martes, 20 de julio de 2010

estreno de DC Ada


Por fin el jueves estrenamos en Tenerife mi documental autobiográfico DC Ada. Digo lo de autobiográfico porque mi amigo Gregorio Martín, que coordinó un ciclo de películas con el sugestivo título de "Cineastas frente al espejo" en el Festival de Cine de Las Palmas, me dice que cumple con los requisitos para que una obra pueda ser considerada autobiográfica, uno de los cuales es la inscripción del cineasta dentro del film, y ¿cómo lo podía hacer si era yo quien llevaba la cámara?

Pues muy sencillo, me aclara, es cuando a ti se te ve reflejado en un espejo. Yo pienso más bien, si a lo que jugamos es a las etiquetas, que es un documental más cercano al llamado cinema verité: es un relato de viaje, está rodado en presente y volcado hacia el otro. Es, más bien, la huella que me quedó del viaje que hicimos Laly y yo para visitar a nuestra hija, que se doctoraba en la Universidad afroamericana de Howard.



No me pregunten por qué, pero nada más salir del control de inmigración, puse en marcha mi pequeña cámara que grababa en formato miniDV, y empecé a registrar todo lo que ocurría a mi alrededor. Entraba en un terreno desconocido, en el lugar donde suceden las películas. Llegamos de noche, un amigo de Ada nos acompañó en su coche, y ella empezó a contarnos cosas de aquella ciudad donde ella vivía desde hacia varios años, ya su ciudad, y nosotros, que tan sólo veíamos luces que relampagueaban en medio de la oscuridad de las calles, nos nutríamos del relato de Ada, mientras el ojo de la cámara se movía inquieta desde los rectángulos impenetrables de las ventanillas del coche al rostro de nuestra hija que hacía tanto tiempo que no veíamos.



La cámara me acompañó durante aquellos cinco días, pegada a la cintura, de tal manera que no estaba claro para la gente si estaba realmente filmando o no, o ya se acostumbraron a verme pegado a la cámara, pero lo cierto es que las compañeras de piso donde vivía Ada, casi todas latinas, se comportaron con total libertad, como si yo no existiera, porque lo importante era acompañar a su amiga en los actos que la universidad organiza todos los años para celebrar la graduación de tantos chicos afroamericanos, y de los procedentes de algunos países africanos, y de una minoría de hispanos, muchos de ellos de Puerto Rico, y entre todos ellos Ada, y Laly y yo integrados de alguna manera en esta comunidad, no como turistas sino como padres.



Tampoco tenía muy claro donde podía filmar y donde no. Mantenía la cámara siempre alerta, rodando a medida que pasaban cosas, o perdiéndome otras que ya no iban a repetirse, fragmentos de conversaciones, momentos de tensión porque había pasado algo o de alegría o de alivio, que me parecían significativos, irrenunciables, y que la cámara no registraría. Pero es así la relación conflictiva entre el cine y la vida, entre vivir el presente o intuirlo ya como pasado.



De este modo, DC Ada recoge de manera fragmentaria, como un diario escrito sobre la marcha, algunos de los momentos inolvidables, esos momentos en que no pasa nada, tan queridos por el cine moderno, pero llenos de vida, tanto en el piso que compartía Ada y donde nos quedamos a dormir, como en los recintos de la Universidad de Howard donde se sucedieron las celebraciones y que duraron tres días, tanta es la importancia que esta comunidad le da a la graduación y al doctorado de sus estudiantes. Parte de la película también sucede en Haydee, un local de comida mexicana, que estaba a la vuelta de la esquina y donde Ada y sus amigos acababan muchas noches tomando un margarita y escuchando rancheras.

El último día coincició con el Día de la Madre, y allí, en medio de aquel batiburrillo de objetos, entre los que destacaba la pantalla gigante de video, un reproductor de música de brillantes colores y el escudo del Barcelona CF, apareció un trío de mariachis que caldeó el ambiente de nuestra despedida. Isa Castells, que vio algunas secuencias del documental, cuando todavía lo estaba editando, cuenta en feisbuc que aquello no se parece nada a Washington sino a Méjico.

Y esta es quizás la conclusión a la que uno llega al poco de aterrizar en Washington DC. Tiene uno que irse quitando las imágenes cinéfilas que todos guardamos en nuestra memoria visual, y es cuando ya no queda nada, el momento en que empieza a enfocarse la ciudad verdadera, emergiendo como la suma de muchas culturas, de la amalgama de influencias diversas, como si en vez de una ciudad fueran muchas ciudades que conviven en planos de realidad paralelos.


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