En 1968, unos meses antes de que volaran adoquines en la calles de París, rodé un cortometraje con los compañeros de estudios en la Universidad Laboral de Tarragona, bajo los auspicios del iconoclasta Godard y en la estela de los nuevos cines que revolucionaban Europa. No estábamos allí para aprender cine, sino que conformábamos, para bien o para mal, la primera promoción de Ingenieros Técnicos.
Mi estancia en la ULT no dejaba de ser un accidental desvío de mi vida, que yo había proyectado hacia las letras, pero que por una decisión paterna me vi impelido a abandonar la seguridad de mi lugar en el mundo, a los quince años, para viajar hasta la lejana Zamora e ingresar en su universidad laboral, para al año siguiente visitar la de Córdoba y, por fin, ser uno más de los internos de la universidad laboral de Tarragona, uno más de los chicos de chaqueta de sky. La ULT fue un remanso de paz después del infierno de Zamora, de obligada misa y comunión diaria, bajo la estricta vigilancia de salesianos, en los inmensos dormitorios comunales y en el paseo dominical por las calles de la ciudad.
Pero Tarragona era otra cosa. Mantuve un perfil bajo el primer año, tras mi máster en Zamora sobre cómo pasar desapercibido, hasta que, mediado el curso, tocaba el llamado paso del ecuador, que consistía en actividades varias. Como a nadie se le ocurría nada más allá de la comida protocolaria y la actuación de la tuna, alguien pensó en el colega de letras y me propusieron montar una obra de teatro. De aquella puesta en escena de unos guiones de Adolfo Marsillach sobre el mundo del cine, debimos quedarnos con ganas de continuar haciendo cosas parecidas. Descubrimos que el padre Valverde, un cura que desde su cubículo en el edificio de los dormitorios debía procurar elevarnos la moral, gestionaba las sesiones de cine en el campus de la universidad y era poseedor de un equipo completo de rodaje en 8mm. No sé cómo, me vi involucrado en la organización de unas sesiones de cine club para los cursos superiores y tuve a mi disposición el equipo de cine amateur con total libertad.
En la aventura del cine club tuve un encontronazo con las altas esferas en un momento dado. Había programado dos películas de Godard, su primeriza Al final de la escapada y y Pierrot el loco. La sala estaba ya al completo, los alumnos sentados esperando que se apagaran las luces y comenzara la sesión, justo entonces me llaman de la dirección. Entré en la sala de juntas y me encuentro ante un montón de profesores sentados alrededor de una larga mesa, con el rector al final de la misma, mirándome todos con desaprobación.
El rector me recriminó que cómo se me había ocurrido programar dos películas calificadas para mayores con reparos de un cineasta tan inmoral como Godard. Pierrot estaba calificada con un 4, para mayores con reparos, es decir, te advertían de que si la veías cometías un pecado mortal. Yo me hice el bobo diciendo que estaban en la lista del material de las distribuidoras y que las había elegido por el título. Para no armar un escándalo permitieron la proyección de A bout de souffle, al estar los estudiantes a la espera, preguntándose por la tardanza, pero prohibieron la siguiente sesión programada. Ese año conseguí incorporar a los estudiantes de maestría, que estaban en otro edificio, a las sesiones de cine. Como la universidad subvencionaba estas actividades en función del número de alumnos, dispusimos de más dinero para alquilar películas más caras.
A parte de ver películas y coger el bus para escaparnos unas horas a la ciudad, otra de las actividades de los internos era gastar tinta y papel y cartearnos con las chicas que habíamos conocido en verano o, los que habían tenido más suerte, con las novias que estarían esperándolos al terminar los estudios. Entre enviar una carta y esperar la respuesta podían pasar más de diez días. Mientras tanto, era muy probable que conocieras a alguna chica de Tarragona y salieras con ella. No fue mi caso, pero sabíamos de algunos que seguían al pie de la letra el dicho popular de más vale pájaro en mano que ciento volando, de modo que este fue el argumento del corto que nos proponíamos hacer, contar la historia de un chico que se cartea con su novia y al mismo tiempo sale con otra.
Escribí el guión pensando en las películas que había visto. El verano anterior había rodado mi primer corto en Barcelona, pero mis conocimientos de cine se basaban en las miles de horas en la sala oscura, maravillándome por un plano secuencia o sintiendo el vértigo de un movimiento de cámara. De las películas que veía apenas podía recordar el argumento, atento a los cambios de plano del montaje y a las entradas y salidas de los personajes del encuadre. Las recién inauguradas salas de Arte y Ensayo, en una tímida maniobra aperturista con la finalidad de que nos dejaran entrar en el mercado europeo, o las escapadas a Francia para ver el cine prohibido, nos ofrecieron una mirada nueva sobre el cine. Era el momento de la nouvelle vague, del free cinema, del nuevo cine español. Alain Resnais, Luchino Visconti, Agnés Varda, Vera Chytilová, Alexander Klugue, Michelangelo Antonioni, Basilio Martín Patino, José María Nunes y un sin fin de nuevos realizadores, se adueñaron de nuestro imaginario.
El resultado fue Más vale pájaro en mano, dirigido a cuatro manos entre Fernando Castelo y yo. Le ofrecimos los papeles protagonistas a Joaquín Rabionet, un chico gerundense, y a varias chicas de Tarragona amigas de alguno de los compañeros de curso. La idea era que una de las chicas escribiera el texto de la carta, para que resultara más auténtico. La selección musical, muy acertara, se llevó a cabo a partir del inmenso catálogo de discos que llenaban las estanterías del pequeño cuarto de la radio, desde donde se seleccionaba la música que amenizaba nuestras conversaciones en los dormitorios.
Visto ahora, en el cortometraje puedo rastrear las influencias de toda una época, los planos nocturnos de La noche de Antonioni, el carácter epistolar de Nueve cartas a Berta de Patino, el sonido asincrónico a lo Godard o la utilización de la música pop en Noche de vino tinto de Nunes, que habría visto unos meses antes en el cine Publi.
Rodado en los diversos espacios de la universidad laboral, en las calles de la ciudad de Tarragona y en el anfiteatro romano, el corto ha adquirido con los años una relevancia patrimonial, testigo de una manera de ser y estar en el mundo que algunos verán con añoranza, sobre todo para los exalumnos de esta universidad que podrán reconocerse en el uniforme, las famosas chaquetas de sky que se nos facilitaba al llegar, en el inmenso comedor acristalado, en los pasillos techados que comunicaban los distintos edificios del campus, y en los dormitorios donde se contaban los últimos chismes. Es posible que constituyan las únicas imágenes en movimiento de la universidad de entonces. En una de las imágenes de la ciudad, los carteles del estreno de Senso de Visconti y de un recital de Manolo Escobar compartiendo el mismo espacio, resumen el ambiente cultural de la época.
La bobina de este cortometraje estuvo en las estanterías mi casa durante años, junto a las bobinas de otros cortos en 8mm., algunos sin terminar. Ya no disponía de un proyector para este formato, que fue sustituido por el más versátil Super8. Apenas me acordaba de aquellos cortos. Por fin me decidí a digitalizarlo y llevé la bobina a un laboratorio en Barcelona en uno de mis viajes. Resultó que la imagen se conservaba bastante bien, más allá de las rayaduras y los saltos de los empalmes, pero el sonido era espantoso, no se entendía nada de las voces y la música era casi imposible de identificar. No había más remedio que reconstruir la banda sonora por completo, sustituir la música, doblar las voces y añadir los ambientes.
Me metí en youtube para rastrear los grupos de música pop de los 50 y 60 sin encontrar ninguna de las piezas musicales y ni tan solo con las apps de búsqueda las pude identificar. René Martín filtró la banda sonora y Joaquín Ayala descubrió que dos de ellas eran del grupo Los Relámpagos y la tercera era una pieza musicada del grupo Manfred Mann. Estuve escuchando las voces en off y conseguí finalmente reconstruir los textos casi por completo. También hallé, en una carpeta, entre otros documentos, partes del guión. Solo faltaba encontrar a varios actores para que prestaran sus voces.
Le pedí ayuda a Daniel León Lacave y organizó en su casa, en Las Palmas de Gran Canaria, una sesión de doblaje. La actriz Cathy Pulido puso la voz en over de la carta de la novia del pueblo y Borja Texeira la del estudiante. Nos faltaba la secuencia del dormitorio del final, pero solo teníamos un par de frases. Borja, el propio Dani y su hermano Sergio improvisaron el diálogo, acomodándolo a la acción, a los gestos de los internos y al movimiento labial, con un resultado más que aceptable, aunque tuve que editarlo y mezclar palabras y frases de los distintos intentos, añadiendo una banda sonora que se pareciese a la música que sonaba en los dormitorios antes de acostarnos.
Me tomé alguna licencia en la sonorización del corto, sobre todo en la secuencia de la cafetería, al cortar el sonido en el momento en que el estudiante se atreve a poner la mano sobre la de la chica, tras fumarse varios cigarrillos y apartar la tetera que se interponía entre los dos. Este era el momento culminante del corto, al describir el ambiente represivo que se respiraba en los sesenta en España. Había ideo subiendo el volumen del ambiente, mientras la voz de Borja se aceleraba, reforzando la idea del doblaje original, consistente en que el sonido debía subrayar el nerviosismo del protagonista. Cuando consigue cogerle la mano se hace el silencio. Tan solo en el cambio de plano, al iniciarse la panorámica hacia el aparato de televisión que emite un capítulo de la serie Embrujada, se reestablece el sonido realista del ambiente.
Del rodaje se me han borrado todos los recuerdos, como si nunca hubiera estado allí, y sin embargo me reconozco en el resultado. Conservo unas fotos del rodaje en una de las calles de Tarragona con la actriz protagonista avanzando hacia la cámara. En otras, se me ve con Fernando Castelo junto al tomavistas, seguramente era él quien manejaba la cámara. Hay una de grupo con las chicas, algunos compañeros de la laboral y el padre Valverde, quizás disfrutando de una actividad tan ajena a su cometido.
Una vez subido Más vale pájaro en mano a Youtube inicié la búsqueda de las personas que intervinieron en el rodaje, que de momento ha sido infructuosa. Eso sí, localicé un grupo de Factbook de exalumnos de la laboral de Tarragona, y el cortometraje ha causado una pequeña conmoción, con comentarios de todo tipo, al identificar los lugares y a algunos de los estudiantes que aparecen. Juan Gutiérrez comenta: “despierta añoranza y algo de ternura, cine de arte y ensayo de la época, tal vez con alguna influencia de Truffaut o Godard”. Tomás López Orejón, en su blog claseturistadepaso le dedicó una entrada, recomendando el corto. Han transcurrido más de 50 años.
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