Justamente hace 50 años que llegué a Tenerife, el año que vio la luz, proyectado sobre una pantalla blanca, la Crónica Histérica. La conquista de Tenerife. Durante este primer año rodé un corto con Teo Ríos y después un largo producido por Eduardo Camacho con un grupo de teatro de sordos. A principios del año siguiente me metí en unos cursos de teatro y allí conocí a Laly y a Juan. Con Laly me casé a los pocos meses y Juan nos rodó la boda. Juan, Fernando y Alberto me adoptaron, o yo les adopté a ellos, y rodamos su siguiente film, un film salvaje de casi una hora que nos unió más y para siempre
A excepción de la Crónica histérica, los cortos que se proyectan en el TEA este jueves fueron rodados a lo largo del año 1975 y ahora los presentamos en tres bloques. En el primero, que yo denomino “Colaboraciones Influencias”, Fernando Puelles se empeñó en que se proyectaran dos cortos míos, Preludio y Un día en Tenerife, pues su teoría es que les influyeron a ellos, no sé en qué medida, o bien su locura me contagió, sobre todo en el documental antiturístico rodado en Lanzarote, aunque el título diga otra cosa. Juan colaboró en ambos diseñando la banda sonora.
Los dos cortos, a diferencia de los que había filmado el año anterior, están realizados desde la inconsciencia, llevado por la pulsión de capturar la fulguración de los paisajes canarios y llevármelos de recuerdo. Al llegar a la isla, me sorprendieron las formas, los colores, incluso los olores, de las calles, los edificios, las plantas, las flores de los árboles, el color de la arena, el vértigo de las alturas, las casitas recóndidas, la lava petrificada, las guaguas tan distintas a las de ahora, en fin, que todo era distinto, espectacular, y sabía que al poco tiempo esta nueva realidad se iría haciendo un hueco en mi cabeza y pronto ya no sentiría lo mismo, no lo miraría con la misma sensibilidad, casi al borde de las lágrimas, con que lo miraba en aquellos primeros días del mundo.
De modo que me iba por ahí y lo filmaba todo. Un día me hallaba entretenido capturando con el tomavistas unos dragos en la cuesta de San José, en Breña Baja, me hallaba en el patio ajardinado de una casa abandonada y filmaba un lavadero, las tejas ya caídas, las puertas desvencijadas y de pronto, no supe de donde habían salido, unas niñas se metieron en el encuadre, mirándome con curiosidad. Mi objetivo era el entorno, no las niñas, así que moví la cámara, hice una panorámica y encuadré otra cosa, pero las niñas no cejaron, querían sentirse actrices por un rato, divertirse con el chico de la cámara, y así, dejé que el azar trabajase por mí, que las niñas realizaran la película y no yo.
50 años después, todavía no he averiguado quienes eran aquellas niñas, no he vuelto a proyectar estas bobinas que se muestran así, prácticamente sin montaje, tal como fueron filmadas. Joaquín Ayala escribió un hermoso ensayo sobre mis primera películas y afirma que Preludio es mi mejor obra, una obra de azar, añadiría. Mi mérito fue darme cuenta de ello, ponerle un título y pedirle a Juan que eligiera una música, un preludio, de ahí el título. Luis Sánchez-Gijón Cañete, colega del Yaiza Borges ochentero, me dice en un wassap que este corto, al verlo proyectado en el Círculo de Bellas Artes, le causó una fuerte impresión (ya me explicará algún día por qué). En la misma sesión él presentaba con 13 años una “peliculita”, así la llama él, realizada foto a foto con unos muñecos de Madelman, La gran aventura de Supermán, creo que se llamaba, y todavía se acuerda de que hablé muy bien de ella.
Un día en Tenerife era una broma, destinada a soliviantar al serioso público de las sesiones de cine en el Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife, pues está rodada en Lanzarote, también foto a foto. Manejaba el coche de alquiler con una mano y con la otra disparaba al paisaje que huía como una transparencia. Eran tiempos, ya entonces, en los que veíamos un futuro de hoteles, y no nos gustaba nada. Al ir a catalogarla, me llamaron de la filmoteca porque no encontraban ninguna imagen de Tenerife.
Vista desde la distancia, Preludio anticipa mi prevalencia por lo real, la convicción de que lo más interesante se halla delante de tus ojos, o un poco más allá, en una esquina del encuadre. A veces, empeñados en seguir el guión a rajatabla, nos perdemos lo mejor.
Los Neura me atraparon al pedirme que les hiciera la fotografía de su siguiente film, y Laly y yo nos sumergimos en el sinsentido de un rodaje interminable, donde el guión cambiaba cada día, si es que existía algo con ese nombre, y todos nos lanzábamos a rodajes que resultaban performances, no importaba que la cámara no llevara rollo, que nadie me dijera desde donde rodar ni qué rodar, cuando ni siquiera ellos, llevados por la locura, sabían qué iba a hacer cada cual. Contagiado de esta locura, proponía yo disparates y todos los aceptaban sin más, al igual que celebraba yo sus disparates. Todo era muy artesanal, a mi se me ocurrió poner delante del objetivo papeles de celofán de colores para teñir la escena de amarillo o de verde o de rojo, como en el cine mudo. Al sonorizar la película, intentaban encajar el sonido grabado con un magnetofón en los labios de los actores, y tenían que hacerlo frase a frase, o incluso palabra por palabra, intentando que no se les colara el runrún del proyector.
Fernando cuenta que quería hacer la película más mala jamás filmada, pero yo me empeñaba en realizar la mejor película del año, y la colisión de estas intenciones tan opuestas, dio con lo que acabó llamándose Vamos a desenmascarar al padre Manolo, bueno, vamos.
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