martes, 2 de julio de 2024

EL FESTIVALITO: CRÓNICA APRESURADA DE CINCO DÍAS FRENÉTICOS

Acudo junto al actor Miguel Ángel Rábade a La Palma para presentar el largometraje Mujer Gato y aprovechamos los días para sumarnos a la energía creadora de más de doscientas personas, perdidas por toda la geografía de la isla, en el intento de hacerse con alguno de los premios de La Palma Rueda. 




Todos los cineastas se han traído sus cámaras, equipos de sonido de lo más sofisticado y los portátiles para la edición de los cortos. Actores y actrices desplegaban sus ardides para que los directores se fijaran en ellos y así conseguir el personaje capaz de seducir al jurado. Los cineastas se ayudaban entre sí y oficiaban las diversas tareas que concurren en un rodaje, turnándose en uno y otro corto, haciendo la fotografía, recogiendo el sonido o editando, y también se dejaban filmar y ocupaban el espacio junto a los actores acreditados.


Nosotros llegamos el martes y nos perdimos el pistoletazo de salida, allá en El Paso, cuando se formaron los grupos y salieron en estampida a por las localizaciones adecuadas: algunos optaron por la orilla del mar o la sombra de los pinos, otros se dejaron llevar por el hipnotismo de las cenizas, los rescoldos de un fuego que inspiraron uno de los cortos más interesantes.


 


proyección de Mujer Gato en el Teatro Circo de Marte


Tanto es así que, en las sesiones de cine, tanto en El Paso como en el Teatro Circo de Marte, apenas pusieron los pies y solo se les vio en el recital de Albert Pla y en las sesiones de cine al aire libre, tanto en la calle del Apurón, junto a Casa Tey, como en la Plaza de Santo Domingo, donde se les reconoció por lo enfoguetados que estaban, coreando aquello de festivali-TO,  palmeando rítmicamente con la música, o lanzándoles a los actores “vamos, mátale de una vez” en las más gore, mientras se tomaban una cerveza y los vecinos trataban de dormir.



                                                                                                                                                                            



Ya el jueves (el viernes tenían que entregar el corto antes de las 12 en un pendrive), empezaron a dejarse ver por las calles de Santa Cruz de La Palma. Veo a un chico cámara en mano persiguiendo a una pareja o filmando una entrevista y pidiendo a todo aquel que se hallara a su alcance que interviniera en su corto.  A mí sin ir más lejos me hizo mirar hacia la rama de un árbol y luego ponerme unas gafas bicolores porque la rama era el sol en pleno eclipse y luego teníamos que aplaudir, de modo que me salió la vena golfa y tras un par de gestos de alta comedia le pregunté al que parecía el director (solo porque se hallaba en una posición de altura, en lo alto de la escalinata) si le había parecido bien o tenía que hacerme más el bobo. Luego, al ver la película, me di cuenta de en realidad había un presunto suicida en lo alto de una azotea. Casi todos los cineastas, los más curtidos y los en ciernes, se esforzaban para despistar al espectador y hacer creer que no todo es lo que parece y sorprenderlo. No es mucho lo que se puede hacer en cuatro minutos.


Ese mismo jueves por la tarde me tropiezo con el periodista Benjamín Reyes en la calle Real, que viene de la librería Itaka para ver cómo va la venta de su libro, que acaba de presentar sobre Miguel Brito, el pionero del cine en Canarias. Solo queda un ejemplar y me apresto a adquirirlo para mi biblioteca particular de cine canario. Es increíble, me dice Benjamín, que en Tenerife haya una calle dedicada a su memoria y aquí, su lugar de nacimiento, nada de nada.


Al día siguiente me encuentro a Jorge Lozano VandeWalle, otra de las figuras más importantes del cine canario, que conozco desde  los años 70.  Me dice que la calle Real es la más larga del mundo, pues puedes tardar todo un día en llegar al otro extremo, por los encuentros y desencuentros con amigos y desconocidos (algo así como la calle Carrera en La Laguna pero en palmero). Ya habrá ocasión de hablar de Jorge más adelante con la extensión necesaria, pero allí estuvimos, frente al Ayuntamiento, mientras la banda de música se preparaba para un concierto, casi una hora contándonos mil historias.



con Jorge Lozano


Recorriendo la calle más larga del mundo encuentro a Melo Junior apresurado, cosa rara pues siempre dispone de unos cuantos cuartos de hora para contarnos lo que se cuece, y me aclara que va en busca de un equipo de sonido, y al rato me lo vuelvo a encontrar en dirección contraria con dos botellas de vino vacías en la mano. Tanto me intriga (en un corto esos dos planos contiguos ya estarían contando una historia) que le seguí hasta uno de estos palacetes de la calle Real y allí estaba Mario Iglesias, una presencia constante en el Festivalito, preparando su corto. Junior me presenta a todas las personas allí reunidas: “Josep Vilageliu que ya lleva rodadas más de 50 películas” (el dato se lo he suministrado yo). Y debe ser una buena carta de presentación porque todos me saludan y algunos hasta me cuentan su vida. Resulta que Miguel Moreira, un actor de teatro clásico, se encontraba estos días por La Palma para ver las estrellas, y como ese día amaneció nublado y amenazaba lluvia decidió pasarse por la capital y va y se encuentra con una actriz amiga suya y como no sabía qué era eso del Festivalito la sigue y ya Mario Iglesias lo tenía sentado en una mesa de lo que va a parecer un restaurante como figuración. Aprovechan para ficharme, pero ya sé de qué va eso, pues tras cuatro horas de esa especie de curro que consiste precisamente en no hacer nada, al final quizás ni salgas. 



Mario Iglesias preparado su corto


Yo quería ver Absolución, de Juan Alfredo Amil, que me pareció fascinante, y tampoco quería perderme La Hojarasca, que tanta expectación y premios estaba recogiendo, y de las que hablaré en otra ocasión, y que junto a Mujer Gato completaban la programación en el Teatro Circo de Marte. José Víctor había afirmado en una entrevista que las películas que se iban a exhibir en esta antigua gallera eran las mejores de este año, y yo que se lo agradezco. Aprovecho para decir que preguntamos de dónde le venía este nombre al teatro, y es por lo circular de su platea y porque la cruenta pelea de gallos, antes tan popular, debía ser del favor del dios de la guerra. En los años 70 viví durante unos meses en un piso alquilado, encima de una farmacia de la calle Real, y me veía todas las películas que se programaban en los dos cines que existían entonces, el Teatro Circo de Marte, donde también se exhibían espectáculos de variedades y teatro, y en un cine ahora sustituido por un feo edificio de pisos en la plaza de la Alameda.



     presentación de La Hojarasca


En medio de todo esto, decidimos matar el tiempo rodando también nuestro corto y a ver qué tal. Laly desde Tenerife había wasapeado con Paloma Albaladejo, diciéndole que yo iba a rodar y contaba con ella, pero Paloma iba ya por su tercer corto, y yo aproveché para grabar a Rábade mientras a ella le caía un chapuzón en pleno bosque (luego vimos que era donde le ofrecía una pala a un mal hombre para que se cavara su propia fosa, una escena que curiosamente habíamos presenciado la noche anterior en el último corto de Juan Padrón). Les dije que me apetecía hacer un Antonioni, La notte es lo que me vino a la cabeza tras ver cómo se vaciaban las calles a partir de las 11 de la noche (en los 70 se vaciaban a las 9), de modo que cogí el móvil (no tenía otra cosa) y empecé a grabar al actor como que buscaba a alguien. Luego me dijeron que más que un Antonioni parecía una escena de thriller, pero decir un Antonioni, o un Visconti, porque las calles de Santa Cruz de La Palma a esta hora parecían el decorado de una ópera, es un mero juego que a nosotros nos divierte.


También podríamos decir que era un corto autobiográfico, porque al llegar a la la residencia habitacional (ahora les llaman así) que nos tocaba, resulta que para entrar a la habitación había que darle a un código y el código que nos facilitaron no abría ninguna puerta, hasta que… bueno, lo pueden ver en el corto, porque era tan gracioso lo que nos había pasado (Rábade es filólogo y tampoco él supo “leer” el simple mensaje explicativo), que decidimos iniciar el corto con esa escena tan de Tati. Luego nos decíamos: "estamos bajo código". En fin, que el Festivalito te pone, y empiezan a pasarte cosas absurdas y se te ocurren mil disparates que cuando llegas a casa te parecen eso, disparates, como lo de imaginarnos que vamos a hacer otra película entre Marco Polo y Buñuel.


La gracia es que cuando quisimos inscribir el corto empezaron las dificultades. Lo habíamos rodado durante una noche y la mañana siguiente, y tras grabar el último plano en el interior de Casa Tey, mientras Miguel y Paloma se acababan las cervezas yo aproveché para editar el corto con el iMovie y les dije "ya pueden verlo", y ellos, que se creían que iban a ver el plano que habíamos hecho, se encontraron con el montaje completo. Vale, tengo que admitir que también yo quedé sorprendido por la facilidad de editar en el móvil. Eso sí que es cine digital, pensé, y no lo que se hace en el Festivalito: el mío se edita con el dedo.


Pero había una pega, había que añadir la entradilla del Festivalito, y ya les digo, el móvil tiene sus limitaciones. Tampoco podía manipular el sonido, y en una de las tomas se me oía dando instrucciones a los actores, pero la magia del Festivalito es que se trata de una especie de ONG en la que todos se ayudan y siempre hay alguien conocido comiendo en la mesa de al lado, estés donde estés. Melo Junior (quién si no) me presenta a Pablo Silva y le sigo hasta su pensión, donde edita su corto, pero no hay manera de pasar el mío desde el móvil a su portátil, y cuando ya lo hemos conseguido me lo quiere enviar por WeTransfer para que, ya de vuelta a mi móvil, lo pase a un pendrive, pero cómo. Es en este preciso momento cuando me mira con estupor y me dice "es que ustedes no se ha traído nada". Claro que no, nosotros estamos aquí por Mujer Gato.






Son casi las doce de la mañana del viernes, hora límite para entregar los pendrives, cuando llegamos al Centro de Interpretación de la Bajada de la Virgen (oh, cielos, en qué idioma), sede este año del Festivalito, pongo los diez euros y me inscribo, me dan el número 37 y me dicen "esperen a que los llamen". "No sé qué ocurre ahí abajo", me dice Rábade, "pero  no veo salir a nadie". "Ahí al lado hay un museo de cine", me dice otro cineasta en lista de espera, "hay tiempo de sobra". 


Sorpresa, es la casa van de Walle. Al principio no la reconozco, pero sí, allí estuve en el paleolítico del cine canario viendo con Jorge Lozano y con Loló y sus amigos Muerte en Venecia pero es que no reconocía la casa. Me cuenta Jorge que antes había una plaza arbolada en pendiente desde las escalinatas del convento hasta la puerta de su casa, pero a alguien se le ocurrió levantar allí un parking para 27 plazas y es precisamente encima donde se proyectan esa noche los cortos de la sección Andrómeda, la de los chachis, un grupo de cineastas que han acudido casi desde los comienzos del Festivalito y ahora, al saludarse entre ellos, se reconocen como que han pasado los años y se sienten un poco mayores frente a la horda de chavales de la sección Lyra,  y lo que son las cosas, cuando se proyecta al día siguiente la selección de ambas secciones,  reconozco que las de los Lyra son más frescas, hay ingenio y narración, mientras que los otros, no sé, quizás ya se repiten. Detecto también un dulce paso de relevos. Las ganadoras, tanto en la sección Lyra como en la de Andrómeda, son mujeres: para una es su primer corto; la otra lleva varios años presentando sus piezas en Visionaria. Dos cineastas más experimentados las ayudan, uno en la fotografía y el otro en la edición, pero de los cortos que ambos presentaron, uno quedó fuera de la selección y el otro obtuvo un accésit por la banda sonora.


Por otra parte, tengo que reconocer que el público era muy bueno y protagonizó una de las mejores anécdotas de la noche. Al final, ya eran casi las dos de la madrugada, y los cortos habían empezado a proyectarse a las 5 de la tarde, y tantos eran, que por error se proyectó uno dos veces. Consistía en un coche circulando por una carretera con curvas en pleno bosque y al final pasaba lo que todo el mundo esperaba, que se la pegaba detrás de una curva. Al proyectarla por segunda vez, los espectadores empezaron a advertirle al conductor que por ahí no, por ahí no, gritando a pleno pulmón. 


El Festivalito, a pesar de las curvas de su andadura durante casi veinte años, sigue impertérrito hacia adelante, llevando a cuestas a los cineastas de antaño, y abriendo la puerta para que sigan subiéndose al tobogán nuevos talentos de lo visual, contadores de historias, prestos a decir verdades mediante la mentira del cine, este ha sido el  año de las mujeres, irrumpiendo delante y detrás de la cámara, de películas en blanco y negro, historias susurradas y locuras impensables. 




 




 

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