sábado, 24 de diciembre de 2016

DE GÁLDAR A LA LAGUNA: LOS CORTOMETRAJISTAS SE ORGANIZAN

Acudo al Aguere Espacio Cultural y encuentro el vestíbulo atiborrado de gente joven. Esta vez no están allí para disfrutar de un concierto de rock o de una velada teatral, sino que se han reunido para compartir unos cortos que realizaron hace algunos meses en las calles de Gáldar, en la isla de enfrente, durante un concurso de cine expres. Busco a mi alrededor alguna cara conocida y me siento un tanto extraño entre gente de cine que parece conocerse de toda la vida.


El festival de cine de Gáldar ha alcanzado ya su cuarta edición, sorteando las dificultades que entrañaron sus puesta en marcha, pequeñas desavenencias entre los cineastas locales y de liderazgo, y que en esta ocasión se han solventado con el desembarco de cineastas tinerfeños ya muy curtidos en lo de hacer cine a salto de mata, que se llevaron la mayoría de los premios.

Después de un buen rato de espera, marca de fábrica de los Aguere, sin que nadie de los presentes diese signos de nerviosismo por el retraso, la multitud desaloja el hall y se escurre escaleras arriba hasta llenar casi al completo la antigua sala de cine. Como en otras ocasiones, percibo buen rollo, la gente se saluda de un extremo al otro de la sala, se escuchan risas y veo que algunos llevan encima los botellines o los vasos de cerveza que han estado consumiendo en el bar, una imagen que me retrotrae a lejanas sesiones golfas de cineclub en Andorra con películas prohibidas por el régimen, fuera nevaba y las botellas de coñac o whisky pasaban de mano en mano para calentarse.

Vasni Ramos, con su habitual energía, organiza sobre las marcha el asunto de las presentaciones: en primer lugar los cortos a concurso y luego un segundo bloque con los cortos realizados ad hoc en el apartado Gáldar Rueda. El lema de este año fue “En un lugar de Gáldar”, en referencia al insigne quijote, y el reclamo para la sesión de esta noche, vía Facebook, ha sido “Lost in Gáldar”.

Nos cuentan que tenían muchas ganas de ver sus cortos en buenas condiciones. En Gáldar cambiaron el lugar de proyección y el nuevo local, por la mañana, no reunía condiciones, la luz se filtraba e incidía sobre la pantalla. Así que aunaron esfuerzos, Aguere Espacio Cultural cedió la sala como tantas veces y así es como estoy a punto de ponerme al día en el cine que se hace.

Las presentaciones de este nutrido grupo de cineastas son siempre divertidas y displicentes, como si se avergonzaran un tanto de la ocurrencia que les llevó a rodar su corto, como si pidieran perdón por haberlo rodado con tanto apresuramiento y sin medios. Pero así es esta modalidad de cine de aquí te pillo aquí te mato. Ya puedes llevarte una idea más o menos desarrollada, los actores con los que van a poder contar son los que son, y cuarenta y ocho horas pasan muy deprisa si además de rodarlo tienes que editarlo en la habitación del hotel o en la casa de un conocido, mientras los demás duermen.

Me doy cuenta de que estos cortometrajistas, los que ahora mismo están hablando debajo de la pantalla de cine, empiezan a darse cuenta de que no todo vale. No puedes coger al primero que pasa y convertirlo en el personaje principal de tu corto, no puedes rodar al tun tun y a ver qué sale, no puedes contentarte con un sonido mierdoso si quieres seducir al espectador con tu historia. Adaptar tu historia a lo que tienes y no al revés, afirmaba uno de ellos, como un eco de los postulados del cine leve. Si no dispones de un buen micro, cuenta tu historia con la imagen, si solo tienes dos o tres actores, pues compártelos, si tus efectos especiales son artesanales camúflalos en el fuera de campo, si el límite son tres minutos sácale partido a las elipsis. El espectador reconstruye la historia rellenando los huecos, embelésale con tus dotes para la narrativa como Scherezade y no le des tiempo para percibir los trucos.



Hace poco participé en un curso de la UIMP sobre cómo lo digital había cambiado el escenario del cine. Recuerdo que Javier Gómez afirmó que en nada ha cambiado, pues todo se reduce a un rectángulo, a las productivas tensiones que se establecen entre lo que está dentro y lo que se queda fuera, a gestionar los tiempos y los espacios.

Se perciben ya las maneras de cada cineasta, ves unas pocas imágenes y uno ya identifica a un autor con un estilo que se va amartillando en sucesivos trabajos. Y también identificamos rostros que se repiten, actores y actrices que se prodigan y se desperdigan por las islas, aceptando el reto de trabajar para muchos otros y atreviéndose a desplegar una obra propia, como es el caso de Norberto Trujillo, austero y minimalista, capaz de transmitir emociones muy sutiles con su magnética mirada mediante un imperceptible movimiento de cejas o del labio, pero capaz igualmente de un humor simple pero efectivo, en su saga como escocés desubicado, que ha ido desarrollando en el seno de las diversas citas cinematográficas de este año con “El escocés enamorado”, “Escocés exiliado” y “Escocés encontrado”, este último un falso documental, según sus palabras,  donde juega con la superposición de dos lenguajes, la del escocés en el plano y la voz en over que relata lo sucedido en las calles de Gáldar, un barco de juguete,  y la intromisión dentro del encuadre del microfonista, que hicieron las delicias de los espectadores.

"Escocés encontrado"

Lo curioso es percibir una continuidad en la sucesión de los cortos, un algo que los aúna en su diversidad, que confiere una cierta coherencia en el relato fragmentado. Me vienen a la cabeza aquellos largometrajes que se construían a base de cortos de diversos realizadores, a veces cosidos por una misma temática, en otras ocasiones aprovechando el reclamo de los nombres de ilustres directores.

Algunos cortos han sido colocados en un cierto orden para provocar la risa. Hay muchas escenas parecidas en los cortos, muchas puertas que se abren y se cierran, rostros que se repiten. En "Cervantes Dog", de Jonathan González,  alguien llama a la puerta y les recibe el propio director, muy popular entre el público de la sala. Varios cortos más adelante, en el corto “Frestón” de su amigo Ja Doria, director de fotografía de su corto, se abre otra puerta y reaparece Jonathan, como en la repetición de los gags de la comedia clásica.  Leo en los títulos que “Frestón” has ido editado por Víctor Outon, director del corto “From Inside”, en este cíclico intercambio de roles y colaboraciones fructíferas.



Me vuelve a sorprender encontrarme con personajes solitarios, desengañados, que deambulan por calles solitarias y nocturnas. El desamor es un leit motiv que uno no esperaría encontrar en el cine de jóvenes cineastas en plena crisis social. Un desamparo que se respira entre risa y risa, que duele en las costuras de una puesta en escena que se pretende desenfadada.



Quizás porque el segundo corto de la noche fue “Luminiscencias”, tras el corto de animación "The Idea Thief" de Dani Álava. "Luminiscencias" procede de los cursos de FP de La Guancha y había obtenido varios premios en el concurso para escolares FilmFest de este año. Con una pantalla dividida que aísla la vida cotidiana de dos personajes condenados a encontrarse y compartir el mismo encuadre, Samara Cuadrado parece recordarnos que la vida es un ritual de situaciones que se repiten, de despertadores, cafeteras, puertas que se abren y cierran y nos conducen a otras puertas, de salas de fiesta idénticas unas a las otras, de parejas que no satisfacen ni a uno ni al otro. Es un corto que quizás hemos visto otras veces, pero la química de Norberto Trujillo y Cristina Piñero con sus miradas fuera de cuadro, el contraste de los virados de color y la geometría de los encuadres,  demuestran un dominio de las herramientas del cine inusual en una primera obra.

"Luminiscencias"

A Norberto Trujillo lo reencontraremos tendido en otras camas en más cortos, como si se tratase del mismo personaje, y  Cristina Piñero dirigirá su propio corto, “En un lugar de Gáldar… una pareja”, el más corto de todos, en el que repite pareja con Norberto, y que no cuenta sino el pedido de una comida a un restaurante chino, reforzando lo absurdo cotidiano.

"En un lugar de Gáldar... una pareja"

"The bonfire"

Ese dolor domina la puesta en escena de “The Bonfire”, de Ruth Angielina, con la ausencia del ser amado presente en los objetos cotidianos, en el vacío que impera en el otro extremo del encuadre. 

"R&J"

Dolor y muerte, y también ausencia es el tema de R&J, el último trabajo de Cándido de Armas, así como en Héroe, un oscuro corto de ciencia ficción de Vasni Ramos, en el que el héroe, abrumado por los remordimientos, intenta suicidarse en una playa protegida por un roque en forma de dragón.

"Héroe"

Se sabía que el lema de este año iba a estar referido a Shakespeare y a Cervantes, y algunos cineastas llevaban ya una propuesta de trabajo. Finalmente, el lema “En un lugar de Gáldar”, aunque referido al Quijote, no limitaba la temática sino que la abría a otros horizontes.

La más insólita fue la referencia tarantiniana a Recervoir Dogs que perpetró Jonathan González con “Cervantes Dogs”, con Sancho the Dog y Dog Quijote, que no pasó de una idea brillante pobremente ejecutada.

Cándido Pérez de Armas recupera en su corto de nombre escueto, “Dulcinea”, la frescura de sus primeros trabajos, y en el que encontramos, a pesar de la premura del rodaje, el rigor de su estética, con el cuidado que siempre pone en la iconografía de los personajes, aquí con muy pocos elementos, unos aerogeneradores, un rostro envejecido, un casco, un avión de papel, la juventud y alegría que emana de la Dulcineas adolescente, filmado todo con el preciosismo habitual de sus encuadres.




Ruth Angielina también fuerza la estética, en el intento de recrear otra iconografía, con sus planos precisos y una puesta en escena estilizada, en su versión flamenca del quijote que titula “Donde se prosiguen las finezas que de enamorado hizo don Quijote”.


Para Vasni Ramos, ese “lugar de Gáldar” son su calles y plazas y punto. Siguiendo la fructífera colaboración con el actor José Ramallo, intenta ir un poco más allá del divertimento que llevó a cabo en otras calles en “La Laguna rueda”, y rueda “Shitty morning”, cuya inspiración, en este caso, yo encuentro en los personajes de Peter Sellers, en especial en esta obra maestra que fue “El guateque”. 
Toda la fuerza cómica se apoya en la gestualidad de los actores, llevando al límite la idea del ridículo en situaciones cotidianas que a todo el mundo podrían haberle sucedido.



Qué opina usted del amor y la soledad, temas recurrentes en esta fría noche de cortos, constituyen el escueto cuestionario que María Navarro, cámara y micrófono en mano, lleva a las calles de Gáldar. “Si se lleva bien el amor puede durarte bastante”, afirma un vecino. Al final, nos quedamos con los pececitos dando vueltas en la pecera al que se refiere el título “Pececito busca pececita para compartir la pecera”.


sábado, 22 de octubre de 2016

RODAR UN CORTO NO ES ALGO TAN SENCILLO

Podría decir que he terminado el cortometraje (o casi, falta rematarlo) o que el corto ha acabado conmigo (que también, o casi), pero me gusta más pensar que el corto se ha hecho a sí mismo, quiero decir que, a diferencia de mis otros trabajos, donde todo estaba medianamente controlado, aquí el rodaje entró en crisis varias veces, arrastrando jirones de ideas preconcebidas que ya no cuadraban, y el corto iba adquiriendo nuevos ropajes, desvíos que me llevaban a territorios inexplorados y que yo, a posteriori, debía interpretar, no ya como creador sino como espectador del corto que se iba haciendo ante mis ojos.



En algún encuentro con cineastas, en la estéril polémica entre cine de autor y cine de género, se alzaban voces contra aquellos que no tenían en cuenta al espectador al realizar un corto, lo cual es una falacia porque uno siempre tiene en la cabeza el qué y el cómo, que es una manera de enfrentarse a la persona que estará al otro lado.

Pero yo me ponía en plan paranoico y aunque no sorprendía ninguna mirada dirigida a mi persona, y siempre se hablaba del corto de las cabras mirando a cámara (un corto de Víctor Moreno que se hizo célebre por la polémica que desató), intuía que podían estar refiriéndose a alguna de mis películas, si no a todas. Incluso cuando cité Nube9 como película fallida, mi vecino de mesa se giró hacia mí y me espetó que había sido la única que había entendido.

Nube9 fue un intento de dialogar con el cine de género, abordar la ciencia ficción desde la reflexión, tomando prestadas algunas ideas narrativas, como el viaje a una realidad paralela (un futuro posible) o la posibilidad de escape para regresar al mundo real, pero manteniendo una distancia. Iván López lo veía como un inconveniente, al afirmar en su blog que en el corto los personajes contaban lo que estaba pasando en lugar de dejar que lo hiciera el propio corto con sus propias herramientas expresivas.

En Al borde del agua también me acerco al cine de género, en este caso al cine de fantasmas o de terror, del que tomo prestadas no solo algunas constantes narrativas, como la presencia de una amenaza indefinida, sino sobre todo me interesan los aspectos formales, los encuadres, texturas, el juego de luces, que interpelen a un espectador conocedor de las claves genéricas.



De modo que tanto Nube9 como Al borde del agua sí tienen en cuenta a este espectador, se sustentan en un diálogo constante, en ir generando expectativas, mantener la incertidumbre, la búsqueda del sentido último de las imágenes que se suceden.

Hace años rodé Fantasmas en el Puerto de La Cruz, que no era estrictamente una película de seres translúcidos, pero sí de almas en pena (dos personajes aislados que se interrogan sobre sus sentimientos mutuos) que deambulaban por los salones y pasillos de dos hoteles sin solución de continuidad.

Encerré a mis personajes en un museo en Reflejo en rojo, en la habitación de un hotel en Nube9, y más recientemente en un jardín en Del amor y otras necesidades, como espacios puramente cinematográficos que me permiten acorralar a los personajes y constreñir la acción a lo esencial.

Son soluciones narrativas que tienen su correlato a nivel de producción, porque permiten concentrar los esfuerzos en una única localización. Se gana tiempo y eficacia. Se alcanza un buen nivel creativo y colaborativo. Hay buen rollo.

Para Al borde del agua habíamos previsto el rodaje de un día en el Club Náutico del Puertito de Guimar, a veinte minutos en coche desde La Laguna. Unos amigos nos dejaban rodar en su velero. El rodaje prometía una versión doméstica del camarote de los hermanos Marx. Los técnicos subían a bordo cámaras, trípodes, focos y grabadores, y las actrices venían con el vestuario (el decidido y el de por si acaso), mientras que los de producción llenaban el interior del barco de bocadillos y latas de cerveza. El set era al mismo tiempo vestuario, cantina, oficina de producción y cabina de control de la imagen y el sonido.


Para cada encuadre había que movilizar a todo el mundo, mandarlos subir a cubierta y estarse calladitos. Era, por necesidad, un equipo mínimo. Este primer (y a priori único) día de rodaje Leonor Cifuentes se encargaba de maquillar a las demás y estableció conmigo la línea del vestuario. Nada de ayudantes. En los sucesivos rodajes, las actrices acudían maquilladas desde casa y del vestuario se encargaba cada una.

A mediodía, a falta de un par de secuencias, a Judit la llamaron del trabajo para una sustitución urgente. La idea era rodar lo que faltaba a la semana siguiente. Pero empezaron a no cuadrar las disponibilidades de cada uno. Las semanas se convirtieron en meses. Llegó el mal tiempo. Pasó el invierno. Rodamos otra película. La gente se fue distanciando, había siempre otras prioridades.

Les pasé los planos que habíamos rodado a unos amigos (había hecho un montaje provisional), y me animaron a intentar acabarla, aquello prometía, me aseguraron. Así que empecé a plantearme qué hacer con aquel material y cómo completar el corto con otro equipo. Si Buñuel había rodado una película con dos actrices interpretando el mismo personaje, ¿por qué no iba a intentarlo yo?

Así empezó a dominarme esa historia de mujeres que viven en un barco en vez de en tierra firme, y el corto inició su andadura por su cuenta. Yo iba detrás, apuntalando los cambios a medida que se producían, buscándoles un sentido y no al revés.


El casting fue un quebradero de cabeza, porque las posibles candidatas, al poco tiempo de hablar con ellas, se veían forzadas a cambiar de planes, así como también los posibles directores de fotografía, que encontraban trabajo de buenas a primeras o justo ese día participaban de jurado en un festival de cortos. En una ocasión, cuando ya lo teníamos todo bien atado, hubo amenaza de tormenta, llovió y tronó y nos quedamos en casa. Era como un proyecto maldito, y yo me hundía cada vez más.


Marcamos un día, yo ya había hecho tantos cambios en el guión que no sabía qué película estaba haciendo, pero tomamos la decisión porque René se marchaba a Madrid, quizás definitivamente, y era ese día o nunca. Hasta unas horas antes no supimos con quién contábamos. Pero Judit ese día tampoco podía, así que rodamos todo lo que tenía sonido y pospusimos, de nuevo, el final del rodaje.





Cuando vi el material, casi me da un pasmo. No se parecía en nada a lo que se había rodado un año antes. Fue entonces cuando el cortometraje me gritó al oído, tío, es que no te enteras, ¿te has olvidado de la regla de oro del Cine Leve?  La verdad es que nunca había oído hablar de esa regla de oro, y es que en el Cine Leve no hay reglas. Solo intuición. Y la intuición me decía que tenía dos cortos, o un corto en dos partes, y que ambas partes contaban la misma historia solo que de manera diferente. 


Pocos días después me di cuenta de que estaba haciendo una película de fantasmas y que en el mismo espacio del barco coexistían varias historias solo que en tiempos distintos o en dimensiones paralelas y que todas convergían hacia un mismo final.

Necesitamos otro domingo para poner punto final a tanto desasosiego. Rodadas las tomas imprescindibles para el montaje previsto, me demoré improvisando algunos planos en este gozoso momento que siempre acontece, un instante de enaltecimiento creativo, cuando la luz es perfecta y uno encuentra sin pensarlo encuadres que sabes que van a encajar a la perfección en el montaje final aunque no sabes todavía donde, y ni a los actores ni al cámara tienes que decirle nada porque todo funciona de manera orgánica como un todo. Es en estos momentos cuando el director ya no se siente como un ilustrador del guión, como diría Hitchcock, sino un artífice que maneja las formas como el pintor o el escultor en su taller, ajeno a horarios y cortapisas.

de izq a dcha.: Judit Klejn, Facu Pérez, Josep Vilageliu, Laly Díaz, Idaira Santana, Laura Gómez y Néstor Rial (equipo del fragmento "Nocturno")

jueves, 15 de septiembre de 2016

JORNADAS DE CINE CANARIO EN ICOD

¿En Icod, dices? Eso queda muy lejos de La Laguna. ¿Y en el Casino? Elvira Tricás, al otro lado del teléfono, me invita a poner algunos de mis cortos. Está organizando unas jornadas de cine canario. Es actriz de carácter, la invitan cuando necesitan “una mujer mayor” en alguno de los cortos que se realizan en la isla de Tenerife. Estuvo en el TEA cuando se estrenaron, y ahora quiere conocer más de este cine que entrevió en aquella sala, entre aplausos y felicitaciones de los amigos y conocidos. Cuando lleva ya tres meses proyectando ininterrumpidamente cortos canarios todos los jueves, decide que ya es hora de reunir a directores y actores para que hablen de su cine.



Llego veinte minutos tarde (los carteles de los desvíos de la carretera de circunvalación, siempre equívocos, me llevaron hasta el pueblo siguiente, contemplamos el Roque de Garachico  y allí mismo dimos la vuelta para intentarlo de nuevo) y me cruzo con Vasni Ramos que sale del Casino como quien se va a dar un paseo. Todavía no ha empezado, me dice, a Iván López se le ha ocurrido grabarlo en vídeo y subirlo a las redes sociales, así que voy al coche a buscar un trípode.

Y allí estamos, siete representantes del cine canario, frente a un pequeño grupo de personas interesadas en el tema, que incluye a más representantes del cine canario (Irene Álvarez y Norberto Trujillo, también actores, entre otros que no conocía). Como diría Elvira Tricás, en la presentación, como si un grupo de laguneros se hubiera trasladado a Icod para seguir hablando de lo mismo de siempre.

O sea, que qué  es esto del cine canario y si existe o no, nos lanza Iván López, moderador de la mesa, también él realizador de cortos canarios, eterna pregunta que me persigue desde que llegara a las islas en 1973 y que en este blog intento dilucidar, a partir de la imagen metafórica de la ballena blanca, ya saben, el rodaje de la mítica película Moby Dick en las aguas canarias, una película rodada en Canarias que podría haberse rodado en cualquier otro lugar del mundo (las aguas del mar del norte eran demasiado bravas y habían destrozado la maqueta del pavoroso mamífero), y nada salvo el horizonte marino sirve para identificar el lugar donde se rodó el film.

Vasni Ramos nos abarca con un amplio movimiento de su brazo y luego repite el mismo gesto sobre el escaso público sentado ante nosotros. Esto es el cine canario, afirma con contundencia. El cine canario no interesa a nadie. El cine canario no existe.

Bravo, me digo, el debate ha empezado con furia. Y es que todos los invitados resultan muy vehementes en sus opiniones, sobra pasión. Lamberto Guerra dividido entre la defensa de sus compañeros los actores y la de sus compañeros los directores, la actriz Sofía Privitera defendiendo con encono el esfuerzo tras cada cortometraje y la existencia de alguien, aunque sea una sola persona, que quizás le guste mucho tu trabajo (su relato de una mediocre cantante callejera frente a una pizzería en París, que gustaba tan solo a tres comensales, nos hizo tronchar de risa). Tana González y Dennis García, los más jóvenes, en la busca de un cine narrativo que guste a la gente, sin perder unas mínimas señas de identidad. Vasni repitiendo aquello de que vivimos en una burbuja, pensando que esto es una especie de Hollywood donde todos se creen grandes productores, inmensos actores y actrices ensayando palabras de agradecimiento tras cruzar la alfombra roja y geniales directores que no conoce nadie.

Por esto insisto en que vengan también actores y actrices a las presentaciones de los cortos, afirma Elvira Tricás, son ellos los que atraen al público. Pues sí, pienso yo, un poco de star system no nos iría mal, porqué siempre se entrevista a los directores, como si fueran los reyes del mambo. Una película es el producto del esfuerzo de mucha gente. Gente que se deja la piel. Y los actores dan la cara, literalmente.

¿Y por qué entre ustedes se hacen sangre, peleando y criticando el trabajo de los demás, se pregunta la joven productora Nadia Castilla sentada un poco más lejos? Sí,  por qué no hacer piña y defenderse frente a las instituciones y buscar locales para poner las pelis y maneras de ponerlas en valor y comercializarlas y obligar a la televisión canaria que es pública para que las exhiba en horarios razonables y a quien sea que le ponga un poco de dinero a la desfalleciente filmoteca canaria para que disponga ya de una salita permanente donde uno pueda acudir a ver cine canario o cine hecho en Canarias por canarios genuinos o residentes más o menos permanentes o cine americano o sueco rodado en cualquiera de las islas o cine hecho por canarios en cualquier parte del mundo.

Vasni Ramos cuenta que un día consiguieron una proyección en el cine Víctor, con cortos que habían gustado en algunos festivales internacionales.

El cine Víctor es el único superviviente de las grandes salas de exhibición en Santa Cruz de Tenerife, tras la reconversión de los cines en multisalas y su posterior cierre, un cine hermoso, de elegante arquitectura, sostenido a duras penas con los mejores estrenos tras un periodo de muerte anunciada.

Pues bien, aquella noche apareció una pareja despistada que acudía a la sesión de noche para ver “The Martian” de Ridley Scott. Se les comunicó que se había suspendido la sesión y que en su lugar se ponían unos cortos canarios. Decidieron, contra todo pronóstico, entrar en la sala y dejar la película de Matt Damon para otro día. A la salida se les preguntó qué les había parecido, y ellos afirmaron que se habían reído tanto y se lo habían pasado tan bien o mejor que si hubieran visto el largometraje. Pero, ¿eso existe? ¿se hacen estos cortos aquí?, preguntaban incrédulos.

Tana y Dennis se quejan de las malas críticas que han recibido tras el pase de sus cortos, ¿de qué críticas hablan?, pienso yo, que yo sepa la crítica de cine hace tiempo que ha desaparecido de los periódicos. ¿En los blogs? Los escasos blogs de cine que hacen un paréntesis para comentar algún corto canario suelen ser muy benévolos. Tana y Dennis hablan de insultos (tu película es un truño, te dicen), de inexactitudes en un artículo portada en El Día (¿alguien todavía lee El Día?). Será que su aldea global es distinta a la mía, cavilo al verlos tan exaltados. Lamberto Guerra afirma que él no criticaría nunca a un colega. Pero hay capillitas, grupos que compiten unos contra los otros, será que ven los cortos en youtube porque en la sala cuando se estrenan solo van los amigos. Quizás no sean tan amigos. Nadia Castillo quizás tenga razón, aquí no hay quien viva. Y el público, ¿qué hacemos con el público?

Sale el tema de los seleccionadores de las muestras y festivales, sobre quién tiene autoridad para decidir qué cortos entran y cuáles no son dignos de ser proyectados. Surge, como de pasada, el elitismo en el Foro Canario, el cine de autor versus los narradores, y la necesidad acuciante de hacerte con cuantos más espectadores mejor, que no se pueden hacer películas para uno mismo y cuatro amigos, o que sí, que hay directores cada uno con su estilo y sus manías y segmentos de público distintos, pero cómo hacérselo llegar, cómo interesar a un posible mecenas de que tu corto va a ser una obra maestra. De modo que cada uno se explaya como quiere y van pasando los cuartos de hora y las medias horas y después va la proyección de “Crónicas del desencanto”  el primer largometraje leve de Daniel León Lacave, y son ya ¿casi las once de la noche?

Pero Irene quiere saber si los de la mesa han pretendido alguna vez vivir del cine, y que cuantas veces un actor ha cobrado por su trabajo. Bueno, casi todos han hecho algún trabajito, pero ¿vivir del cine? Está la publicidad, claro, están las bodas, y algunos actores han podido participar en un culebrón de la tele canaria. Y decir tele canaria y se incendió la sala.

Elvira Tricás nos conmina a seguir peleando, a ser fieles a nuestras ideas. Ella ha puesto un grano de arena, un espacio donde dar a conocer nuestros trabajos, una mesa desde la que poder dirimir nuestras diferencias. Ella no ha discriminado a nadie, cada director ha tenido la libertad de seleccionar sus cortos en este ciclo de cine canario organizado por la Asociación Emeterio Gutiérrez Albelo.

Ojalá se extienda este tipo de iniciativas privadas, que nuestros cortos se puedan ver en Los Realejos, Guimar o Guía de Isora mediante ciclos itinerantes y los actores y actrices, ahora sí, puedan firmar autógrafos o dejar que les inviten los mecenas de la cultura, con los paparazzi preparando los flashes, en un Hollywood modesto aunque sea de cartón y piedra.   


domingo, 26 de junio de 2016

LOS ABORÍGENES CANARIOS EN EL ÚLTIMO CORTO DE ARMANDO RAVELO

Este viernes tuvimos en La Laguna una última ocasión para ver el último trabajo de Armando Ravelo, inscrito en su proyecto Bentejuí de llevar al cine el mundo de los aborígenes canarios, después del gran esfuerzo que supuso el rodaje de Ansite, hace ya cuatro años. Mah es un corto más contenido, en el que se nota un dominio de los recursos expresivos y una mejor correlación entre los medios de producción disponibles y el resultado.



Se proyectaba en el Espacio Cultural Aguere, después de haberse exhibido en todas las islas con un gran éxito de público. También en esta ocasión, a pesar de que ya se había proyectado unos meses antes en la misma sala, reunió a casi setenta espectadores, conocedores de la obra de Armando Ravelo. Podríamos preguntarnos, por qué después de tanta aceptación, sigue teniendo tantos problemas para poner en marcha su siguiente proyecto.

En "Mah", los planos aéreos sobre grandes extensiones arbóreas, los movimientos de cámara ascendentes o descendentes por los troncos de los pinos conectan el cielo y la tierra y enfatizan el enraizamiento de esa masa vegetal con los nutrientes del subsuelo.



Nos encontramos en un espacio mítico, habitado por niños, mujeres y guerreros, transitado únicamente por ellos, en tres tiempos separados por algunos años, los suficientes para que podamos hablar de tres generaciones.

Las niñas del primer tiempo, en un prólogo en blanco y negro, aleccionadas por su madre (“este es un mundo de hombres y hay que aprender a defendernos”), las niñas ya mujeres en el segundo segmento, que constituye el bloque principal del relato, donde deben poner en práctica las enseñanzas recibidas, y un tercer momento, diez años más tarde, cuando las hijas de estas mujeres ya deberían haberse desarrollado si esto hubiera sido posible, que se cierra con una admonición lanzada al futuro (y que podrían concernir al propio espectador del film) respecto a las siguientes generaciones de canarios, que contiene tanto una advertencia como una enseñanza.



Así, se establece una cadena que conecta  sin interrupción el pasado prehispánico, que conocemos tan solo por algunas crónicas interesadas, con la generación actual de canarios.

Armando Ravelo, que dedicó su primera incursión relatando una de las historias más cruentas del exterminio y dispersión del pueblo aborigen en la isla de Gran Canaria, decide aquí construir una relato antropológico a partir de algunos de los pasajes más difíciles de encajar desde nuestra mentalidad “civilizada”, sobre el infanticidio femenino obligado por las circunstancias adversas que implican la supervivencia de la tribu.

El principal escollo es cómo abordar el imaginario aborigen con la distancia adecuada. En Canarias se ha intentado mediante el disparate pop (“Crónica histérica: la conquista de Canarias” del equipo Neura en 1972) o comiquero (“La isla del infierno” dirigida por Javier Fernández Caldas en 1998).

Los intentos de un cine serio y realista se han estrellado ante la falta de medios, compensada casi siempre por el entusiasmo del equipo, capaz de proezas tales como llevar a una multitud de jóvenes al interior de las islas para el rodaje de secuencias épicas (el exilio de los palmeros en “Aysouraguan, el lugar donde la gente se heló”, del realizador palmero Lozano Van de Walle rodado en 16mm. en 1981)

Pero es en la figuración (el casting, el vestuario, los tatuajes, las armas, los utensilios), en la representación de la vida cotidiana y en el lenguaje, donde se juega la verosimilitud de la ambientación. Para ello, el imaginario fílmico acude en ayuda tanto del equipo artístico como del espectador, que identifica el pueblo aborigen con las películas ya vistas de otros pueblos prehispánicos y avala el realismo de la representación por su semejanza.

El precedente ilustre es la coproducción italiana española con aires de peplum “Tirma” (1954), dirigida por Paolo Moffa, donde los indígenas se representaban como indios mohicanos, y se acudía al mito de los amores entre capitanes intrépidos y hermosas doncellas aborígenes (como en Pocahondas).

La ayuda de las crónicas (Gadifer de la Salle, Lacunense, Abreu Galindo, Gómez Escudero…) y bocetos (pienso en los dibujos de Torriani) son una fuente válida e indispensable para la puesta en escena de un relato que se desarrolle en la época prehispánica, estudios que se acompañan de los últimos descubrimientos en los yacimientos así como el estudio comparativo con otros pueblos, y que ha llevado a diversas teorías e interpretaciones.

Otra opción es acudir a la estilización más extrema, como en “Iballa” el mediometraje que dirigí en 1987, una coproducción de Yaiza Borges y TVE en Canarias, rodada sobre el escenario del Paraninfo de la Universidad de La Laguna a base de largos planos secuencia con la cámara montada en una grúa, decorados planos y diálogos recitados.

Ravelo opta por encomendarse a las dos corrientes, a la realista y a la de la estilización. Intenta que los personajes resulten creíbles, mediante un casting exquisito, la utilización de pinturas corporales, escenas de lucha bien coreografiadas y diálogos en amazigh (lengua reconstruida a partir del bereber).

En el lado de la estilización, Ravelo contrapone planos muy amplios del bosque, que empequeñecen a los personajes, con primerísimos planos de los mismos (cuando los guerreros se pintan y se preparan para la violencia, en especial), así como un uso de la banda sonora continuado que acompaña todo el metraje, siempre en primer plano, modulando la emoción, grave en los planos aéreos del bosque, íntima en las relaciones entre las mujeres, estentórea con los guerreros y la escena de lucha y dramática acompañando los gritos de dolor de la protagonista.



El uso del amazigh, a pesar de que añade verosimilitud al relato, nos distancia del mismo. Los rostros de los personajes, con sus pinturas, pasan a convertirse en máscaras, representando no a individuos sino a determinados tipos sociales: la madre, el guerrero, la hija, el hijo.



Este efecto de distanciamiento ayuda a la comprensión de los factores que intervienen en el drama y que competen a cada uno de los actantes, donde cada uno defiende sus razones. De los consejos maternales del comienzo hasta el deseo de venganza de una de las hijas existe un hilo narrativo, una épica brechtiana (punteada por los fundidos en negro), que el espectador puede seguir sin perderse ni dejarse llevar por falsos sentimentalismos. 

Pero donde más interviene la estilización es en el tratamiento del paisaje, que pasa de ser un simple bosque, con sus pinos, pájaros y un riachuelo, para representar un espacio mítico, no tanto por lo que la cámara fotografía sino por lo que queda fuera del encuadre. No hay un poblado (en todo caso, el interior de una cueva), no vemos las cosechas (pero sí se habla de ellas), nunca vemos el mar (y estamos en una isla).

En el interior del cortometraje solo existen dos espacios, el bosque (transitado por todos), y el espacio de las mujeres (la boca de la cueva en la ladera del monte, vedado al hombre).  Porque esta es la historia que se cuenta, de cómo las mujeres deben crearse un espacio para ellas para defenderse del hombre, cuando las leyes que estos imponen tratan de arrebatarles lo que les es más querido.

Esta estilización está inscrita ya en el propio título, cuando las tres palabras que designan a la madre (MAH) se descomponen para construir un símbolo, una especie de U y cuatro rayas verticales, que remite a la maternidad (la cueva útero, el flujo menstrual, la lluvia que hace germinar la tierra).



Por otro lado, al elegir este pasaje cruel entre tantas historias que preceden y vertebran la larga y agónica historia de la conquista, desoyendo los relatos elegíacos de un pueblo que vivía feliz y acorde con la naturaleza,  Armando Ravelo se aleja de la concepción clásica de la selva como lugar incontaminado, el Edén añorado y mil veces mitificado por poetas y vendedores de paraísos turísticos, para asomarse, casi de puntillas, a una cultura radicalmente distinta a la nuestra y para señalar, de algún modo, que cuando estalla una crisis, la barbarie está a la vuelta de la esquina.
  





lunes, 20 de junio de 2016

SAN RAFAEL EN CORTO: UNA MUESTRA HETEREOGÉNEA

El equipo en peso de Gran Angular se traslada a Tenerife para mostrar el palmarés de la XI edición SREC (San Rafael en Corto). Este año se inscribieron 500 cortometrajes, se mostraron 200 durante una semana y el público seleccionó 18, que son los que el sábado pasado se exhibieron en el Espacio Cultural Aguere.

Contemplar esta selección de cortometrajes de menos de seis minutos tenía un doble interés. Por un lado, poder pulsar las preocupaciones estéticas y narrativas de los cortometrajistas canarios, y por otro ver por donde andaban los tiros en cuanto a los intereses y gustos del público.


Esperaba una gran afluencia de público, sobre todo entre los cortometrajistas de la isla, algunos de cuyos trabajos se mostraban ese día. Al llegar me encontré con una larga cola de gente joven que me afirmaba en mis expectativas, pero en un momento dado todos ellos desaparecieron tras la puerta de una de las salas de la planta baja, donde se representaba una obra de teatro. Me asomé con timidez en la sala 3 y la encontré vacía. Vamos a esperar unos minutos, decían los desolados organizadores, a ver si llega alguien.

Esta muestra se realiza en Vecindario, en el municipio de Santa Lucía de Tirajana, una población que se ha expandido en los últimos años a lo largo de la carretera que comunica las Palmas de Gran Canaria con el sur de la isla, gracias al crecimiento del sector servicios y al desarrollo comercial. A pesar de hallarse a 35 kilómetros del centro cultural de la isla, ha conseguido poner en marcha un proyecto cultural autóctono, gracias al empuje del asociacionismo juvenil y a la participación social. 

El teatro Víctor Jara, un edificio que alberga varias salas donde se desarrollan todo tipo de eventos culturales, cursillos y diversas actividades, dispone de un envidiable espacio, en forma de anfiteatro, para la exhibición de teatro, danza, y cómo no, de cine, con un aforo que permite la asistencia  de más de mil espectadores.




Es en la sección oficial de cortometrajes, cuya duración nunca puede sobrepasar los 6  minutos, donde diariamente los espectadores eligen sus cortos preferidos. Como no hay premios en metálico, los organizadores se comprometen a exhibir los mejores cortos, según el público, por las islas. Esto es el catálogo.

En la sesión del martes, por ejemplo, se proyectaban algunos de los cortos que más premios habían obtenido en el concurso de rodajes exprés La Laguna Acción, que se había llevado a cabo unos meses antes, el musical Nice song de Lamberto Guerra y la hilarante M.M.U. de Gabriel García, donde los elementos del mobiliario urbano, buzones, papeleras, semáforos, expresaban sus quejas. Pues bien, el público se decantó ese día por un corto intimista de Esteban Calderín rodado en Gran Canaria, un corto satírico de Sergio Taño rodado en el norte de La Palma y un corto dramático de Daniel Suárez rodado en Alemania y hablado en alemán.

¿Existen públicos diferentes? ¿Influye que aquellos cortos se hubieran grabado en una isla distinta del lugar donde se desarrolla la muestra? ¿O fue que en La Laguna el público mayoritario estaba más o menos relacionado con los diversos equipos de rodaje que competían entre sí?

Lo que sorprende es la gran variedad de tonos, narrativas, estilos visuales y géneros cinematográficos en los 18 cortos que integran el palmarés de este año, a tres por día de los dieciocho o diecinueve cortos que se exhibían en cada sesión. Como la duración se limita a 6 minutos, muchos de los cortos presentados fueron realizados en los concursos de cine exprés que han proliferado por las islas, a la sombra del Festivalito de La Palma, y que surgieron justo cuando el Festival que impulsó el cine de guerrilla tuvo que suspenderse por falta de apoyos.

Se trata, pues, de unos cortos rodados en pocos días (dos o tres e incluso en 24 horas según las normas de cada concurso), sin tiempo para pensar, organizar o disponer de lo necesario, con un casting sobre la marcha, y en una limitación de espacio (a veces el propio municipio). Estas limitaciones determinan unas opciones narrativas y temáticas que pueden llevar a la contención o al desbordamiento.

Una contención que se deja sentir en los tres minutos escuetos que dura Medianoche, el corto de José Medina, donde una chica busca las palabras precisas para no herir a su pareja, intentando decirle que deberían dejar de vivir juntos. En un primer momento, parece que está hablando a través de la distancia por medio de un dispositivo digital, pero es la imagen de su compañero en la pantalla de la tableta la que le permite no encararse directamente con él al utilizarla como una barrera. En un instante, en lo que dura un plano, emergen una serie de consideraciones muy actuales sobre la pérdida de lo real en las relaciones humanas, donde la virtualidad puede unir o separar, permitir la comunicación o entorpecerla.



Contención figurativa en el nuevo corto de Agustín Domínguez rodado en el campamento de refugiados en Tindouf, con los niños sahauríes de la escuela. En Soy pequeñito Agustín Domínguez filma a los niños quietos y mirando a cámara, como para una fotografía, y narra la historia como un cuento mediante imágenes de una gran simplicidad, que funcionan como alegorías sobre la solidaridad, tanto individual como colectiva. El niño recorriendo la montaña, la selva, el desierto o el río (magnífica la imagen de la palangana y el paraguas en medio del patio), que no debe tener miedo a pesar de su pequeñez porque siempre habrá alguien a su lado que lo cuide y que lo guíe, nos lleva directamente a la idea de un pueblo chico que necesita la solidaridad de otros pueblos. 





Este corto se realizó durante la celebración del Festival Internacional de Cine del Sahara (FISÁHARA), con el cual la Agrupación Cultural Gran Angular, organizadora de San Rafael en Corto, lleva colaborando durante los últimos siete años. Algunos de los cortometrajes realizados en la Escuela de Cine del Sáhara se han exhibido en el Teatro Víctor Jara, en los ciclos sobre Cine y Solidaridad que acompañan las sesiones del Festival y constituyen una parte importante del mismo.




Otro corto cuya contención narrativa, de apenas un minuto, resulta fulgurante es Blanco y negro, de Guillermo Groizard, que juega con la frontalidad para oponer el mundo ficticio de los sueños (representado mediante el género musical), al mundo real (tomar una simple decisión), en el que el rostro de la actriz, mirando a cámara, resulta muy turbador.

Esta relación entre el mundo real y las expectativas que nos hacemos del mismo es el tema de Hashtag, el corto de Óscar Santamaría, con la actriz y también realizadora Marine Discazeaux, que interpreta a una estudiante de Erasmus insatisfecha por su destino en el interior de la isla de Gran Canaria, lejos de las apetecibles playas. Para que su frustración no se trasluzca en las redes sociales construye un imaginario capaz de engañar a sus amistades mediante un simple truco visual.


La preocupación por lo virtual, ese mundo futuro en el que ya vivimos, es visto como una pesadilla en Digital Detox, de la cual es inútil intentar escabullirnos. Gabriel García opta por el humor absurdo para contarnos la historia de un pobre adicto a los dispositivos digitales que trata de sobreponerse mediante la lectura de un libro de autoayuda. La abstinencia le lleva a convertirse en un sectario que huye de la proximidad de los móviles como de la peste, que le persiguen incluso en el fondo de una piscina, recorrida por un nadador que se sumerge para hacerse una selfie, en uno de los momentos más divertidos del cortometraje.



Es un humor sin aristas, que se desborda en el histrionismo de los actores y de las situaciones, que encontramos en Estaría guapo, el corto sarcástico y manierista de Sergio  Taño, que mezcla el blanco y negro con las escenas imaginadas en color (de nuevo la oposición entre lo real y lo ficticio). Encuadres imposibles, aceleramiento de la imagen, forzamiento del color, encubren la imposibilidad de una vuelta atrás para recuperar la vida pastoril de los antiguos canarios, una felicidad filtrada por la falacia del presente. 

Un presente visto con pesimismo, tanto por los jóvenes realizadores como por el público que ha valorado estos cortos, y que se comprueba una vez más en el corto postapocalíptico Casita de Pablo Fajardo, que nos sitúa en un mundo arrasado donde lo peor que puede sucederle a alguien no es ser el único ser vivo del planeta, sino que tenga que compartir su soledad con su propia madre, que sigue viviendo en la cotidianidad insulsa anterior sin apercibirse de lo absurdo de su situación.

Las primeras imágenes de Oculto en el corazón nos revelan de inmediato que estamos ante un nuevo trabajo del prolífico director Esteban Calderín, tanto por el clasicismo de su fotografía (esos colores pastel característicos ) como por el aspecto de sus actrices, casi siempre las mismas, y el mundo de los sentimientos que recorren su extensa filmografía, quizás aquí en uno de sus trabajos más cortos. También en este enfrentamiento de caracteres ante una situación luctuosa (el ex de una y amigo de la otra lucha entre la vida y la muerte en la cama de un hospital), se nos expone una visión pesimista de la vida, donde prima la inevitabilidad de la muerte.

La idea de la muerte y un excesivo pesimismo impregnan las imágenes tanto de Invisible como de        , y ambos trabajos se ubican en los extremos de la contención y el desmelenamiento. 

El corto que Daniel Suárez rueda en una población alemana revela en su voz en over tanto un pesimismo esencial, inherente a la naturaleza humana, como de crítica social (el homeless envilecido, apaleado y asesinado alegremente por un par de descerebrados racistas), mientras que el compositor frustrado del corto de Daniel Sainz llega al suicidio tanto por la incomprensión de las mujeres (algo habrá hecho, digo yo, para merecer tal desprecio), como por la de los dueños del cotarro en el mundo de la música.



Daniel Suárez en Invisible se impregna del consuetudinario distanciamiento de determinado cine alemán (la frialdad en la fotografía, la profundidad semántica), mientras que Karaoke en Tokio refleja el clima convulso y febril del Festivalito de La Palma, que lleva a todos los actores a la sobreactuación.  

Me sorprende gratamente Oasis, firmado por Txetxu de La Portilla, que se anuncia como videoclip, pero que transita por el imaginario del cine de piratas, y transmuta la isla de Gran Canaria, gracias a unos simples pero efectivos trucajes, en un territorio mágico, ofreciendo una mirada primigenia del paisaje canario.

Pero la gran gozada del Catálogo se encuentra en la pieza de Adrián León Arocha, ya un poco lejana en el tiempo, que rodó en un vagón de metro en Madrid en un único plano secuencia en 2013, y que se propone como un corto documental, social y musical, por decir algo sobre una pieza inclasificable, entre lo real y lo ficcional, la performance y la puesta en escena, en la que se mezclan sin que podamos discernirlo figurantes preparados y usuarios del metro de Madrid, y que Adrián titula de manera reveladora “Madrid Subway wagon claps”.

Ya Daniel León Lacave, que suele rodar en Madrid en viajes relámpago de fin de semana, me había advertido de la dificultad de rodar en las estaciones de metro, cuando no cuentas con los permisos pertinentes.

De modo que puedo imaginarme a Adrián estudiando el terreno como un general ante la batalla, intentando prever cualquier eventualidad. Desconozco qué parte se debe a la previsión y cuál es fruto del azar, y prefiero quedarme con mis impresiones que conocer el truco que desmontaría toda mi teoría.

Lo cierto es que el plano secuencia se inicia en el arcén, con la cámara siguiendo a una chica al subirse al vagón y termina dos estaciones más adelante saliendo del metro detrás de la misma chica. En este intervalo se desarrolla una escena cotidiana que todos hemos presenciado más de una vez, la actuación de un par de artistas que tratan de ganarse unas perrillas para, en palabras del que lleva la voz cantante (metafórica y literalmente), invertir en Mercadona. El corto se presenta como un fragmento de vida robado, pero lo maravilloso es saber que detrás hay un equipo de rodaje que permanece invisible en todo momento.

También es importante conocer la trayectoria artística de este joven realizador, que hizo sus pinitos en esto del cine siendo un adolescente,  y que tras unos comienzos en el cine testimonial, muy plegado al suelo, sobre las pandillas de jóvenes en los barrios marginales de Las Palmas de Gran Canaria (“El último golpe” o “Slum boys” rodados en 2008 y 2009 respectivamente), ha ido derivando hacia un cine más experimental en el lenguaje (la extraordinaria “Triángulo” en 2010, en el Festivalito), pero buscando los resortes de un modo de vida relacionado con la música, en especial el hip hop.



miércoles, 1 de junio de 2016

LOS DÍAS VACÍOS DE DANIEL LEÓN LACAVE

La sala del TEA estrena cada fin de semana una película de calidad, avalada por premios en festivales internacionales. Coincidiendo con el día de Canarias, ha programado Los Días Vacíos, el segundo largometraje del cineasta Daniel León Lacave, adscrito al movimiento del Cine Leve. Al mismo tiempo, la Televisión Canaria ha emitido estos días una larga lista de producciones canarias, tanto de ficción (“La senda” de Miguel Ángel Toledo,  “Muchachos” de Raúl Jiménez, “Slimane” de José Alayón ) como documentales (“Bregando historias”, el estreno de “Playing Lecuona”), casi todas en horario prime time, así como la emisión de los cortometrajes del Catálogo de este año, casi a medianoche como ya es costumbre.



Pensaba titular esta entrada del blog mirando hacia atrás sin ira, apelando a la nueva mirada del Free Cinema sobre la sociedad, como respuesta al estado catatónico del cine británico después de la guerra mundial, aquellos angry men que se sintieron obligados a mirar el mundo cara a cara, y dar visibilidad a la clases populares.

El free cinema se llenó de personajes que trataban de reaccionar en una sociedad abúlica, acomodada. En “Los días vacíos” Daniel León Lacave se remite a su propia experiencia como uno de los jóvenes de la llamada generación Ni-Ni (ni estudia ni trabaja), sumidos en un nihilismo que les impedía comprender en qué mundo se encontraban.

Dos son las cuestiones a las que debía dar respuesta. Una atañe al llamado realismo social, al cual parece adscribirse este segundo largometraje del cineasta “leve” Daniel León Lacave. El otro, tanto o más peliagudo que este, es la representación de la juventud en el cine. Después de merodear por distintos géneros (la comedia desmedida, el cine histórico, el cine de compromiso, la metaficción  o el cine de ultratumba),  se decide por lo más difícil.

El realismo es un campo de minas porque, qué es lo real, cómo lo represento. En el cine, arte de la apariencia, lo real es siempre un simulacro, una representación.

Hace un año y medio, en septiembre de 2014, escribí en este mismo blog sobre el reciente estreno de su primer largometraje “Crónicas del desencanto”.  Pensaba entonces que después de aquel film de difícil encaje en el panorama del cine isleño, todos esperábamos que lograse superar sus luchas internas para ofrecernos un cine de mayor calado, más equilibrado, y no tanto una respuesta emocional a sus propios estados de ánimo. Dani replicó que cuando ya no tuviera nada que contar de sí mismo, de lo que sentía o de lo que pensaba, se retiraría del cine, porque de alguna manera el cine es ese medio que lo conecta con la vida.

En “Los días vacíos” Daniel se mira a sí mismo desde la distancia. Han pasado ya algunos años y la crisis se ha recrudecido, los desgraciados milieuristas de hace una década son vistos ahora como unos privilegiados. Son pocos los que siguen cobrando un sueldo respetable y no han tenido que abandonar el país o mendigar los pocos y eventuales puestos de trabajo que nos ha dejado el austericidio.
“¿Por qué se quejan los jóvenes?”, exclama la madre del protagonista, “nosotros sí que lo pasamos mal”. Lo cierto es que en los 90 empezaba a ser difícil para los jóvenes encontrar un buen trabajo, pero todavía la sociedad vivía en la burbuja de España va bien y lo que hay que hacer es pedir créditos y rodearse de las comodidades que uno se merece.

La película está dedicada a “Nosotros, los que éramos entonces”. Muchos espectadores, de distintas generaciones, se han sentido identificados con el protagonista en su peculiar descenso a los infiernos, a medida que veía reducirse sus expectativas en la vida. No hay resquemor en esta mirada, el lapso temporal transcurrido ha limado la ira (el free cinema hablaba en tiempo presente), es más bien una mirada agridulce, aunque el film vaya pasando de la comedia al drama, midiendo muy bien los tiempos.

El alter ego de Daniel León Lacave en el film trabaja en la barra de un bar como camarero, pero Dani el cineasta no pudo acudir al estreno de su largometraje en Tenerife porque era viernes y no podía abandonar su puesto de trabajo en el bar donde sirve copas. La situación apenas ha cambiado en cuanto a sus condiciones de vida, alterna trabajos esporádicos con estadías en el paro. El paso de los años, el recrudecimiento de la crisis, ha conseguido abrir los ojos a los jóvenes ensimismados de entonces, la sociedad ha ido cambiando y hay una mayor implicación social.




El film se abre con un prólogo que nos sitúa en el tiempo: el final de la mili, cuando las perspectivas de futuro se abren con todo sus promesas intactas. Está resuelto mediante un único plano secuencia, la cámara se acerca de modo imperceptible al grupo de muchachos, al final la cámara retrocede, alejándose de ellos, para regresar a la posición inicial.

Desde este plano inaugural, sabemos ya cuál va a ser la respuesta del cineasta ante las dos cuestiones enunciadas.  En las antípodas de aquella cámara desbocada de su anterior largometraje, con sus incesantes desenfoques y el mareo de la cámara en mano, aquí se opta por un estilo contenido, observacional, que dará prioridad a los planos amplios.

Sus jóvenes van a ser personas normales, sin psicopatías ni traumas infantiles que los aboquen a soluciones desesperadas, nada de comportamientos suicidas o jóvenes intoxicados por la droga y obsesionados por el sexo, que pululan por el universo del cine sobre la juventud. En una entrevista en el blog La noche intermitente, Dani asume que su película será más aburrida que otras cintas españolas de parecida temática, como “Las historias del Kronen” sobre los excesos de la clase alta, o “Barrio” que denunciaba la situación de las clases marginales. No, “Los días vacíos” habla de los jóvenes de clase media, una clase sin tanto pedigrí, pero que es la que más ha sufrido con la crisis actual.


Escribió este guión hace ya diez años, cuando todavía tenía puesta la fe en poder realizar películas con un presupuesto holgado, antes de que el Cine Leve le hiciera abrir los ojos a la realidad y pudiera dirigir tantos cortos y estos dos largometrajes con la libertad de quien cree en lo que hace y lo disfruta, sin preocuparse por los dineros, donde menos es más y lo importante es hallar la mejor alternativa para cada problema que se presenta (Axioma: lo que se encuentra siempre es mejor que lo que se dejó atrás).

La semilla de “Los días vacíos” está en “Ruido”, ese rotundo cortometraje donde una pareja dirime sus problemas en medio de una manifestación y los gritos de la muchedumbre ahogan las voces de la pareja.

El joven protagonista de Los días vacíos intenta resolver sus problemas sin darse cuenta de que a su alrededor están sucediendo cambios vertiginosos que le incumben. Lo real irrumpe en su vida a través de la pantalla de la televisión. Lo real se nos aparece con la apariencia desdramatizada de los telediarios, una apariencia devaluada respecto al aparente realismo de las imágenes del film, como si pertenecieran a dos realidades distintas, separadas por la pantalla del televisor.

El protagonista habita el mundo de los sentimientos y los dramas humanos, los de los otros, se desarrollan en un olimpo lejano. En la textura del film se confrontan ambos mundos, mostrándose el televisor, siempre encendido, como un objeto cotidiano, integrado en las rutinas familiares. Será solo al final cuando las imágenes catódicas se muestren en primer plano,  unas imágenes que interpelan tanto al espectador como al joven protagonista.



Dani no le hace ascos al género y asume con pulcritud los estereotipos obligados: por un lado los espacios de la discoteca o las caminatas nocturnas sin rumbo, solo o con el imprescindible amigo, los miradores sobre la ciudad de la que uno se siente excluido, los espacios familiares donde se desarrollan los dramas propios de la rebeldía juvenil (¿quién no recuerda “Rebelde sin causa”?).  

Por otro lado no faltan los flashbacks, las ralentizaciones ni las secuencias construidas a partir de una canción que las comedias de Hollywood entronizaron y ahora encontramos por todos lados.  
Pero aquí la rebeldía no adquiere el carácter transgresor de los dramas juveniles. Es un rechazo instintivo frente a los abusos de autoridad que van jalonando su camino en busca de trabajo. O le provoca un estado abúlico en la casa, ante la avalancha de recriminaciones que le lanzan cada vez que le ven, frases que se repiten sin dejar huella, como si el pobre chico no estuviera buscando este trabajo, como si toda la culpa fuese suya.

Y los flashbacks y las ralentizaciones se repiten como una coda. Imágenes cliché que han impregnado el imaginario colectivo, cimentando una fantasía. Imágenes edulcoradas que se confrontan con las imágenes de lo real de la pantalla del televisor, como si ambas pugnaran por atraer su atención.

Esta fantasía cinematográfica estaba ya en otro cortometraje suyo, “En el lago azul” (2010), en el que se confrontaba con violencia el nihilismo de una pareja, sentada en un paraje  desolado del extrarradio, con imágenes paradisíacas, inspiradas en el film para adolescentes del mismo título.

En las secuencias de montaje, tan útiles para condensar la acción y hacer avanzar la narración, Dani ensaya estructuras temporales, como ese ambiguo plano del beso al atardecer, mientras el protagonista deambula melancólico junto al mar, que no sabemos si es un flash back o la expresión de un deseo que luego se cumple.



Tras su aparente liviandad, hay un control absoluto de los ritmos, de los encuadres, de los movimientos de cámara, de la puesta en escena. Confiesa Dani que en esta ocasión el montaje se le trabó, añadió y quitó cosas, cambió de lugar otras, rodó nuevos planos.



Dani, antes que cineasta, quiso ser dibujante de comics, y suele hacer story boards para visualizar previamente los planos que desea rodar. Después, ya en el set, se permite el lujo de improvisar con los actores, buscando en los detalles la manera de convertir una situación recreada en lo más verosímil posible.



Este film no es Cine Leve, afirmaban algunos seguidores del cine de Daniel León Lacave, ante el despliegue de localizaciones de todo tipo, ignorando que el Cine Leve es más una filosofía de trabajo, y por lo tanto difícil de definir, y no un cine que se quiere pobre, minimalista.

Una anécdota que aclara esta manera de hacer cine: Dani decidió iniciar el rodaje sin tener cerrada la producción, la idea era ir rodando las escenas a medida que fuera disponiendo de las localizaciones, sin ni siquiera tener el casting completado. Para ello empezó empuñando él mismo su propia cámara. 

Cuando estaban rodando una escena, con Iván Alamo y  Kathy Pulido, pasó por allí Pablo Gallego, que ya le había hecho la fotografía de su otro largo, y les preguntó qué hacían. Sin pensárselo dos veces se apuntó de nuevo, aportando esa maravillosa cámara Sony que filma de noche sin necesidad de focos.

Dani tiene fama de dirigir muy bien a los actores. El lunes, al final de la última proyección (Dani pudo acudir finalmente a Tenerife), nos fuimos a comer algo en la calle de la Noria, frente al edificio del TEA. Estaban algunos de los actores, y también Enzo Scala, que había sido su profesor de interpretación de todos ellos.

Como esta vez la cosa iba de gente joven, Dani había tenido que tirar de actores de menor edad que los que suelen trabajar con él, recién salidos de la Escuela de Actores, que no conocían sus sistema de trabajo, a excepción de Kathy Pulido, que sí había trabajado con él.  Explicaron que al principio se sentían desconcertados, porque no les daba ninguna indicación. Pero ahí está el resultado. 

La acción de la película se desarrolla entre los años 1993 y 2001, con las noticias al principio de la intervención de las tropas españolas en Bosnia y el plano final del atentado de las torres gemelas en NY.


Esa ficticia separación de dos realidades, de lo individual y de lo colectivo, que se condicionan mutuamente, abre también el film a modo de paréntesis. Lo primero que vemos son los rostros de dos jóvenes que descubren, fuera del encuadre, una imagen que les resulta incomprensible y la consideran fea. Los dos jóvenes inician su andadura hacia aquello que comentan y el plano se abre para ofrecernos la visión de una escultura colosal, enroscada sobre sí misma, como el fósil de una animal prehistórico. Se trata de Lady Harimaguada, la escultura de Chirino que se instaló en la avenida Marítima de Las Palmas de Gran Canaria en 1999, y que la ciudad ha adoptado como emblema. La escultura hace referencia a las jóvenes  prehispánicas consagradas al culto, encargadas de la educación en las maguadas, una especie de monasterios.


Es al cobijo de la gran escultura donde los dos amigos dirimen sus penas y se lamentan de su infortunio, sin conocer el significado de la escultura, como también se les escapa la importancia de las guerras, las penurias sin fin de pueblos enteros, como si todo esto no fuera con ellos. Esa escisión entre el yo y el mundo llevó a toda una generación de jóvenes a la confusión y el hastío, al desasimiento político.