jueves, 8 de marzo de 2012

DOCUMENTAR LA REALIDAD

Las relaciones entre el aparato cinematográfico y la realidad siempre han sido esquivas y harto difíciles, pues muchos han querido ver la llegada del tren de los Lumière como una ficción y así lo corroboraron algunos niños de 4 años, tras ver el film varias veces, al intentar construir un relato con los pasajeros que descendían del tren.

Por otro lado, Méliès, padre fundador del ilusionismo en el cine, se aprestó a reproducir el descarrilamiento del tren en la estación de Montparnasse en 1895, pocos años después de que hubiera ocurrido.

A estas alturas, recomiendo que vean “La invención de Hugo”, donde, más allá del aparente cuento para niños, se agazapa una inteligente reflexión metacinematográfica por parte de Scorsese, sobre la ambivalente relación entre lo real y lo imaginado, y cómo uno de alimenta de su contrario, como las dos caras de una misma sustancia que al cineasta se le hace difícil distinguir y manipular.

Así me he encontrado yo cuando me vi abocado a la realización de un documental sobre el envejecimiento activo.

Un compañero de telefónica, al que apenas conocía, me llamó un día por teléfono. Había tenido la idea de hacer un corto, de cara a que al año siguiente, este 2012 en el que ahora nos encontramos, iba a ser el año europeo del envejecimiento activo, y descubrió que en la Asociación de Mayores de Telefónica de Tenerife, había, entre tantos jubilados y prejubilados, alguien que hacía cine.

Cómo encarar el reto. Ya tenía a mis espaldas alguna incursión en el género, y siempre de una forma una tanto forzada, pues a mí me place más el contacto directo con los actores, la búsqueda constante de otras maneras de decir, en un medio donde ya se ha dicho casi todo.

Sabía qué no quería hacer: el documental sabido (y aburrido), donde torsos parlantes cuentan, reflexionan o transmiten conocimientos ya sabidos, y que el director exprime hasta que ya no le queda ni una gota de vida; donde este mismo director conforma y fuerza la realidad para que coincida con sus ideas preconcebidas; donde el espectador sale satisfecho sin haber aprendido nada nuevo porque había total coincidencia con sus ideas.

Veo al documentalista como un cazador furtivo que se aleja de los pastos conocidos para introducirse en el espesor de la jungla. Lleva, eso sí, algunos pertrechos que le ayuden a encontrar la salida si se pierde irremediablemente: un pequeño guión, una escaleta mínima, un puñado de ideas del que pueda desprenderse fácilmente en cuanto vislumbre un retazo de lo Real.

Como en Hatari, el documentalista se apresta a capturar su presa

Hace unos días, cuando en el avión que me conducía a Madrid para una mesa redonda sobre la experiencia del colectivo Yaiza Borges en los años 80, abrí al azar un página de un libro editado por el Festival Internacional de Cine de Las Palmas, sobre el nuevo cine argentino, y me encontré con una reflexión de Martín Rejtman sobre su cine, un cine de ficción preferentemente, que iluminó alguno de esos recovecos que difuminan nuestro trabajo.

“Quería un registro, un aparato que registrara lo que estaba pasando”, comenta. “Me parece que muchas de las películas que se están haciendo intentan dejar atrás el lastre de tener que plantear a priori una problemática… y al ser ese análisis tan consciente, la vida y la sociedad quedan de lado, lo único que queda es esta problemática”.

Como a estas alturas ya había realizado el documental, me pareció que me había ceñido a este axioma: había intentado olvidarme de qué era eso del envejecimiento activo y abordar directamente a los hombres y mujeres que, empujados por el “reordenamiento” de las empresas (la vileza intrínseca de la lógica capitalista), o por haber llegado a la edad legal del jubileo, se encontraron de repente en el otro lado, expulsados de una forma de vida que daba sentido y había estructurado sus vidas. ¿Qué habían sentido? ¿Cómo habían encarado el cambio? ¿A qué se dedicaban ahora? ¿Qué pensaban sobre sí mismos?

Titulé el documental “Otros tiempos, otras vidas”, y me apresté a acercarme a estas otras vidas con la mayor de las humildades, en el intento, quizás vano, de que algo de estas vidas quedara prendido del objetivo de mi cámara.


imagen del desconcierto del documentalista

1 comentario:

  1. Todo lo que cuenta Josep es verdad. Lo curioso es que ésto es el principio de una historia que acaba de empezar.La sociedad esta inmersa en la busqueda de nuevos modelos, los jubilados no son extraños en la busqueda.El sistema se resiste y nosotros también: se siguen diciendo las mismas citas y argumentos de siempre.Y no es por ahí.Algo se mueve.Tendremos nuevo documental.

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