La sala del TEA estrena cada fin de semana una película de
calidad, avalada por premios en festivales internacionales. Coincidiendo con el
día de Canarias, ha programado Los Días Vacíos, el segundo largometraje del cineasta
Daniel León Lacave, adscrito al movimiento del Cine Leve. Al mismo tiempo, la
Televisión Canaria ha emitido estos días una larga lista de producciones
canarias, tanto de ficción (“La senda” de Miguel Ángel Toledo, “Muchachos” de Raúl Jiménez, “Slimane”
de José Alayón ) como documentales (“Bregando historias”, el estreno de “Playing
Lecuona”), casi todas en horario prime time, así como la emisión de los
cortometrajes del Catálogo de este año, casi a medianoche como ya es costumbre.
Pensaba titular esta entrada del blog mirando hacia atrás
sin ira, apelando a la nueva mirada del Free Cinema sobre la sociedad, como
respuesta al estado catatónico del cine británico después de la guerra mundial,
aquellos angry men que se sintieron obligados a mirar el mundo cara a cara, y
dar visibilidad a la clases populares.
El free cinema se llenó de personajes que trataban de
reaccionar en una sociedad abúlica, acomodada. En “Los días vacíos” Daniel León
Lacave se remite a su propia experiencia como uno de los jóvenes de la llamada
generación Ni-Ni (ni estudia ni trabaja), sumidos en un nihilismo que les
impedía comprender en qué mundo se encontraban.
Dos son las cuestiones a las que debía dar respuesta. Una
atañe al llamado realismo social, al cual parece adscribirse este segundo
largometraje del cineasta “leve” Daniel León Lacave. El otro, tanto o más
peliagudo que este, es la representación de la juventud en el cine. Después de merodear
por distintos géneros (la comedia desmedida, el cine histórico, el cine de
compromiso, la metaficción o el
cine de ultratumba), se decide por
lo más difícil.
El realismo es un campo de minas porque, qué es lo real,
cómo lo represento. En el cine, arte de la apariencia, lo real es siempre un
simulacro, una representación.
Hace un año y medio, en septiembre de 2014, escribí en este
mismo blog sobre el reciente estreno de su primer largometraje “Crónicas del
desencanto”. Pensaba entonces que
después de aquel film de difícil encaje en el panorama del cine isleño, todos
esperábamos que lograse superar sus luchas internas para ofrecernos un cine de
mayor calado, más equilibrado, y no tanto una respuesta emocional a sus propios
estados de ánimo. Dani replicó que cuando ya no tuviera nada que contar de sí
mismo, de lo que sentía o de lo que pensaba, se retiraría del cine, porque de
alguna manera el cine es ese medio que lo conecta con la vida.
En “Los días vacíos” Daniel se mira a sí mismo desde la
distancia. Han pasado ya algunos años y la crisis se ha recrudecido, los desgraciados
milieuristas de hace una década son vistos ahora como unos privilegiados. Son pocos
los que siguen cobrando un sueldo respetable y no han tenido que abandonar el
país o mendigar los pocos y eventuales puestos de trabajo que nos ha dejado el
austericidio.
“¿Por qué se quejan los jóvenes?”, exclama la madre del
protagonista, “nosotros sí que lo pasamos mal”. Lo cierto es que en los 90
empezaba a ser difícil para los jóvenes encontrar un buen trabajo, pero todavía
la sociedad vivía en la burbuja de España va bien y lo que hay que hacer es
pedir créditos y rodearse de las comodidades que uno se merece.
La película está dedicada a “Nosotros, los que éramos
entonces”. Muchos espectadores, de distintas generaciones, se han sentido
identificados con el protagonista en su peculiar descenso a los infiernos, a
medida que veía reducirse sus expectativas en la vida. No hay resquemor en esta
mirada, el lapso temporal transcurrido ha limado la ira (el free cinema hablaba
en tiempo presente), es más bien una mirada agridulce, aunque el film vaya
pasando de la comedia al drama, midiendo muy bien los tiempos.
El alter ego de Daniel León Lacave en el film trabaja en la
barra de un bar como camarero, pero Dani el cineasta no pudo acudir al estreno
de su largometraje en Tenerife porque era viernes y no podía abandonar su
puesto de trabajo en el bar donde sirve copas. La situación apenas ha cambiado
en cuanto a sus condiciones de vida, alterna trabajos esporádicos con estadías
en el paro. El paso de los años, el recrudecimiento de la crisis, ha conseguido
abrir los ojos a los jóvenes ensimismados de entonces, la sociedad ha ido
cambiando y hay una mayor implicación social.
El film se abre con un prólogo que nos sitúa en el tiempo:
el final de la mili, cuando las perspectivas de futuro se abren con todo sus
promesas intactas. Está resuelto mediante un único plano secuencia, la cámara
se acerca de modo imperceptible al grupo de muchachos, al final la cámara
retrocede, alejándose de ellos, para regresar a la posición inicial.
Desde este plano inaugural, sabemos ya cuál va a ser la
respuesta del cineasta ante las dos cuestiones enunciadas. En las antípodas de aquella cámara
desbocada de su anterior largometraje, con sus incesantes desenfoques y el
mareo de la cámara en mano, aquí se opta por un estilo contenido,
observacional, que dará prioridad a los planos amplios.
Sus jóvenes van a ser personas normales, sin psicopatías ni
traumas infantiles que los aboquen a soluciones desesperadas, nada de
comportamientos suicidas o jóvenes intoxicados por la droga y obsesionados por
el sexo, que pululan por el universo del cine sobre la juventud. En una
entrevista en el blog La noche intermitente, Dani asume que su película será
más aburrida que otras cintas españolas de parecida temática, como “Las
historias del Kronen” sobre los excesos de la clase alta, o “Barrio” que
denunciaba la situación de las clases marginales. No, “Los días vacíos” habla
de los jóvenes de clase media, una clase sin tanto pedigrí, pero que es la que
más ha sufrido con la crisis actual.
Escribió este guión hace ya diez años, cuando todavía tenía puesta
la fe en poder realizar películas con un presupuesto holgado, antes de que el
Cine Leve le hiciera abrir los ojos a la realidad y pudiera dirigir tantos
cortos y estos dos largometrajes con la libertad de quien cree en lo que hace y
lo disfruta, sin preocuparse por los dineros, donde menos es más y lo
importante es hallar la mejor alternativa para cada problema que se presenta
(Axioma: lo que se encuentra siempre es mejor que lo que se dejó atrás).
La semilla de “Los días vacíos” está en “Ruido”, ese rotundo
cortometraje donde una pareja dirime sus problemas en medio de una
manifestación y los gritos de la muchedumbre ahogan las voces de la pareja.
El joven protagonista de Los días vacíos intenta resolver
sus problemas sin darse cuenta de que a su alrededor están sucediendo cambios
vertiginosos que le incumben. Lo real irrumpe en su vida a través de la
pantalla de la televisión. Lo real se nos aparece con la apariencia
desdramatizada de los telediarios, una apariencia devaluada respecto al
aparente realismo de las imágenes del film, como si pertenecieran a dos
realidades distintas, separadas por la pantalla del televisor.
El protagonista habita el mundo de los sentimientos y los
dramas humanos, los de los otros, se desarrollan en un olimpo lejano. En la
textura del film se confrontan ambos mundos, mostrándose el televisor, siempre
encendido, como un objeto cotidiano, integrado en las rutinas familiares. Será
solo al final cuando las imágenes catódicas se muestren en primer plano, unas imágenes que interpelan tanto al espectador
como al joven protagonista.
Dani no le hace ascos al género y asume con pulcritud los estereotipos
obligados: por un lado los espacios de la discoteca o las caminatas nocturnas
sin rumbo, solo o con el imprescindible amigo, los miradores sobre la ciudad de
la que uno se siente excluido, los espacios familiares donde se desarrollan los
dramas propios de la rebeldía juvenil (¿quién no recuerda “Rebelde sin causa”?).
Por otro lado no faltan los flashbacks, las ralentizaciones ni las secuencias construidas a partir de una canción que las comedias de Hollywood entronizaron y ahora encontramos por todos lados.
Pero aquí la rebeldía no adquiere el carácter transgresor de
los dramas juveniles. Es un rechazo instintivo frente a los abusos de autoridad
que van jalonando su camino en busca de trabajo. O le provoca un estado abúlico
en la casa, ante la avalancha de recriminaciones que le lanzan cada vez que le
ven, frases que se repiten sin dejar huella, como si el pobre chico no
estuviera buscando este trabajo, como si toda la culpa fuese suya.
Y los flashbacks y las ralentizaciones se repiten como una
coda. Imágenes cliché que han impregnado el imaginario colectivo, cimentando
una fantasía. Imágenes edulcoradas que se confrontan con las imágenes de lo
real de la pantalla del televisor, como si ambas pugnaran por atraer su
atención.
Esta fantasía cinematográfica estaba ya en otro cortometraje
suyo, “En el lago azul” (2010), en el que se confrontaba con violencia el
nihilismo de una pareja, sentada en un paraje desolado del extrarradio, con imágenes paradisíacas,
inspiradas en el film para adolescentes del mismo título.
En las secuencias de montaje, tan útiles para condensar la
acción y hacer avanzar la narración, Dani ensaya estructuras temporales, como
ese ambiguo plano del beso al atardecer, mientras el protagonista deambula
melancólico junto al mar, que no sabemos si es un flash back o la expresión de
un deseo que luego se cumple.
Tras su aparente liviandad, hay un control absoluto de los
ritmos, de los encuadres, de los movimientos de cámara, de la puesta en escena.
Confiesa Dani que en esta ocasión el montaje se le trabó, añadió y quitó cosas,
cambió de lugar otras, rodó nuevos planos.
Dani, antes que cineasta, quiso ser dibujante de comics, y
suele hacer story boards para visualizar previamente los planos que desea
rodar. Después, ya en el set, se permite el lujo de improvisar con los actores,
buscando en los detalles la manera de convertir una situación recreada en lo
más verosímil posible.
Este film no es Cine Leve, afirmaban algunos seguidores del
cine de Daniel León Lacave, ante el despliegue de localizaciones de todo tipo,
ignorando que el Cine Leve es más una filosofía de trabajo, y por lo tanto
difícil de definir, y no un cine que se quiere pobre, minimalista.
Una anécdota que aclara esta manera de hacer cine: Dani
decidió iniciar el rodaje sin tener cerrada la producción, la idea era ir
rodando las escenas a medida que fuera disponiendo de las localizaciones, sin
ni siquiera tener el casting completado. Para ello empezó empuñando él mismo su
propia cámara.
Cuando estaban rodando una escena, con Iván Alamo y Kathy Pulido, pasó por allí Pablo
Gallego, que ya le había hecho la fotografía de su otro largo, y les preguntó
qué hacían. Sin pensárselo dos veces se apuntó de nuevo, aportando esa
maravillosa cámara Sony que filma de noche sin necesidad de focos.
Dani tiene fama de dirigir muy bien a los actores. El lunes,
al final de la última proyección (Dani pudo acudir finalmente a Tenerife), nos
fuimos a comer algo en la calle de la Noria, frente al edificio del TEA.
Estaban algunos de los actores, y también Enzo Scala, que había sido su
profesor de interpretación de todos ellos.
Como esta vez la cosa iba de gente joven, Dani había tenido que tirar de actores de menor edad que los que suelen trabajar con él, recién salidos de la Escuela de Actores, que no conocían sus sistema de trabajo, a excepción de Kathy Pulido, que sí había trabajado con él. Explicaron que al principio se sentían desconcertados, porque no les daba ninguna indicación. Pero ahí está el resultado.
Como esta vez la cosa iba de gente joven, Dani había tenido que tirar de actores de menor edad que los que suelen trabajar con él, recién salidos de la Escuela de Actores, que no conocían sus sistema de trabajo, a excepción de Kathy Pulido, que sí había trabajado con él. Explicaron que al principio se sentían desconcertados, porque no les daba ninguna indicación. Pero ahí está el resultado.
La acción de la película se desarrolla entre los años 1993 y 2001, con las noticias al principio de la intervención de las tropas españolas en Bosnia y el plano final del atentado de las torres gemelas en NY.
Esa ficticia separación de dos realidades, de lo individual
y de lo colectivo, que se condicionan mutuamente, abre también el film a modo
de paréntesis. Lo primero que vemos son los rostros de dos jóvenes que
descubren, fuera del encuadre, una imagen que les resulta incomprensible y la
consideran fea. Los dos jóvenes inician su andadura hacia aquello que comentan
y el plano se abre para ofrecernos la visión de una escultura colosal, enroscada
sobre sí misma, como el fósil de una animal prehistórico. Se trata de Lady
Harimaguada, la escultura de Chirino que se instaló en la avenida Marítima de
Las Palmas de Gran Canaria en 1999, y que la ciudad ha adoptado como emblema.
La escultura hace referencia a las jóvenes prehispánicas consagradas al culto, encargadas de la
educación en las maguadas, una especie de monasterios.
Es al cobijo de la gran escultura donde los dos amigos
dirimen sus penas y se lamentan de su infortunio, sin conocer el significado de
la escultura, como también se les escapa la importancia de las guerras, las
penurias sin fin de pueblos enteros, como si todo esto no fuera con ellos. Esa
escisión entre el yo y el mundo llevó a toda una generación de jóvenes a la
confusión y el hastío, al desasimiento político.
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