La proyección de tres cortometrajes inéditos en el TEA el jueves 20 de marzo, uno rodado en 1968 en 8mm., otro con un tomavistas de super8 en 1974, y el tercero grabado con un Iphon12 en 2024, suponen una especie de reivindicación de lo pequeño frente a la proliferación de la ultradefinición de las cámaras de última generación, un regreso a la sencillez ante las narrativas sofisticadas cuando no tendentes a la espectacularización.
El cine se mueve por modas, y cada uno toma su modelo del gran supermercado de lo visual. Cada película es hija de su contexto, y la tecnología empleada deja su huella, gracias a la cual somos capaces de datar un filme. El zoom se impuso en los años 70 y 80, luego se puso de moda la cámara temblorosa, ahora la tecnología se ha dispuesto para que todos corramos a enfocar y desenfocar el fondo, incluso los nuevos móviles se han apresurado a integrar el modo cine para que juguemos con el enfoque selectivo, incluso después de haber hecho la foto.
A unos les gusta aislar a los personajes del fondo, a mi me gusta que todo esté enfocado y delego en la planificación y la puesta en escena modular la narración. Todos se vuelven locos con la alta definición, como si la imagen así compuesta resultara más vívida, más real. Veo una contradicción entre querer verlo todo en su detalle y luego apagar una parte con el desenfoque.
Qué quieren que les diga, quizás sea por mi miopía, tardé varios años sin saber que era miope y estuve viviendo en un mundo desenfocado, y sin embargo estaba convencido de que era así como se veían las cosas, con sus contornos difusos, los colores y las formas mezclándose, una visión cercana a la vanguardia, que también desdibujaba el mundo para que fuese más real. Estoy seguro de que no me gusta el fútbol porque de pequeño mi padre me llevaba a casa de unos amigos para ver partidos de fútbol en un televisor en blanco y negro, y yo no entendía qué hacían aquellos jugadores corriendo de un lado a otro por el campo al no ver la pelota tras la que se afanaban.
Además, ahora les ha dado por reescalar el cine antiguo, con la excusa de la restauración de las películas, y así, la suavidad de los rostros del celuloide adquiere el detalle monstruoso de los poros que la alta definición nos sirve en primer plano. Ya no los árboles nos impiden ver el bosque, es que ahora podremos extasiarnos con el detalle de las cortezas y las sinuosidades del musgo que los cubre.
La calidad de los soportes no tiene que presuponer la calidad del resultado, hay cuadros enormes en las grandes pinacotecas y dibujos extraordinarios ejecutados en un trozo de papel, seguramente el repiqueteo de dos maderas golpeándose rítmicamente en lo más profundo de la selva sea más grandioso que la sofisticación de una gran orquesta.
Mi contribución a lo pequeño es más modesto, quizás sea debido a las carencias, a no disponer de lo otro, pero para mí tiene un atractivo añadido, no necesito tres años para levantar un proyecto sino que me dejo llevar por impulsos, como si lo real me llamara, tirara de mí. Cuántas veces el movimiento de las personas, de las cosas y de los animales a mi alrededor se han confabulado para ponerse de acuerdo y componer una puesta en escena perfecta, que pocos segundos más tarde se ha disgregado en el caos cotidiano. Y qué irrefrenables ganas de tener en este momento una cámara dispuesta en mis manos para fijar el milagro de la vida.
Hace poco un amigo me invitó a ver la performance que iba a ejecutar en el interior de una librería de Barcelona. Éramos diez o doce espectadores, que nos íbamos trasladando por las diversas dependencias del local a la zaga de mi amigo el bailarín, y bueno, siguiendo un impulso, me puse a grabarle con el móvil. Al principio era un espectador más frente a él, pero poco a poco me fui atreviendo a buscar otros puntos de vista para encuadrarle mejor, para establecer las relaciones significativas entre su cuerpo en movimiento y los libros que nos contemplaban desde las estanterías o desde la superficie de las mesas donde exhibían sus suculentas portadas. Y como no recibía señales de que pudiera molestar me vi inmerso en la performance con la aquiescencia del bailarín, y a partir de un determinado momento mi ojo móvil se movía con él, adaptándose a su cadencia, y ambos bailábamos.
Escribir con la cámara, la cámara stylo, como anunciaba ya Alexander Astruch en el año 1948, justo el año en que nací yo, al decir que "la puesta en escena ya no es un medio de ilustrar o presentar una escena, sino una auténtica escritura", y precisamente la aparición de las ligeras cámaras de 16mm, permitía que se pudiese llevar a cabo aquella promesa de un cine liberado de las imposiciones de los estudios, un cine sin guión, imaginado sobre la marcha, en íntimo contacto con los actores y con la vida. Ninguno de aquellos cineastas del nuevo cine americano, que prometían repartir cámaras de cine entre los futuros cineastas para que hicieran con ellas lo que quisiesen, podía imaginar que en un futuro podrían disparar con un pequeño objeto que se podía esconder en el bolsillo.
Esa es la gracia de lo pequeño, y como todo el mundo se pasea exhibiéndose desvergonzadamente ante los ojos móviles de los demás y de los suyos propios, uno pasa desapercibido en medio de la multitud intentando capturar un instante de vida, como si con el móvil le fuéramos dando dentelladas al mundo. Fútil actividad. A veces me acuerdo de Monet, desesperado por capturar la luz cambiante de la catedral de Rouen.
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