El equipo en peso de Gran Angular se traslada a Tenerife
para mostrar el palmarés de la XI edición SREC (San Rafael en Corto). Este año
se inscribieron 500 cortometrajes, se mostraron 200 durante una semana y el
público seleccionó 18, que son los que el sábado pasado se exhibieron en el
Espacio Cultural Aguere.
Contemplar esta selección de cortometrajes de menos de seis
minutos tenía un doble interés. Por un lado, poder pulsar las preocupaciones
estéticas y narrativas de los cortometrajistas canarios, y por otro ver por
donde andaban los tiros en cuanto a los intereses y gustos del público.
Esperaba una gran afluencia de público, sobre todo entre los
cortometrajistas de la isla, algunos de cuyos trabajos se mostraban ese día. Al
llegar me encontré con una larga cola de gente joven que me afirmaba en mis
expectativas, pero en un momento dado todos ellos desaparecieron tras la puerta
de una de las salas de la planta baja, donde se representaba una obra de
teatro. Me asomé con timidez en la sala 3 y la encontré vacía. Vamos a esperar
unos minutos, decían los desolados organizadores, a ver si llega alguien.
Esta muestra se realiza en Vecindario, en el municipio de
Santa Lucía de Tirajana, una población que se ha expandido en los últimos años
a lo largo de la carretera que comunica las Palmas de Gran Canaria con el sur
de la isla, gracias al crecimiento del sector servicios y al desarrollo
comercial. A pesar de hallarse a 35 kilómetros del centro cultural de la isla,
ha conseguido poner en marcha un proyecto cultural autóctono, gracias al empuje
del asociacionismo juvenil y a la participación social.
El teatro Víctor Jara,
un edificio que alberga varias salas donde se desarrollan todo tipo de eventos
culturales, cursillos y diversas actividades, dispone de un envidiable espacio,
en forma de anfiteatro, para la exhibición de teatro, danza, y cómo no, de
cine, con un aforo que permite la asistencia de más de mil espectadores.
Es en la sección oficial de cortometrajes, cuya duración
nunca puede sobrepasar los 6
minutos, donde diariamente los espectadores eligen sus cortos
preferidos. Como no hay premios en metálico, los organizadores se comprometen a
exhibir los mejores cortos, según el público, por las islas. Esto es el catálogo.
En la sesión del martes, por ejemplo, se proyectaban algunos
de los cortos que más premios habían obtenido en el concurso de rodajes exprés
La Laguna Acción, que se había llevado a cabo unos meses antes, el musical Nice
song de Lamberto Guerra y la hilarante M.M.U. de Gabriel García, donde los
elementos del mobiliario urbano, buzones, papeleras, semáforos, expresaban sus
quejas. Pues bien, el público se decantó ese día por un corto intimista de
Esteban Calderín rodado en Gran Canaria, un corto satírico de Sergio Taño
rodado en el norte de La Palma y un corto dramático de Daniel Suárez rodado en
Alemania y hablado en alemán.
¿Existen públicos diferentes? ¿Influye que aquellos cortos
se hubieran grabado en una isla distinta del lugar donde se desarrolla la
muestra? ¿O fue que en La Laguna el público mayoritario estaba más o menos
relacionado con los diversos equipos de rodaje que competían entre sí?
Lo que sorprende es la gran variedad de tonos, narrativas,
estilos visuales y géneros cinematográficos en los 18 cortos que integran el
palmarés de este año, a tres por día de los dieciocho o diecinueve cortos que
se exhibían en cada sesión. Como la duración se limita a 6 minutos, muchos de
los cortos presentados fueron realizados en los concursos de cine exprés que
han proliferado por las islas, a la sombra del Festivalito de La Palma, y que
surgieron justo cuando el Festival que impulsó el cine de guerrilla tuvo que
suspenderse por falta de apoyos.
Se trata, pues, de unos cortos rodados en pocos días (dos o
tres e incluso en 24 horas según las normas de cada concurso), sin tiempo para
pensar, organizar o disponer de lo necesario, con un casting sobre la marcha, y
en una limitación de espacio (a veces el propio municipio). Estas limitaciones
determinan unas opciones narrativas y temáticas que pueden llevar a la
contención o al desbordamiento.
Una contención que se deja sentir en los tres minutos
escuetos que dura Medianoche, el corto de José Medina, donde una chica busca
las palabras precisas para no herir a su pareja, intentando decirle que
deberían dejar de vivir juntos. En un primer momento, parece que está hablando
a través de la distancia por medio de un dispositivo digital, pero es la imagen
de su compañero en la pantalla de la tableta la que le permite no encararse
directamente con él al utilizarla como una barrera. En un instante, en lo que
dura un plano, emergen una serie de consideraciones muy actuales sobre la
pérdida de lo real en las relaciones humanas, donde la virtualidad puede unir o
separar, permitir la comunicación o entorpecerla.
Contención figurativa en el nuevo corto de Agustín Domínguez
rodado en el campamento de refugiados en Tindouf, con los niños sahauríes de la
escuela. En Soy pequeñito Agustín Domínguez filma a los niños quietos y
mirando a cámara, como para una fotografía, y narra la historia como un cuento
mediante imágenes de una gran simplicidad, que funcionan como alegorías sobre
la solidaridad, tanto individual como colectiva. El niño recorriendo la
montaña, la selva, el desierto o el río (magnífica la imagen de la palangana y el paraguas en medio del patio), que no debe tener miedo a pesar de su
pequeñez porque siempre habrá alguien a su lado que lo cuide y que lo guíe, nos
lleva directamente a la idea de un pueblo chico que necesita la solidaridad de
otros pueblos.
Este corto se realizó durante la celebración del Festival
Internacional de Cine del Sahara (FISÁHARA), con el cual la Agrupación Cultural
Gran Angular, organizadora de San Rafael en Corto, lleva colaborando durante
los últimos siete años. Algunos de los cortometrajes realizados en la Escuela
de Cine del Sáhara se han exhibido en el Teatro Víctor Jara, en los ciclos
sobre Cine y Solidaridad que acompañan las sesiones del Festival y constituyen
una parte importante del mismo.
Otro corto cuya contención narrativa, de apenas un minuto,
resulta fulgurante es Blanco y negro, de Guillermo Groizard, que juega con la
frontalidad para oponer el mundo ficticio de los sueños (representado mediante
el género musical), al mundo real (tomar una simple decisión), en el que el
rostro de la actriz, mirando a cámara, resulta muy turbador.
Esta relación entre el mundo real y las expectativas que nos
hacemos del mismo es el tema de Hashtag, el corto de Óscar Santamaría, con la
actriz y también realizadora Marine Discazeaux, que interpreta a una estudiante
de Erasmus insatisfecha por su destino en el interior de la isla de Gran
Canaria, lejos de las apetecibles playas. Para que su frustración no se
trasluzca en las redes sociales construye un imaginario capaz de engañar a sus
amistades mediante un simple truco visual.
La preocupación por lo virtual, ese mundo futuro en el que
ya vivimos, es visto como una pesadilla en Digital Detox, de la cual es
inútil intentar escabullirnos. Gabriel García opta por el humor absurdo para
contarnos la historia de un pobre adicto a los dispositivos digitales que trata
de sobreponerse mediante la lectura de un libro de autoayuda. La abstinencia le
lleva a convertirse en un sectario que huye de la proximidad de los móviles
como de la peste, que le persiguen incluso en el fondo de una piscina,
recorrida por un nadador que se sumerge para hacerse una selfie, en uno de los
momentos más divertidos del cortometraje.
Es un humor sin aristas, que se desborda en el histrionismo
de los actores y de las situaciones, que encontramos en Estaría guapo, el
corto sarcástico y manierista de Sergio
Taño, que mezcla el blanco y negro con las escenas imaginadas en color
(de nuevo la oposición entre lo real y lo ficticio). Encuadres imposibles,
aceleramiento de la imagen, forzamiento del color, encubren la imposibilidad de
una vuelta atrás para recuperar la vida pastoril de los antiguos canarios, una
felicidad filtrada por la falacia del presente.
Un presente visto con pesimismo, tanto por los jóvenes
realizadores como por el público que ha valorado estos cortos, y que se
comprueba una vez más en el corto postapocalíptico Casita de Pablo Fajardo,
que nos sitúa en un mundo arrasado donde lo peor que puede sucederle a alguien
no es ser el único ser vivo del planeta, sino que tenga que compartir su
soledad con su propia madre, que sigue viviendo en la cotidianidad insulsa anterior
sin apercibirse de lo absurdo de su situación.
Las primeras imágenes de Oculto en el corazón nos revelan
de inmediato que estamos ante un nuevo trabajo del prolífico director Esteban
Calderín, tanto por el clasicismo de su fotografía (esos colores pastel
característicos ) como por el aspecto de sus actrices, casi siempre las mismas,
y el mundo de los sentimientos que recorren su extensa filmografía, quizás aquí
en uno de sus trabajos más cortos. También en este enfrentamiento de caracteres
ante una situación luctuosa (el ex de una y amigo de la otra lucha entre la
vida y la muerte en la cama de un hospital), se nos expone una visión pesimista
de la vida, donde prima la inevitabilidad de la muerte.
La idea de la muerte y un excesivo pesimismo impregnan las
imágenes tanto de Invisible como de , y ambos trabajos se
ubican en los extremos de la contención y el desmelenamiento.
El corto que Daniel Suárez rueda en una población alemana
revela en su voz en over tanto un pesimismo esencial, inherente a la naturaleza
humana, como de crítica social (el homeless envilecido, apaleado y asesinado
alegremente por un par de descerebrados racistas), mientras que el compositor
frustrado del corto de Daniel Sainz llega al suicidio tanto por la
incomprensión de las mujeres (algo habrá hecho, digo yo, para merecer tal
desprecio), como por la de los dueños del cotarro en el mundo de la música.
Daniel Suárez en Invisible se impregna del consuetudinario
distanciamiento de determinado cine alemán (la frialdad en la fotografía, la
profundidad semántica), mientras que Karaoke en Tokio refleja el clima
convulso y febril del Festivalito de La Palma, que lleva a todos los actores a
la sobreactuación.
Me sorprende gratamente Oasis, firmado por Txetxu de La
Portilla, que se anuncia como videoclip, pero que transita por el imaginario
del cine de piratas, y transmuta la isla de Gran Canaria, gracias a unos
simples pero efectivos trucajes, en un territorio mágico, ofreciendo una mirada
primigenia del paisaje canario.
Pero la gran gozada del Catálogo se encuentra en la pieza de
Adrián León Arocha, ya un poco lejana en el tiempo, que rodó en un vagón de
metro en Madrid en un único plano secuencia en 2013, y que se propone como un
corto documental, social y musical, por decir algo sobre una pieza
inclasificable, entre lo real y lo ficcional, la performance y la puesta en
escena, en la que se mezclan sin que podamos discernirlo figurantes preparados
y usuarios del metro de Madrid, y que Adrián titula de manera reveladora “Madrid Subway wagon claps”.
Ya Daniel León Lacave, que suele rodar en Madrid en viajes
relámpago de fin de semana, me había advertido de la dificultad de rodar en las
estaciones de metro, cuando no cuentas con los permisos pertinentes.
De modo que puedo imaginarme a Adrián estudiando el terreno
como un general ante la batalla, intentando prever cualquier eventualidad.
Desconozco qué parte se debe a la previsión y cuál es fruto del azar, y
prefiero quedarme con mis impresiones que conocer el truco que desmontaría toda
mi teoría.
Lo cierto es que el plano secuencia se inicia en el arcén, con
la cámara siguiendo a una chica al subirse al vagón y termina dos estaciones
más adelante saliendo del metro detrás de la misma chica. En este intervalo se
desarrolla una escena cotidiana que todos hemos presenciado más de una vez, la
actuación de un par de artistas que tratan de ganarse unas perrillas para, en
palabras del que lleva la voz cantante (metafórica y literalmente), invertir en
Mercadona. El corto se presenta como un fragmento de vida robado, pero lo
maravilloso es saber que detrás hay un equipo de rodaje que permanece invisible
en todo momento.
También es importante conocer la trayectoria artística de
este joven realizador, que hizo sus pinitos en esto del cine siendo un
adolescente, y que tras unos
comienzos en el cine testimonial, muy plegado al suelo, sobre las pandillas de
jóvenes en los barrios marginales de Las Palmas de Gran Canaria (“El último
golpe” o “Slum boys” rodados en 2008 y 2009 respectivamente), ha ido derivando
hacia un cine más experimental en el lenguaje (la extraordinaria “Triángulo” en
2010, en el Festivalito), pero buscando los resortes de un modo de vida
relacionado con la música, en especial el hip hop.
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