Recién llegado de La Palma, para acudir a una cita una y otra vez postergada, el compromiso de presentar una de mis piezas en El Festivalito que había asumido con José Víctor Fuentes, incansable entusiasta capaz de contagiarnos su visión del cine. En la edición del pasado año me habían seleccionado Teatro de sombras pero a última hora la amenaza del Covid pudo con nosotros y no acudimos a aquella cita. Ahora, cercado de nuevo por un virus que se extiende como un incendio de última generación, arropado por la presencia del palmero Facun Pérez que me acompañó para presentar Aguavivas, nuestra penúltima colaboración, él tras una incansable cámara en movimiento, pude traspasar el umbral del Centro Cultural del Paso y participar en un coloquio breve pero enjundioso junto a Agustín Domínguez, que presentaba Traslúcidas, y Andi Concha, con sus dos cortos de animación muy personales, 2,35 m y Drawn.
En un principio solo estaba programado el corto documental de Agustín Domínguez, pero mi imposibilidad de permanecer en la isla más allá del domingo y el exquisito respeto por los creadores por parte de los que gestionan el festival desde las bambalinas, me permitieron alterar los planes iniciales y poder compartir la sesión con Traslúcidas. Andi Concha se sumó al discreto caos y adelantó la proyección de sus cortos y su presencia por motivos similares.
Ya me habían advertido de la dificultad de los cambios, pues además de la logística se trataba de sesiones temáticas, reuniendo durante aquel primer día de proyecciones, aquellos cortos que plantearan y denunciaran la trata de mujeres. Sin saber todavía de qué temática se trataba, especulé alegremente con que Aguavivas, por su extrema ambigüedad, tanto temática como genérica (me refiero aquí a los géneros del cine), podía acomodarse a todo tipo de clasificaciones.
Tras la proyección, José Víctor Fuentes aclaró los motivos de la proyección de tan dispares cortometrajes, pero yo me permití, cuando me dieron la palabra, de desmentir las afirmaciones del director del Festivalito, y explicar por qué las tres propuestas que allí se presentaban no eran tan distintas, pues tanto Agustín, Andi Concha y yo mismo habíamos efectuado un procedimiento similar de transformación de los materiales de partida en materia cinematográfica, Agustín desde su militancia de un cine conectado con la realidad más acuciante, Andi desde el diseño y la experimentación visual, y yo mismo desde la narrativa.
En mi caso partía de un artículo científico leído en la prensa sobre las comunidades pelágicas, una lectura que me sugirió la absurda idea de incorporarlo a un corto, superponiendo el texto sobre unas imágenes que no tuvieran ninguna relación con el tema, solo para ver qué ocurría. Esta feliz ocurrencia me llevó a pensar que el espectador, tras una inicial extrañeza, llegaría a percibir, si aceptaba entrar en el juego, un significado que estuviera más allá del texto y más allá de las imágenes, relacionando la inocua excursión de una pareja por lo intrincado de un bosque con la vida de las aguavivas mecidas por las corrientes de los océanos, como si las personas y esos bichos acuáticos de los que se habla pertenecieran a un mismo ecosistema, llevados también nosotros por las corrientes de opinión y nuestros propios devaneos vitales.
Agustín Domínguez nos contó que la imposibilidad de visibilizar los rostros de las mujeres que iban a contarnos sus historias, y las dificultades del rodaje sometido a las incertidumbres de la epidemia, le llevó a superponer las voces narradoras en primera persona sobre imágenes que tampoco tuvieran que ver directamente con lo narrado, sino que lo expresaran mediante el desarrollo de metáforas visuales muy simples (el ahogamiento, el autolavado como limpieza de una vida anterior, el carrusel, el mar purificador) que adquirirían la efectividad deseada gracias a un concienzudo trabajo de depuración en la puesta en imágenes que lograra conectar con el espectador.
Lo curioso, es que este empeño en transformar las ideas en materia estética nos llevaba tanto a Agustín como a mí, desde territorios distintos, hacia un cine conceptual, muy cercano a la poesía, que sí abraza con soltura Andi Concha con sus trazos simples para contarnos historias complejas, tan complejas como una dificultosa comunicación con su abuelo, que plasma en 2,35 m mediante invisibles muros contra los que se estrellan una y otra vez los personajes del abuelo y la niña, y la historia de un hombre que nace con un lápiz que le permite dibujar su propia vida, de cómo es (somos) capaz de ir solucionando las propias dificultades de la vida diseñando nuestro propio salvavidas.
Drawn, de Andi Concha |
De manera que sí, desde un documental que se quiere un grito de auxilio, o desde la simple narración de un periplo vital que se pretende lúdico y trascendente, o desde la esencialidad de un trazo abstracto que deviene puro deleite estético, las tres propuestas, gracias al azar, adquieren una inesperada relación tan solo por proyectarlas en continuidad.
Las soluciones estéticas de Aguavivas surgieron también de la imposibilidad del contacto físico durante los largos meses de cautiverio. Cómo resolver una relación amorosa si el actor y la actriz no pueden acariciarse, eso me preguntaba. De ahí a imaginar el erotismo de un reflejo de la luz proyectado sobre el cuerpo, el cosquilleo intencionado, la reciprocidad, el goce. La actriz cierra los ojos y su rostro se encadena con el fluir de la cámara registrando el esplendor floral de la primavera, una imagen onírica, la expresión de un sueño gozoso. El corto se cierra con el juego de otras luces recorriendo los cuerpos, las de las linternas que empuñan y proyectan uno sobre el cuerpo del otro, en una carrera sin final en la noche de los tiempos, luces que podrían sugerir la fosforescencia de las aguavivas en su inconsciente deriva.
Terminó nuestro turno de palabras frente a la apenas docena de personas desperdigadas por la sala y un fluir de personas acudieron a la siguiente sesión, la proyección del corto de Lozano Mabel y un debate sobre la visibilización de las mujeres en exclusión social que el cine facilitaría. Cortos necesarios, debates imprescindibles ante una problemática que el hambre, la guerra y el cambio climático agravará en un futuro cercano.
El Festivalito se dejaba fluir, mientras actores y creadores, desperdigados por toda la isla, se dejaban mecer en su erótica cinemática, empujados por el deseo, hasta la proyección final, la apoteosis esperada.
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