Jose Víctor Fuentes, Zacarías de La Rosa o Zac para los
amigos, uno de ellos o todos amalgamados en la figura desgarbada, aunque un
tanto maltrecha por el lumbago, que Joaquín Ayala nos presentó sobre el
escenario del Teatro Guimerá, con el secreto propósito de que desnudara su alma
ante el pequeño pero compacto grupo de espectadores que acudieron a una nueva
sesión de los Encuentros con el Cine, una feliz y necesaria idea que ha puesto
en marcha el colectivo Digital 104 en Santa Cruz de Tenerife.
Otra idea interesante, la de poner en contacto la primera y
la última obra de Zacarías de La Rosa, proyectando juntas para que se hablaran
entre sí La chica de la lluvia y Brklyn 11211, rodadas ambas en el barrio
de Williamsburg con quince años de diferencia, con el telón de fondo del
skyline de Manhattan, al otro lado del East River.
La primera versión de 11211 se titulaba "El barrio de avenidas que se bifurcan"
Cuenta Jose Victor que allí recaló huyendo de La Palma, con
el propósito difuso de estudiar cine. Pronto se le acabaron los dólares en la
gran manzana (pagó una barbaridad por tres meses de clases) y se encontró
perdido recorriendo las calles de Brooklyn, tal como vemos en los personajes de
esa ficción que ha llamado 11211.
Cuando rodó La chica de la lluvia con los amigos que allí
hizo pero con las aportaciones económicas de los amigos que dejó en Canarias
(¿inventaría Zac el crowfounding?), el barrio era el último refugio para los
latinos seducidos por NY carentes de recursos, cuando apenas se recuperaba de
los estragos del crack y de la cocaína, sucio pero lleno de vida, y que quince
años después encontró reconvertido en un barrio hipster, lleno de artistas y
bohemios y de negocios florecientes.
Rodó La chica de la lluvia en 16mm., y así es como pudimos
disfrutarla en el Teatro Guimerá, con su grano y el descuadre azaroso que la
proyección implica (y que nos retrotraía a otros tiempos). Como contaba Zac,
era un tiempo en que el 16mm. estaba ya obsoleto y los festivales pedían un
Betacam. Pero Zac no conocía otra cosa, no había oído hablar todavía del
digital que todo lo revolucionó y que él, años más tarde, recogería como
estandarte en la eclosión del Festivalito.
José Víctor Fuentes durante el Festivalito de La Palma en 2004
Siempre he pensado que La chica de la lluvia es su mejor
obra, uno de esos milagros que difícilmente se repiten. Zac lo confesó anoche.
También para él sigue siendo su mejor trabajo, y no sabe cómo llegó a hacerlo.
Es de un atrevimiento temerario, un dejarse ir con la cámara, influido por las
cintas underground que allí mismo, en el centro del mundo, descubriría
embelesado.
A partir de ahí, Zac ha ido reinventándose, en una búsqueda
de un nuevo cine, algo que quizás vislumbró en aquellos tempranos años de
aprendizaje, una nueva manera de mirar el mundo que se le escurre entre las
manos (esas manos que agarran la cámara) cada vez que se enfrenta a lo real.
Zacarías de La Rosa como el conejo imaginario de "90 minutos I love you"
Lo real son esas calles del barrio, las bicicletas amarradas
a los postes de la luz, un par de zapatos colgando de un cable sobre la calle,
los pasillos de un amarillo sucio con puertas a ambos lados de los edificios de
ladrillo, el batiburrillo del interior de los apartamentos sin compartimentar,
los cristales de tiendas y cafeterías donde se refleja indiscriminado lo de
fuera y lo de dentro, los pasillos laberínticos de las espaciosas lavanderías
como el lugar del encuentro azaroso.
Lo real son los rostros de los actores, el cansancio físico
de una noche sin pegar ojo que el objetivo de la cámara nos revela, los rastros
del alcohol o la marihuana, la exaltación de una noche de sexo que la
disciplina del día no logra disipar, la nostalgia de un recuerdo que algo
durante el rodaje ha disparado sin quererlo, las preocupaciones por no disponer
del dinero suficiente para terminar el rodaje, o por la ausencia del actor
principal en el que tanto se confiaba y que a última hora, cuando todo el personal
ya está en Williamsburg, ha dicho que no vendría.
Lo real es ese 11211 del título, el número del distrito
postal del barrio, que a Zac se le aparecía como un número mágico, dotado de
misteriosas claves narrativas, como si de un cuento de Paul Auster se tratara.
Un número que se lee de distintas formas: una simetría de unos que avanzan de
izquierda a derecha y de derecha a izquierda para acabar formando la pareja del
dos, o que leído de forma consecutiva nos cuenta cómo varias personas
solitarias pueden en algún momento formar una pareja para finalmente regresar a
su condición de individuos, y que es precisamente el argumento que Zac, cuando
era tan solo Jose Víctor, nos contaba en “La chica de la lluvia” y que ahora,
como Zac73dragón, nos ha vuelto a recordar en su Brklyn 11211.
Sobre esta base documental, que la cámara recoge
inmisericorde al encuadrar calles y apartamentos reales, Zac incorpora
personajes, que no dejan de ser trasuntos de él mismo, con retazos de sus
propias vivencias y transposiciones de relatos oídos y conversaciones
sustraídas en noches de insomnio.
Como nos recordó Joaquín Ayala, citando a
Alain Bergala, una película no deja de ser un documental de su propia gestión.
Y así, el apartamento es justamente aquel que los miembros del equipo ocupaban
durante la filmación, y los personajes están encarnados por los amigos que Zac
se trajo desde Canarias, una troupe que ha ido reclutando durante los años del
Festivalito, reconociendo afinidades, capacidad de improvisación y amor por
rodar sin la red de un guión establecido. Rodar es como vivir, un no saber qué
va a acontecer mañana, lanzarse alegremente a una aventura sin un final
entrevisto, dejando que los acontecimientos del día, la inspiración de cada
uno, vayan tejiendo el tapiz sin esfuerzo ni voluntad alguna.
Se supone que siempre hay un final. Llega el momento en que
el director decide cual va a ser la forma definitiva, el metraje que se va a
poder ver en una sala de cine. Zac va más allá y sueña que el cine digital no
tiene por qué adaptarse a este corsé de obra establecida, porque una de la
peculiaridades del digital es su extrema maleabilidad, lo fácil que es
reordenar planos y secuencias, conformar una versión distinta en un plis plas.
La versión que vimos en el Teatro Guimerá no es la misma que
se proyectó en el Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria.
Ni siquiera son dos versiones de una misma película. Constituyen dos películas
diferentes. Su intención era preparar un tercer montaje para proyectarlo en
estos Encuentros con el Cine. ¿Por qué, se pregunta, el cine no podría ser como
la música? Existe una partitura, pero la ejecución varía con cada concierto,
unos días la película funciona muy bien, en otras ocasiones algo falla, este
último montaje chirría, en las tomas que esta vez se eligieron los actores no
están tan convincentes.
El cine digital sería, para el niño Zac, un lego-cine que
tanto puede ensamblarse siguiendo un diseño prefijado como remontarse tantas
veces como uno quiera dejándote llevar por la inspiración del momento. El
lego-cine coexistiría, en la imaginación enfebrecida de un Zacarías de La Rosa,
con el dreamcinema, el cine soñado que persigue película tras película y que le
llevó, mientras editaba 11211, a Fuerteventura para dejar que la luz de Mafasca
le embrujara revelándole la verdad.
11211 es dreamcinema, nos dijo anoche, porque todo ocurre en la mente de los personajes. Todo es real e imaginado a un tiempo, real y tangible en los largos planos donde la profundidad de campo se erige como entidad estructuradora de la puesta en escena, y al mismo tiempo construida por la mirada del espectador, en los encuadres donde los espejos y los cristales de los escaparates nos abisman a otra realidad más profunda y desestabilizadora.
El cineasta Iván López le preguntó, en el turno de palabras, cuál había
sido el sentimiento que le había dominado durante la preparación de la
película. El vacío, afirmó categórico Zac, el vacío que le atenazaba a todas
horas en aquella su primera escapada fuera de su isla. Y sin embargo, en este
fluir monótono de la vida en que consiste la existencia, estallan de vez en
cuando estos instantes de compañía que la hacen más placentera, y que en 11211
emergen en su rareza mediante diálogos absurdos, improvisados por los actores,
a partir de unas pocas indicaciones del director. Un drama que se hace comedia,
o una comedia que se decanta por el drama, se preguntaba la productora Ana
Sánchez-Gijón, también entre el público.
11211 es un ideograma que expresa la simultaneidad a la
perfección, donde pueden coexistir el drama y la comedia, lo que ha acontecido
y lo que todavía no ha ocurrido, lo real y lo imaginado. Zac nos dice que los
acontecimientos narrados en el film no tienen por qué haber sucedido en este
orden, lo que le autoriza a cambiarlos de lugar o incluso a suprimirlos.
El cine, como la realidad, es un vacío al que intentamos
darle una forma mediante el montaje, que consiste en la disposición de una
precaria sucesión de escenas. El procedimiento clásico del montaje consiste en
un exquisito juego de prestidigitación que pretende que no veamos las inmensas
elipsis que separan cada una de las secuencias e incluso cada uno de los
planos, al igual que el extremo movimiento de los electrones y los átomos nos
hacen creer en la solidez de la realidad.
El montaje crea una realidad que no deja de ser otra manera
de ver el mundo y el dreamcinema sería una nueva puesta a punto para seguir
soñando la realidad.
Cuenta Zac que se subió a una azotea, dispuso el trípode y
colocó la cámara. Dos trenes en dirección opuesta se cruzaban, un robusto
edificio con su depósito de agua y una chimenea echando humo equilibraba con
su masa el encuadre, y al fondo, más allá del East River cruzado por los icónicos puentes de metal, se alzaban los
rascacielos de Manhattan como una maqueta. No pude ser más feliz, nos comenta
Zac, esa sensación de artificio no podía ser más oportuna. El azar había
dispuesta para mí, sin yo pretenderlo, el mejor de mis escenarios.
Brklyn 11211 empieza y termina con este plano, afirmando su
carácter simétrico.
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