En la plaza, largas mesas se aprovisionan
para el banquete.
Me interesan los grupos humanos, los rostros entrevistos en
medio de las aglomeraciones en la inauguración de la flamante plaza del
Cristo, o la familia que admira
con curiosidad un ejemplar cuatrimotor de líneas aerodinámicas aparcado en el
aeropuerto de Los Rodeos.
O los camareros que demuestran sus habilidades
cuasicircenses al atravesar toda clase de obstáculos en la calle de La Carrera,
sin que se les derrame ni una gota sobre la bandeja que llevan en equilibrio,
en un insólito concurso de camareros, ante el regocijo general.
Hay otro tipo de eventos que llevan a los cineastas
aficionados a salir con lo puesto para recogerlos con sus cámaras. Son los
sucesos luctuosos, las catástrofes naturales, los incendios fortuitos, todo
aquello que atrae de manera irremediable la atención de la gente.
Constituyeron, casi desde el principio del cinematógrafo, y siguen siéndolo en
las noticias de los telediarios, objetivos prioritarios de los camarógrafos,
que convierten en espectáculo para satisfacer la necesidad morbosa del
espectador.
Ya sabemos que las primeras y más ricas imágenes del
archipiélago corresponden a un operador anónimo de la empresa Gaumont (hay
otras más anteriores, las de Lumière, de las que solo conocemos por las
noticias), que atraído por la efímera erupción del volcán Chinyero, en la falda
norte del Teide, aprovechó para capturar imágenes de un Santa Cruz de Tenerife
y Las Palmas de Gran Canaria ya desaparecidas.
El incendio de la llamada Casa del Miedo, donde fueron
asesinadas varias personas y posteriormente asaltada por escuadrones de
falange, ofrece imágenes bellas e impactantes, con la casa y su entorno
envueltos en una espesa nube de humo.
Otro incendio memorable fue el de la iglesia de San Agustín,
de la que todavía se conserva su esqueleto, con las columnas y los arcos
devorados por el fuego, justo en el punto cero de la ciudad (en el centro de la
circunferencia del trazado de la primitiva ciudad).
Yo conocía de oídas la existencia de estas imágenes, tomadas
por Eduardo Charif, uno de los destacados cineastas de los años 60, que junto a
Enrique de Armas y otros aficionados, constituyeron la UCALA (Unión de
Cineastas amateurs de La Laguna), pero recelaba de cedérselas a la Filmoteca
Canaria, y no había manera de poder verlas.
Después de muchos años he podido ver el cortometraje y
conocer a su autor. No se trata de imágenes apresuradas como yo había pensado,
sino de un documental memorable, muy bien filmado desde puntos de vista
distintos y con un montaje que sabe transmitir el drama humano y el esfuerzo en
sofocar inútilmente las llamas, en un intento de salvar cualquier objeto u obra
de arte. Me contó que vivía en la calle Heraclio Sánchez, que en aquel entonces
era una zona rodeada todavía de campo, y estando en la azotea vio una espesa
columna de humo. Tenía, como siempre, su arma cargada (el 8mm. era muy delicado
y a la mínima se podía velar el contenido), rodó un plano general desde allí y salió hacia la calle de
San Agustín para ver qué pasaba.
En 1973, dos años antes de la muerte del dictador, el
iconoclasta equipo Neura rodó una fulgurante recreación en clave de farsa de la
conquista de Canarias. El paso de un grupo de estudiantes, ataviados en plan
carnavalesco como las huestes conquistadoras, con un Fernández de Lugo a la
cabeza, a todo lo largo de la calle de La Carrera, ante la mirada de los
curiosos, hizo trizas la sucesión de imágenes de La Laguna (tan serias siempre, tan magnificadas), en este montaje un
tanto apresurado que la Filmoteca Canaria ha confeccionado para la ocasión,
donde una música de fondo unificaba imágenes extraídas de distintas fuentes con
el fin de hacer más digerible su carácter silente.
En este fragmento de la “Crónica histérica, la conquista de
Tenerife”, los personajes pasan por delante de aquellas imágenes emblemáticas,
las de la Catedral y la torre de la Concepción, desacralizándolas.
Las imágenes idílicas de la “I Fiesta de la Cometa”, con los
niños jugando y construyendo casas y cosas con material reciclado, en la verdeante
ladera de la Mesa Mota, rodada en 1983, construyen otro imaginario, opuesto a
La Laguna rural idealizada, cuyo añorado recuerdo anida en la romería que todos
los años se celebra, con su recorrido de vacas, bueyes y cabras por las calles
de la ciudad.
Ahora, la gente de la ciudad vuelve al campo para ser de nuevo
felices, aunque sea por un rato volando cometas. Es el vivo retrato de una
España que daba la espalda al franquismo y vivía ilusionada en la naciente
democracia.
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